17 may 2024

1994 HELLA

Hella. 
Por sn-nw 3bd n 3ht hrw db´ty-hmt. 
Por JOSE VICENTE MARTINEZ GARCIA
Como casi siempre que salgo a la calle, caminaba ensimismado pensando, cabizbajo, en cómo solucionar los problemas cotidianos, cuando al cruzar una de tantas esquinas alcé la vista. De repente me di cuenta de dónde estaba. Olvidé mis pensamientos decidiendo saborear aquella bocanada de vida que se extendía ante mí.
ENTRE aquella borrachera de sensaciones, de pronto, tropecé con una bella señorita que ves-tía un harapiento vestido.
Nos miramos y pude ver cómo sus preciosos ojos estaban entristecidos, sus labios parecían de un rojo opaco y sus mejillas pálidas daban un aspecto tétrico a aquel virginal rostro.
Al principio no pude aguantar su mirada, pero me entristecía ver a aquella joven tan afligida. Nuevamente la miré y me decidí a acompañarla.
Movido por la curiosidad le pregunté la causa de su abatimiento. No dijo nada, sólo al rato de seguir con ella pude observar cómo una lágrima caía lentamente por su mejilla.
Llevado por un impulso desconocido alcé mi mano recogiendo su lágrima. Al tocar su cara advertí que estaba fría y noté cómo mi dedo, primero, después mi mano se insensibilizaba. Fue una sensación extraña, como si hubieran dejado de ser parte de mi cuerpo durante un momento.
De nuevo interrogué sobre su tristeza y de nuevo no dijo palabra alguna.
Alzó su rostro. Nuestras miradas se cruzaron. La miré a los ojos y en lo más profundo de su ser pude ver cómo una bellísima dama, vestida elegantemente, se dirigía hacia un varón alto y esbelto. Se encontraron. Se abrazaron, pero de pronto aquel joven se convirtió en un viejo demacrado. Su piel pálida comenzó a descomponerse. Sus ropas, forma¬ das girones, desaparecían. En un instante aquel ser sólo era polvo a los pies de la muchacha. Ella, abatida, lloraba su pérdida. Sus manos ocultaban su cara. Un llanto sordo se intuía en aquel rostro.
Nos miramos. Alzó su mano lentamente hacia mí. Permanecí impasivo, pero no llegó a tocar mi faz. Bajó sus manos, giró y se alejó cabizbaja por una bulliciosa calle.
Intenté seguirla, pero mis pies no me respondan. Parecía petrificado. Oí una voz que repetía: «todavía no es tu hora». Fue entonces cuando comprendí quien era. Me entristecí porque siempre la habíamos imaginado ósea, implacable, cruel, sin vida. Nadie se había preocupado por ella. No saben que también ama, pero calla. Que sufre y llora. Todo el mundo la ve como egoísta que siega vidas, pero no pensamos en quién la segará a ella.
Llevado por la costumbre, miré mi reloj, era tarde, de nuevo comencé mi rutinaria marcha.
A veces me parece verla al pie de mi cama, contemplándome.
Extraído de la Revista Villena de 1994

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