Villena: problemas medioambientales.
Por FRANCISCO ARENAS FERRIZ
Le dijo anoche Madroño a la hija del tío Nules, si quiés tener tieso el moño bebe agua der Bordoño que echa gustico a cojules.
Resulta cada vez menos aventurado afirmar que algunos de los problemas más amenazadores que afectan a la humanidad, y que en estos cinco años que nos separan del fin del milenio no parece que vayan sino a agravarse, tienen un importante componente ecológico. La lógica del desarrollismo desenfrenado —y su complementaria ideología consumista— han hecho de nuestro planeta un territorio esquilmado y moribundo, que ve amenazada su propia supervivencia y, por supuesto, la de las generaciones futuras que han de ocuparlo.
Aunque el mal es universal, incide de manera desigual en unos u otros lugares. Quisiera por ello en las líneas que siguen referirme a alguno de los problemas que afectan más directamente a nuestra tierra y de los que podrían entresacarse los tres siguientes: el agotamiento de los recursos hídricos, la desertización y la eliminación de los residuos sólidos.
La sensibilidad ante el problema del agua —que hoy ha cobrado una preocupante actualidad— en nuestra zona es precoz en relación a otros lugares de España. El problema también puede ser calificado como tal, porque en Villena llevamos más de un siglo experimentando las dolorosas consecuencias de una política irreflexiva e implacable en el uso y abuso de los recursos naturales. De ser un histórico vergel de aguas caballeras, según atestiguan conocidas crónicas y aun testimonios de villenenses vivos, Villena ha pasado a convertirse en menos de cien años en un territorio semidesértico de cuyas abundancias anteriores sólo quedan como testimonio los toponímicos: Las Fuentes, la calle El Hilo, La Fuente del Chopo, El Bordoño, La Puentecilla, La Fonnegra, etc. (Soler recoge en su Diccionario Villenero más de setenta toponímicos del siglo XVIII relacionados directamente con el agua). Lo que nos queda hoy de aquellas pasadas riquezas son unos castigados —pero todavía valiosísimos— acuíferos que administramos torpemente a pesar de su importancia para el futuro de nuestra tierra y nuestra gente.
Según informaciones ampliamente divulgadas el 97% del agua existente en el planeta se encuentra en el mar. Del 3% restante, el 79% es hielo, un 20% agua subterránea y sólo un 1% es agua accesible en superficie.
Los acuíferos subterráneos almacenan, así pues, la reserva de agua dulce más importante del planeta, si se exceptúan los casquetes polares y los glaciares.
Las dos terceras partes de agua potable se encuentran retenidas en el subsuelo.
En España, la capacidad mínima útil de los acuíferos es de unos 300.000 Hm. cúbicos, suficientes para abastecer al país durante 10 años en el hipotético caso de que no cayera una gota. Las subterráneas son, además, aguas de una excepcional calidad, siempre que no estén salinizadas o contaminadas.
Existen en nuestro país varios cientos de acuíferos conocidos y catalogados. Entre ellos, los de nuestra comarca pertenecen al grupo de los más antiguamente investigados debido a su pronta utilización y, también, pronta sobreexplotación.
Hasta el s. XIX los riegos de Villena y de algunas poblaciones del Vinalopó abajo se efectuaban con las aguas sobrantes de las fuentes de la ciudad y de las de la fuente del Chopo, que manaban naturalmente (en la temprana fecha de 1270 el infante D. Juan Manuel otorgaba a los pobladores de Elche el privilegio de utilizar las aguas sobrantes de la Fuente del Chopo). Como consecuencia de varios períodos de sequía se iniciaron a finales del siglo pasado las extracciones forzadas por medio de estaciones de bombeo que no tardaron en producir la disminución de caudales, y aun la desecación, de las fuentes naturales.
En respuesta a tal hecho, el año 1909, el Ayuntamiento de Villena ordenó que cesaran las prospecciones que se llevaban a cabo en el Zaricejo y, poco después, ante la magnitud del problema generado, solicitó al gobierno que enviase una comisión de ingenieros para que investigara la minoración de las aguas. El problema no hizo más que agravarse y el Canal de la Huerta (más conocido como el de los alicantinos), que bajaba las aguas para regar las huertas de Alicante fue bautizado por los villeneros con el significativo apelativo de Canal de la Muerte. La prensa local se hizo eco de esta situación y D. Tomás Giner, farmacéutico y erudito local, escribía estas dramáticas palabras en el número de enero de El Bordoño:
La defensa de nuestras aguas, la lucha por la vida de Villena es justa, racional, obligatoria y santa. Hay que decretar de modo solemne, oficial, una contribución en metálico, otra de inteligencia y otra de voluntad para que logremos que nos restituyan nuestras aguas, impidamos puedan perjudicar las existentes y alumbremos otras nuevas que vayan a regar los secanos de nuestro pueblo y con ello acrecentar las riquezas y bienestar de nuestro pueblo.
En los primeros días de febrero una mano misteriosa volaba con dinamita tres metros del Canal del Zaricejo.
La batalla por la defensa del agua es, pues, muy antigua en Villena y sus resultados han sido prácticamente nulos. El semanario festivo literario local El Bordoño, al que aludíamos antes, desarrolló durante un amplio período una vehemente campaña de cuyo escaso éxito se quejaban sus redactores en el número del 3 de agosto de 1913 con estas amargas palabras:
A grandes males grandes remedios, suele decir el mundo entero cuando se impone algo necesario, urgente; pero esos proverbios de práctica sabiduría no rigen en los pueblos que como Villena rinden culto al estéril individualismo y tienen como esencia de su actuación pública y social al atonismo más exagerado. Pueblo que tiene aversión ingénita a asociarse (...) ciudad que para defender y producir su riqueza huye, con la desconfianza retratada en su semblante malicioso, de la asociación fecunda (...) Por eso no nos extraña que caigan en el vacío más absoluto nuestro pensar y sentir sobre un problema de tanta trascendencia como la canalización inmediata de la Huerta y Partidas.
En el Libro Blanco de las Aguas subterráneas, publicado recientemente por el MOPT, se señala la presencia de tres acuíferos en nuestro término municipal: El de Jumilla-Villena, con un déficit (el desfase entre entradas y salidas) anual de 30 Hm. cúbicos y unas reservas de 1900. Es decir, que si siguen las extracciones al ritmo actual (lo normal es que tal ritmo se incremente), tendría unos 60 años de vida. El de Yecla-Benejama-Villena, con unas reservas similares, tiene un déficit de 7 Hm., el mismo déficit que el acuífero de Peñarrubia, si bien éste posee unas reservas mucho menores.
Las dimensiones del problema son, evidentemente, de enorme magnitud. En todo caso, no resultan nuevas. Por esa razón el trasvase de aguas desde el Júcar al Vinalopó se ha visto como una posible solución desde antiguo. Las primeras noticias de peticiones en tal sentido se remontan al s. XV y fueron realizadas por los pobladores del Bajo Vinalopó. Pero lo que se ha hecho desde entonces se resume en una sola palabra: nada (si se exceptúan los proyectos y los estudios sobre el tema). Hoy se poseen datos mucho más precisos que entonces sobre este problema, es cierto. Sin embargo, la acumulación de datos no ha sido ni mucho menos determinante para su solución.
En todo caso hay que aceptar que el problema es mucho más agobiante que en otros tiempos. Nuevos regadíos, incremento de la población, especialmente en la costa, prolongadas sequías, aumento de las demandas industriales y urbanas, etc., son algunos de los capítulos de esta cuestión de cuya solución depende no sólo la supervivencia de Villena, sino la del sureste español en su totalidad.
El segundo de los problemas a ros que me refería al principio es el de la desertización, fenómeno que descarna al suelo y lo torna improductivo. Según El Atlas Gaia de la Gestión del Planeta alrededor de 11 millones de hectáreas de tierras cultivables se pierden anualmente por esta causa en todo el mundo. España es el único país europeo con grave riesgo de desertización, según advierte la ONU. Casi la mitad del suelo nacional está aquejado de esta enfermedad. Un 15% del total de modo agudo. El asunto es común, pues, a diversas regiones de nuestro país, pero se agrava especialmente en la franja levantina en la que nos encontrarnos, como reconocen los estudios publicados al respecto. En la Comunidad Valenciana alrededor de un millón de hectáreas se encuentran aquejadas por niveles altos o muy altos de erosión, siendo la provincia de Alicante la que más ampliamente sufre este mal.
La causa principal, aunque no la única, es bien conocida: la deforestación y los incendios forestales seguidos de lluvias torrenciales que arrastran el manto fértil del suelo. La proporción en que este problema incide en las 34.500 has. de nuestro término no la conocemos con exactitud, pero podemos estar razonablemente seguros de que es importante. La mayor dificultad que existe para combatir tan peliagudo asunto es la falta de conciencia del mismo, debido a su carácter poco espectacular y al hecho de que las medidas a aplicar exigen planes a largo o medio plazo. También de este problema encontramos ecos en nuestra historia particular. Las Ordenanzas de Aguas de 1726 disponían que en la Huerta se plantara un árbol por tahúlla y Guillén (firmado Nélliug) exaltaba en el número 78 de El Bordoño a la defensa del arbolado con estas palabras:
Las autoridades locales (...) procuren repoblar los montes y todos aquellos lugares que lo permitan (...) conseguirán inculcar en el niño el amor del árbol, a la par que enriquecerían nuestro suelo, honrando su paso por el municipio y consiguiendo, además, el testimonio de amor y afecto de las posturas generacionales.
El último de los problemas a que quiero aludir es el de los residuos sólidos.
Aunque la importancia de éste es inferior a la de los ya reseñados, su evidencia es mayor por la extensión con que nuestro término exhibe la presencia del mismo. Amplias zonas de nuestro término se hallan cubiertas por desechos de todo tipo sin que se haya encontrado hasta el momento el medio de controlar este fenómeno, que aumenta de modo alarmante año tras año. La ubicación conjunta del vertedero municipal y la planta de reciclaje de basuras en la partida de Los Cabezos ha convertido toda la zona en un inmenso vertedero cuyos límites se amplían constantemente hasta rebasar sobradamente la línea de la carretera de Yecla. Los villeneros y villeneras que se dirigen a pie al Santuario los domingos comprueban con tristeza cómo las bolsas de plástico en las que se recoge la basura que tiran por la noche en casa, ondean por la mañana, como banderas cuyos mástiles son rastrojos y casquijos, en el entorno de su recorrido. Vertidos incontrolados en ramblas, parajes y solares localizados en el casco urbano y sus alrededores se multiplican, por otra parte, a una velocidad de vértigo.
No terminan aquí nuestros problemas ecológicos, claro es. Podríamos alargar la lista algunas páginas más todavía. Pero no es el propósito de este artículo hacer una relación exhaustiva de los mismos.
Mi intención es únicamente la de llamar la atención sobre alguno de los más alarmantes y, fundamentalmente, sobre un factor que, desde mi punto de vista, contribuye a agravarlos enormemente: la escasez de iniciativas por parte de nuestra población para ponerles remedio, hecho que enraíza, seguramente, en la insuficiente conciencia ciudadana de los mismos o, tal vez, en un inmovilista pesimismo con respecto a su posible solución. Habrá que recordar una vez más esa conocida máxima ecologista que afirma que aunque los problemas ecológicos son globales, universales, su resolución dependerá, al menos inicialmente, de las acciones parciales y locales que los acometan. Extender el conocimiento de todos ellos, educar a los más jóvenes en la responsabilidad de su imprescindible solución, multiplicar las actuaciones que disminuyan su gravedad y otras acciones similares constituyen uno de los más importantes desafíos que tenemos los villeneros para este final de siglo.
Como decía Guillén, en el párrafo citado anteriormente, sólo así conseguiremos el testimonio de amor y afecto de las futuras generaciones.
Extraído de la Revista Villena de 1995
INSTANTÁNEA
¡CANAL DE LA MUERTE!
Con este nombre denominan al «Canal de la Huerta de Alicante» todos los hijos de Villena, y no les falta razón.
Muchas pobres familias han perdido seres queridos por culpa de los arrozales, causando enfermos con las perniciosas fiebres producidas en sus mefíticas aguas, yendo al otro mundo quienes no han podido vencer tan cruel enfermedad.
Ahora quieren llevarse las aguas á la huerta de Alicante; y lo que no han podido hacer las calenturas, lo hará la sequía en que han de quedar las huertas de esta población, inundando de miseria y ruina á muchos pueblos.
Extraído de la Revista Villena de 1995
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