La historia nos cuenta que el escultor villenense Antonio Navarro Santafé, quien venia residiendo desde hacía años en Madrid, se inspiró en un oso pardo, al que el artista cariñosamente llamaba Felipe y que se encontraba en la llamada Casa de Fieras de la capital de España, como modelo para realizar el encargo previamente recibido del consistorio madrileño. La escultura de un plantígrado erguido sobre sus patas traseras y apoyado contra un madroño, fue instalado un 10 de enero de 1967 en la Puerta del Sol. De 4 metros de altura, 20 toneladas de peso y realizado en piedra y bronce, descansa sobre un pedestal de granito. Tuvo un respetable coste para la época de 200.000 pesetas, convirtiéndose desde el mismo día de su inauguración en uno de los símbolos más reconocibles de Madrid. El encargo para el escultor incluía la realización por parte de este y a escala mucho más pequeña, de 24 reproducciones del monumento original, que el ayuntamiento regalaría a distintas personalidades.
Sin embargo, no es este el único monumento de estas características en España. En Hondarribia, en Guipúzcoa, muy cerca de la frontera francesa, se alza este otro oso junto a su madroño, que el alcalde de la época, allá por 1955, decidió instalar en esta histórica y bella localidad. El máximo edil pensaría, que erigiendo una escultura que representase a uno de los principales símbolos heráldicos de Madrid, hermoseaba más su ciudad, a la par que agradecía su fidelidad al numeroso y acaudalado grupo de veraneantes madrileños, que cada año escogían algunos días de los meses estivales para pasar allí sus vacaciones. El también artista madrileño, José Díaz Bueno, fue el encargado de ejecutar la obra, que hoy día se puede admirar en esta villa marinera, que conserva un amplio y bien conservado recinto amurallado y que está instalada en una Plaza, que como no podía ser de otra manera, se llama El Oso y el Madroño.
Por... José Sánchez Ferrándiz
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