Por la mañana temprano
al amanecer el día, en la
torre de Santiago
también en Santa María
cantan los ruiseñores la
alegría de sus amores
con fuertes algarabías.
Adornas tus maravillas
de ti, ciudad sin igual,
calle Nueva, La Losilla,
tu gran barrio del Rabal.
La Sierrecica, La Villa, La
Solana, La Pedrera, La
Tercia y Plaza Biar.
Anunciando el nuevo día
sale por el castelar
un lucero que ilumina
tu huerta fenomenal.
El Hilo, La Condomina,
El Hilo, El Rey, El Olmillo,
Despeñador y El Abad.
Quién no conoce tus ajos,
en México y en La Habana,
tus blancos cardos y apio
tus formidables manzanas,
tus carlotas con tus nabos,
tus coles, lechugas, rábanos
alcachofas y tus habas.
Como esta huerta no hay
otra siempre me decía mi abuelo,
porque el agua en el subsuelo
la que sale no se nota.
Hoy las plantas gota a gota
lloran con cierto desvelo
porque ven que su subsuelo
unos extraños lo agotan.
Son tus uvas del Pinar, del
Puerto y de la Boquera
difícil de superar, las que
hacen tu gran vino con tus
tierras de primera tus
aromas de primavera sol y
aire tan divino.
Te envidian otras ciudades
aunque las bañan un río
porque tú también lo tienes
mejor, porque está escondido
y esto bien entendido es
que no se contamina,
porque tú tienes la mina
que jamás se ha conocido.
El honor de tus insignes
hijos durante la historia
el recuerdo más sublime,
no se va de mi memoria.
Tus calles llevan sus nombres
porque los vieron jugar,
y cuando se hicieron hombres
tu nombre hicieron sonar
en Berlín, París y en Londres.
Fuiste su cuna,
después de verlos nacer
al compositor Quintín, a
Luciano López Ferrer, al
gran maestro Chapí,
a José María Soler,
¿qué pueblo puede decir
yo di a España este laurel?
Con qué cariño y respeto
cuidamos de tu tesoro
tienes uno más completo
más valioso sin ser oro.
Este es tu cementerio
donde guardas lo más serio
lo que más quiero y adoro.
Quien de ti se haya marchado
debió sentir mucha pena a
tus hijos no ha consolado ni
París, Berlín ni Viena porque
nada es como Tú lo vio
Belgrado y Moscú, llorando
por ti, Villena.
Para qué existo más que para ser,
ese viento que azota tu velero,
esa palabra jamás pronunciada,
esa vida que vive en tu silencio.
Esa senda sin final ni principio,
que se pierde en horizonte etéreo;
esa lluvia que impermeabiliza la vida,
y que hace de la bendición un consejo.
Para qué vivo más que para recordar,
que eres la luz que ilumina lo ciego,
que eres la sangre más roja y menos roja,
que eres el tren que embarca todos mis sueños.
Ilícitamente eres mi licencia,
eres mi frase que se pierde en rezos;
eres mi razón de ser y recordar,
segundo a segundo cada momento.
Francisco Javier Ródenas Micó
Extraído de la Revista Villena de 1991
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