DÉCIMO ANIVERSARIO DE LA SOCIEDAD PROTECTORA DE ANIMALES Y PLANTAS DE VILLENA. Por JOSÉ CISNEROS MOYA
El día 7 de julio de 1981, fue muy especial para unas cuantas personas de Villena que estábamos hermanadas en un deseo común, puesto que por fin, después de un año de gestiones laboriosas, de idas y venidas al Ayuntamiento, de ilusiones y esperanzas que tan pronto crecían como se desmoronaban, veíamos plasmado nuestro anhelado proyecto y hecho realidad lo que tantas veces habíamos soñado.
EI grupo de personas a que me refiero, éramos los escasos componentes de la Sociedad Protectora de Animales y Plantas. Y el logro alcanzado, la inauguración del primer albergue para perros abandonados.
Cuando en 1980 unos cuantos amantes de los animales fundamos la Sociedad, tratando de evitar el sufrimiento de esos seres que hasta entonces estaban siendo sacrificados cruelmente por el solo delito de no tener un amo que los defendiera, nuestro primer objetivo fue conseguir un refugio para acogerlos y cuidarlos hasta que se es encontrase un nuevo hogar.
Tuvimos la suerte de que por entonces estaba el Ayuntamiento presidido por Ramón Navarro. Y tanto él, como el Concejal Ortega principalmente, comprendieron la necesidad de lo que pedíamos y nos facilitaron en todo lo posible nuestra gestión.
Comenzó la construcción del refugio, que aunque muy reducido en su tamaño, a nosotros nos parecía maravilloso. En junio, como siempre, los laceros comenzaron a capturar perros más o menos vagabundos, encerrados como de costumbre en un antiguo horno de cal. Allí, en terribles condiciones sanitarias, juntaron treinta o cuarenta animales de todos los tamaños y colores.
Estuvimos todo el mes cuidando de ellos. Éramos cinco o seis miembros de la Sociedad, los que cada tarde, bajo el sol de la siesta, acudíamos al recinto con cubos de comida guisada en nuestras casas y bidones de agua limpia para que mitigaran la sed. Allí habíamos de esperar la llegada de un policía municipal para que abriera el candado, ya que al parecer no se fiaban mucho de nuestro altruismo, por lo que jamás nos dejaron la llave, pensando que íbamos a liberar a los prisioneros. Cuando entrábamos en aquella especie de pequeño circo romano a cuerpo limpio, los pobres cautivos nos rodeaban tratando todos de acercarse a recibir nuestras caricias, felices de que unos humanos los tratasen con cariño aliviando su hambre y su sed. Tuvimos un mes agotador, pero no desmayamos. Por eso, antes decía que el 7 de julio fue un día muy especial: el albergue había sido terminado y procedimos al traslado de los que ya llamábamos «nuestros perros». La distancia de trescientos metros desde la «prisión» la recorrimos muchas veces llevando cada vez dos o tres perros. Algunos se asustaban, pero otros, sueltos, llegaron a la carrera a su nueva morada, como si ya la conocieran. Allí los bañamos y clasificamos, y por primera vez en mucho tiempo los pobres perros durmieron tranquilos y limpios. Y por primera vez, también nosotros respiramos hondo, con la seguridad de que el paso más importante ya estaba dado. Los perros abandonados, los perros despreciados por sus amos desagradecidos y egoístas, ya tenían casa. Ya tenían cariño. Ya tenían comprensión y sus sufrimientos no serían tan grandes en lo sucesivo.
El perro es un ser tan apegado al hombre, que tal vez si se le diera posibilidad de elección preferiría a éste antes que a otro de su propia especie. Su corazón es una máquina que late para acumular amor hacia su amo. Para él, no hay otro motivo más importante en la vida que mirar a su dueño tratando de adivinar sus deseos para adelantarse a ellos. Le es igual que su amo sea un marqués o un mendigo. Alegan los que no están muy convencidos de esto que el perro da mucho trabajo y preocupaciones, que si hay que sacarle varias veces al día, etc. Es cierto. Pero también da sus compensaciones y sin hablar de casos extraordinarios de valentía o inteligencia demostradas, dan compañía y seguridad a la persona que está sola.
Por todo esto, los que comprendemos y amamos a los perros, tuvimos esa gran alegría al conseguir el refugio en Villena. Todos los sacrificios y sinsabores se vieron compensados desde entonces.
Hoy, la Junta Directiva, que no cejó en sus proyectos jamás y que está verdaderamente cualificada para desempeñar su labor voluntaria y penosa, ha conseguido muchas más cosas. De momento, podemos decir que Villena es una de las pocas localidades de la provincia que cuenta con una Sociedad Protectora de Animales, cuyo trabajo desinteresado y noble es reconocido por la autoridad municipal. Y ello honra a esta ciudad que desde hace pocos años ha comenzado a despertar entrando de lleno en la cultura y en la forma moderna de comprender las necesidades de hoy. Una ciudad que ama a su historia, a su patrimonio, a sus hijos ilustres, a su folklore, no podía quedar atrás en el respeto al menos, si no al cariño, hacia los animales de toda índole y a la naturaleza en general. Esto es lo que hacen los países más civilizados del mundo.
*Presidente de la Sociedad Protectora de Animales y Plantas de Villena.
Extraído de la Revista Villena de 1991
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