UN DIPLOMÁTICO VILLENENSE POCO CONOCIDO. LUCIANO LÓPEZ FERRER. ALTO COMISARIO DE ESPAÑA EN MARRUECOS Y EMBAJADOR EN CUBA. Por Juan Bautista Vilar.
La saga villenense de los López, es decir de los descendientes directos de Joaquín M.ª Lopez, el insigne líder en el siglo pasado del liberalismo español de signo progresista, se cierra por el momento, en cuanto a figuras de primera magnitud se refiere, con el bastante menos conocido Luciano López Ferrer, sobresaliente individualidad en el mundo de la diplomacia española del tercio inicial de la actual centuria.
No será ocioso, por tanto, rescatar del olvido en estas páginas a un ilustre hijo de Villena, a quien es cierto que la ciudad dedico en su momento una céntrica calle, pero de quien apenas se sabe nada. Ello sin perjuicio de reservarle en alguna ocasión futura la atención que merece, en particular sobre su angular labor en Marruecos, en donde alcanzaría a ser alto comisario de España, o sobre su acertada gestión en Cuba como embajador durante la II República. Por el momento me limitaré a trazar una breve semblanza biográfica del diplomático villenense, reconstruida a base de la documentación original consultada en los archivos del Ministerio de Asuntos Exteriores.
Nació López en Villena en 22 de agosto de 1869 en el seno de una conocida familia de la pequeña burguesía local. Se formó en Valencia, en cuya Universidad cursó estudios de derecho, que concluyó brillantemente a los veintiún años de edad. Durante un tiempo trabajó como abogado, aprendiendo el oficio como pasante en el reputado bufete valenciano de don Vicente Dualde, afamado criminalista, padre del que luego sería catedrático de la Universidad de Barcelona y ministro de la República.
El ¡oven abogado no tardaría sin embargo en encaminarse por otros derroteros profesionales más acordes con sus inquietudes intelectuales. En efecto en diciembre de 1896 logró aprobar las oposiciones al cuerpo diplomático, quedando en expectativa de destino hasta noviembre del 98, en que concluida la guerra desigual e injusta que hicieran a España los Estados Unidos, y cuyo balance, como es sabido, fue lo liquidación de los restos del imperio ultramarino español, López Ferrer fue designado vicecónsul en Nueva Orleans, destino que no llegó a ocupar por haber permanecido en Madrid asignado temporalmente a un negociado del Ministerio, hasta que en el verano de 1899 marchó a Inglaterra, donde permanecería cuatro años y medio, primero como vicecónsul en Manchester y más tarde en Newport.
Habiendo sido nombrado vicecónsul de España en Manila en diciembre de 1903, renuncio a tomar posesión a la espera de la siguiente vacante, que no tardaría en producirse, dado que en febrero del siguiente año paso a Lisboa a desempeñar un cargo similar, en el que permaneció hasta su traslado a Bélgica en 1905. En este país ocupo el viceconsulado en Amberes y la delegación del Ministerio de Fomento en el Congreso Internacional de Expansión Económica celebrado en Mons en el mismo año.
De Amberes paso a Gibraltar con igual destino en 1906, y un año después a Tetuán, ahora ya como cónsul, primero interino y más tarde en propiedad, iniciándose así su singladura marroquí, fundamental en su carrera. Vivió en Marruecos el intenso proceso diplomático llamado a culminar en el tratado franco-español de 1912, según el cual fue establecido el Protectorado de Francia y España sobre ese país, negociaciones en las que López Ferrer tuvo intervención destacada. Cumplida satisfactoriamente tan delicada misión, en febrero de 1913 fue ascendido al empleo de cónsul de 1.ª clase con destino en La Habana, que desempeño un tiempo, para regresar en 1915 a Madrid, donde asumió funciones y comisiones diversas en el Ministerio, relacionadas con la neutralidad española en la guerra europea, sin perjuicio de intervenir en la política activa como militante del Partido Liberal, siendo elegido diputado a Cortes en la legislatura de 1919.
En esta época se especializó a su vez en derecho colonial y mercantil, participó en diferentes congresos nacionales e internacionales y dictó cursos sobre Marruecos en la Institución Libre de Enseñanza, Escuela Diplomática y Centro de Estudios Marroquíes. Estas y otras actividades le valieron su ingreso en la Academia de Jurisprudencia y Legislación, el nombramiento como delegado de Su Alteza Imperial el Jalifa de la Zona Española de Marruecos en el VII Congreso de la Unión Postal Universal, el de presidente de la Comisión para la Reforma de Aranceles Consulares, -1921- para la secretaría de la Alta Comisaria de España en Marruecos, en la que permaneció dos años hasta su dimisión en abril de 1923.
Cónsul general en Gibraltar durante todo el período primorriverista, en esa época le fueron confiadas diferentes misiones especiales. Primero en Buenos Aires, conectadas a la aproximación de España a la Argentina y otras repúblicas iberoamericanas en esa época, y más tarde en Madrid como presidente de la comisión encargada de la reorganización del Consejo Superior de Emigración.
Al producirse el advenimiento de la II República en abril de 1931, el gobierno provisional presidido por don Manuel Azaña le designó alto comisario de España en Marruecos, siendo el primer -y único- civil que desempeñó tan destacado puesto entre la creación del Protectorado en 1912 y la independencia de ese país en 1956. Su nombramiento tuvo que ver bastante con los deseos de Azaña -que reunía en su persona la presidencia del Consejo y la cartera de Guerra-de extender la necesaria reforma del Ejército, que por entonces llevaba a cabo en la Península, a las fuerzas armadas acantonadas en Marruecos. López Ferrer colaboró eficazmente en esa labor, pero no sin chocar con lo cúpula militar, sobre todo la élite de los militares «africanistas» llamados a protagonizar luego el movimiento insurreccional contra la República, de forma que, aunque sostenido por Azaña, su situación se tornó imposible en Marruecos y hubo de presentar la dimisión.
Firma Autógrafa de Luciano López Ferrer en el expediente de depuración política a que fue sometido para reingresar en la carrera diplomática.
Entretanto había ascendido en la carrera diplomática al rango de ministro plenipotenciario -junio 1931-, y dos años más tarde al de embalador. De forma que al cesar como alto comisario en 1933, el gobierno de la República le nombró embajador de España en Cuba, cargo en el que se esforzó eficazmente en proteger y fomentar los intereses de la nutrida colonia española en ese país, aparte de destacarse como hábil y perspicaz diplomático, según se evidencia en los penetrantes despachos que remitió a Madrid analizando la compleja situación de Cuba. Excelentes son sus informes reservados referidos a las constantes intromisiones norteamericanas en los asuntos internos cubanos, intromisiones determinantes de la crisis que dio al traste con la presidencia de Gerardo Machado, líder de la coalición liberal en el gobierno desde 1924, de ejecutoria populista y reformista, cuyo choque con los Estados Unidos daría lugar al derrocamiento de Machado, quedando expedito el camino a la dictadura del exsargento taquígrafo Fulgencio Batista, dueño de los destinos de Cuba hasta su derrocamiento por la revolución castrista.
López Ferrer permaneció en La Habana hasta su jubilación en la primavera de 1936, en que regresó a Madrid. El estallido de la guerra civil le sorprendió en esta ciudad, corriendo grave peligro su vida no obstante su reputación de liberal, por su retraimiento respecto a la coalición frente populista en el poder desde las elecciones de febrero, a la que responsabilizaba de la agitación social y del drástico deterioro del orden público. La detención y ulterior asesinato de Melquiades Álvarez y otros conocidos liberales amigos suyos durante el asalto a las cárceles madrileñas le impresionaron vivamente. Habiendo logrado escapar a Francia e Italia, en Roma se puso a la disposición del marqués de Magaz, embajador de la España nacionalista. De vuelta al servicio activo en la carrera diplomática, entró primero en el equipo del duque de Alba, agente oficioso del general Franco en Londres -luego embajador al producirse el reconocimiento del régimen de Burgos por Gran Bretaña-, teniendo López a su cargo los importantes servicios de inteligencia centralizados en Gibraltar, sin perjuicio de asumir destacadas misiones en Iberoamérica y los Estados Unidos en favor de la causa antirrepublicana.
La más notable de esas misiones tuvo lugar entre junio y octubre de 1937, asumiendo López Ferrer la presidencia de una comisión llamada a recorrer los países americanos del área caribeña en viaje de propaganda y recaudación de fondos, empresa ultimada con todo éxito según reza el correspondiente informe, «después de realizar una intensa campaña de propaganda por radio, en la prensa, en mítines y discursos pronunciados en Cuba, Jamaica, Panamá, Costa Rica, Colombia, Trinidad, Curaçao, Puerto Rico y Santo Domingo, habiendo entregado a S.E. el Generalísimo cuarenta mil dólares y gran cantidad de objetos de oro recogidos en este viaje de propaganda entre las colonias españolas de los países recorridos.
Es de señalar que López Ferrer, como otros tantos liberales sumados bajo la fuerza de circunstancias concretas al movimiento insurreccional, no pasaba precisamente por ser adicto incondicional del nuevo régimen, oponiéndose a su institucionalización y abogando por el regreso a la normalidad democrática. Pero su presencia en el Ministerio de Asuntos Exteriores, como en el caso de otros reconocidos liberales como Alba, Beigbeder o Gómez Jordana, contribuyó decisivamente a acelerar el proceso de reconocimiento del régimen de Franco al proporcionar al mismo en el extranjero una imagen equívoca de transitoriedad y aperturismo, que la realidad no tardaría en desmentir. Por ello, apenas concluida la guerra, el diplomático abandonó el servicio activo, negándose además a recibir recompensa alguna. Cuestionada por sus detractores su lealtad al régimen e investigado por su presunta vinculación a la masonería, falleció un tiempo después en el más completo olvido.
* Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Murcia.
Extraído de la Revista Villena de 1991
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