25 dic 2023

1993 RETAZOS DE UNAS MEMORIAS. «MISIÓN SAGRADA»

Retazos de unas memorias. «Misión Sagrada» 
Por J. MENOR VALIENTE
En la familia del abuelo Antonio, cuando se hacía referencia a algún hecho notable acontecido, se hacía siempre constar si era antes o después de la salida de tía Filomena a entrevistarse con el rey.
A partir del año 1909, los cabileños del Rif se sublevaron contra los militares de Marruecos, dando comienzo la llamada «Guerra de Melilla», donde los españoles tuvimos varios grandes descalabros, habiéndose hecho célebres los nombres de Gurugú, el Barranco del Lobo y, sobre todo, el renombrado desastre de Annual, donde perdieron la vida muchos españoles. Con el tratado de Alhucemas en el año 1925 se apaciguaron las tribus cabileñas, se hizo prisionero a su cabecilla Abd-el-Krim y volvió a reinar la tranquilidad.
Durante aquellos años, la opinión pública se veía conmovida de vez en cuando por las noticias que llegaban de África y por la muerte de algún villenero, como en el caso del Teniente Hernández Menor, que se encontraba luchando en aquel territorio, a donde se iban enviando las quintas movilizadas. En el año 1910 una de estas trágicas noticias exacerbó los ánimos y en señal de duelo por los acontecimientos, se suspendieron las fiestas de Moros y Cristianos y se acordó que únicamente se traería la imagen de la Virgen sin músicas y sin jolgorios. En señal de luto, los árboles de la Corredera se engalanaron con crespones negros. Aquel año hubo muchas revueltas, pues los ánimos estaban excitados y había diversas opiniones sobre la celebración o no de las fiestas, llegando a promoverse motines en los que tuvo que intervenir la guardia civil que en aquel entonces era la única mantenedora del orden. En uno de estos disturbios, un villenero, algo más excitado que los demás, solamente algo, le lanzó una pedrada a un número de la guardia civil, que seguramente ostentaba alguna graduación, por el revuelo que alcanzó el hecho y le abrió la cabeza. Ni que decir tiene que el sujeto, un tal Francisco Pérez Amorós, alias «Bonítalo», fue encarcelado y llevado a la cárcel provincial, hasta que le saliera el juicio.
En aquella época se editaba en Villena un semanario que se llamaba independiente y se titulaba «La Tribuna». Dicho periódico, cuyo número suelto valía cinco céntimos, comenzó una labor para intentar conseguir el indulto del preso en cuestión e inició una campaña a la que llamó «Misión Sagrada», título un poco rimbombante, consistente en recoger firmas solicitando el indulto, en un pliego que se habría de presentar a Su Majestad D. Alfonso XIII. En el mes de febrero del año siguiente, 1911, el rey, para algún asunto de estado, debía de bajar en ferrocarril desde Madrid a Alicante, y se pensó que era la ocasión indicada para solicitarle esta gracia y comenzaron los proyectos para el éxito de la Misión. Se acordó que un «ramillete de bellas señoritas de la localidad» fuesen las encargadas de presentarle la solicitud del indulto, pero debían de ser señoritas de lo más distinguido y elegidas por escrutinio popular.
«La Tribuna» organizó un concurso, donde los lectores deberían elegir entre sus paisanas a las seis a su juicio más bellas y elegantes, ya que así lo requería el motivo regio y en sexto lugar salió elegida tía Filomena por 199 votos, a bastantes de diferencia de la primera que consiguió 412.
La tía lloró y pataleó para conseguir la autorización del abuelo, que en un principio se opuso en absoluto a que su hija se exhibiera de un modo tan ostentoso. Por fin, tras la visita de una comisión del ayuntamiento, pudieron convencerle y la tía se fue preparando el atuendo. Convinieron que a diferencia de las restantes, la tía no llevaría sombrero. En realidad no era tan «crema» como las demás y aunque el abuelo iba adquiriendo cierto renombre como industrial y alguna posición social, siempre sería el tío Antonio «El Sillero».
Al final la tía quedó muy presentable, pues su negro pelo partido en bandós y recogido en un moño, resaltaba su gracia juvenil y la palidez de su tez, tan a la moda entonces, se acentuaba más sobre la negrura de su traje, pues a pesar de que la abuela había fallecido dos años antes, todavía la llevaban luto, y con la única condición de que fuera de negro, transigió el abuelo en que fuera de la comisión. Su ilusión, la de la tía, hubiera sido llevar un sombrero enorme, como casi todas, cuajado de plumas, de flores y de pájaros, pero al final se resignó por que el peinado la favorecía bastante.
Como seguramente los elementos estaban en contra de la tía, la víspera del día señalado amaneció lloviendo y las señoritas de la comisión pensaron en llevar chanclos sobre las botitas de media caña con botonadura, por temor a ensuciar de barro las alfombras del vagón real, al que habían de subir con tres enormes canastillas de flores, lo que me hace suponer que al monarca acompañaría su egregia esposa D. Victoria Eugenia, pues no imagino lo que pudiera hacer D. Alfonso con aquel jardín ambulante. Entonces ardió Troya, ya que la tía no tenía chanclos, y unos nuevos costaban ¡nueve pesetas!. A la tía se le habrían las carnes antes de decidirse a pedirlos a el abuelo y cuando, por fin, armándose de un valor saguntino, se lo insinuó, el abuelo puso el grito en el cielo y se negó rotundamente a hacer más dispendios y la tía se pasó sin los chanclos.
Realmente, nunca más bien usada la palabra, no le hicieron ninguna falta, pues el rey se limitó a extenderles la mano desde la ventanilla del vagón, que ellas le estrecharon desde el andén, y se limitó a preguntarles si todas las chicas del pueblo eran tan bonitas como aquella muestra que tenía en su presencia y, tal vez, al decirlo se sonriera y le colgara un poco más su labio borbónico. La tía no dijo ni pío, como es natural.
La llegada del tren real estaba prevista para las doce, y ya antes estaba la comisión al pie del andén, pero hubo un error de interpretación y en lugar de las doce del mediodía, eran las doce de la noche. Las botas y las ballenas del corsé estarían haciéndole la pascua a la tía.
Del libro inédito «Memorias».
El rey prometió haría lo posible al regresar a Madrid, etc., etc. Cuando arrancó el tren, no se acordaría del preso, del indulto, ni de aquel «ramillete de bellas señoritas», una de las cuales era tía Filomena.
Pero aquel acontecimiento marcó una época, en aquella vida opaca y monótona de señorita pueblerina. Por eso, cuando se relataba algo, se solía decir, antes o después de que la tía fuese comisionada para entrevistarse con el rey.
Extraído de la Revista Villena de 1993

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