3 sept 2024

1995 MORUS ALBA

Morus Alba. Por JOSÉ V. MARTÍNEZ GARCÍA
A Virtu
Todo comenzó hace mucho, mucho tiempo, cuando todavía era un niño:
«Había un niño pequeño que vivía en una casa como cualquier casa, con sus ruidos, sus risas y sus llantos; con sus alegrías y sus penas. Allí fue donde nació nuestro protagonista y allí donde poco a poco fue desarrollándose.
La casa tenía un gran jardín lleno de árboles, arbustos, flores, animalillos y vida. Allí fue donde el viento, por azar o tal vez no, dejó caer en un rincón, una semilla de morera. Así fue cómo diez meses antes del nacimiento de nuestro protagonista, arraigó esta semilla.
Creció nuestro amigo y también el árbol. Al principio uno y otro eran desconocidos, hasta que transcurridos catorce años y casualmente, el destino hizo que se vieran por primera vez cuando él comenzó a interesarse por la botánica. Vio arces, pinos, abetos, sauces, etc..., todo tipo de árboles, pero fue la morera la que le llamó la atención.
Comenzó a sentirse especialmente a gusto con aquel rincón porque cuando quería sombra la morera se la daba, cuando quería sol, también, cuando quería paz, cuando...
Poco a poco fue naciendo un extraño vínculo entre ambos. El chico llevó allí a amigos con quienes jugó a su sombra, más tarde a su primer amor, también llevó su primera discusión, su primera pelea y su primer llanto.
Así fue como parecía que el árbol quisiera arroparle entre sus ramas, pero él iba y venía.
Siempre que le apetecía estar a solas se acercaba a aquel rincón, hablaba con el árbol, se encaramaba a sus ramas, se divertía. Pero al igual que se acercaba, también se alejaba durante mucho tiempo.
El niño se convirtió en muchacho. Pasó largo tiempo sin visitar aquel lugar. Así transcurrieron días, semanas, meses y años. Fue creciendo y se hizo hombre. Tuvo su trabajo, tuvo sus escarceos amorosos, pero nunca le satisfacía aquello que veía.
Un día se acercó a aquel árbol que de pequeño tanto le hizo disfrutar. Volvió a aquel rincón, volvió a su viejo amigo, volvió a jugar con él, a hablar con él, a quererlo. Se echó a su sombra y durmió, pero en su extraño sueño vio cómo debajo del árbol, enterrado entre la maleza, encontró una inscripción en letras extrañas. Consiguió, sin saber cómo, leerla y descubrió que antes allí hubo otro árbol, pero que los hombres habían arrancado. Sólo pudo salvarse una semilla de la que brotaría una nueva generación de aquel árbol que hiciera cumplir los sueños de los hombres.
Despertó de aquel sueño, se levantó, miró al árbol, no viendo nada extraño excepto una mora de color rojo intenso y muy grande, la cogió, la comió, volviéndose a quedar dormido. En el sueño vio cómo el árbol sacaba sus raíces, lo envolvían y lo estrujaban, pero en vez de gritar, decidió confiarse a él, así fue como todas las raíces y ramajes lo cubrieron, pero no sintió nada extraño. Poco a poco su cuerpo se humedecía por un extraño líquido, su rostro sintió un suave tacto, un embriagador perfume y fue así como despertó.
No pudo moverse, algo lo oprimía suavemente. No entendía qué era aquello. Ante su espectáculo observó cómo las ramas se convertían en carne, en huesos, en persona, y del árbol que años antes hubo, surgió una hermosa dama que lo abrazaba y besaba.
Así fue como nunca más se separó de aquel árbol mágico y cómo encontró a la persona a la que quería.
Extraído de la Revista Villena de 1995 

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