Valores de la vejez: del viejo, el consejo.
Por JUAN FLOR HERNÁNDEZ
Para los de la llamada «Tercera Edad», nuestra andadura por la vida no ha sido precisamente de paseo por un camino de rosas. Por necesidades familiares (en la mayoría de los casos) tuvimos que dejar la escuela en edades muy tempranas, para aportar nuestro grano de arena a aquellas débiles economías. Para el que suscribe, han sido largos años los vividos en una empresa de calzado y en convivencia de matrimonio feliz con esposa e hijos.
Con el paso de los años y purificado por el trabajo, el anciano se asemeja al árbol robusto de profundas raíces, inclinado y agobiado por el peso de sus años, al que hay que respetar y venerar. La ancianidad nos enseña que lo difícil en la vida no es tener muchas ni pocas ideas, sino que estas ideas sean buenas y estén bien orientadas para el servicio a los demás.
Es de desear que estas sugerencias den una pauta a seguir por nuestros nietos y cuando tropiecen con un anciano, tan sólo una palabra amable y cariñosa le hará más beneficio que el medicamento cotidiano a la vez que el anciano, ya en contacto con ellos, puede ser buen consejero de la vida que los jóvenes tienen que afrontar; como la feliz convivencia en el matrimonio, la humildad, y una sana educación a sus hijos, ya que éstos serán testigos de la historia y jueces de nuestra conducta y del destino de la humanidad.
Cuando a un hombre o mujer le llega la jubilación, parece que el primer año se encuentra desorientado, se aburre en ese largo tiempo de ocio y las horas le parecen siglos. Pero hay pensionistas de los cuales debemos tomar ejemplo, ya que su tiempo libre lo aprovechan para desarrollar actividades que no pudieron ejercer durante aquel período de su habitual trabajo, como son música, poesía, canto, bailes, literatura, trabajos manuales, y una variada gama de cosas con las cuales no tendrán ocasión para el hastío.
La sabiduría popular ha plasmado en sus dichos cosas tan verdaderas como estas: «La madre vieja es la mejor»; «el mejor vino es el añejo»; «los viejos amigos son los mejores para dialogar»; y también el que encabeza este escrito.
Sería para mí una gran alegría que lo escrito en este trabajo resultara una lectura amena para que hijos y nietos asimilen la enseñanza que tiene; porque nunca sabremos lo suficiente para poder enfrentarnos a la vida cotidiana, casi siempre plagada de abrojos y caminos tortuosos.
Extraído de la Revista Villena de 1993
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