Nochebuena haendeliana. Por ANTONIO SEMPERE BERNAL
Si hay dos fechas en las que los villenenses tenemos que pasar en la tierra, éstas son el 5 de septiembre y la Nochebuena. Relataré a continuación una actividad realizada el sábado 24 de diciembre de 1994, en el seno de la Asociación de Amigos de la Música.
De todos es sabido que dicha entidad programa semanalmente unas audiciones, los sábados por la tarde. Para esta fecha señalada se había escogido como programa monográfico «El Mesías» de Haendel, mi composición emblemática, algo así como mi música de cabecera.
Por lo que me dispuse, a partir de la sobremesa, a vivir el ritual propio de los escasos asociados que frecuentan esta convocatoria. Porque ritual es todo lo que realizan estos miembros de la asociación sábado a sábado.
El punto de encuentro se sitúa en el Negresco. Aunque el programa oficial dice que las cinco y media de la tarde marcan la hora de inicio de la audición, lo cierto es que este momento es el de la llegada, tranquila y campechana, de los asociados a la tertulia de café.
Un café distendido en el que se habla de lo humano y lo divino. Ni siquiera la proximidad de la cena de Nochebuena, habida cuenta de la larga duración de «El Mesías», retrotrae a estos miembros de cumplir con lo establecido. Los asistentes en esta ocasión, somos nueve. Yo acudo junto a mi padre, José Sempere. Además, son fieles a la cita sabatina Paco Tomás, Luis Ortega, Miguel López, Eduardo Ibáñez, Antonio Martínez, Jesús Soto y Ginés Azorín.
Son las seis de la tarde, pero no hay prisa. Paco ha sido el encargado de traer el álbum que se va a escuchar. Son tres discos de vinilo de los que ya casi no se fabrican, duros como el cristal. Paco los luce orgullosos, «toca, toca».
Orquesta de Valencia, dirigida por su titular Manuel Galduf, interpretando, por primera vez en Villena, la Sinfonía en Re menor, de Ruperto Chapí, en el XII Festival Internacional de Música, organizado por la Asociación de Amigos de la Música (Teatro del Colegio Salesiano, 16-9-1994)
Por fin, la comitiva se decide por abandonar el Negresco, y a dirigirse a la sede de la asociación de la calle Luciano López Ferrer, cedida por Apadis y compartida, por lo que me cuentan, con las amas de casa. Al llegar allí, por lo visto, una de las dos asociaciones ha celebrado los prolegómenos navideños, y es inevitable recoger los restos del festín, antes de ubicar la parafernalia musical. A ello se aprestan los integrantes de la audición.
La que no se puede eludir es la presencia de las cajas de juegos que donaron los miembros de la comparsa de Andaluces a Apadis en la ofrenda del 7 de septiembre, que todavía permanecen en el mismo rincón donde se depositaron.
«Estoy harto de leer cuantas piezas tienen los puzzles», musita uno de los habituales. Y es que, al tratarse de escuchar sin ver en ninguna pantalla, es inevitable que la vista se dirija a varios puntos fijos a lo largo de la audición, entre los que figuran las citadas cajas.
La noche va cayendo, y las seis caras que contienen la exquisita música de Haendel emocionan a la media docena de asistentes a la reunión.
A las nueve, hora del mensaje real, tocan retirada con el consabido deseo de felicidad para la noche. Es en este asociacionismo íntimo, militante, puro y duro, donde se percibe la vitalidad de un pueblo. El nuestro cuenta con las más variopintas entidades que abarcan todas las opciones imaginables.
Estas líneas rescatan del anonimato uno de los cientos de ratos que a lo largo y ancho del año viven las distintas asociaciones ciudadanas y sus activísimos miembros.
Extraído de la Revista Villena de 1995
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