Elogio al trabajo. Por JUAN FLOR HERNÁNDEZ
Hace unos años, ponerse a defender el trabajo y la necesidad de trabajar mucho y bien, era cuando menos peligroso. Hoy, por el paro, la gente ha empezado a valorar más el trabajo; pero lo más gracioso de este asunto es que esa visión deformada del trabajo solía apoyarse en supuestos motivos religiosos. «El trabajo, te decían, es un castigo impuesto por Dios a Adán»; pero la verdad es que uno releía la narración del Génesis, que Dios hizo que el hombre trabajara mucho antes del pecado, cuenta el relato bíblico, que Dios le entregó a Adán el jardín, «para que lo cultivase». Pero el trabajo en sí no es visto por la Biblia como un castigo, sino como lo más ennoblecedor de una creación iniciada por Dios, y que los hombres hemos de completar.
Y es que, una de las cosas que el ser humano va a aportar a este mundo, que está creándose continuamente, es su trabajo. Nos iremos de este paraíso terrenal, y ahí quedarán las catedrales, los museos y universidades, las obras de ingeniería más famosas, pero también la humilde mesa que hizo el carpintero; y el muro de ladrillos del albañil.
La verdad es que no somos nosotros quienes hacemos nuestras obras, son nuestras obras las que nos hacen a nosotros, las que llenan de realidad y de alma nuestras vidas.
Por eso cada día está más claro lo importante que es el trabajo bien hecho, con esos compañeros que son: la perfección y el amor. Hoy uno tiene la impresión de que se trabaja de cualquier manera, se trabaja estrictamente para ganar el pan, con lo que el trabajo pierde lo mejor que tiene: «La pasión por la obra bien hecha».
Tenemos que superar todos, el «tente mientras cobro», que sólo sirve para salir del paso o para justificar una nómina.
Luego hay que valorar al obrero de aquellos años pasados que con su trabajo y sacrificios y su buen hacer corporal y artesanal (no bien pagado por aquellos tiempos), sería muy difícil y penoso mantener una familia con dignidad; y, en sus creencias religiosas pedían a Dios su ayuda para toda la familia tan desprotegida por la sociedad de su tiempo.
Yo sigo pensando y tengo envidia de aquellos artesanos para quienes su trabajo era algo único y perfecto.
Y es que ahora, el mundo se va poblando de «chapuceros», y cada vez más escasean los obreros artesanos; hombres que saben poner amor y cuidado en su trabajo bien hecho.
Extraído de la Revista Villena de 1994
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