Reflejos de campo y sus cosechas. Por A. UGEDA FUENTES
Como verán los lectores en la fotografía, junto a mí esta paisana, buena moza, que también hace honor a nuestra nativa tierra y a sus fiestas del 5 de septiembre de moros y cristianos.
Desde este montículo frente a las cruces, en la actualidad junto a la autopista hacia Alicante, yo divisaba y contemplaba las riquezas de estas tierras villeneras que el buen campesino, con sudor y esmero, supo cultivar bajo el sol tórrido o el frío cortante.
En la primavera, los árboles cuajados de flores de distintos matices, anuncian lo buena que será la cosecha de frutas dulces y sabrosas. Es una maravilla observar los efectos solares en los intervalos entre luz y sombra que se producen en la huerta bajo nubes pasajeras. Las mutaciones del colorido producen singular armonía en el conjunto de la huerta. Al contemplar desde un altozano toda la compacta masa de arbolados se hace una idea más o menos aproximada de la riqueza natural del campo, de los valles frondosos como era la huerta de Villena hace ya muchos años... Y no hablemos ya de la calidad de los productos de la tierra que son magníficos; sanos, limpios, bien desarrollados. Superiores en calidad y cantidad a todo lo que pueda criarse a muchas leguas de distancia.
Son tierras las de Villena que el campesino enriqueció con su esfuerzo, cultivándolas con esmero, incluso con cariño y todas las virtudes que encierra el corazón del humilde trabajador del campo. De ahí las buenas cosechas y exquisita calidad reconocida en los rincones más apartados de España y fuera de ella. Y hablando de los productos de la tierra, ¿cómo no destacar los ajos? ¡Qué hermosura! Algo primordial en la mayoría de los guisos. Las buenas cocineras saben bien que no mentimos ni exageramos en nuestras afirmaciones.
Recuerdo que en mis años de mocedad, en el mes de junio era la recogida de los ajos; de buena mañana los traían los carros para embrazarlos. En la mayoría de las calles había montones; por su olor campestre todo el pueblo olía a ajos. Por el fuerte olor se encontraban los montones para embrazar. Este trabajo era voluntario, se podía hacer sin ningún permiso del dueño, dado que por todas partes del pueblo había ajos en abundancia y cuanto más horcos hacías más ganabas. Claro, haciendo un buen montón lo libras bien y no era muy penoso.
Hoy ya no es lo mismo; se han perdido las costumbres y se ha producido buena merma en la siembra de ajos. De ahí que lo diga yo al buen campesino:
Las cosechas de estas tierras villeneras son buenos frutos producidos con vuestro esfuerzo y sudor, melones, sandías, tomates y sobre todo ajos y pimientos blancos, etc. Que estos reflejos del campo y sus cosechas sirvan al menos de estímulo a los trabajadores y no dejen de sembrarlos.
Y como final de estos embelesos, por ser dignos de nombrarlas, las fiestas del 5 de septiembre de moros y cristianos, las mejores de toda la comarca, las mejor organizadas, atractivas y divertidas y mucho más que podría agregar. Pues como la gente de Villena pocos se pueden igualar. Siempre se distinguieron por su jovialidad, entereza, trabajo y solidaridad.
Es posible que al escribir este modesto trabajo me sienta algo apasionada por mi pueblo, donde vi la luz primera, y que por eso diga:
Hasta en el andar se distingue la gente de mi querido pueblo. Quisiera tener la pluma de Azorín, de Gabriel Miró y otros literatos de altura para cantar como se merecen las muchas virtudes que forman ese ramillete valioso del conjunto de mi PUEBLO.
Una paisana de Badalona (Barcelona)
Extraído de la Revista Villena de 1995
1 comentario:
Mi madre, también hacía los orcos creo que se llamaban,o enbrazar ,lo hacía los fines de semana para ganar algo más
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