UN ESCRITOR VILLENENSE: VICTORIANO LILLO
Por Alfredo Rojas
De esto hace ya muchos años; creo que, al menos, veinticinco o treinta. Fue en una de mis muchas visitas a casa de José María Soler. En ella encontré a un señor de edad más que madura, que Soler me presentó: Se llamaba Victoriano Lillo Catalán, había nacido en Villena y vivía en Buenos Aires. De lo que hablamos, recuerdo solamente que blasonó de ser algo así como -no recuerdo los términos precisos- el genuino guía o mentor de la juventud argentina.
Ocho o diez años más tarde, José María Soler y Alfonso Arenas me invitaron a ir con ellos a Elda. Se trataba nuevamente de Lillo Catalán. Recién llegado de América, había llamado a ambos para saludarles y con el fin, asimismo, de mostrarles algo muy valioso. Y efectivamente, lo era; no es frecuente ver un conjunto de libros como el que Lillo había traído desde La Argentina. La mayor parte podían considerarse como joyas de bibliófilo; bastantes de ellos eran franceses. Había ejemplares muy antiguos, ediciones príncipe, rarezas de todo tipo. Eran libros de conocedor, de quien sabía apreciarlos hasta el punto de haber viajado desde Suramérica trayéndolos consigo, no obstante las dificultades que aquel voluminoso bagaje debía haberle ocasionado.
A Alfonso Arenas le regaló una primorosa edición, facsímil del manuscrito original, de «Las Fundaciones», de Santa Teresa; Soler volvió a Villena con otro que no recuerdo. A mí me ofreció, amablemente, una novelita en rústica de la que era autor y que, como es natural, conservo. La novela lleva el título de «Sor Resurrección» y tiene un laudatorio prólogo de Vicente Blasco Ibáñez fechado en 1923. Mi ejemplar una reedición, la tercera, del año 1941.
Hace unos meses, Luis Delgado de Molina me mostró otra obra de Victoriano Lillo, un libro de poemas. Su título es «Musa sencilla», y está editado igualmente en Buenos aires el año 1929. En la primera página se lee textualmente: «Dedico este libro a mi futura esposa, la distinguida y bella señorita Berta Taubenschlag. «El libro lleva un prólogo del autor donde narra sus conversaciones con D. Juan Chaumel, el ilustre canónigo villenense; éste se encuentra ya en el ocaso de su vida, mientras que Lillo cita ocasionalmente que cursa entonces estudios de bachiller. En esta introducción Lillo sitúa una conversación, sostenida con el canónigo villenense al que llama su «sabio profesor y amigo», en una casa de labor llamada «Miramontes», propiedad de Chaumel, mientras contemplan «las sombras plomizas de los mamelones que rodean La Launa» (sic) y transcribe unas opiniones del religioso acerca de la poesía, la mujer, el arte... En el libro hay cuatro sonetos referidos claramente a Villena, aunque en ningún momento cite el topónimo. Son «Mi pueblo», «El castillo», «Las torres» y «Los cipreses que van al cementerio».
El padre de Lillo parece ser que tenía un almacén de comestibles, a principios de siglo, en la Corredera, poco más o menos donde hoy se encuentra la farmacia de Cortés o donde estuvo el restaurante de «El Cocinero». Victoriano nació alrededor de 1893, pues Blasco Ibáñez, en el prólogo citado, que fecha en 1923, dice de Lillo que tiene treinta años. Al parecer, parte de la familia Lillo, al menos en su más reducido núcleo, se va de nuestra ciudad. Victoriano, «viajero eterno, eterno luchador», dice de él Blasco, abandona Villena muy pronto. Leamos de nuevo a Blasco Ibáñez refiriéndose a nuestro paisano: «A los dieciocho años, en las sábanas vírgenes del Brasil; a los veinte, en el torbellino alucinante de lo impúdica Lutetia sin duda Blasco, se refiere a París-; y, más tarde, el abismo de las trincheras, el macabro cortejo de la guerra; heridas, hospital rebeldía santa, expulsiones, revolución rusa...»
Blasco lo pinto con una negra y abundante barba, vigoroso, vehemente, optimista; lo califica de sensible escritor y de «orador viril y potente». Y añade unas sugeridoras pinceladas: que «expresa con realismo ardoroso las exaltaciones pasionales «o que «plasma de un trazo, con relieve de vida, los generosos y salvadores ayuntamientos de la carne». No obstante la superficialidad y los tópicos del prólogo en cuestión, la excelente descripción de Blasco, que en ellas siempre fue certero, nos permite componer un retrato bastante aproximado de la personalidad física y espiritual de Lillo, a falta de su imagen gráfica. A decir de otras fuentes, Lillo fue corresponsal del «New York Herald» en los trágicos años de la guerra europea y, más tarde, en Rusia, durante las jornadas de la histórica revolución de los soviets. En 1923 va a Buenos Aires, y allí funda, edita y dirige la «Revista Americana». Seguramente, esta tarea y su actividad literaria le ocupan por entero, porque veinte años después, en 1943, cuando se imprime la tercera edición de «Sor Resurrección», la contra- portada exhibe una larga relación de obra del autor: nueve libros de versos, cinco novelas y más de una docena de ensayos, en francés dos de ellos. Hay también una obra teatral, alguna otra de difícil clasificación y el anuncio de cuatro novelas en preparación que ignoro si llegarían a escribirse.
José María Soler, en la «Bibliografía de Villena y su Partido Judicial» (Alicante, 1958), reseña veintiuna obras de Lillo Catalán, y anota que en la revista bonaerense, además de su nombre, utiliza los seudónimos de Juan de Villena y el de Ismael de Túrbula; añade que la publicación desapareció bajo el gobierno de Perón y volvió después a salir a la luz. A decir de una de las sobrinas de Lillo, que vive en Villena, Victoriano casó con una austriaca, la Berta de apellido difícilmente pronunciable a la que dedica su libro de versos «Musa sencilla»; añade que su esposa murió antes que él, y que Lillo, como es de suponer, también falleció hace años.
Es importante consignar en este mosaico de deshilvanadas notas referentes al escritor villenense, que la Enciclopedia Esposa, en el apéndice correspondiente a 1955/56, y en la sección de literatura, más concretamente en el apartado de las letras chilenas, destaca tres novelas como las más importantes del bienio en Chile: una de las tres, precisamente la citada en primer lugar, es «En Reposo», de Victoriano Lillo. José María Soler, en su «Bibliografía de Villena. . .» dice que, la «Biographial Enciclopedia of the World» de Nueva York, 1946, inserta la biografía de Lillo, en su página 949, con un retrato. Asimismo lo cita la «Enciclopedia de la Región Valenciana», y a la vez recoge que perteneció a la Academia de Ciencias Morales y Políticas de Filadelfia. Entre otras notas, esta Enciclopedia dedica un esclarecedor comentario a su biblioteca, parte de la cual, seguramente la más valiosa, me deslumbró hace años en la visita a Elda acompañando a Arenas y a Soler. Dice la Enciclopedia Valenciana: «Su biblioteca particular contaba con más de 22.000 volúmenes, entre los que se encontraban unos cuarenta incunables, 250 góticos y numerosos libros españoles anteriores al siglo XVII».
No cabe duda de que a Victoriano Lillo y a su obra, se les desconoce totalmente en Villena. Solo unas contadas personas saben de él, y pienso que es injusta esta situación. Es loable el hecho de que su agitada vida y la dilatada estancia en tan lejanas tierras no le hicieron olvidar la ciudad en que nació. A lo que puede extraerse de lo antedicho referido a este concreto aspecto, añadiré que Soler cita, en su «Bibliografía...» que en una de las obras poéticas de Lillo, la portada se ilustra con una fotografía del castillo de Villena, y que «la mayor parte de sus composiciones se inspira en motivos villenenses».
Pienso que una de las nuevas calles que lentamente van surgiendo en nuestra ciudad podría llevar su nombre. Y que una labor a desarrollar, que muy bien podría prohijar la Delegación Municipal de Cultura, podría ser la de recabar toda clase de datos y testimonios de sus familiares o amigos españoles y americanos con el fin de realizar un trabajo que diera luz sobre la vida y la obra de este villenense singular. Los datos que anteceden, elementales y fragmentarios, solo pretenden llamar la atención sobre este paisano nuestro, prácticamente desconocido en nuestra ciudad, y cuya vida y obra merecen mejor suerte en la tierra que le vio nacer.
Extraído de la Revista Villena de 1991
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