11 sept 2022

2022 CRÓNICA DE UNA FELICIDAD VILLENERA

CRÓNICA DE UNA FELICIDAD VILLENERA
Juan Carlos Vizcaíno
¿Cómo empezar?
Tenía mucha, mucha ilusión, en vivir las fiestas de Villena de manera plena, sin tener que volver a Alicante cuando acabara cada uno de sus desfiles y, con ello, perderme buena parte de su esencia. En el otoño de 2019, tras finalizar la cita de septiembre, di el paso adelante y me incorporé a la Comparsa de Labradores. Todos sabemos lo que nos vino medio año después. Mejor olvidarlo, aunque es imposible… Por fortuna, ya en marzo de 2022 tuvimos ese extraordinario aperitivo que fue el Desfile de Nuevos Cargos, que la tarde del 5 de marzo devolvió la alegría a las calles de Villena, aunque no pocos de sus festeros se mostraran escépticos ante esta importante novedad. Ingenuamente pensé que ese preludio hace medio año iba a permitir de alguna manera ‘desfogar’ la vivencia de estas fiestas. Venturosamente, me equivoqué. Ya la romería y traslado de la imagen de la Virgen de las Virtudes a la ciudad, y las ‘entradicas’ de la noche del 3 -que lamentablemente no pude vivir- preludiaban el estallido de júbilo de esta edición.

Llegué a Villena a mediodía del entrañable ‘día 4 que fuera’ con un cierto temor a sufrir determinados tiempos muertos, en los que sintiera estar de alguna manera solo en la ciudad. En la calle se notaba ese trajín que siempre ha descrito con tanto acierto mi amigo Antonio Sempere, con hombres y mujeres que llevaban en perchas los trajes que lucirían apenas unas horas después. Por fortuna, no sucedió ni lo uno ni lo otro. De entrada, es casi imposible poder estar o vivir la totalidad de propuestas que ofrece la gama festera de esta ciudad. Todo se sucede en un asombroso continuum que se prolonga, prácticamente, las 24 horas de cada día. Pero en estas líneas me voy a detener en esa letra pequeña, que en años precedentes no podía descubrir al limitarse mi disfrute a sus extraordinarios desfiles. De entrada, y es algo ya percibido en otras ocasiones; comprobar como el conjunto de las viviendas de la ciudad se encuentran adornadas con imágenes de La Morenica y de las diferentes comparsas, con mención especial a los enormes reclamos ubicados en los domicilios de las diferentes madrinas. Pero algo me pareció especialmente significativo; el largo circuito -casi dos kilómetros- de desfiles que atraviesa el centro de la ciudad, permanece seis días cortado al tráfico, en una medida que permite no solo un extraordinario lucimiento de estos. Más allá de ello, humaniza profundamente al conjunto de una ciudadanía que pasea por su entorno constantemente, que come y cena en sus terrazas, e incluso buena parte de su juventud utiliza por las noches y madrugadas sus tribunas para proseguir sus juergas, siempre pacíficamente, sin excesos, en una extraña y maravillosa sensación de confraternidad festera.
A este respecto, es admirable la integración de la juventud en las diferentes comparsas. No importa que solo disfruten de las mismas y no se impliquen más en su organización. Ya les llegará el momento dentro de unos años. Resulta sorprendente ver grupos de chavales, cada uno con el traje de una comparsa diferente, sin rivalidades. Y es maravillosa la extraordinaria animación que proporcionan en los desfiles desde esas tribunas, donde comen, beben, jalean -e incluso puntúan- a los diferentes bloques y escuadras. Todo ello, conforma una extraordinaria catarsis entre comparsistas y público que, lo reconozco, jamás he podido contemplar en ninguna otra fiesta, y que cuando desfilas te proporciona una extraña sensación de placer. Me ha llamado mucho la atención contemplar la calle Corredera a las siete de la mañana del 7 de septiembre, repleta de cientos y cientos de jóvenes, muchos de ellos ataviados aún con los trajes de su comparsa, sin haber dormido aún. Y han convivido sin problema alguno, sintiendo que la calle, la entraña de Villena se convierte en un entorno libre y abierto para la sana diversión.
Y es que estas fiestas permiten una integración a varios niveles a través del engarce de numerosas capas, que no se interfieren unas a otras, lo que permite que todos, festeros, villeneros y visitantes, encuentren su espacio adecuado, para disfrutar de estas intensas y jornadas. Y que estas fiestas son eso, intensas y, sobre todo, realmente agotadoras, hasta el punto que es obligado a dosificarse y renunciar a algo, por el bien de tu propio descanso. Mi querido Juan Rojas me decía estos días, que estaban bien estructuradas “para casi no morirse”.
Pero voy a dedicarme ahora a esos pequeños detalles. A esas plantas bajas que se erigen como improvisados cuarteles para cualquier grupo de amigos. A los cientos y cientos de festeros que no se quitan el traje en los cinco días de fiesta. A los almuerzos y ‘charraicas’, en las que conoces a alguien, y media hora después se convierte en un amigo el resto de tu vida. Al extraordinario equilibrio que existe en unos actos en los que lo libre y la disciplina se da de la mano con una armonía perfecta. Al cariño inmenso -y merecido- que se tiene hacia la Banda Municipal de Villena, todo un tesoro vivo en esta ciudad, y que en esta ocasión y coincidiendo con la celebración de su centenario, ha recogido el enorme respeto que merece.
Y podría hablar del extraño placer que proporciona vivir las dianas, con ese fresco tan saludable de este entorno a primeras horas de la mañana. Vivir la emoción del crepitar de bandas de música -son unas fiestas envueltas por la alegría del pasodoble-, que parecen surgir bajo tierra de forma maravillosamente desordenada por las calles de la ciudad, el 5 por la mañana en la recogida de las comparsas a sus respectivas madrinas -la mañana del 5 me despertó una de ellas tras solo 3 horas de sueño; me levanté como un resorte-. Las comidas entre amigos. La elegancia de la Fiesta del Pasodoble con ese estallido multicolor de confetti. El inenarrable inicio de la Entrada a las 4 de la tarde. La maravilla de asumir el protocolo en su justa medida -obviando esa obsesión de fiestas capitalinas que ahogan lo más saludable de cualquier celebración-. Las calles atestadas de restos de las decenas de miles de personas concentradas tras cualquiera de sus grandes desfiles, que la limpieza recomponen con presteza en un entorno limpio y civilizado, para otra batalla festera inmediata.
En Villena no hay lugar para el descanso. Es verte a las 3 de la tarde, en una calle Joaquín María López desierta y con un sol de castigo, la banda titular y un bloque de Piratas desfilando calle arriba con un centro de flores. Es contemplar la extraña belleza de las embajadas. Es ponérsete la carne de gallina con el discurrir y la torería de sus cabos. Es comprobar como al desfilar en la procesión por el Rabal, vecinos de aquellas calles ponen mesas con bebida para que podamos refrescarnos al discurrir por ese bello entorno. Es no poder entrar este año a Santiago -del gentío que había- para disfrutar de la espectacular ‘Conversión del Moro al Cristianisno’, que hace no muchos años compuso un especialmente inspirado Gaspar Ángel Tortosa -alguien que merecería ya una calle en su pueblo- y que se va a convertir en uno de los platos fuertes de estas fechas… o comprobar el efecto que va teniendo el pasodoble ‘Estudiantes de Villena’ en los diferentes desfiles, compuesto igualmente por Tortosa, y estrenado este año. O tener en mi caso la elegante torre de Santiago como referente del objetivo de mi cámara en las casi tres mil fotografías que he realizado. O comprobar, como no podía ser de otra manera, el enorme, sincero y al mismo tiempo llano sentimiento que el villenero mantiene con su querida Morenica.
Podría seguir así minutos y minutos. Prefiero quedarme aquí. Pero no puedo olvidar que me he sentido querido y amado. Me he sentido un villenero de corazón. Me considero como tal desde hace varios años. En Alicante me llaman con cariño “el villenero” y en Villena “el alicantino”. He vivido los mejores días de mis últimos años atrás. Estas fiestas he hecho mil y un amigos, además de disfrutar con otros que atesoro ya tiempo. Por ello, prefiero no citar nombres, a riesgo de omitir otros. He sido feliz. He llegado hasta el límite de mi resistencia. Me he vuelto loco en unos desfiles que he disfrutado hasta lo indecible. Y lo confieso, en algunos momentos he llegado a llorar de emoción.
Estoy convencido que en dos / tres años, las Fiestas de Moros y Cristianos de Villena lograrán esa internacionalidad que sorprendentemente aún no poseen. Sin embargo, les correspondería una distinción singular; SON ÚNICAS. Y es que lo vengo diciendo hace años, Villena en sus fiestas de septiembre se convierte en la CAPITAL DE LA FELICIDAD.
¡Viva el Grupo Pastillo!
¡Viva la Comparsa de Labradores. Mi comparsa!
¡Vivan las Fiestas de Moros y Cristianos de Villena!
¡Viva La Morenica!
¡Día 4 que fuera, y lo pasao, pasao!

1 comentario:

Cristina dijo...

Impresionante artículo que hace que desee que vuelva Septiembre para contemplar aunque sea una ínfima parte de lo que narras.

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