24 feb 2024

1993 LA INTRIGA DE LOS INSIDIOSOS

La intriga de los insidiosos
Por el mundo tenebroso de los trúhanes traicioneros, 
turbulentos, tremebundos, alevosos, pendencieros, 
se alborotan los canallas presurosos a embrollar. 
Y en el pueblo donde se alza vieja torre plateresca, 
al aire de la deslealtad por la senda picaresca, 
se lanzan empecinados predispuestos a bregar.
Son aquellos traficantes de enredos y de mentiras, 
defendiendo lo imposible a costa de levantar iras, 
que vigilando sus trampas repartidas por doquier, 
se esconden agazapados entre la gente sencilla,
al lado de compatriotas en la esclarecida villa,
al contraste con paisanos de rango, fama o poder.
Son los que con sus sofismas se apropiaron los honores, 
son los que desempeñaban su función de encubridores, 
son los farsantes taimados que extorsionan para el caos. 
Son los que pronto endilgaron la discordia al porvenir, 
son los dementes que urdieron el pastel a conseguir, 
son los mangantes rabiosos que gritaban: ¡sosegaos!
Esta maniobra es la traición que delata y encadena, 
a los villanos procaces manipulantes en vena, 
a los bravos testarudos que metieron bajo tierra, 
los arreglos prometidos que a su programa estorbaron. 
Sus engaños son comedias indignantes que dejaron, 
en perversa trapisonda que a toda persona aterra.
Son los que así se expresaban: ninguno como nosotros. 
Son los que más sentenciaban: nunca perjudicar a otros. 
Son los que hacían promesas con capciosas intenciones. 
Son los brutos burladores del pacto sin dejar rastro, 
son los felones cuyo ardid ha embadurnado al catastro, 
son los pertinaces viles de sucias maquinaciones.
Realizaron el desastre parando al remordimiento, 
porque en toda circunstancia predomina el sentimiento. 
Mejor es deber cumplido repleto en satisfacciones, 
que ser esclavo del terror ocultando atrocidades. 
Si torvo es el contubernio compartiendo iniquidades, 
pavoroso es desarrollar horrendas deformaciones.
Cuando historiadores narren esta herencia horripilante, 
con el rigor consiguiente de la evidencia aplastante, 
que barra al espeluznante tinglado del entresijo..., 
las verdades compensarán a los poetas que inspirados, 
describirán a bergantes tozudos enmascarados, 
tras la bestial consumación del espantoso amasijo.
Traman tremendas cuestiones los tunantes marrulleros, 
que bribones, repelentes, horrorosos y especieros, 
llegan a recalcitrantes del infausto acontecer. 
Y ante la elevada mole del castillo en su atalaya, 
en el sitio incomparable guarnecido con muralla, 
celebran el abyecto fin de su infame proceder.
Los bellacos socarrones despliegan bandera al viento,
erigiéndose en bastardos que no tienen miramiento,
en pérfidos portavoces del estrago persistente,
en protervos inventores de bulos que les convienen,
en falaces montadores de los líos que mantienen,
y en cabilderos del complot contra el valor permanente.
Vicente Hernández Belando
Extraído de la Revista Villena de 1993

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