20 may 2024

1994 HOMENAJE A MI PADRE

Homenaje a mi padre. Por. J. MENOR VALIENTE
Mi padre tenía un espíritu bastante emprendedor, aunque su fuerte era la literatura y sus aficiones intelectuales, pero en aquella época no pasaba por la imaginación de nadie que pudieran darse estudios a una persona de familia de pocos posibles, y mi padre tuvo que dedicarse al comercio. Para ensanchar horizontes mi abuelo pensó mandarle a África, donde según parece había buenas perspectivas y en Larache se estableció con una tienda de vinos al por menor a la que rotuló con el nombre de «La vid jumillana». Al par de años, ya estabilizada su situación, volvió a España, a Villena, donde vivía mi madre que ya era su novia, se casaron y se volvieron a Larache. Cuando yo fui a nacer volvieron a España para el alumbramiento y de nuevo volvieron a Larache donde permanecieron unos tres años.
LOS años transcurridos en Marruecos, fueron en la vida de mi padre los más fructíferos en relación con su producción literaria. En aquel tiempo era íntimo amigo de Rafael López Rienda, militar de guarnición en la plaza de Larache y culto periodista, colaborador asiduo de revistas y periódicos. De entonces data la colaboración de mi padre en «El diario marroquí. También entonces escribió su libro inédito «Páginas breves» en el que recopilaba prosa y poesía, la mayoría de ellas dedicadas a mi madre, cuyo amor le inspiraba las más apasionadas cartas, que se cruzaban a través de los barcos que atravesaban el estrecho de Gibraltar y en las que le llamaba «Su musa». Recuerdo la primera estrofa de una de sus más inspiradas composiciones:
«Mi musa es arrogante, mi musa soñadora 
iluminó mi alma con vivo resplandor.
Mi musa es un dechado de gracia seductora; 
mi musa es dulce y buena, la musa inspiradora
de mis humildes cantos de dichas y de amor».
Rafael López Rienda prologó su libro, que entre otras cosas, decía...
«¡... del cajón de los recuerdos, entre unas cartas de amor, guardadoras del largo verso que rimaron unos cuantos años de nostálgica ausencia, el amigo saca y abre ante mi vista, un libro autógrafo que leo. Hace muchos años que los versos y la prosa fueron escritos, me lo dice el papel de barba amarillento y la tinta descolorida, me lo dicen las ideas que aparecen en el manuscrito, como si la pluma demasiado joven las sujetase, las ruborizase... diríase que quedaron aherrojadas por la fórmula. El corazón vibró y palpitó tan aprisa, con tal pujanza, que al llegar los sentimientos a la pluma, se atropellaron, se debilitaron a veces. Algunos trozos son explosiones de sentimentalismo, romanticismos de un alma que supo amar lo bello y admirar con toda su intensidad el cuadro único de la naturaleza, el aroma de las flores y el azul del cielo. En sus versos, late más aún esa delicada melancolía del alma joven que espera el día rosa de su amor lejano, muy lejano, que le hace soñar, pensar siempre viendo las cosas a través de su eterna tristeza. Para un extraño, estas páginas descoloridas que guardan unas horas de desaliento ideal y de exaltación romántica, no dirían nada, y en cambio... ¡cómo guardan el perfume de un corazón! Estos ratos de recogimiento espiritual, en que añoraba su lejano amor, hicieron al poeta y al querer vaciar su alma, toda su alma, toda su melancolía, todo su pujante dolor, la poesía quedó débil, la prosa quedó algo inexpresiva, dentro de toda su infinita poseía hecha alma del autor-niño. Hoy, más hombre, el poeta que me ofrece el libro para ojearlo, vive sus versos más sonoros, más leales.
Su poesía ideal se hizo realidad. En su corazón está toda la elegía de aquel amor que un día moviera su pluma y llenara este libro amarillento, lleno de exquisitos balbuceos. La musa de su poesía será ahora menos doliente, menos melancólica, más colora y menos sentimental. Y es que el poeta-niño se ha hecho ya hombre».
Los versos de mi padre, en mis años juveniles, siempre me parecieron algo rancios, como desfasados a través del tiempo, con el aroma añejo de algo pasado de moda, hoy los leo con reverencia y me conmueven, ya que reflejan principalmente el cariño que sentía por mi madre. Los guardo como una reliquia en el cajón de los recuerdos. Él nunca se atrevió a publicarlos, quizás fueran muy íntimos y con su innata modestia, le avergonzaría exponer a la luz pública aquellos sentimientos que brotaban de los rincones más escondidos, más interiores, de su alma. Están manuscritos, con su escritura que me era tan familiar, con los títulos de las composiciones en distintos tipos de letra, redondilla, gótica, inglesa, y en la primera página pegado su retrato, un retrato de casi adolescente, con su mirada soñadora y un bigotito recortado a la época, a la moda de entonces. Debajo de su retrato escribí, no hace mucho, el año de su nacimiento (1890) y el de su muerte (1968). Cuando los ojeo, me da la impresión de que las páginas se van a deshacer entre mis dedos y me va a ser imposible retener en las manos las cenizas e impedir que se esparzan por el viento.
(Del libro inédito «Memorias»)
Extraído de la Revista Villena de 1994

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