EL JOVEN ESCRITOR. Por J.C. MALUENDA R.
A Úrsula.
El joven escritor que todavía no ha aprendido los trucos de narrar, se lamenta de no haber rallado de letras un folio en blanco con dos Ideas que ayer tuvo para escribir un relato, Este hecho no viene a decir que hubiera sido un buen relato, pero como ya ha leído en la biografía de algún Inmortal escritor, hay que prevenirse para estos momentos y apuntar la idea aunque sea en el polvo de algún cristal viejo.
La verdad es que cada uno es cada uno y lo que pudo ser y no fue, no solamente les ocurre a los escritores, si no a casi todos los mortales. No quiere justificarse, pero echa en falta más esas ideas, por el esfuerzo que hubiera supuesto sacarlas adelante, que por su des memorización. Y de lo que sí que está seguro es que si trabaja con cierto hábito y el devenir es favorable, con el tiempo podrá ir aprendiendo el oficio de narrar, de novelar; algo para lo que a lo mejor no tiene un gran espíritu, pero sí muchos deseos. En definitiva, él cree que es una forma de estar vivo, ya no se trata de si se vive bien o mal, de si se sufre o se ama, si no de notar que la vida pasa por uno, por ello cree que todas las personas tenemos un sexto sentido, que viene a ser como un predispuesto reflejo de la mente para aprender observando. Se puede observar todo, desde el mundo interior de cada cual, hasta el amplio y múltiple exterior. Observemos la amistad; quien en determinado momento no ha experimentado por la trayectoria de la vida cómo se separa una amistad y cuando quieren volver a unirse, el tiempo ha edificado una pantalla que no deja profundizar con la misma inocencia, como cuando se compartía diariamente.
Afortunadamente de este tema no quiere hablar el joven escritor, sino que ahora, si quisiera, podría engañar al lector, en despecho consigo mismo por la pérdida de esas dos ideas. Podría imaginar y transcribir un par de folios con cualquier historia; bastaría con hallar un comienzo, que renglón tras renglón desemboque en un final lo más elaborado y coordinado posible. Pero ello no podría sustituir el vacío que su confiada memoria ha producido en sus dos sólidas ideas perdidas en el día de ayer.
Como es un aprendiz muy lento, cuyo final no sabe si conseguirá, pues a veces se siente nulo e incapaz de alumbrar alguna posible novela medianamente interesante, se encuentra perezoso, vacuo para ayudar al lector a que se entretenga un rato. Cree que siendo puro, todo lo que haga, bueno o malo, tendrá un sentido y puede que tenga razón como principio genérico, pero alguien le tendría que explicar qué es eso, pues es un razonamiento sin reflexión y cuando uno habla de pureza, se coloca en la punta del filo y al menor movimiento esa palabra se puede convertir en un fósil que, dentro de muchos millones de años, un espeleólogo encuentre en unas excavaciones, colocándolo en una vitrina para admiración del público.
Por eso el lector tendrá que aprender de los riesgos que le llegan de este ¡oven escritor, pues si bien por muchos autores se dice que todo está escrito, ya que todos se incluyen o copian, o para ser más benévolos, que todos tratan de los mismos temas con distintas palabras, este escritor no va a ser menos, buscando la inspiración donde pueda, incluso siendo muy capaz de engañar con sentimientos que pueden estar muy lejos de la verdadera realidad de su persona.
Lo siento por las dos ideas perdidas, pero espero entretener con esta:
«La joven esposada, como todas las mañanas al levantarse, sobre las nueve y media de la mañana, y una vez abierta la persiana, miraba por la ventana a la calle. Ella no sabía que un tercio de lo que su corta o larga vida durase, lo pasaría durmiendo. La ensoñación que a esa hora por regla general le invadía, no le dejaba resquicio alguno para el pensamiento profundo y sí para mecerse como si fuera de nube en nube, en pequeños bocetos de organizar el día, ya fuera martes, jueves o sábado. Casi siempre a esa hora, decidía qué haría de comer, estímulo que le abriría la actividad corporal. No se vestía hasta más tarde, hasta el momento preciso de salir a la calle y trajinaba por la casa, con un batín rojo sujeto con un cinto del mismo color al cuerpo.
Llevaba varios días que no sólo miraba algo más despierta de izquierda a derecha por la ventana, también la abría y descansando medio cuerpo en el alféizar de la misma, emitía los sonidos característicos y legibles de llamada a su gato. Echaba de menos la falta del animal que tan silencioso y aseadamente convivía con ella y su marido en casa. Tres días con hoy que no sabía nada de él. Ella suponía, porque otras veces desde hace dos años, lo había hecho, estaría ido por los tejidos en busca de novia; derecho instintivo que la enorgullecía, que su gato pudiera ser un don luan, y quién sabe si ya tendría alguna descendencia gatuna por otras casas.
La dueña no estaba desencaminada. Su gato peludo pardo, con un reducido cascabel en el cuello, hace dos noches había salido por una ventana al tejado de la casa. La primavera estaba florida y la esencia y los ritmos de esta nueva estación se repartían como lluvia caída por todas partes. El gato oyó maullar a otros gatos de su especie cerca de allí. Esta vez, como otras veces, no se trataba de un pequeño jardín cerca de su casa, si no de otro tejado próximo. Con movimientos felinos llegó al lugar de la algarabía y encontró a dos gatos en disposición de ataque, y un tercero más separado acurrucado contemplando el inminente desenlace. Los guerreros gatos apenas bajaron la guardia con la nueva presencia, aunque notaron que era un gato poderoso. El gato pardo, aun no siendo viejo, notó por otras experiencias que su olfato recibía los efluvios, los aromas del celo. Llegaban en este caso de la acurrucada gata que esperaba paciente qué macho vencería en el duelo. Al no poder resistir su deseo amoroso quiso verificar la esperanza de la amada, pero antes de que avanzara dos pasos los gatos celosos de la pelea se avalanzaron contra ese intento de robarle, no sabían a cuál, una noche de pasión y sexo. Transcurridos dos minutos, tres quizás, y después de una enloquecida pelea de tres ágiles y feroces gatos, el gato pardo, mal herido, pero orgulloso, consiguió echar a sus doloridos contrincantes, quedándose solo con la gata reina de la noche que, por supuesto, no pondría oposición al apuesto vencedor.
La gata vivía en esa misma casa, y buscando más intimidad condujo a su amado a la terraza. Allí había agua y comida y un rincón con una mullida manta.
Los gatos expresan su amor de una forma escandalosa y son capaces de estar varias horas con una pasión difícil de apaciguar.
La segunda noche que esto ocurrió, pues el gato y la gata se enamoraron, el dueño de la casa, ante la evidencia de no poder conciliar el sueño por los ritos amorosos, antes de que acabara la madrugada de esa segunda noche y queriendo emular el sigilo movimiento gatuno se acercó sin ser advertido al lecho amoroso, lanzó con palo de beisbol tal golpe al gato pardo, que éste murió con la cabeza rota en el acto. Al quedar tendido en el suelo, el cascabel sonó como el último adiós al hermoso gato.
La gata desapareció y hasta que no acabara su celo no volvería a casa.
El despiadado asesino a la mañana siguiente, temprano, llevó el cuerpo del gato pardo al jardín próximo y entre un seto verde lo dejó tirado.
Ahora, mientras la joven esposa acaba de cerrar la ventana sin haber recibido respuesta a las llamadas de su gato, y dispuesta a preguntar a las vecinas si lo han visto; el jardinero municipal que hoy tenía que cuidar ese jardín, comprende a menos de cincuenta metros de la casa, qué gato busca la chica, pero ha decidido que lo enterrará y no le dirá nada. Ni siquiera le quitará el cascabel. Prefiere que piense la chica que su gato es un don juan y ha echado raíces con alguna lista gata».
Extraído de la Revista Villena de 1991
No hay comentarios:
Publicar un comentario