Antón el Judío - TIPOS POPULARES
En la nómina de personajes pintorescos que por una u otra causa han adquirido notoriedad en nuestra población, destaca, sin duda, Antón «el Judío». Debió ser una figura típica de nuestra ciudad, casi tópica, durante las primeras décadas del siglo que acaba de terminar. Se le dedicaron versos y semblanzas en la prensa local y aun fingidas entrevistas. No obstante el tiempo transcurrido desde aquel constante deambular de Antón a través de las calles villenenses, queda todavía su recuerdo en la memoria colectiva de la ciudadanía local.
Óleo de Ladislao Jareño
Los datos que poseemos acerca este curioso personaje, los debemos a Vicente Prats, autor de una rigurosa investigación sobre la vida y milagros de Antón, pues de no haberla realizado, poco a casi nada podríamos decir hoy sobre aquel popular individuo. Se llamó Antonio Martínez Hernández, y nació en el número 28 de la Segunda Manzana el 6 de septiembre de 1869. Prats recogió asimismo los nombres de padres y abuelos, y consta igualmente el del coadjutor que lo bautizó en la parroquia de Santa María, a la vez que el de los padrinos del recién nacido. Desde muy temprana edad trabajó Antón en el campo. Y si bien Vicente Prats encomia su laboriosidad y lo describe como un trabajador ejemplar, cabe sospechar que el juicio puede no ser exacto. Lo cierto es que alrededor de la treintena ya abandonó las tareas agrícolas y se dedicó a la mendicidad, además de desempeñar de vez en cuando alguna tarea ocasional, como la de transportar mercancías desde la lonja al mercado. Descuidó su aseo personal, dejó que le creciera la barba y su vestimenta quedó reducida a las ropas usadas que desechaban sus ocasionales benefactores en las casas donde acudía regularmente a implorar la caridad.
En sus esporádicas tareas de cargar con bultos para trasladarlos al mercado, se asegura que las realizaba hasta considerar que ya había ganado lo necesario para aquel día; rehusando seguir desempeñando cualquier trabajo posterior y recomendando que se le ofreciera a otro «más pobre que él».
Llevaba una chaqueta que pendía siempre de uno de sus hombros, una de cuyas mangas le servía de zurrón para echar en ella los mendrugos, una vez atada previsoramente la bocamanga con una cuerda. Y pedía de puerta en puerta con frases pintorescas, siempre contento y buen humorado, aceptando las negativas sin acritud. Se refiere que una de las muletillas que repetía para solicitar una limosna, o las sobras de las comidas ajenas, era la de «ser un pobre hombre al que se le habían quitado las ganas de trabajar», añadiendo que «Dios quisiera que no le retornaran».
Estas y otras ocurrencias, siempre ingeniosas, le convirtieron en el más popular de los mendigos locales. Acostumbraba a pedir recitando cualquier retahíla en la puerta como la de solicitar «...un platico de arroz si hay buena voluntad y ha sobrao, y si no me lo dan y hay buena voluntad es que no ha sobrao, porque Antón sabe que no se lo echáis a los pollos y a los gaticos y que otro día será.» Y se marchaba canturreando. O preguntaba con sorna ... ¿Ha sobrao alguna pata de toro o algún cono de vino pa este pobre que se le han quitan las ganas de trabajar?
Se le describe con hirsuta pelambrera, barba enmarañada y un pecho velludo que dejaban entrever los harapos con los que se cubría. Nos dice Prats que medía 1'61 metros, dato recogido en la relación municipal de mozos aptos en 1888 para el servicio militar, que no llegó a realizar por ser el único hijo varón de un padre cuya avanzada edad exoneraba al hijo de su ingreso en el ejército. Más tarde vivió con su hermana Virtudes y el marido de ésta, que lo echaba de casa cuando llegaba bebido, circunstancia que ocurría frecuentemente, lo que no le impedía recibir de Antón las monedas que éste recaudaba y que servían como pago de su hospedaje. Situación que Antón cortó finalmente yendo a vivir a una cueva situada en las afueras de la ciudad, a unos cientos de metros en dirección a Biar, junto a la vía de ferrocarril de vía estrecha que unía ambas poblaciones en aquellos años.
Siempre alegre, tarareando la música que escuchaba a la banda de música local, discurría por la población contento y, a su modo, feliz. A cambio de un vaso de vino, cantaba, marcando a la vez el ritmo golpeando con las manos la superficie que tenía más cerca. Con ello divertía a las mozas, a los chiquillos y daba suelta a su sempiterno buen humor. Tuvo amigos, mendigos como él, a los que socorría cuando a él le sobraba y cuyos nombres citan los periódicos de la época, tales como Pijoto y Coleto-Mañana.
Murió Antón en 1934, el 11 de junio, y la causa fue una indigestión. Descargaban un vagón de naranjas varios empleados del ferrocarril, en la estación, y porfiaron con él acerca de cuántas sería capaz de comer. Se dice que, establecido el reto, comió ciento diez. Lo cierto es que ingirió demasiadas hasta que se sintió mal y marchó a la cueva que ocupaba. Sus amigos, al ver que empeoraba, llamaron a los familiares de Antón que le trasladaron al hospital, donde falleció.
Los versos que le dedicó Marín y que se reproducen a continuación, nos dan una idea cabal de la filosofía peculiar de este nuevo Diógenes, cuya actitud ante la vida, bien que inconsciente y no deliberada, fue un enfrentamiento con las normas establecidas, las pautas de una sociedad con las que se manifestó en desacuerdo. Este hombre que rechazaba lo que le ofrecían cuando ya tenía bastante para el día y se despreocupaba del siguiente no obstante su inmediatez, que socorría incluso a otros compañeros necesitados, era todo un carácter, poseedor de un sentido de la existencia que lo separó claramente del conjunto ciudadano al que perteneció.
ELOGIO DE ANTÓN EL JUDÍO
De todos los tipos que en el pueblo mío
pululan, no hay otro que yo admire tanto.
Por eso este canto
va a ser en elogio de Antón el judío.
Lector, no te asombres,
sí en su honor mi musa despliega hoy sus velas.
Antón es hermano de aquellos ex -hombres
que Máximo Gorki pintó en sus novelas.
Antón es complejo. Parece sencillo,
parece un payaso grotesco y vulgar,
y es realmente un pillo
que sabe, por cálculo, dejarse engañar.
Antón, es del reino de la picardía
el más pintoresco paladín. Su estampa,
entre sus cofrades de pobretería,
descuella triunfante. Es el rey del hampa.
Alegre, dichoso, tranquilo, jocundo,
sigue su camino
sin que le preocupen las cosas del mundo
ni lo que mañana le guarda el destino.
Filósofo estoico, se arregla de modo
que nada le falte. Antón vive al día.
Él no tiene nada y lo tiene todo.
Tiene la divina sal de la alegría.
El arduo problema de la vida, apenas
le arredra ni importa; él para vivir
con poco se arregla y vive sin penas.
Suyo es el presente, suyo el porvenir.
Para su sustento, basta muchas veces
un trozo de pan;
y son el ropaje de sus desnudeces
los trajes usados que algunos le dan.
Pero a él ¿qué le importan sus sórdidos trajes,
su hirsuto pelambre, su cuerpo andrajoso,
sí sabe que ocultan aquellos harapos
la sana alegría del hombre dichoso?
Mas le falta el vino. Si él beber pudiera
cuanto le apetece ¡qué feliz sería!
Si a su alcance el vino que quiere tuviera
todos sus anhelos colmados vería...
Antón es artista. Del arte divino
la dulce ternura,
en su alma embrionaria, despierta un prístino
sentimentalismo que lo transfigura.
¡Quién sabe ese ingenio, guiado de joven,
sí de esa cabeza pudieron brotar
las notas sublimes del magno Beethoven,
las bellas sonatas del dulce Mozart!...
Antón es un místico. Intuitivamente,
y a veces usando galanes conceptos,
brotan de sus labios, espontáneamente,
de los Evangelios los sabios preceptos.
¡Cuántas veces, cuántas
en los mustios labios del hampón oí
las bellas doctrinas, las palabras santas
del dulce Rabí!...
Antón es sociólogo. Él, a su manera,
ha resuelto el magno problema social.
Cuando el pan le sobra, lo ofrece a cualquiera;
y da a otros más pobres su escaso caudal.
¡Dichoso mendigo que, viviendo al día,
impávido mira con indiferencia
el hambre que acecha y todo lo fía
a la incierta ayuda de la Providencia!
¡Juglar trashumante; bufón harapiento;
rey de los mendigos y de los hampones;
que duermes tranquilo, que vives contento,
libre de cuidados y preocupaciones!
¡Hermano del héroe de Cañas y Barro
que por los caminos dando tumbos vas;
que la dicha llevas uncida a tu carro
sin que de tu lado se aparte jamás!
El cielo permita, nuevo Sangonera
que siempre benigna contigo la suerte,
entre los vapores de una borrachera
te acoja en su seno, piadosa, la muerte.
Texto extraído del libro... De Villena y los villeneros. 2002
Alfredo Rojas y Vicente Prats.
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