Aquel, el de lavar a mano, el de bajar cargadas con la ropa desde la casa, el de maltratar las rodillas hasta hacerlas de hierro, el de frotar, retorcer y sacudir las prendas hasta dejarlas impolutas, fue un arte sacrificado que hoy, a las nuevas generaciones, debe antojársele surrealista.
Desapareció dicho arte y también lo hizo hace mucho el lavadero público situado junto a la plaza del Rollo, vestigio de esos días pasados hoy devorados por el progreso. Otros tiempos los actuales, para unos asuntos mejores, para otros no tanto.
Fotografía de Miguel Flor Amat (Revista Villena de 1961)
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