26 ago 2024

1995 FUNDACIÓN MUNICIPAL «JOSÉ MARÍA SOLER»

Fundación Municipal «José María Soler» Por ALFREDO ROJAS
La Fundación «José María Soler» se constituyó a finales de 1992 «...con el fin de conservar adecuadamente el patrimonio documental, bibliográfico y audiovisual donado por D. José María Soler al Ayuntamiento de Villena», según dice, al pie de la letra, el artículo 2.º de sus estatutos, con un curioso criterio restrictivo de tal donación.
Otros fines son ampliar este fondo y promover su conocimiento. Y, a la vez, estimular trabajos de investigación y manifestaciones culturales de todo orden relacionados con la persona y la obra de D. José María Soler y sobre la ciudad de Villena.
Entre otras actividades que es innecesario reflejar aquí y en esta ocasión, se ha convocado y fallado en 1993 y 1994 el «Premio Museo Arqueológico José M.ª Soler» en dos modalidades: la de Enseñanza General Básica y la de Enseñanzas Medias. Y es criterio del Ayuntamiento local publicar en la revista «VILLENA» estos trabajos y el de seguir incluyéndolos en sus páginas en lo sucesivo mientras sean convocados.
Se insertan, pues, a continuación, los trabajos de los años citados; en la Revista de 1996 aparecerán los convocados en el presente año, que serán fallados el próximo otoño. De esta forma nuestra revista se constituye en continente de los premios anteriores y espera serlo de los futuros, para conocimiento de quienes deseen acceder a su lectura y como justo reconocimiento al mérito de sus autores.
A.R.
1993
Modalidad Educación General Básica.
«JOSÉ MARÍA SOLER: UN EJEMPLO» 
Autor, Javier Prieto Conca - 12 años
Colegio «EL GREC» Villena.
UNA PRESENTACION
Si José M.» Soler no hubiese descubierto el fabuloso tesoro, ese que todo el mundo llama «tesoro de Villena», ¿habría recibido tantos premios como ha recibido?, ¿estaría yo aquí escribiendo ahora de él? Seguramente no: pero la obra de Soler sería tan importante como es ahora, quizá no tan popular, igual que el tesoro sería tan brillante, aunque estuviese bajo tierra.
Quiero decir que el tesoro fue, como quien dice, quien le «descubrió» a él, más que él al tesoro. Llevaba años escarbando la tierra, buscando no un tesoro, sino el pasado de su pueblo, enterrado desde hacía siglos. Si esto fuese un acto público pediría para él un aplauso, no por encontrar el tesoro, sino por merecer encontrarlo.
José M.ª Soler ha dedicado su vida a los estudios. Esto no quiere decir que no tuviese tiempo de divertirse; al revés: desfiló en su juventud en la comparsa de estudiantes y hasta era, al parecer, un gran bailarín (o por lo menos eso decía en una entrevista grabada que he tenido ocasión de escuchar). Antes de obtener premios arqueológicos los consiguió de tangos y otros bailes. O sea, que hay tiempo para todo, aunque, como dice un refrán muy repetido por mi madre: «primero la obligación y luego la devoción».
APUNTE BIOGRAFICO: EPOCA DE FORMACION
En la misma casa donde todavía vive, precisamente en la habitación que le sirve de estudio, nació José M.ª Soler García el 30 de septiembre de 1905. De los seis hermanos que fueron, murieron cuatro; él y su hermana restante han permanecido desde aquellos lejanos tiempos.
Guarda en general un recuerdo cariñoso de sus padres y de la vida familiar de su niñez. De su padre recuerda su carácter un poco bohemio. Era buen aficionado a la escritura, tarea en la que hizo sus pinitos, y más tarde obtuvo el título de abogado. Su madre era gran aficionada a la música e intérprete de piano. De ella y de algunos tíos maternos le viene la afición musical.
Asistió a varias escuelas de Villena. Algún tiempo después comenzó el Bachillerato en un instituto madrileño, pero pronto le fue imposible continuar. Puede decirse que José M.ª Soler ha aprendido casi todo lo que sabe por su cuenta, de la vida y los libros, que son los mejores maestros. Apenas pasada la niñez marchó a Madrid, a casa de unos tíos que le animaron a presentarse a unas oposiciones de Correos. Se presentó... y los ganó. En su mucho tiempo libre tenía oportunidad de leer, estudiar, visitar museos e incluso tuvo un grupo de teatro. La juventud de Soler estuvo muy influida por la inestabilidad política: problemas con la monarquía, levantamiento de obreros, dictadura de Primo de Rivera... La familia de Soler no entendió que Alfonso XIII apoyara una dictadura, que se había estrenado con el destierro de Unamuno a Fuerteventura. De ahí que Soler se hiciera republicano siguiendo el ejemplo de D. José Ortega y Gasset, que fue un guía para muchos jóvenes con inquietudes intelectuales.
Nada más comenzar la guerra, su madre fue apresada ¡porque había protestado contra la quema de iglesias y obras de arte! Y cuando acabó, el que fue detenido y condenado por un año fue Soler, que había sido capitán republicano, todas las guerras son crueles; pero una civil es, además de cruel, estúpida.
LA MADUREZ: OBRAS Y LOGROS
El primer artículo de José M.ª Soler, según su propio testimonio, trató sobre las fiestas de Moros y Cristianos en 1926. Como sabemos, ¡no sería el último! Desde entonces hasta hoy, y aunque escribiese con letra muy pequeña, no podría nombrar aquí todas las obras de Soler, puesto que el espacio es limitado, así es que voy a referirme sólo a las que me parecen más importantes, sin que ello quiera decir que las demás carezcan de interés. Distribuiré por temas las obras seleccionadas, y dentro de ellos en el orden en que fueron publicadas.
En el campo arqueológico destacan El yacimiento musteriense de la cueva del cochino, El tesoro de Villena —sobre su más conocido descubrimiento— y el Eneolítico de Villena. Su labor arqueológica se plasma en el museo municipal que lleva su nombre. En el tema histórico y monumental podemos citar La relación de Villena de 1575 y Villena. Prehistoria. Historia. Monumentos. Ya en el campo musical, a mi parecer El polifonista villenense Ambrosio Cotes y El Cancionero popular villenense. Su dedicación a Villena y a los estudios sobre su pueblo se ha volcado en una imprescindible Bibliografía de Villena y su partido judicial.
Los largos años de estudio de una larga vida le han hecho acreedor a numerosos premios y distinciones. Aunque no sea la de más relumbrón, José M. Soler siempre ha dicho que, de todas ellas, la medalla de oro concedida por el Ayuntamiento de su ciudad es la más entrañable, porque fue concedida después de una votación popular. Además, ha obtenido el importantísimo premio Montaigne 1982, que la Universidad de Tubingon (Alemania) concede a una personalidad de los países europeos de lenguas y culturas latinas, en este caso a un investigador autodidacta de una pequeña población como Villena y por fin, la Universidad de Alicante le ha dado el doctorado «honoris causa» a quien ni siquiera terminó el bachillerato. Pero... ¿hay algún premio mayor que el trabajo realizado con vocación y apasionamiento?
LA LECCION Y EL EJEMPLO DE J.M.ª SOLER
Esa pasión la ha puesto Soler en todos sus trabajos, y no sólo tras descubrir el tesoro que (dicho sea de paso, brilla tanto que ha dejado en la sombra otros muchísimos «tesoros» que también ha descubierto Soler). Así ha hecho posible que pudiéramos conocer mejor nuestra historia, que no es una cosa sólo del pasado, sino algo que nos enseña a vivir el presente. Ya los antiguos dijeron que la historia es una «maestra de la vida». Creo que ésta es la lección más importante de las muchas que nos ha dado.
En fin, espero que después de leer mi trabajo no piensen que les he hecho perder el tiempo. Yo, por lo menos, lo he ganado al hacerlo. 
1993
Modalidad, Enseñanzas Medias.
«LA HISTORIA NOS CONTEMPLA» 
Autor, Jordi Gandía Navarro 15 años
Instituto de Bachillerato «Miguel Hernández» - Alicante.
Salvé el minúsculo y gastado peldaño de la entrada al Ayuntamiento. Entré desorientado y tuve que recorrer con la mirada el patio para localizar la entrada del museo.
Me quedé en la puerta pensativo. Vi el letrero que había en la parte superior del marco de la puerta: «Museo Arqueológico José María Soler». Miré con curiosidad, a través de los cristales, su interior a la vez que deslizaba mi mano por el picaporte haciéndolo girar. Conforme se abría la puerta de la sala percibí un aire denso y mágico que me hizo recordar la frase que, asombrado, pronunció D. José María Soler cuando descubrió el Tesoro; ¡La Historia nos contempla!
Sonó una alarma, y al instante, salió una chica joven,
¿Qué deseas? —me dijo amablemente.
Me gustaría ver el Museo si no causo molestias —contesté cordial.
No, no, adelante.
Quedé solo. Me vi de pronto rodeado de vidrieras. Eché un vistazo superficial, pero comprendí enseguida que detrás de esos simples cristales se encontraba la historia de un pueblo, de mi pueblo. Volví en mí y me acerqué a la vidriera que se hallaba contra la pared, perpendicular a un armario cerrado de color dorado y que tenía el aspecto de un cofre pero cuyo interior desconocía. La miré detenidamente: había una leja en la que se posaban cuatro cabezas humanas. Sus cráneos quedaban al descubierto al igual que sus mandíbulas y sus pómulos. Sólo les quedaban unos cuantos dientes. sus cerebros, arterias, venas, habían desaparecido.
Sus ojos eran huecos y diáfanos, profundos. Sus «miradas» reflejaban el asombro de la muerte, la agonía y desesperación del llanto interno: la soledad.
Parecían sonreír. Sus mandíbulas se habían agarrotado cuando estaban fuertemente estiradas. Se hallaban asombrados por el éxtasis de la muerte. Jamás habían sabido tanto. Ahora, imagino, estarían observando el desenlace de la Tierra exhaustos, porque contemplaban cómo la belleza del ser humano se destruía por la ira de la vida; los besos se tornaban venganza; el sosiego, guerra; la dicha se teñía de sangre; la eternidad dejaba de ser eterna; la muerte se moría sola de confusión.
Creí ver cómo las expresiones de sus caras se envolvían en la metamorfosis de la impotencia. Sus rostros cambiaban de postura lentamente, enojados.
Quedé paralizado, el silencio era cada vez más profundo y mi mirada parecía atravesar aquellos esqueletos. Traté de hacer la foto de su aspecto pero me era imposible. Intenté figurar que eran vanidosos, sabios, sabios como la muerte que les arropaba, honrados.
Ante mi asombro y con aquellas cabezas reflejadas en mis pupilas me vino al recuerdo una pregunta de su descubridor: ¿Cómo cantarían los cráneos que están en el museo? Pero sentí también tímidos balbuceos ininteligibles provenientes de aquellos descompuestos cuerpos. Balbuceos que trataban de advertir el fatalismo del presagio en la sociedad: su autodestrucción.
Miré hacia abajo, observé los múltiples utensilios que había. No deducía para qué los pudieron utilizar. Seguí con la vista cada uno de aquellos artilugios que me sorprendieron enormemente. Así pasé varios escaparates, cada vez que los salvaba me daba cuenta del sorprendente progreso del ser humano. Me percaté de pronto, de que en poco más de un cuarto de hora había volado sobre la historia de las civilizaciones y mis antepasados.
Fui viendo sus formas de vivir, el ocio, el consumo, el trabajo... Era evidente que el desarrollo de la vida era igual al de un ser humano: nace, se desarrolla, muere. Y me preguntaba si la tierra tendría el mismo final que la vida del hombre.
Sentí un temblor entre mis piernas, un picor, miedo. Tuve la sensación de que mi cráneo pasaba en el tiempo como aquellos que había visto y la gente quedaba atónita ante mí, se hacía especulaciones sobre mi vida, y yo, con la muerte reflejada en la profundidad de mi mirada los veía más absortos, más extrañado, también más dichoso.
Pasé la prehistoria y llegué a la era romana más pronto de lo que pudiera haber imaginado. El avance del ser humano era como un relámpago. Conseguía descubrir de lo descubierto.
Vi una espada partida y oxidada. Sentí la violencia con que palpitaba mi corazón. El silencio se hizo más denso. Parecía manar sangre de su punta. Estaba nerviosa, tenía que saciar su afán por la muerte y volar sobre las cabezas de las personas. Sentirse fuerte y poderosa: reina.
Coloqué mis dedos sobre el cristal deslizándolos y dejando mis huellas dactilares sobre él. Traté de simular que acariciaba la espada, que la levantaba con orgullo y frialdad. Supe que los humanos llevamos en la sangre la base de la violencia, de la ignorancia. De su resquebrajado metal evaporaba la esencia de la guerra. Pedía desigualdad a gritos. Me encontraba ante el arma con que se extendía el Imperio, con que se destruía una familia. El arma que dio nombre al remordimiento, a la locura, a la ambición.
El silencio que me había envuelto en la Historia se vio bruscamente roto por la voz dulce de Laura, la chica que me había atendido al entrar.
— Perdona, pero tengo que cerrar.
Permanecí callado, aún no había vuelto a mi época, el siglo XX, me costó reaccionar a sus palabras.
¡Ah!... ¿no puedo terminar de verlo? —tartamudeé.
Ella echó una sonrisa al aire denso de la sala y amablemente sugirió:
Ven mañana y lo vemos los dos juntos, te lo explico y te enseño el Tesoro.
¿Qué tesoro? —inquirí.
El que hay en el cofre —respondió.
¿Es que ahí hay un tesoro?
Sí, hermosísimo, mañana te lo enseño.
Quedé sorprendido, había intuido el contenido de aquel cofre pero tendría que esperar el día entero para poder observarlo. Caminé hasta la puerta atónito, no reaccionaba ante la realidad. Había quedado estancado en el lento proceso del tiempo. Estaba en un presente pasado.
Antes de salir desvié la mirada hacia las cuatro calaveras, sus rostros seguían imperturbables, atentos al desenlace, impotentes. Sus avisos se difuminaban en el aire como las pinturas de pastel y se redimían en simples esbozos de condolencia.
Abrí la puerta con el mismo cuidado que al entrar pero con más orgullo y satisfacción.
El resto del día lo pasé dándole vueltas a la frase de D. José M.ª Soler: ¡La historia nos contempla!. El crepúsculo dio paso a la noche y ésta, me sorprendió cuando regresaba a casa. Hacía mucho frío, demasiado. Andaba cabizbajo y mis pasos eran torpes, pero más sabios que antes. Saludé a mis padres con indecisión y los dejé en la mesa con la extrañeza de mi rara entrada a casa.
Había arrastrado el aire misterioso de aquella sala y era ahora mi habitación quien lo poseía. Estreché mis manos sobre la nuca y quedé tendido en la cama, absorto por la experiencia que había vivido; satisfecho porque había estado con mis más remotos antepasados a quienes no conocía, pero estaba seguro de haber estado con ellos sin importar los siglos que nos distanciaban.
Un recuerdo me perturbó la conciencia y me puse en pie. Encendí la luz de mi escritorio y, silencioso, como los reptiles, abrí el cajón. Entre papeles había un diario negro y polvoriento. Lo saqué con cuidado, soplé la tapadera y miles de partículas de polvo se entremezclaron con la luz de la lamparilla. Dejé el libro desnudo y busqué con ansiedad la página treinta y ocho. Una vez en ella examiné su contenido. Había un escrito que tenía más de dos años y en el que un día reflejé una sensación dolorida: «A veces pienso que la vida es un sacrificio por el olvido...».
Lo contemplé unos minutos. Cogí la pluma y la empapé en el tintero. Taché con seguridad la frase hasta no dejar 19i rastro de ella.
Estreché el diario contra mi pecho y me dejé caer en la cama pensando, soñando...
1994
Modalidad, Educación General Básica.
«ERAMOS UN PUEBLO CULTO» 
Autora, Pepi Tomás Serrano - 12 años
Colegio «Nuestra Señora de los Dolores» - Villena.
Soy una chica que he terminado 6.º de E.G.B. y hemos dado este año en el área de Ciencias Sociales la prehistoria y nos da una idea pequeña de cómo éramos en la antigüedad. Al principio eran unas lecciones poco comprensibles y con palabras muy raras y de difícil memorización como Paleolítico, Neolítico, Eneolítico, Edad del Bronce, Estratigrafía, Arqueología, cronología, lífico, sílex, menhires, dolmen, etc... que en definitiva eran unas lecciones muy raras y difíciles que nos daban una idea de que en aquel tiempo eran rudos, casi salvajes e «incultos».
Pero pocos días después fuimos a visitar la clase «El Museo Arqueológico José M.ª Soler» y cambié totalmente de opinión, allí nos estuvieron explicando las diferentes etapas de la prehistoria mostrándonos sus utensilios de cada época así como su forma de vivir y de su cultura y aquí quisiera desterrar de la mente de todos de que éramos «un pueblo inculto», pues yo también lo pensaba, pero ahora digo rotundamente que «éramos un pueblo culto».
Pude comprobar que, por ejemplo, no solamente empezábamos a cultivar la tierra, sino que eran expertos hortelanos, vi que cultivaron ajos, habas, cebada... que sabían dominar la cerámica con multitud de formas y adornos. Y que para ello utilizaban cuerdas a menudo con formas geométricas similares a las labores de cestería.
Gran atención me llamó la orfebrería «del tesoro de Villena», pues es de una gran perfección, por lo que no lo pudo hacer un aficionado, tuvo que ser una persona profesional y que antes de hacer este trabajo tuvo que haber hecho muchos más, también tuvo que hacerse cerca de aquí pues los adornos de algunos platos son similares a los de cerámica que sin duda fueron fabricados en esta zona y tampoco debió haber un solo orfebre, debió haber muchos.
Si nos fijamos en la «Dama de Elche» está ataviada con excelentes ropas, luego también fueron grandes tejedores y una gran artesanía en sus adornos, por lo que deduzco que fueron grandes artesanos. La Dama de Baza y la del Cerro de los Santos también nos confirmaron el derroche artístico de sus atuendos como la variedad de colores en una misma ropa, la cantidad de adornos como collares, pendientes, diademas, etc..., sin embargo a la Leona de Caudete no le encontré estos rasgos, quizás porque fuera de otra época o de otra clase de escultura, para esculpir estas damas debieron ser también grandes escultores. Se supone que las mujeres no irían siempre ataviadas así, pero sí en algunas solemnidades y que en éstas habrían otras cosas además de artesanía, como gastronomía, danzas, ritmos musicales y quizás otras artes que ahora no conocemos y que no nos han llegado. Pero si fueron grandes artistas en unas cosas, en las demás también tuvieron que ser tan perfectas, por lo que reafirmo que fueron un «pueblo culto».
La mujer tuvo una gran importancia, pues son siempre ellas las engalanadas y las que tenían grandes ajuares y si el hombre era el que cultivaba la tierra y apacentaba el ganado, debieron ser las mujeres las artesanas, que hicieron estas grandes cosas.
Fueron mineros porque fundían metales y los trabajaban y comerciaban con otros pueblos «griegos y fenicios» 800 años antes de Cristo.
Recientemente se ha encontrado en el N. de Europa en el hielo congelado, una persona de la Edad del Bronce y también afirman que no eran tan atrasados como creemos, este hombre era cazador o explorador e iba equipado bien para el lugar que atravesaba y utilizaba una especie de delantal de cuero.
No debieron de ser ateos pues mucho antes de esta época ya se encuentran enterramientos en Villena dentro de vasijas, lo que yo no sé es si al morir lo descuartizaban y lo metían dentro de la vasija o después de descomponerse guardaban sus restos en la vasija, pero quien los encontró por sus posiciones lo sabrá. El acto de guardar los restos es porque creían en el más allá.
Si volvemos de nuevo al «tesoro de Villena» yo lo podría cifrar que es de la época 1.ª de la Edad del Hierro, puesto que una pequeña pieza lleva un trozo de hierro como de un metal de adorno se tratara y por su escasez y su poca perfección de este metal.
Después de visitar el «Museo Arqueológico Municipal» he podido entender aquellas lecciones tan complicadas del colegio y ha despertado en mí una gran curiosidad por saber más de nuestros antepasados. Más que una curiosidad es una intrigante afición por imaginarte aquellas épocas y deducir con sus hallazgos el porqué de cada cosa y cómo fue su cultura.
Quizás haya personas que sólo vean tiestos en él, por eso digo yo ¿quién fue el más culto, ellos o nosotros? Animo a todos los que conozco a entrar en el fascinante mundo de la arqueología que te hace imaginar cómo fue aquel tiempo.
1994
Modalidad, Enseñanzas Medias.
«MONOLOGO NOCTURNO» 
Autor, José Carlos Pérez Juan - 17 años
Instituto de Bachillerato «Hermanos Amorós» - Villena.
Ya vienen a cerrar las puertas. Debe de estar anocheciendo... debo confesar que, cuando era sólo un niño... bueno, quiero decir… cuando era más pequeño, la oscuridad me aterraba. Aquí encerrado, tras las gruesas paredes... ¡Uff!; y todas esas calaveras tan feas que están frente a mí, hasta que no cogí confianza con ellas no había forma de dormir tranquilo. Claro que las noches pasan (¡cuántas lo han hecho ya sobre mí!), y la luz de estos tubos fluorescentes es mi sol, mi sol particular. Además, ya no soy tan... pequeño.
Hoy no ha venido papá a verme. ¡Qué extraño! En el fondo lo comprendo. Él se hace viejo mucho más rápido que yo. ¡Ay, señor! Cuántas veces le habré dicho que un baño de oro es el mejor rejuvenecedor, pero él sólo me sonríe, sonrisa callada, mezcla de sabiduría y comprensión. Tantas noches hemos pasado él, el tiempo y yo, charlando, riendo, viviendo... A él le encanta contarme el día de mi nacimiento. Dice que me costó salir... Claro, es que nacer de la tierra y las rocas...
Me parieron al atardecer (¿o es que mis ojos no se habían acostumbrado todavía a la luz?). Relata aquellos momentos con gran emoción. Dice que me lo cuenta porque yo era muy pequeño como para recordarlo. Y yo me hago el loco, porque mi memoria milenaria no es tan orgullosa como para arrancarle una ilusión a mi padre.
Vaya, ya han apagado todas las luces. En el fondo me gusta la soledad. Creo que a veces es necesaria para aprender a seguir viviendo con la gente. Al comenzar a vivir aquí sentía muchísima vergüenza. El hecho de que tanta gente viniera a mirarme así, sin ropa, me producía pánico. ¡Tantos años bajo tierra! Pero ahora ya estoy acostumbrado. No en vano, todos dicen que soy muy atractivo, aunque yo siempre me veo algo rellenito de más. Pero papá siempre dice que esos 23'4 quilates están muy bien, y que no piensa ponerme a régimen. Y yo siempre le hago caso, porque él sabe más de mí que de cualquier otra cosa (Es que soy el niño de sus ojos).
¡Brrr! ¡Hace frío esta noche! La verdad es que este museo en invierno se pone insoportable. Pero el frío desaparece cuando viene a verme la gente, por la mañana. Y es que uno tiene su corazoncito, aunque sea dorado, y le gusta presumir, y hacer la competencia a las calaveras «esas tan feas». Ni siquiera las monedas antiguas pueden conmigo. Esta noche todavía no me han dicho nada. ¡Estarán envidiosas!... Pues que se aguanten. Papá siempre dice que son mis hermanos y hermanas: las monedas, las botijas, las calaveras «esas tan feas»... pero yo no les aguanto. Además, cuando papá me mira, se dibuja el cariño en sus pequeños ojos, y a los demás no los mira así. Estoy seguro.
Desde siempre, mi padre ha mostrado un especial interés por mí. Cosa que, por otra parte, es un comportamiento normal del padre hacia el... hijo. Por ejemplo, él siempre ha querido saber exactamente cuál era mi edad. Por eso me llevó de viaje por Europa y estuvieron estudiándome gentes que se interesaban por mí. Ya ves, yo, que siempre creí en mi modestia que le importaba a poca gente, rodeado de científicos que se deshacían en cábalas adivinatorias por fechar y conocer mi existencia, por el cutis de mi piel o por las medidas de mi cuerpo... ¡Qué vergüenza pasé! Vamos, que no me puse colorado porque soy de oro macizo...
Este frío es realmente insoportable. mañana le digo a papá que o lo soluciona o empiezo a contarles chistes a las calaveras. Ya lo hice una vez y como las pobres no están para muchos trotes, una se desencajó la mandíbula. ¡Menuda bronca me echó! A pesar de todo yo quiero a mi padre, porque en mi figura ve reflejado todo su esfuerzo, sus estudios, su trabajo y... ¡por qué no! Gracias a él soy famoso. No está nada mal.
A veces pienso en cómo será todo cuando él no esté, porque esto de ser oro macizo tiene el inconveniente de ver caer a sus seres queridos. Pero, aunque se me llenan los brazaletes de lágrimas, porque mi metálico corazón siempre aspiró a latir, pienso en la gran familia de mi ciudad, Villena, y sé que el cariño que me tiene existirá siempre, sobre las personas y el tiempo. Y el... ¡ah! ¡Qué susto! Vienen a abrir la puerta... pero, ¡cómo! ¿Ya amaneció?... vaya, vaya, ¡qué nochecita! Tanto darle vueltas a la vasija y las horas han pasado volando... ¡Qué bien, ya encienden las luces!... ¡Diablos! Debo tener unas ojeras y una cara que... ¡Eh, ya viene papá! ¡Hola, papá, buenos días!
Buenos días, tesoro.
Oye, no te imaginas el frío que ha hecho aquí esta noche. ¿Sabes? La verdad es que no he pegado ojo. He estado pensando en mí, en ti, en el pasado, en el futuro... ¿comprendes? Y en lo que hemos vivido, y en lo que viviremos, incluso en lo que estamos viviendo, ¿me escuchas?...
Sí, tesoro.
Me encanta que me llame así. A veces tengo la extraña sensación de que no me oye, y que somos dos locos hablando solos, con una misma alma. Sea como sea, yo le quiero. Y eso ni el tiempo puede borrarlo. Me encanta que me llame así...
Extraído de la Revista Villena de 1995

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