¡¡EL REY DE LA FIESTA!! Por ROMI
— Corre abuelo, corre... Vayamos a la esquina para ver a las comparsas pasar.
— Ya voy hijo, ya voy. No me atosigues, a tiempo hemos de llegar.
— ¡Pero abuelo! Si ya se oye la música, si ya la gente agrupándose está.
— Sí, hijo, sí. Pero yo no puedo ir a más. Anda, ve tú delante si quieres, yo iré un poco más atrás.
— Sí abuelo, iré a coger sitio, para poder ver el desfile con toda comodidad.
Y saltó el chaval disparado para llegar a coger «buen sitio».
Pero, ¡ay!, que la esquina está llena, ya no cabe nadie más, la gente se apretuja, pues todos quieren el desfile ver pasar.
¡Maldita sea! —el suelo recibe una patada enfurecida del chaval—. Por culpa de mi abuelo no voy a poder ver el desfile. Y lo que es peor, aunque le dé la vuelta a la manzana, la otra esquina estará igual. Por culpa del abuelo. No, la culpa es de mi madre, pues yo quería más temprano salir. Y ella me recomienda: «Hilo, si quieres el desfile ver mejor, espera a tu abuelo. El siempre en primera fila está». Sí, en primera fila. Y ya están aquí. Veo entre las cabezas el estandarte que abre el desfile, pero entre tanta gente no puedo precisar, es Cristiano, es Moro, o tal vez sea..., pero ya qué más da. El desfile lo he perdido, y mi abuelo sin llegar. Y con mal reprimida furia, estrella el chaval su recién estrenado zapato en el quicio del cercano umbral, y un lastimero ¡ay! de entre dientes se le escapa, más que de dolor, de rabia.
Soportando el dolor de su maltrecho pie, y rumiando su impotencia, ve llegar al abuelo, medio encorvado, con una mano en la espalda, la otra en un garrote va, que, inconscientemente, está marcando el compás de la música, que le llega a través de la esquina, y que el entusiasmo del gentío apenas deja escapar.
— ¡Maldita sea, abuelo! Hemos llegado tarde, ya todo está lleno y no se puede pasar.
— ¿Pero qué modales son esos? Anda hijo, cálmate. Que todo se arreglará.
— Sí, se va a arreglar. No sé cómo —contesta el chiquillo con resignado mal humor.
— Ven, dame la mano y ya verás cómo. ¡La Virgen nos ha de ayudar!
— ¡Buenos días! ¿Qué tal el desfile va?
— Ahora está la primera bandera pasando, pero abuelo, qué hace usted ahí atrás? ¡¡Abuelo!!
¡Mágica palabra! Ya no hace falta nada más. Pues ante este conjuro, la gente un tanto más se aprieta, y al igual que las aguas del Mar Rolo, un estrecho pasillo se abre, por donde abuelo y nieto pueden pasar.
—Venga usted abuelo, no se quede ahí atrás.
Y cariñosas manos le empujan, para que a la primera fila pueda llegar, y sin darse cuenta, abuelo y nieto delante de todos están.
El chaval aún no ha salido de su asombro, cuando una silla, por entre las cabezas, vuela, que de mano en mano la llevan hasta su sitio llegar, y voces amables se dejan escuchar.
— Tome asiento abuelo, no se vaya usted a cansar.
— ¿Qué, abuelo, se encuentra cómodo ya?
Y él responde con mal contenida emoción.
— Sí, hijos míos. Sí. ¡La Virgen Santísima os lo pagará!
— Con tenerle a usted aquí ya nos lo está pagando. Así que no se hable más.
En cuanto el abuelo se sienta, el nieto se acomoda a su lado.
— Caramba —piensa el chaval—, sí que tenía razón mi madre. Qué bien que voy a ver el desfile pasar.
Y en él centra toda su atención. La primera escuadra de los cristianos se iba acercando al son de un alegre «pasodoble». Recta la fila, lanza en ristre y mirada al frente, poniendo fiero gesto balo su reluciente casco de acero. El cabo iba delante orgulloso del rango que ostenta. ¡Y ay!, que aquí empieza a sorprenderse el chaval. Pues llegando a la altura del abuelo, y a la orden del que manda, todos a una, de cara a él se vuelven, y complacientes una amable sonrisa le dedican, al tiempo que inclinan la cabeza en señal de reconocimiento, y le son rendidas las armas en inequívoca señal de respeto.
El chaval aún no ha salido de su asombro, cuando una lluvia de caramelos, puros y confetis caen sobre su persona, hecho lo cual, y sin perder el compás de la música, se retiran para seguir su desfilar, al tiempo que el público atruena el ambiente con fervorosos aplausos.
Pero el abuelo no ha podido verlo todo, ya que emotivas lágrimas le cubren los ojos, y alguna que otra se escapa resbalando por su cara, y que seca con su gran pañuelo, mientras trata de disimular su mal contenida emoción. Pero no acaba aquí la cosa. Pues así, una escuadra y otra. Incluso los reyes cristianos, desde lo alto de sus caballos, un especial saludo le han dedicado.
— ¡Caramba, abuelo! Dichosos los ojos que un año más pueden verlo.
Y las «coronadas testas» se inclinan con todo respeto. El chaval mira de nuevo a su abuelo y le cuesta trabajo el reconocerlo. Su garrote se ha convertido en un hermoso «cetro». Su blusa, en un manto «regio». Es su silla un labrado «trono» y su boina en una reluciente «corona» de cincelado oro, con incrustaciones de piedras preciosas. Y la mente del chaval despierta a la evidencia de lo que sus ojos están viendo.
— ¡¡El Rey de la Fiesta es mi abuelo!!
¿Y por qué no tiene que serlo? Todos le rinden pleitesía. Todos le rinden honores. Todos le colman de regalos y se alegran de verlo. Todos le hablan con cariño y respeto. Y todos se despiden con un ¡hasta siempre, abuelo!
El chaval ya no se extraña que moros y contrabando hicieran lo propio. Era lo lógico, ya que ¡¡el rey de la fiesta era su abuelo!!
(Dedicado a aquellas viejas personas, de cualquier comparsa que con su dedicación y entrega han hecho posible que exista la fiesta, Y a las no tan viejas, que con su entusiasmo hacen que siga existiendo).
Extraído de la Revista Villena de 1991
No hay comentarios:
Publicar un comentario