Los Manueles. Por JOSÉ M.ª SOLER GARCÍA
No creo pueda ponerse en duda que el advenimiento de los Manueles es uno de los acontecimientos más importantes ocurridos en nuestra comarca a lo largo de los siglos. Es la historia de más de siglo y medio de disputas y alianzas entre las casas reales de Castilla y Aragón.
EL reino de Murcia fue siempre una región semiindependiente, ya como «Cora de Tudmir», con los visigodos, ya como uno de los más importantes y duraderos reinos de taifas. De esta situación quiso aprovecharse el Rey D. Jaime para resolver una cuestión familiar interesante y novelesca.
Del matrimonio de D. Jaime con D.ª Violante de Hungría nacieron, entre otros hijos, D.ª Violante, casada por palabra de futuro con el Rey Alfonso X «El Sabio», y D.ª Constanza. D.ª Violante, que era la mayor, tenía gran envidia de la pequeña porque, si hemos de creer a D. Juan Manuel, «no había más hermosa mujer en ninguna tierra». La reina, que amaba mucho a D.ª Constanza, llegó a temer por su vida, y suplicó a su marido le jurase que no la casaría sino con un Rey, para evitar el peligro a que se vería expuesta si la casaba en Castilla, en donde ya reinaba su hermana.
Sucedió por entonces la rebelión del infante D. Enrique contra su hermano el Rey Alfonso y su alianza con D. Jaime, del que solicitó la mano de D.ª Constanza. D. Jaime le hizo saber el juramento que le hizo a su mujer, pero que podría obviarse la dificultad si D. Enrique conquistaba un reino. Sin pérdida de tiempo, D. Enrique se dirigió a Niebla, que era reino de moros, la cercó, y cuando ya la tuvo por tomada, envió a decir a D. Jaime que le entregase a su hija como había prometido.
Los Reyes de Castilla se dieron cuenta del peligro que suponía para su corona el casamiento del infante rebelde con la hija del Rey de Aragón, y la reina sugirió otra solución: el reino de Murcia se había sublevado; podrían muy bien reconquistarlo D. Jaime y D. Alfonso y entregárselo al infante D. Manuel, quien, casándose con D.ª Constanza, la convertía en reina como su madre quería. D. Jaime se avino a la solución, y poco después hubo en Soria una entrevista de ambos Reyes y se concertó el matrimonio, que se celebró en Calatayud.
El rebelde D. Enrique se había marchado al extranjero, y el Rey D. Alfonso, valiéndose de medios arteros consiguió que D. Manuel renunciase al reino de Murcia que se le había prometido, pero consiguió el extenso señorío que encabezó la ciudad de Villena.
Fue D. Manuel el último de los siete varones que D.ª Beatriz de Suabia la había dado a Fernando III el Santo, quien, cuando murió en Sevilla, dejó a todos sus hijos bien heredados, salvo a D. Manuel, a quien sólo le dio su espada lobera, los blasones de manos aladas y leones para su escudo, y su bendición. El señorío se estableció entre 1252 y 1256, pues falta la prueba documental que precise mejor la fecha.
El señorío, además de Villena y Sax, comprendía Elche y su comarca, el valle de Elda, Yecla y la Albufera de Murcia. Su suegro le entregó, además, Ayora, Teresa, Zarra, Jarafuel y Jalance. Fuera de nuestros territorios, D. Manuel era señor de las villas de Cuéllar, Santa Olalla, Roa, Agreda, Escalona y Peñafiel. Esta última se la dio su sobrino Sancho IV al tiempo de sacar de pila a D. Juan Manuel. En cuanto a Escalona, le fue entregada en permuta por el valle de Ayora, con la condición de devolverla cuando recobrase aquellos lugares que le fueron arrebatados a Alfonso X por Pedro III de Aragón. Sancho IV, en recompensa a su valiosa adhesión, le entregó además Chinchilla, Jorquera, Almansa, Aspe y Ves.
A la vista de estas liberalidades, no puede por menos de pensarse en la razón de los que achacan y critican a este infante el grave defecto de la ingratitud, justificado quizá por la desastrosa política de Alfonso X en sus últimos años, y quizá también por el resquemor que le dejó la cuestión de Murcia.
La creación del Señorío de Villena supone la institución del «apanage» por estas latitudes. Se trataba de una institución francesa que consistía en la dotación inmobiliaria constituida en provecho de un hijo menor del monarca, con la condición de que si el favorecido muriera sin sucesión directa, aquellos bienes tornarían automáticamente a la Corona. Era una manera de evitar la fragmentación de los dominios reales en favor de la nobleza. En nuestra demarcación se practicó en varias ocasiones, como veremos.
La crítica histórica no deja muy bien parada la figura de este Infante, al que se califica de ambicioso, ingrato y poco afortunado en sus intervenciones políticas. Que los musulmanes de Villena le tenían muy poco aprecio pruébanlo los esfuerzos que su suegro Jaime I tuvo que hacer para que le recibieran de nuevo como Señor, después de la rebelión de los moriscos murcianos. Hay que reconocer, sin embargo, que tanto D. Manuel, como su hijo D. Juan Manuel, mantuvieron una clara postura de apoyo a sus vasallos, y dieron grandes facilidades para el establecimiento de nuevos pobladores en sus villas.
El día de Navidad de 1283 murió D. Manuel en Peñafiel, una de sus posesiones favoritas. No podemos detenernos aquí en las disposiciones de su testamento. De sus extensísimos territorios sólo segregó Elda y Novelda, con sus castillos, que dejó para su hija mayor, D.» Violante, que estaba casada con D. Alfonso de Portugal, hermano de D. Dionís, y con la condición de que no podrían venderse ni enajenarse a religiosos o seglares que estuvieran fuera de Castilla y tierras de Murcia; ni a quien fuera más poderosos que D. Juan Manuel, en cuyo poder permanecería la justicia de aquellos lugares. A él tornarían también si faltase el linaje de D.ª Violante. Sólo si se extinguiese también el de D. Juan Manuel, podrían pasar aquellas poblaciones al linaje de ésta última.
Por la minoría de D. Juan Manuel, que sólo contaba año y medio de edad, su padre le dejó bajo la tutela de su madre y el consejo y ayuda del Rey D. Sancho, y pidió ser enterrado en Ucles con la Infanta D.ª Constanza, su primera mujer, y con su hijo D. Alfonso.
Los fueros y privilegios que D. Manuel otorgó a Villena tuvieron que ejercer una gran influencia en su crecimiento demográfico y en la sustitución del antiguo estrato musulmán por repobladores cristianos, especialmente castellanos, según nos dicen los nombres y apellidos de los principales personajes villenenses en tiempos de D. Juan Manuel, sucesor en el señorío.
D. Juan Manuel
Fue segundo Señor, Príncipe y primer Duque de Villena, aunque nunca hizo uso de estos títulos otorgados por los monarcas aragoneses. El más preciado para él era el de «hijo del Infante D. Manuel».
Al morir prematuramente D. Alfonso, hijo del primer matrimonio de su padre con D.» Constanza, heredó D. Juan Manuel, hijo de la segunda esposa, D.» Beatriz de Suabia, los extensos estados de su padre. Había nacido en Escalona en 1282, y sólo contaba dieciocho meses al fallecimiento de su padre, por lo que quedó bajo la tutela de su madre y la protección de su primo Sancho IV. Su entrada en la Corte a los doce años fue altamente dramática, pues tuvo ocasión de recoger el último suspiro de su primo el Rey, que moría sin haber recibido la bendición de su padre.
A la muerte de Pedro III de Aragón, su sucesor, Alfonso III, reconoció como Rey de Castilla al mayor de los infantes de la Cerda, D. Alfonso, quien cedió al Rey aragonés, a cambio de este reconocimiento, el reino de Murcia; y al morir Alfonso III, le sucedió su hermano Jaime II, quien se propuso hacer efectiva la cesión del reino murciano, en donde D. Juan Manuel tenía sus más provechosas propiedades. Privado de auxilios, tuvo que refugiarse en Alarcón y vio caer en poder del Rey de Aragón el fuerte castillo de Alicante y cómo quedaba sitiada su villa de Elche. Tras muchas vicisitudes, se firmó una tregua en la que se estipulaba que si D. Juan Manuel acataba la soberanía de Jaime II y le obedecía como a su Rey y señor, recobraría la propiedad del señorío con todos sus derechos, y como al final de la tregua no se había producido aquel reconocimiento, no le fue devuelto el señorío a D. Juan Manuel, quien buscó otra solución. En 1303, se firmó en Játiva un pacto en el que se concertaba el matrimonio de D. Juan Manuel con la Infanta D.ª Constanza, hija de Jaime II, y al año siguiente, se produjo el tan traído y llevado reconocimiento de D. Jaime por D. Juan Manuel con la famosa sentencia arbitral de Torrellas.
Lo de Murcia se sometió al arbitraje de D. Dionís, Rey de Portugal, del Infante D. Juan y de D. Jimeno de Luna, Obispo de Zaragoza, aunque los verdaderos artífices fueron D. Juan y el propio Jaime II, que inclinaron la balanza en favor de las aspiraciones aragonesas. En uno de sus párrafos se dice lo siguiente: «... que Cartagena, Alacant, Elche con su puerto de mar e con todos los lugares que recuden a él, Ella e Novella, Oriolla con todos sus términos y pertenencias, quantas han e deben haber, e assí como taja l'agua de Segura ença el regno de Valencia, entre el más susano cabo del término de Villena, sacada la ciudat de Murcia e de Molina con sus términos, finquen e romangan al Rey d'Aragón e a su propiedat e de los suyos para siempre, así como cosa suya propia; salvo que Villena, quanto a la propiedat, romangue e finque a don Johan Manuel...».
Esta sentencia presentaba grandes dificultades de interpretación, especialmente en el trazado de la frontera desde Villena hasta el río Segura, y para solventar las dudas sobre el terreno, se nombró a D. Diego García de Toledo, canciller mayor de Fernando IV, y a Gonzalo García, privado del Rey de Aragón, quienes discutieron enconadamente hasta solucionar la cuestión del siguiente modo: «(...) que del subirano logar del término de Villena, donde se departe término con Almansa; et otrosí que del subirano término de Alcaudet, que parte término con Almansa e con Pechín; et otrosí del subirano logar del término de Jumilla, que parte término con Letur e con Tovarra e con Feellín e con Ciesa, todos los logares que son dentro de estos mojones, fasta las partes de la tierra del Rey de Atagón, sean de su jurisdicción, salvo ende Yecla con todos sus términos, que finque libre e quito a don Johan Manuel en jurisdicción del Rey de Castiella».
Aquí jugó fuerte D. Juan Manuel, pues no consintió que Yecla fuese sacado de su jurisdicción castellana, estableciendo así una cuña entre Villena y Jumilla, que iban a quedar en territorio aragonés.
Todavía se discuten las razones en que se basan los aragoneses para justificar sus derechos al controvertido Reino de Murcia. No podemos entrar aquí en esa discusión. En cuanto a Villena y Sax, de hecho, y a pesar de todos los juicios y sentencias arbitrales, siempre estuvieron en poder de castellanos, salvo en el caso del primer Marqués, D. Alfonso de Aragón.
En 1299 se solemnizó el matrimonio de D. Juan Manuel con D.ª Isabel, Infanta de Mallorca, a la que prometió en dote cinco mil marcos de plata, para los que obligó las rentas de Elche, Yecla, Isso, Alarcón y Sax, pero un año después de consumado el matrimonio murió D.ª Isabel sin haberle dejado descendencia. Con la idea de recobrar Elche, amenazó a Fernando IV de Castilla con pasarse al bando de D. Alfonso de la Cerda, al tiempo que solicitaba del Rey de Aragón la mano de su hija Constanza. Las capitulaciones se firmaron en Játiva en 1303. Fueron extensas y complicadas. El Rey entregaba como rehenes Alicante, Montesa y Biar, y D. Juan Manuel, Villena, Jorquera y Sax. Se estableció en las capitulaciones que D. Jaime, en el plazo de ocho años, entregaría a su hija a D. Juan como mujer legítima, y con ella, cinco mil marcos de plata, además de devolverle íntegramente, Elche, Santa Pola, Aspe, Monóvar y los otros lugares del reino de Murcia que habían sido de D. Juan, pero a condición de que el Papa dispensara el parentesco entre los contrayentes, y que el novio reconociera a su presunto suegro como Rey de Murcia. Todo quedaría anulado si el Papa no consentía la celebración del matrimonio, que fue por fin aprobado.
Las capitulaciones matrimoniales se firmaron el 28 de marzo de 1306. Se dice en ellas que por no haber cumplido D.ª Constanza la edad de doce años y no ser núbil, por tanto, se retrasaría la solemnización y consumación del matrimonio hasta que la cumpliese. Los Reyes la entregaban sin embargo a D. Juan, que había de depositarla en el alcázar de Villena y prometer no sacarla de él ni hacerle fuerza, y esto con voto prestado ante el Obispo de Valencia. Los padres prometían también no obligar a su hija a salir de Villena. Si D. Juan moría antes de consumarse el matrimonio, el caballero que tuviese el castillo de Villena debería entregar a su padre la Infanta, y si D. Juan firmase otros esponsales, el castillo y la Infanta juntamente.
Prendas del cumplimiento por parte de D. Juan eran, además de la de Villena, dos de las fortalezas que poseía en la Corona de Aragón: Sax y Salvatierra, que habrían de tener por el Rey alcaides aragoneses, y Yecla y Almansa, en la Corona de Castilla, que deberían tener alcaides castellanos de confianza del Rey de Aragón. Son, como puede verse, los castillos de esta zona los únicos que intervienen en la negociación. Por los castillos de Almansa y Yecla prestó el homenaje Sancho Jiménez de Lanclares; Guillén Dufreix, por el de Salvatierra; Rodrigo Martínez de San Adrián, por el de Sax, y Ramón de Urg, que era un gran cazador, por el de Villena. D. Juan Manuel absolvió al Vizconde de Castellnou, a Bernardo de Sarriá y a Gonzalo García, de prestarle homenaje por los castillos de Alicante, Biar y Montesa.
Rotas las hostilidades contra los moros de Granada y Almería, D. Juan Manuel temió por la seguridad de la Infanta si los moros llegaban hasta Villena en una de sus algaradas y escribió a D. Saurina de Beziers, aya de la Infanta, para que el alcaide de la fortaleza, Ramón de Urg, estuviese vigilante y apercibido. Y en el mismo sentido actuó Jaime II para velar por la tranquilidad de su hija, a la que hizo visitar por el baile de Valencia D. Berenguer de Esplugues, el cual aprobó las disposiciones de D. Juan y volvió a Valencia «dejando alegre, sana y muy crecida a la Infanta de Aragón», según nos dice la crónica. Esto sucedía en 1309.
Es éste un episodio curioso que nos ilustra sobre el modo de pensar de algunas gentes a principios del siglo XIV. Como la guerra se anunciaba cruenta, no estaba tranquilo D. Juan Manuel teniendo a su futura esposa en Villena, y antes de entrar en campaña se presentó en Barcelona a proponer el traslado de D.ª Constanza a otra fortaleza situada más adentro de Castilla y más libre de riesgos, y ninguna como la de Alarcón par-a esto. Y a fin de quitar al Rey todo recelo, prometió casarse pero no consumar el matrimonio hasta dos años después, ni entrar durante estos dos años en donde su mujer residiera porque, según se dice en la crónica, D. Juan no pretendía casarse con la Infanta sino para tener hijos, lo cual nos parece hoy una tremenda indelicadeza para la débil hija de Jaime II. No creo que estén muy de acuerdo con esto las mujeres actuales. El Rey, sin embargo, se opuso a todo cambio y la Infanta permaneció en nuestro castillo.
Pero la guerra con los moros no estaba terminada e incluso se había abandonado el sitio de Algecieras y el de Almería por las tropas del Infante D. Juan y de D. Juan Manuel, y fue entonces cuando el Rey D. Jaime se inquietó por la suerte de su hija y comunicó sus recelos a D. Juan Manuel en estos términos, traducidos al lenguaje actual: «Ya sabéis cómo la noble Infanta D.ª Constanza, hija nuestra, está en Villena, y como sabéis es muy querida por nos y por vos. Conviene, pues, que tomemos precauciones para que no le sobrevenga mal ni daño alguno, lo que Dios no quiera. Y porque las relaciones del Rey de Castilla y nuestras con el Rey de Granada están dudosas, rogamos hagáis que en el castillo haya más abundancia de reservas y viandas de las que hay. Y no lo demoréis, que muchos peligros podría haber en la tardanza».
La correspondencia cruzada entre el Rey y D. Juan Manuel pone de manifiesto los recíprocos recelos. Jaime II pensaba que D. Juan Manuel pudiera utilizar a su hija como rehén, y D. Juan temía que el Rey quisiera alejarla de su futuro marido, quizá con el propósito de anular el matrimonio.
El 3 de febrero de 1312, Jaime II le recuerda a D. Juan Manuel que el próximo primero de abril, la Infanta cumplirá los doce años, que era el plazo señalado para consumar el matrimonio, y que por esta razón se dirige hacia Valencia, y le requiere para que a principios de abril esté en Villena para cumplir con lo estipulado, y le consulta si accede a que la boda se haga en Valencia, en casa del Rey, «porque es lugar honrado y se podrá hacer muy solemnemente y el Rey pueda preparar lo que fuere menester»; o si prefiere que la boda se haga en Villena, en su propia casa, y que lo prepare «en manera que se haga el hecho bien y honradamente».
D. Juan Manuel le respondió que dejaba la cuestión a voluntad del Rey, y que la boda se hiciese donde él quisiese, a lo que D. Jaime contestó que las bodas se hiciesen, no en Villena, como quería D. Juan Manuel, ni en Valencia, como pensaba el Rey, sino en Játiva, para evitar gastos y desplazamientos largos. La boda se realizó, efectivamente, allí, en Játiva, el 3 de abril de 1312, con asistencia de la familia real aragonesa, y sin la reina Blanca de Anjou, madre de la novia, que ya había fallecido. Siete días después, desde Chinchilla, D.ª Saurina de Beziers, aya de la Infanta, escribe al Rey para comunicarle que D.ª Constanza se encontraba sana y se llevaba muy bien con D. Juan Manuel, quien había hecho traer de Burgos telas muy bellas, de plata y oro, para hermosas vestiduras. D.ª Saurina comenta satisfecha que el matrimonio había tenido un buen comienzo.
D.ª Constanza había pasado seis años entre los muros del castillo de Villena. D. Juan Manuel, en su «Libro de la caza», nos ha dejado una espléndida versión de lo que era el término de Villena en aquella centuria. Dice así:
«En Villena hay mejor lugar de todas las cazas que en todo el reino de Murcia. Y aun dice don Juan que pocos lugares vio él nunca tan bueno de todas las cazas, pues de lo alto del alcázar se verá cazar garzas, ánades y grullas con halcones y con azores; y perdices y codornices y otras aves que llaman flamencos, que son hermosas aves y muy ligeras para cazar, sino porque son muy difíciles de sacar del agua, pues nunca están sino en muy gran laguna de agua salada; y liebres y conejos. También desde el mismo alcázar verán correr por los montes jabalíes, ciervos y cabras montesas. Y dice don Juan que todas estas cazas las hizo él yendo a vista del alcázar, y dice que tan de cerca mataba los jabalíes que desde el alcázar se podía muy bien conocer la cara del que antes llegaba a él. Y dice que si no porque hay muchas águilas y en ciertos lugares de la huerta hay muy malos pasos, que él diría que era el mejor lugar de caza que él nunca viera».
Nos imaginamos a la tierna Infanta D.ª Constanza contemplando las hazañas venatorias de su prometido desde las murallas y ventanales de la torre. El orgullo que por su feudo de Villena sentía D. Juan Manuel lo capta el profesor francés Denis Menjot en el hecho de condescender a citar las varias especies de caza que existían en su término cuando, hasta entonces, se había limitado a inventariar solamente las especies acuáticas.
Todavía insiste D. Juan Manuel en el tema de la caza en nuestra comarca al añadir que «en Yecla y en Sax no hay otra corriente sino la que viene de Villena, y no es muy buena ni de buenos pasos, pero desde Villena hasta Sax en algunos lugares hay garzas y ánades, y en la laguna de las Salinas hay garzas y flamencos, pero es la laguna muy grande. De Sax hasta Elda va el arroyo que viene de Villena y va por lugares muy estrechos de sierras y de montes y no es buen lugar de caza para halcones». Y así continúa su descripción hasta Orihuela, Cartagena, Murcia y Lorca.
En agosto de 1327 murió D.ª Constanza aquejada de tuberculosis. Es muy probable que de su muerte fuese causa su prematuro casamiento. Las costumbres permitían que una niña arrancada a los cuidados maternos y a los juegos de la niñez a los seis años, fuese entregada a un hombre de treinta y dos para casarse a los doce. Hoy nos parecería un hecho casi delictivo. Toda su vida la pasó enferma, y aún hubo de sufrir que le quitaran a su hija para encerrarla en Toro. Parece ser que se trastornó su cabeza, y aunque logró curar de aquellos extravíos mentales no logró reponerse de los males del cuerpo.
Del matrimonio de D. Juan Manuel con D.ª Constanza, nacieron dos hijas: Constanza, la de los tristes destinos, y Beatriz, además de un hijo varón que murió muy pronto, y de otro que tampoco pasó de la niñez. Quedó, pues, viudo D. Juan Manuel y sin heredero legítimo por línea de varón. Tratando de remediar esta deficiencia, unos meses después de enviudar contrajo terceras nupcias con D.ª Blanca de la Cerda y de Lara, heredera de este último señorío y del de Vizcaya. De este matrimonio nacería D. Fernando Manuel, que sería el tercer señor de Villena.
La preocupación por la seguridad de la Infanta es la que hizo ampliar las defensas de Villena con la construcción de su recinto amurallado, en el que no perdura ni un solo emblema heráldico con las manos aladas y leones de los Manueles, que fueron sin embargo incorporados al escudo de la ciudad.
No podemos extendernos en la enconada guerra que se produjo entre D. Juan y el Rey de Castilla Alfonso XI, quien después de su promesa matrimonial con D.ª Constanza, hija de D. Juan Manuel, no solamente la repudió, sino que la tuvo encerrada en la villa de Toro. Pesaroso quizá y con el deseo de enmendar su conducta, propuso al Rey de Aragón que casara a su hijo con D.ª Constanza, para que ésta llegara a ser Reina de Aragón, pero la propuesta fue rechazada. El monarca portugués, que ya lo había intentado antes, reanudó las negociaciones para casar a su hijo D. Pedro con la desgraciada D.ª Constanza, matrimonio que se ajustó con sigilo para evitar posibles entorpecimientos, como los hubo para evitar la ida de D.ª Constanza a Portugal a celebrar la boda.
Los recelos de D. Juan Manuel con Alfonso XI eran cada vez más fuertes, y aunque se le había devuelto el adelantamiento del reino de Murcia, el Rey no permitió que lo ejerciera él, sino su hijo D. Fernando Manuel, a quien llamaba a sus consejos temeroso de que su padre no guardara el secreto de lo que en ellos se trataba.
Entre 1348 y 1350 murió D. Juan Manuel, a quien Jaime II le había denegado la petición de acuñar moneda propia en Villena, y cuando años después necesitó dinero para la nueva rebelión que estaba preparando, no dudó en falsificar «coronados» de baja ley en su aldea de «El Cañavate». Dice la crónica real que esto lo hacía a fin de conseguir la plata necesaria para llevar fuera del reino ganados, trigo y otras mercaderías. La magnífica situación fronteriza de sus tierras y las facilidades del paso de aduanas que D. Juan Manuel había conseguido, tanto de Castilla como de Aragón, se prestaban a ese contrabando ejercido por quien debería haberlo reprimido. Y eso fue lo que le movió a solicitar del Rey de Castilla que hiciera a su tierra ducado y exenta de todo tributo real. La petición, que llevaba implícito el derecho a labrar moneda, fue rechazada por Alfonso XI, y al fracasar en su deseo de obtener el título de Duque en Castilla, obtuvo de Alfonso IV de Aragón el nombramiento de Príncipe de Villena. En 1388, es decir, cincuenta y cinco años después de que se fundara el de Villena, el Rey Juan II otorgó el de Asturias a su hijo, que luego Reinaría como Enrique III. Ya es sabido que hoy ostenta ese título quien ocupa, después del Rey, la primera dignidad de la Monarquía. Hemos de señalar que el título se le dio con el compromiso de no acuñar moneda en todas las tierras que poseía dentro de la jurisdicción del Rey de Aragón. No se contentó con ello D. Juan Manuel, y visto que el nuevo título no le daba derecho a acuñar, a la muerte de Alfonso IV solicitó y obtuvo del nuevo monarca, Pedro IV, el título de Duque de Villena que unos años antes le había sido denegado por el Rey de Castilla.
Los fueros de Murcia, Elche y Lorca llevaban anejo el disfrute de todas las mercedes y franquicias ya otorgadas o que se otorgaren a aquellas poblaciones, y tal profusión de privilegios y exenciones atrajo a un importante número de inmigrantes que huían de la violencia existente en el sector castellano del señorío y de la presión fiscal en aquella zona. Aquí podían encontrar tierras, pastos y gran facilidad para el contrabando. Y podían también aprovechar las ventajas fiscales que les otorgaba la calidad de hidalgos de que varios alardeaban, en muchos casos, sin razón. En 1345, Villena se quejó a D. Juan Manuel de que los hidalgos no querían contribuir a los repartos que él mismo imponía. Desde el castillo de Garci Muñoz en donde se hallaba, declaró que los hidalgos exentos de pechos y pedidos eran:
Sancho Pérez de Cadahalso.
García Jufre de Alcaudete.
García Alvarez.
Simón Pérez de Alcocer.
Martín Remírez.
Remiro Alvarez.
Juan Remírez.
Velasco Martínez.
María Iñíguez, mujer de Juan Gutiérrez.
Alvar Alfonso.
Vicén Martínez Adalid.
D.ª Margarita, mujer de D. Ramiro.
Martín Sánchez Oblitas.
Pedro Martínez y Juan Martínez de Espejo, hijos de Martín Pérez de Espejo.
Todos ellos eran, según D. Juan Manuel, tan hidalgos como lo eran los de Castilla, y estaban libres de pechos y pedidos. Pero, y es muy importante la observación, añade D. Juan Manuel que si hubieran comprado alguna heredad desde hacía seis años, pagarían por ella como los demás. Es interesante la aclaración que hace de que «son tan hidalgos como lo son los de Castilla», y castellanos son, efectivamente, los apellidos de todos ellos. Dieciocho hidalgos a mediados del siglo XIV, reconocidos como tales por el propio D. Juan Manuel, es una importante minoría, pero es que, además, hay otros treinta individuos que se dicen hidalgos, pero que tienen que demostrarlo en el lugar de origen. Es de notar también que tanto los notorios como los presuntos ostentan apellidos castellanos, y lo mismo sucede con la inmensa mayoría de los que figuran en los censos que se han podido consultar. Esto nos habla del sentido que tomó la repoblación de estas zonas que llevó a cabo la familia de Fernando III el Santo representada por los Manueles.
D. Fernando Manuel. Tercer señor de Villena
Dijimos ya que el tercer señor de Villena fue D. Fernando Manuel, hijo de D. Juan Manuel y de su tercera esposa D.ª Blanca de la Cerda y de Lara. El 1 de marzo de 1331, acompañado de su padre, estuvo en Villena para que los procuradores de todos los lugares que D. Juan Manuel poseía en el reino de Murcia prestaran el homenaje de reconocerlo como sucesor en el señorío.
A finales de 1345, D. Juan Manuel había tratado con el Rey Pedro IV el matrimonio de su hijo con D.ª Juana de Espina y de Romania, hija mayor del infante D. Ramón Berenguer, que a su vez era hijo menor de Jaime II. No se conocen las condiciones que se estipularon para el casamiento, pero sí que Pedro IV puso algunos reparos a las exigencias de D. Juan sobre los lugares de Onteniente, Bocairente y Biar. Se trataba de evitar que esos pueblos pasaran a dominio castellano.
Ya dijimos que el Rey Fernando IV no permitía que D. Juan Manuel asistiera a las reuniones de su consejo temeroso de que desvelara los secretos de la Corte, y llamaba a su hijo D. Fernando, quien asumió y heredó todos los cargos que tuvo su padre. No disfrutó mucho tiempo de aquellos cargos porque falleció a finales de 1350. Algunos acusaron a D. Alfonso de Alburquerque de haberlo envenenado, y es el caso de que a su muerte se le dio el adelantamiento de Murcia a Martín Gil, que era precisamente hijo de Alburquerque y que se había convertido en favorito del nuevo Rey Pedro I.
Sólo dos años disfrutó pues D. Fernando la posesión de los extensos territorios que le dejó su padre. Con él se extingue el linaje varonil de los Manueles por línea directa. Algunos creen que D. Fernando murió en Villena, interpretando así la frase «en su tierra» que dice la crónica. Dejó una hija, D.ª Blanca, a quien le dejó todas sus villas, lugares y fortalezas. El concejo de Villena había autorizado a sus procuradores, Blasco Martínez de Ferrera y Miguel Serrano, para recibir por señora a D.ª Blanca. No puede dudarse de que también en este caso se cumplen las condiciones del «apanage», fundado en tiempos de Fernando III el Santo en la persona de D. Manuel, heredado sucesivamente por D. Fernando y por D.ª Blanca.
D. Blanca Manuel. Cuarta señora de Villena
A la muerte de D. Fernando heredó el señorío su hija D.ª Blanca, que era de muy corta edad y estaba bajo la tutela de D. Iñigo López de Orozco. En 1351, los mismos procuradores villenenses que habían prestado homenaje a D. Fernando Manuel, Blasco Martínez de Ferrera y Miguel Serrano, se desplazaron a Garci Muñoz para recibir por señora a D.ª Blanca.
A la muerte de Alfonso XI de Castilla accedió al trono su hijo Pedro I, al tiempo que fallecía el señor de Villena D. Fernando. Una de las preocupaciones del nuevo monarca era la de recuperar las tierras arrebatadas a Castilla por Jaime II. Y ésta es una de las principales razones de que mantuviera casi secuestrada en Sevilla a la tierna señora de Villena, que prácticamente no llegó a ejercer su derecho como tal.
El Rey tenía también apresadas a D.ª Leonor de Guzmán, la concubina de Alfonso XI, y a D.ª Juana Manuel, que contra la voluntad de su hermano, D. Fernando, se había casado en secreto con D. Enrique, Conde de Trastámara, hermano bastardo de Pedro I. Era más que probable que el conde reivindicara las tierras que fueron de D. Juan Manuel y que pudiera heredar legítimamente su esposa D.ª Juana. El caso es que D. Blanca falleció en Sevilla, y no están claras las circunstancias de su muerte, como tampoco lo estuvieron las que rodearon el fallecimiento de su padre D. Fernando. De creer a D. Enrique de Trastámara, su hermanastro, el Rey Pedro I mató a la Reina D.ª Blanca de Borbón, que era su mujer legítima; mató a la Reina D.ª Leonor de Aragón, que era su tía; mató a D.ª Juana y a D.ª Isabel de Lara, que eran sus primas, y mató a D.ª Blanca de Villena por heredar sus tierras. Podemos pensar que todo esto no eran calumnias, porque heredó, efectivamente, el señorío de Villena.
Efímero señorío de D. Sancho de Castilla
A la muerte de D.ª Blanca debía heredar el señorío D.ª Juana Manuel, hermana menor de D. Fernando y última representante legítima del linaje manuelino, pero el monarca castellano, temeroso de que su hermanastro D. Enrique reivindicase las tierras de su mujer, a la muerte de D.ª Blanca anexionó aquellas tierras a la corona, comenzando así a recuperar los territorios arrebatados a Castilla por Jaime II, con lo que confirmaba lo que los maldicientes aseguraban sobre la muerte de D.ª Blanca.
Aproximadamente un siglo había permanecido el estado de Villena en régimen señorial, para volver ahora al de realengo que había tenido con Fernando el Santo y Alfonso el Sabio. No sería por mucho tiempo, porque existe un documento de 1364 en el que se habla de un privilegio otorgado por D. Pedro, «a petición de su hijo D. Sancho, señor de Villena».
Tras el asesinato de Montiel, ascendió al trono D. Enrique de Trastámara, que encerró a D. Sancho en Toro, prisión de tantos personajes de nuestra historia, y allí murió sin dejar sucesión. La inscripción de una sepultura existente en Santo Domingo el Real, de Toledo, dice así: «Aquí yacen los muy nobles señores D. Sancho y D. Diego, hijos del magnífico Rey D. Pedro, los cuales fueron sepultados en este Monasterio el 24 de diciembre del año 1448».
Ultima señora de Villena; D.ª Juana Manuel
Ya hemos dicho que a la muerte de D.ª Blanca debía heredar el señorío de Villena D.ª Juana Manuel, hermana de D. Fernando. Títulos para ello no le faltaban. Pero sabedor su hermano de que D.ª Leonor de Guzmán, la amante de Alfonso XI, trataba de casarla con su hijo, D. Enrique de Trastámara, quiso evitar el deshonor que supondría para el linaje de los Manueles el matrimonio de D.ª Juana con un bastardo, e intentó casarla con Pedro de Aragón o, en todo caso, con el Infante D. Fernando de aquel reino. Pero D.ª Leonor consiguió su propósito, y D.ª Juana Manuel se casó en secreto con D. Enrique. Enterados el Rey y los miembros de la Corte la llevaron presa a Carmona. Hubo disturbios y desórdenes en la Corte; muchos nobles se sublevaron, y entre ellos, el bastardo D. Enrique, esposo de D.ª Juana. Allí acudió el Rey D. Pedro y consiguió que D. Enrique se sometiera.
D.ª Juana permaneció un año en prisión, y puesta en libertad, se dirigió a Aragón en donde le esperaba su marido. En 1358, dio a luz un hijo que luego Reinaría como Juan I. Tuvo también dos hijas, una llamada Leonor y la otra Juana.
Los partidarios de D. Enrique iban creciendo e infligieron una gran derrota a los de D. Pedro en los campos de Araviana, pero de esta derrota tomó cumplida venganza el Rey en uno de los combates más espectaculares de la historia militar de Castilla en la Baja Edad Media: la batalla de Nájera, ocurrida en 1367. D." Juana tuvo que salir de Castilla para refugiarse en Aragón y marchar después a Francia, en donde ya se encontraba su marido.
Pero las noticias que se recibían de Castilla eran cada vez más alentadoras para D. Enrique, y ya con la ayuda de Francia volvió a entrar en Castilla llevando consigo a D.ª Juana y al infante su hijo, que en Burgos permanecieron hasta que el 23 de marzo de 1369 D. Enrique mató a su hermano en el campo de Montiel.
Aquí comenzó el Reinado de Enrique II, que en la primavera de 1366 ya había sido coronado en las Huelgas de Burgos, y aquí comenzó D.ª Juana Manuel a llamarse Reina de Castilla. El nuevo Rey dio el señorío de Lara y de Vizcaya a su hijo, el Infante D. Juan, «porque estos dos señoríos pertenecían por herencia a la Reina, madre de dicho infante», como se lee en la crónica. Tenía también D.ª Juana, como hija legítima de D. Juan Manuel, el estado de Villena, pero el Rey su marido, al coronarse en Burgos, lo había entregado a D. Alfonso de Aragón con título de Marquesado. El derecho permanecía, sin embargo, en D.» Juana, y por eso acudió a ella el Mayordomo Mayor del Rey cuando compró del Marqués D. Alfonso los lugares de Alcocer, Salmerón y Valdeolivas. D.ª Juana confirmó la compra diciendo que, «como Reina y señora y así como heredera de los bienes de D. Juan mi padre (que Dios perdone) cuyos fueros los dichos lugares que vos compraste, de mi cierta sabiduría y de mi propia voluntad consiento en la dicha compra».
El Rey Enrique II, dice en su testamento, refiriéndose a su mujer, «que no hubo Reina en Castilla que tanta tierra tuviese», y recomienda a su hijo Juan que no diese tanto a la mujer que tomase. Esto, unido a la autorización de venta antes mencionada, da a entender que D.ª Juana disponía libremente de sus bienes, y así lo confirma también la autorización para entregar el señorío de Villena a D. Alfonso de Aragón en las Cortes de Burgos.
De todos modos, D. Enrique se mostró excesivamente liberal con lo que no era suyo, uno de los más importantes estados feudales de la península fundado por el Infante D. Manuel a mediados del siglo XIII.
D. Enrique murió en la ciudad de Santo Domingo el 29 de mayo de 1379, y D.ª Juana pudo ver cómo el cetro de Castilla pasaba a manos de su hijo Juan I. Dos años después, el 27 de marzo de 1381, fallecía en Salamanca D.ª Juana Manuel. Está enterrada en la capilla de los Reyes Nuevos de la iglesia de Santa María, en la imperial ciudad de Toledo.
Y así fue cómo la última poseedora del señorío lo cedió a D. Alfonso de Aragón, que inició así el primer Marquesado que existió en Castilla. Y es digna de resaltarse la primacía que ha tenido Villena en el disfrute de títulos nobiliarios, pues también obtuvo el primer Principado en 1333, como ya se dijo, y el primer Ducado en 1336.
Extraído de la Revista Villena de 1994
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