25 may 2024

1994 LITERATURA REVISTA VILLENA

Caducidad
Yo fui el árbol trasplantado
del huerto de mis mayores
dando cosecha de flores;
holocausto a mi pecado.
Me brotó un retoño nuevo
que mi savia alimentaba.
Tanto jugo resbalaba
por mi rugosa corteza,
que fui perdiendo entereza.
Mi copa daba su sombra
a la vera del camino.
Si el cansado peregrino
se cobijaba a mi vera,
los pétalos que nevaba
como capa bienhechora
sus harapos recubría.
No ser fontana sentía
para aliviarle la sed.
Mis hojas para sus pies
fue la alfombra. Rara vez
negué lo que me pedía.
Amenidad di al sendero
que monótono alargaba
el gozo de la llegada,
llegando siempre el primero
el que a mis pies descansaba.
Al pájaro que emigraba
detuve. Fue leve carga
el nido que me colgó.
Su cántico suavizó
mi soledad tan amarga.
Al alborear las mañanas
que deslumbrantes nacían,
el rumor que lleva el río
canturreaba unas nanas.
Soñolientas se mecían,
desprendiendo su rocío,
mis tiernas hojas tempranas.
Y en las noches de tormenta,
cuando el rugir recio y bronco
de sus aguas me llegaba
como una amenaza cruenta,
repercutiendo en mi tronco,
el trueno se apaciguaba.
El pastor, sus tiernas quejas
por un desengaño ingrato,
junto a mi tronco rumiaba.
Pastoreando a las ovejas
que abrevan en el regato,
el galán se consolaba,
pues mi sombra le brindaba
sosegado y dulce trato.
Se sucedieron continuas
las fragantes primaveras.
Creció el musgo en las laderas
que orillaban mis cercados.
Estuve expuesto a los vientos,
los soles y las heladas.
Mis raíces arraigadas
me mantuvieron erguido
y hasta mí llegó el aullido
de los lobos en manadas.
Al llegar la caravana
que cruzaba los desiertos,
el espejismo olvidó,
y, a los nómadas sin patria,
mis oasis mantuve abiertos.
Pero el peso de mi fronda
me doblegó con los años.
El granizo y la ventisca
me azotaron sin piedad,
y comprobé que talaban
mis vástagos con maldad,
sin pensar en la orfandad
que a mis despojos causaban.
Mi esquelético ramaje
sin brotes, hojas, ni fruto,
desprovisto de ropaje,
ya no rinde su tributo
al encanto del paisaje.
Hoy, añoso y ya sin bríos,
en pie sigo. Fueron míos
los silbidos de ese viento
que aguardo que me derribe.
Sea mi podrida hojarasca
para la tierra mantillo
que alimente un nuevo brote.
Mi tronco caído azote
el cierzo, y en los estíos
que el sol reseque mi leña
y calientes hogares fríos
mi esperanza es lo que sueña.
J. Menor Valiente

Mi sombra está vencida...
Mi sombra está vencida por tu sombra,
que alarga su poder al infinito,
aguardando bajo el cielo turbio
que la noche me deje a la deriva.
Así salta sobre la presa confiada,
con sus pasos de silencio repetido,
así es otra vez la que me despierta,
con un recuerdo de dulzor antiguo.
Me abraza la cintura,
me la ciñe,
en los huecos obstinados de la memoria,
se aferra a mi corazón ahíto,
y lo siembra de dulzuras y de glorias.
¡Oh tú, sombra de inaudito sortilegio!
Capaz eres de recorrer sin alas,
un vuelo entre las distancias
que mantienen prisioneras nuestras almas,
hacerse en ellas cielo y suelo,
es esa su tarea cotidiana.
No te alejes,
sombra de mi sombra,
y en mis hombros o en mis brazos
alza un canto,
o desnúdame de besos sin espuma,
orillando en mis labios
con tus labios,
un poema de triunfales madrugadas.
Pepa Navarro Ribera
Extraído de la Revista Villena de 1994

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