El Ducado de Villena en el siglo XV. Los Infantes de Aragón.
Por ROBERTO MARCO AHUIR
PANORÁMICA DEL SIGLO XV
El siglo XV presenta para Castilla una notable recuperación de su potencial humano: aumento de su demografía en los núcleos urbanos más importantes, particularmente Sevilla; como Valencia lo hace dentro del territorio aragonés. Sevilla con la apertura del estrecho dando a Castilla un nuevo mar de mayores alcances que el mar Cantábrico, mar que ha supuesto el comercio exterior de las exportaciones de lana y hierro a Flandes e Inglaterra, mientras en el Sur, primero la costa de África hasta el cabo Bojador, limitado por Portugal, y la conquista de las Islas Canarias después, como paso premonitorio a la gran aventura americana. Valencia con el potencial dinerario de su Ceca, fuente de financiación de las campañas de Italia y expansión mediterránea de la Corona de Aragón. Ambas ciudades llegan a los 50.000 habitantes, con mestizaje de población cristiana, musulmana y judía, que llegarán hasta el siglo XVI. Núcleos humanos de predominio cristiano, musulmanes sin contactos con la cultura, pues hasta a los médicos de esta etnia se les prohíbe ejercer, su existencia sólo aporta un contingente de trabajadores selectos para los cultivos de huerta, sobre todo en Valencia, y judíos que forman la clase financiera, incluso ya conversos, en ambos reinos.
A la memoria de José M.ª Soler
Castilla en su lenta reconquista no tiene una estructura única. Por el contrario presenta zonas regionales muy personalizadas, pues hasta el idioma está diferenciado por modismos. Su economía es diversa en las cuatro zonas que podemos encontrar. Una septentrional de Fuenterrabía hasta Bayona de Galicia y la estrecha franja que asciende por estos valles hasta las altas montañas cántabros-astúricas, que no conocieron el Islam; caracterizada por un régimen de pequeña propiedad agro-pecuaria, cuna de hidalgos que señorearán Castilla. Una segunda zona, la Meseta Septentrional, tierra repoblada en la Reconquista, dominada por un régimen de propiedad señorial. Es la tierra del pan y del vino, símbolo de riqueza en la Baja Edad Media. Tierra limitada en detrimento de la agricultura por las grandes cañadas reales por donde el ganado va trashumante al compás de las estaciones de año desde Extremadura a la Montaña. La ganadería es la mejor fuente de riqueza por la exportación de la lana de las especies merinas de origen norteafricano, aclimatadas en la península, organizada en una estructura centralizada en manos de las Órdenes Militares, cuyos puestos de Maestres serán muy codiciados por la alta Nobleza y los grandes mandatarios eclesiásticos: La Mesta (1).
EL VIVIR DE LAS GENTES
Nunca en la historia de Castilla anterior al siglo XV ha existido una explosión semejante de las artes industriales, suntuarias y decorativas: trajes, armas, habitación y hasta en el arte del yantar y en la buena mesa. El galanteo, el amor fácil, afectan a las gentes, como olvido de años de penuria, de hambrunas y de pestes. Florecen los versificadores, no poetas, y hasta el rey Juan II de Castilla es amigo no sólo de las armas sino también de las letras, que florecen en los nombres de Fernán Pérez de Guzmán, Mosén Diego Valera, Iñigo López de Mendoza, primer marqués de Santillana, Juan de Mena, D. Enrique de Villena, astrólogo, alquimista, Jorge Manrique «Los Infantes de Aragón, ¿qué se hicieron?» en la elegía a la muerte de su padre. Y la figura excelsa del poeta valenciano Ausias March. El mismo arte arquitectónico que florece en el siglo XV con el gótico convertido en flamígero. La Lonja de Mercaderes de Valencia (1482-1498), La Lonja de Palma de Mallorca (1424¬1451), Colegiata de Gandía, Iglesia de Santa María de Onteniente, Santiago de Villena, acusando en sus soportes y nervios una uniforme proclividad por los perfiles sosegados o aristados, tal las columnas salomónicas de Santiago de Villena. La planta cruciforme hacia su aparición por primera vez en la arquitectura española en el Hospital de Valencia, con estilos propios de la Arquitectura Valenciana de finales del siglo XV (2). En 1415 se termina la tercera planta del Micalet de la Seo de Valencia, empezada en 1262, con el estilo románico de una de sus puertas y en su lenta edificación, pasará por el gótico y el renacentista. Las Torres de Cuarte que construye la entidad municipal Murs y Valls sigue la influencia italiana de la Puerta del Castel Nuovo de Nápoles. Se conserva el estilo mudéjar, que dará en Sevilla El Alcázar y en Aragón en las ciudades de Zaragoza y Teruel edificios monumentales. La esperanza de vida es bastante inferior a la actual, los cuarenta años son edades en muchos casos difíciles de llegar, viendo las fechas de nacimiento y muerte de próceres y reyes.
LA POLITICA Y LA ADMINISTRACION
En el siglo XV el eje Monarquía-Nobleza es fundamental. Una serie de violencias, golpes de Estado y guerras civiles se suceden. Una monarquía a cuyo alrededor se establece la nobleza, en busca de su riqueza económica y poderío personal. Una aristocracia cuyos recursos económicos crecían y crecían, pero cesaban cuando se alejaban o eran alejados de su poder de origen, y más, cuando este origen tenía obligada necesidad de legitimación como una Monarquía de tortuoso camino hacia el poder y era necesario dar a esa nobleza lo que, en un momento dado y decisivo, se llamaron «las mercedes enriqueñas» como consecuencia del fratricidio de Montiel.
La Administración se consolida en este mismo siglo XV. Auxilian al Rey como gobernante: la Cámara Regia o Consejo Real, Audiencias y las Cortes. El Consejo Real está formado por los «ministros del Rey»: el Almirante, el Alférez, el Condestable, el Monedero Mayor. Este Consejo tiene asignado un grupo de funcionarios que desde las Cortes pasaban al Consejo. La función de las Audiencias, ejecutoras de la Justicia, era por completo independiente del Consejo Real. Es un Alto Tribunal de Apelación. Se compone de oidores, con ejercicio de seis meses por año. Son frecuentes las quejas por su falta de actividad. Los asuntos exteriores eran responsabilidad de la Chancillería. El Ejército dependía de la Corona. Se nutre en exclusiva su oficialidad con miembros de la nobleza o con títulos de hidalguía. La obligatoriedad del servicio militar de los llamados pecheros y los miembros rurales de las hermandades, además de su función como policía urbana y rural, pesa sobre los hombres del Común. Las Cortes sólo tienen dieciséis miembros como representantes de otros tantos municipios. Amplias zonas como Galicia, Asturias, Extremadura y el País Vasco carecían de representación. Ni los labradores ni los pecheros podían ser procuradores. Las Órdenes Militares representaban un poder económico envidiable. La Orden de Santiago controló la exportación lanera en las expertas manos de Fernando de Antequera y de su hijo Enrique que, como Maestres de Santiago, dirigieron el Consejo de la Mesta, una organización comercial que algunos han llamado de estructura casi moderna. Significó sin duda una gran fuente del peculio personal de sus usufructuarios.
LA RAMA MENOR DE LOS TRASTAMARAS
Después del desafío personal del Rey D. Pedro I de Castilla acaecida en 1379 con su hermanastro Enrique, conde de Trastamara, en Montiel, se entroniza en el reino castellano una estirpe que llevará el nombre de Trastamara y Enrique será rey con el nombre de Enrique II de Castilla. Bien a su pesar tuvo que atraerse a la nobleza a través de las llamadas mercedes enriqueñas, que fueron matriz de luchas en el reino de Castilla. El sucesor de Enrique, Juan I de Castilla, heredó de su padre una posición hegemónica en la Península ante Portugal, Aragón y Navarra, gracias a los tratados suscritos con estos reinos. Invadió Portugal llegando hasta Lisboa, que tuvieron que evacuar por la presencia de una epidemia de peste bubónica, tan frecuente en la época. Una nueva entrada de los castellanos por Extremadura les llevó a la derrota de Aljubarrota, palabra que quedará en el recuerdo de los lusitanos en sus relaciones con los castellanos. En política interior Juan I organiza el Consejo Real, las Audiencias y las Hermandades. Marca el apogeo de las Cortes que adquieren conciencia plena como arma eficaz para controlar su casi única misión: facilitar recursos económicos a la monarquía. Después de Juan I, le sucede en el trono de Castilla uno de sus hijos, el primogénito, con el nombre de Enrique III llamado el Doliente por su mal estado de salud. Tiene en su haber: la famosa embajada al Gran Khan, apartarse de Francia en la guerra de los cien años y volver a la política internacional de Pedro I, favorecer la empresa de la conquista de las Islas Canarias por el aventurero francés Jean de Bethencourt que había jurado su fidelidad a Enrique.
Hermano de Enrique III es el Infante D. Fernando. Ocupa su lugar en el Consejo de regencia como corregente con la madre del Rey Catalina de Lancaster, princesa inglesa. Por decisión de Fernando la regencia partió sus funciones: Castilla Norte para Catalina y Castilla Sur para Fernando. De este modo puede Fernando ocuparse de la guerra contra Granada que aún está como otro Reino Ibérico. Una reanudación de operaciones bélicas por parte de Fernando le lleva a la conquista de la Plaza de Antequera. Brillante operación militar con empleo de artillería, que permiten a Fernando entrar en la Historia con el nombre de Fernando de Antequera.
EL COMPROMISO DE CASPE
La muerte sin descendencia del Rey Martín de Aragón, llamado el Humano, plantea un problema dinástico que se resuelve con el Compromiso de Caspe que se firmará con la proclamación de Fernando de Antequera como Rey de Aragón, Cataluña y Valencia.
Fernando recibe la noticia en Cuenca y marcha a Zaragoza. Le acompaña su familia, una compañía muy numerosa: su mujer, Leonor de Alburquerque, llamada por su fortuna personal la ricahembra de Castilla, y sus siete hijos, Alfonso, Juan, Enrique, Sancho, Pedro, María y Leonor, que cubrirán como Infantes de Aragón la historia española del cuatrocientos. Abandonaba el reino de Castilla, como regente aún, enfrentándose con nuevos vasallos, todavía calientes las luchas habidas en el interregno entre los candidatos. Y haciéndole frente D. Jaime, Conde de Urgel, con numerosos partidarios sobre todo en el Principado y posibles ayudas internacionales que se habían puesto en juego en el propio Compromiso de Caspe. Su reinado como Fernando I de Aragón no modificó las líneas políticas ya establecidas por sus antecesores, sin descuidar en absoluto la política de expansión mediterránea bajo la égida del primogénito Alfonso V de Aragón, el Magnánimo, que se recuerda en Valencia con agrado y al conquistar Nápoles dejará una dinastía italiana en su bastardo Ferrante. En la Seo de Valencia se conservan en la capilla del Santo Cáliz las cadenas del puerto de Marsella tomadas en un asalto por el Magnánimo. El hijo segundo, Juan, es duque de Peñafiel y futuro rey de Navarra primero y de Aragón después. Tiene intereses castellanos muy cuantiosos heredados de su padre Fernando. Y el tercer hijo, Enrique, que recibe la herencia castellana de su madre, la ricahembra, aspira a no ser menos que sus hermanos. Es ambicioso y su papel será descollante en el presente relato. Fernando de Antequera nunca dejó de ser castellano, tanto en Aragón como en Navarra y en la misma Castilla sólo vio meras ocasiones de enriquecimiento familiar supeditándolo todo a la grandeza de su estirpe.
EL INFANTE D. JUAN
El 29 de julio de 1398 nace en Medina del Campo el segundo hijo varón de Fernando de Antequera. Compartirá con sus hermanos una educación principesca en las Artes del Buen Hacer, Bien Vestir, Bien Decir, para ser un buen cortesano. Es deportista, ama la caza y las artes de la guerra, en las que se entrena. Muy joven estuvo presente en la Coronación de su padre como Rey de Aragón en Zaragoza dándole el báculo real en la ceremonia de investidura. Entonces tiene catorce años y es propietario del Señorío de Castrogeriz y en este acto de coronación de su padre es nombrado Duque de Peñafiel (3).
Su destino como hermano segundo de un futuro Rey de Aragón, Sicilia, Cerdeña y Nápoles, que con el nombre de Alfonso V reinará no muchos años, dará paso a Juan como Rey de Aragón y de Sicilia además del reinado de Navarra, como consorte de la reina Blanca. Será rey de Aragón con el nombre de Juan II. Casado en segundas nupcias con la hija del Condestable de Castilla, D.ª Juana Enríquez, será madre del infante de Aragón D. Fernando, que reinará en Castilla y Aragón, tras su enlace con la Infanta Castellana Isabel, serán reyes de Castilla y Aragón con el sobrenombre de los Reyes Católicos.
El plan del infante Juan concebido por su padre, era estar en Castilla para mantener en ella un poderío digno de la rama menor de los Trastamaras. Y una condición fundamental: que debería actuar siempre unido con su hermano, el hijo tercero del de Antequera, el Infante D. Enrique. Juan recibe de su padre una herencia fabulosa según constaba en su testamento del 10 de octubre de 1410. Ducado de Peñafiel, condado de Mayorga, villas y señoríos de Castrogeriz, Medina del Campo, Olmedo, Cuéllar y Villalón en Castilla. Haro, Belorado, Briones y Cerezo en La Rioja. Después de una estancia en Italia ante un posible casamiento con la reina de Nápoles, Juan desembarca en el puerto de Morvedre (Sagunto) y marcha a Castilla en compañía de su madre, D.ª Leonor, ya reina viuda, pues Fernando I de Aragón había fallecido a los treinta y siete años el siete de abril de 1416.
En mayo de 1418 está el Infante D. Juan en Medina del Campo. Aquí se proyecta su matrimonio con Blanca de Navarra. La boda fue en junio de 1420. La luna de miel duró una semana al recibir la grave noticia del golpe dado en Castilla por el Infante D. Enrique en la ciudad de Tordesillas, apoderándose de la persona del rey D. Juan II de Castilla, en el llamado por César Silió (4) atraco de Tordesillas. Boda que coincide con la del rey D. Juan II de Castilla con la infanta de Aragón D. María, hija de Fernando de Antequera.
EL INFANTE D. ENRIQUE Y EL GOLPE DE ESTADO DE TORDESILLAS
Eran los conjurados Don Enrique, Infante de Aragón, con sus parciales, el Condestable de Castilla Rui López Dávalos, el Adelantado Pero Manrique y Garci Fernán Manrique, los tres del Consejo Real. En el Palacio de Tordesillas se hallaban con el Rey, su mayordomo mayor, Hurtado de Mendoza y D. Álvaro de Luna, valido ya del rey, defensor de la institución monárquica frente a la oligarquía nobiliaria, y naturalmente enemigo de los Infantes de Aragón pero sin aparentar su verdadera postura.
El Infante y los suyos habían insistido mucho a Don Álvaro y al contador Fernán Alonso de Robles, muy influyentes ya en la corte y hechura de D. Álvaro, a que le ayudasen a lograr lo que el infante pretendía: por de pronto casarse con Doña Catalina, hermana del rey Don Juan y la dádiva del marquesado de Villena. Pero ni los halagos ni las promesas lograron que Alonso de Robles firmase los capítulos que don Enrique le envía ni la tercera petición: que figurasen Fernán Alonso de Robles, y sobre todo D. Álvaro, entre sus amigos.
En cuanto a la Infanta Doña Catalina es su problema personal. La poca simpatía que inspiraban sus galanteos eran rechazados por la Infanta sin lograr Don Enrique vencerlos a pesar de sus reiteradas protestas de amor.
Pero además de estos devaneos, lo importante para Don Enrique y los suyos era preparar el secuestro del rey. Y la coyuntura se presentó con la ausencia del Infante Don Juan que estaba en Pamplona por su matrimonio con la reina de Navarra, Doña Blanca. Tenía el campo libre para sus planes del secuestro del rey, ya que al no contar con la aprobación explícita de su hermano D. Juan y éste disponía de más gentes de guerra que él, haría posible su fracaso. En secreto, un grupo de 300 hombres aguerridos y armados entró en la villa de TordesiIlas, antes que amaneciese, el 14 de julio de 1420 que era domingo. El Infante, en amaneciendo, oyó misa, y dijo que iba a partir para Aragón a ver a la Reina Doña Leonor, su madre, y quería despedirse del Rey. Sonaron las trompetas y con toda su gente se encaminó a Palacio, donde contaba con la complicidad de Sancho Hervás, que tenía la cámara de los paños del rey. Con D. Enrique iban Pero Manrique y Garci Fernández Manrique, los tres cubiertos con capas pardas para no ser reconocidos hasta entrar en Palacio.
En llegando a Palacio cerraron las puertas para evitar entradas inoportunas, y se fueron directamente a la cámara de Juan Hurtado, donde penetró Pero Niño, con la espada desnuda y diez hombres de armas, que por orden del Infante, le ponen preso por orden del Rey. Sorprendido Hurtado, que se hallaba en la cama con su mujer, Doña María de Luna, hizo ademán de echar mano de la espada, que tenía en la cabecera, pero desistió y se dio por preso.
De igual modo prendieron a Mendoza, señor de Almazán, que también dormía en Palacio. Don Enrique y sus compinches fueron a la cámara real, cuya puerta abrió el cómplice Hervás. Dormía el rey y a sus pies, como perro guardián, don Álvaro de Luna. El Infante despertó al rey diciendo: «Señor, levantaos, que tiempo es». El Rey turbado y enojado dijo: X ¿Qué es esto?». El Infante le explicó que había venido para librarle de la sujeción que estaba y alejar de la Corte algunas personas que obraban en contra de su servicio. El cronista de Álvaro de Luna y no el cronista del Rey, cuenta, que sin alterarse D. Álvaro dijo: «¿Buena gente, tan mañana, dónde? ¿Hoy se vos olvida la reverencia, Infante, la reverencia que a los reyes es debida, cuanto más al nuestro Rey e señor natural?... Pluguiese Dios que agora yo fuera muerto, e vosotros no oviéses cometido tan deshonesto y abominable fecho.
D. Enrique, que no desistía del propósito de ganar para su causa a D. Álvaro, intentó aprovecharse de encontrarle sin gente leal. Y como no se hallaba seguro de su éxito y temía la llegada de su hermano el Infante Juan con su abundante tropa, la mejor solución era abandonar Tordesillas con el Rey, quien prisionero no tenía más defensa que D. Álvaro de Luna que no disponía prácticamente de ninguna fuerza.
La que sí resistió, como siempre cuanto pudo, fue la Infanta Catalina, refugiándose en el Monasterio vecino, pretextando que iba a despedirse de la madre abadesa y haciéndose fuerte en él.
D. Enrique pensó ir a Segovia pero el alcaide del Alcázar se podía oponer a recibir como preso al Rey y por ello Juan Hurtado, que dudaba de la empresa, no tomó el camino de Segovia y marchó a Olmedo a la espera de poder encontrarse con la aguerrida comitiva del Infante D. Juan, que ya conocía lo ocurrido por un informe del Arzobispo de Toledo y había ordenado a su gente concentrarse en Peñafiel, su señorío y bastión, ante la felonía hecha por su hermano. Mientras, el rey prisionero se veía forzado a ir a Ávila, para velarse en dicha ciudad con su esposa, Doña María. Se convocaron Cortes en Ávila. Allí en su catedral, reunida la corte, diputados y las gentes de D. Enrique, el arcediano explicó que los hechos habidos con el Rey se habían hecho con su aprobación. Todos los diputados lo aprobaron menos los de Burgos. Por su parte estaban dispuestas a intervenir conciliadoras, la reina viuda de Aragón Doña Leonor y Doña María, hermana del rey Juan II de Castilla, casada con Alfonso el Magnánimo y Regente en Valencia por las ausencias de su esposo. El Infante Don Juan, con sólidas dudas sobre la voluntad del Rey Juan II de Castilla ante aquellos hechos, envió una carta a Fernán Alonso de Robles con el ruego que se cerciorara del caso por Don Álvaro. La respuesta le hizo saber que haría un gran servicio al rey liberándole. D. Juan juntó en Cuéllar a sus leales y se preparó para una guerra que parecía inevitable.
D. Enrique seguía amparándose en la supuesta confianza del rey y no abandonaba su presa. En el camino de Ávila a Talavera, región en buena parte montañosa, el rey D. Juan, con el pretexto de una cacería, pensó fugarse. Don Álvaro puso pegas al proyecto, así como que-darse en algún lugar seguro para poder defenderse. En este camino a Talavera la Infanta D.ª Catalina abandonó sus mohines de rechazo y los halagos de D. Enrique encontraron mejores respuestas. El rey hizo merced a su hermana con el pingüe regalo de bodas del Marquesado de Villena, dominio real en aquel momento. El Infante D. Enrique, ya que no podía ser rey como sus hermanos Alfonso, Juan y María, exigió que el marquesado se convirtiera en Ducado. D. Álvaro de Luna, el valido del rey, como pago a su tortuosa amistad con los presentes, el Rey le hizo Conde de Santisteban de Gormaz. En noviembre de 1420 se celebraron casi simultáneas la boda de D. Catalina D. Enrique, y la de D. Álvaro de Luna con D.' Elvira de Portocarrero, hija del señor de Moguer. No hubieron fiestas en ambas bodas. Y en los circundantes crecían los recelos y divergencias como presagio de nuevos alborotos.
Pero nuestra atención gira sobre la personalidad del Infante D. Enrique y los sucesos que le llevaron a las mayores desventuras. El Infante D. Enrique, que como miembro del Consejo Real es de hecho el amo de Castilla, quería completar su mando teniendo bajo su tutela al rey. Con su matrimonio, ducado de Villena y el maestrazgo de Santiago, se consideraba seguro de las intrigas de sus adversarios. Pero no de su peor enemigo, D. Álvaro de Luna, el valido, estrella ascendente en el firmamento político de Castilla. ¿Si su hermano Alfonso tenía Aragón, Navarra era de Juan, por qué no Castilla para él? No podía encontrar mejor referencia familiar: el primer Trastamara que vence a Pedro I en el fratricidio de Montiel.
Desde el Consejo Real el Infante D. Enrique tenía su parte en las resoluciones del gobierno de Castilla como por ejemplo las que llevaron a cabo a la formación eficaz de la Marina de Guerra de Castilla como se demostró con el triunfo de Rouen frente a Francia. En este año de 1420 tiene más adhesiones pero olvida al mejor sostén del poder monárquico: D. Álvaro de Luna, y su objetivo político es el Consejo Real como centro del gobierno de la Monarquía. De este modo, piensa D. Álvaro que eliminado D. Enrique hará del Consejo Real un órgano de Gobierno exclusivo del Rey y hasta poder equipararlo, salvando las distancias, a un gobierno constitucional de la monarquía sin más control que los órganos administrativos y sin fuerza la oligarquía nobiliaria.
LA FUGA DEL REY
Con el pretexto de ir de caza, pues por parte del Rey y no siempre con la complacencia del valido se organizaban excursiones campestres. En una ocasión que D. Álvaro consideró favorable, proyecta con audacia una ofensiva política que le permitiera: la liberación del monarca, la destrucción de D. Enrique y el establecimiento de un gobierno basado en la autoridad del rey.
D. Álvaro de Luna en compañía del rey con un grupo de nobles adictos salieron de Talavera el día 29 de noviembre de 1420. En dos horas llegaron a Villalba que por sus malas condiciones de defensa abandonan. El día era frío. Atravesaron el río Tajo en barca, que- por su crecida tuvo problemas de travesía. Ya de noche llegaron al Castillo de Montalbán hambrientos y cansados. Sólo una persona lo habitaba. Se acomodaron y avisaron su presencia y la necesidad del Rey en lugares vecinos que los atendieron. D. Enrique pernoctaba en Talavera y al llegar el día se enteró de la huida del Rey, y circulaban noticias del Infante D. Juan, ya de camino junto con gente de guerra. La solución más inmediata para D. Enrique era poder encontrar al Rey antes de la llegada de su hermano Juan. Tomó militarmente los cerros de la cordillera, se destruyeron las barcas existentes en el río, se hizo el cerco como se pudo al Castillo de Montalbán. Se intenta evitar toda ayuda y hacer posible su rendición. Necesitaba más leales para hacer efectivo el cerco y les envía cartas.
Movilizan sus fuerzas Rui López Dávalos, Garci Fernández y Pedro Manrique. El 10 de diciembre conoce D. Enrique que su hermano Juan con sus gentes de guerra está en Móstoles y ordena levantar el campo. D. Álvaro de Luna le promete no entregar el poder al Infante D. Juan. D. Enrique sin despedir sus tropas marcha a Ocaña amparándose así en la mejor fortaleza de su Orden. Como libertador del rey D. Juan II acude el Infante de Aragón y Rey de Navarra D. Juan con sus tropas al castillo de Villalba pero pronto se percató de que no era el vencedor de la jornada sino simplemente había servido para hacer desistir a su hermano el Infante D. Enrique de una empresa que no podía tener buen fin. El triunfo era de D. Álvaro de Luna. Y en Villalba el rey, con gran sorpresa para todos, estaba dispuesto a cumplir lo prometido a D. Enrique en la noche de Talavera. Y como si nada hubiera ocurrido marcha a Talavera, cruzando nuevamente el Tajo por el vado de Malpica. El futuro lo marcará el propio rey. D. Álvaro respiró tranquilo pues temió un nuevo rapto del rey por el Infante D. Juan, ya que en este momento no hay en Castilla más tropas armadas que las de los Infantes de Aragón: D. Juan y D. Enrique.
LA DERROTA DEL INFANTE D. ENRIQUE
Las negociaciones duraron un año. Desde Ocaña el Infante D. Enrique iba tomando villas y lugares del mejor señorío de Castilla: su Ducado de Villena. Sus agentes ocuparon todo el territorio nobiliario a excepción de Alarcón, Chinchilla y García-Muñoz que resistieron. Pero este mismo señorío era la clave de los acuerdos de los vencedores: eran nulas todas las donaciones reales hechas, pero se respetaban las propiedades de D. Álvaro: su Condado de Gormaz, ya que ambas mercedes habían sido simultáneas. Por su parte D. Enrique alegaba que el Ducado de Villena era propiedad de su mujer, la Infanta Catalina, al ser su dote, y a una infanta de Castilla no se le podía enajenar aquella propiedad.
El bando del rey se iba fortaleciendo. Así como otros, D. Alfonso Yáñez Fajardo, Adelantado de Murcia, que había ayudado a D. Enrique, como amigo en sus encuentros en Villena, prestó finalmente fidelidad al Rey, quien a este tenor iba acumulando tropas. Y en aquel verano de 1421 convocó Cortes para obtener autorizados subsidios para pagarlas. D. Enrique, por su parte, se había echado al campo con sus tropas desde Ocaña diciendo que iba a Arévalo.
Alfonso de Cartagena le salió al paso y le dio la orden de Juan II de detenerle y esperar sus órdenes. No se detuvo. Avanzó hasta Guadarrama donde por una noche instaló su cuartel, mientras la vanguardia de sus tropas mandadas por Pedro Manrique y Pedro Velasco cruzaban el puerto de los Leones y se apoderaban del Espinar (10 de julio de 1421). Pero la retaguardia de D. Enrique vacilaba y estaba dispuesta a la deserción. D. Enrique pagó a su gente, 2.000 lanzas y 300 jinetes que se disolvieron tras el tradicional alarde (5).
El 23 de octubre de 1421 está el rey en Toledo. D. Álvaro de Luna, no contento con la derrota de Enrique, deseaba la destrucción de sus contrarios. D. Enrique, retirado en Mentid, espera. Se resiste a presentarse al Rey. En diciembre hizo proposiciones concretas. El Consejo Real deliberó en diciembre del mismo año. D. Enrique exigía un seguro para él y para los suyos. Con fecha del 21 de abril de 1422 llegaron los salvoconductos de su seguridad. El día 13 de junio estaban en Madrid, residencia del Rey, con los restos muy reducidos de sus leales.
Pudo haber huido a Aragón como hizo su esposa que desde Villena se refugió en Denia y por tanto en Aragón. Pero como valiente que era prefería mirar las cosas cara a cara. Los días 13 y 14 sólo quedaba en Madrid D. Álvaro de Luna para recibirle. Cartas acusatorias se habían expuesto de posibles connivencias de D. Enrique con el rey de Granada. Se hizo el reparto de despojos. El bando vencedor dicta su ley: todos los nombramientos y mercedes otorgados durante el secuestro del rey son abolidos. Por el contrario, el Ducado de Villena prevaleció, puesto que al pertenecer a la Infanta como dote de su boda estaba exento. Agentes reales en el Ducado incitaban a la rebelión en sus villas y ciudades. Su suerte estaba echada. El 14 de junio fue preso y confinado en Mora. Su esposa, que se encontraba en Villena, pasa con gente amiga a Denia primero y después a Valencia. En sus notas sobre el Marquesado de Villena, D. Joaquín Candel dice que la Infanta pasó a Aragón después de ser desposeída de sus joyas en Castilla.
El Consejo Real ya con nuevos miembros, acuerda treguas con Granada tres años más. El valido aumenta su poder. Para mejor disponer de los procuradores se acordó que sus emolumentos dependieran directamente del Consejo y no de las ciudades como hasta entonces. Eran detalles para tenerlos en cuenta a la hora de votar los subsidios.
Las noticias llegaron a Nápoles, donde el rey D. Alfonso el Magnánimo preparaba su sucesión en su hijo bastardo D. Ferrante. Las nuevas de Castilla le afectaban como hermano del Infante D. Enrique y con su intervención se hizo el tratado de Torre de Arciel el 3 de septiembre de 1425. El Tratado acuerda dejar en libertad a D. Enrique y la devolución de sus bienes incluyendo el Ducado, que D. Enrique rechaza, pero percibe la cantidad de 250.000 florines de Oro como compensación abandonando así sus pretensiones sobre Villena, que vuelve al patrimonio de la Corona de Castilla.
NOTAS
La Mesta, 1273-1836. Julio Klein. Revista de Occidente. Madrid, 1936.
«Arquitectura Renacentista Valenciana (1500¬1570)». Varios autores. Ed. Bancaixa. Valencia, 1994.
Els Trastamares (XV). Jaume Vicens i Vives. Historia de Catalunya. Biografíes Catalanes. Volum 8. Barcelona, 1988.
César Silió Cortés: «D. Álvaro de Luna y su tiempo». Madrid, 1941.
Luis Suárez Fernández: «Los Trastamaras de Castilla y Aragón en el siglo XV». H. de España, R. Menéndez Pidal. Torno XV. Madrid, 1954.
Extraído de la Revista Villena de 1997
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