SOLILOQUIO JUNTO AL MAR
Contemplaba un día sombrío, al mar furioso
incansable a las duras rocas.
Veía saltar a las olas de su inmenso foso
y en veloz carrera, altivas y locas,
afanarse por llegar las primeras...
quedando rotas sus ansias guerreras
Su espuma blanca besaba los peñascos
volviendo al instante a seguir flotando,
rugiendo en el choque con sufridos barcos
que en vaivén continuo seguían navegando.
Tras de la tormenta, el mar serenado
devolvía a la playa su abrazo azulado.
Entonces las olas llegaban de lejos
con su vientre feo, chafadas y dóciles,
a lomo de céfiros, con cantares viejos,
amigos de arenas de surcos frágiles
que el sol encendía de falsos reflejos,
cual oro dormido sobre sus espejos.
Quedé pensativo y algo extasiado...
con un soliloquio en mi razonamiento.
La vista perdida por mar encalmado
y desde la orilla me vi mar adentro,
en la frágil quilla de mi corazón
con el pecho dispuesto a toda emoción.
Recompuse a trozos mi vida pasada,
que, como tormenta me dejó honda huella,
lanzándome a veces por la encrucijada
dura y triste, sí, de eterna querella,
cuando la violencia clavó su quijada
dejándome el alma rota y desquiciada.
Nunca fuí amigo de signos destructores
que vistan de luto a la Humanidad.
Es mejor que nos invadan mil amores
portadores de dicha y felicidad.
Pensemos que somos como un vendaval
y que... ¿En qué quedamos después del final?
Por ello, cuando los años otoñales
nos revisten de experiencia y de bondad,
lo compartimos como viejos rosales
cuya fragancia perdura con la edad;
y somos, cual serena mar en bonanza.
Desde mi orilla... doy a la vida, alabanza.
devolvía a la playa su abrazo azulado.
Entonces las olas llegaban de lejos
con su vientre feo, chafadas y dóciles,
a lomo de céfiros, con cantares viejos,
amigos de arenas de surcos frágiles
que el sol encendía de falsos reflejos,
cual oro dormido sobre sus espejos.
Quedé pensativo y algo extasiado...
con un soliloquio en mi razonamiento.
La vista perdida por mar encalmado
y desde la orilla me vi mar adentro,
en la frágil quilla de mi corazón
con el pecho dispuesto a toda emoción.
Recompuse a trozos mi vida pasada,
que, como tormenta me dejó honda huella,
lanzándome a veces por la encrucijada
dura y triste, sí, de eterna querella,
cuando la violencia clavó su quijada
dejándome el alma rota y desquiciada.
Nunca fuí amigo de signos destructores
que vistan de luto a la Humanidad.
Es mejor que nos invadan mil amores
portadores de dicha y felicidad.
Pensemos que somos como un vendaval
y que... ¿En qué quedamos después del final?
Por ello, cuando los años otoñales
nos revisten de experiencia y de bondad,
lo compartimos como viejos rosales
cuya fragancia perdura con la edad;
y somos, cual serena mar en bonanza.
Desde mi orilla... doy a la vida, alabanza.
FRANCISCO AZORÍN VALDÉS
Extraído de la Revista Villena de 1988
Extraído de la Revista Villena de 1988
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