12 jun 2022

1988 LAS MURALLAS DE LA CIUDAD

Las Murallas de la Ciudad por José M.ª Soler García
Muy recientemente, al realizar trabajos de fontanería en la Puerta de Almansa, a la entrada de la calle de Ramón y Cajal, apareció un trozo de muralla, poco más o menos en el lugar en que, hace ahora quinientos años, los Reyes Católicos se detuvieron para jurar los fueros y privilegios villenenses antes de que se les abrieran las puertas de la entonces villa. Y no quisiéramos desaprovechar la oportunidad de esta efeméride para echar una mirada a las que fueron antiguas murallas de la ciudad.
Recordemos que, hace algunos años, al derribar una casa en la calle de Juan Chaumel, surgió otro trozo de la misma muralla; y que no hace mucho todavía eran visibles lienzos de muros en la calle de José Zapater (antigua calle del Muro precisamente). Todo ello pone bien a las claras la situación del muro Norte de la ciudad, que por la prolongación de esta última enlazaría con el Castillo.

Plano de Villena con "lo cercado de la ciudad" (Dibujo Soler)

Desde la Puerta de Almansa, la cerca seguía en línea recta hasta la esquina de la Corredera, que quedaba extramuros, porque, según la Real Academia Española, «corredera es el sitio o lugar para correr caballos». En esa esquina se hallaba la que se llamó «Torre de Pedro Bueno», repetidamente documentada, sin que hasta el momento hayamos podido aclarar el origen de esa denominación. En 1568 se nos dice que un vecino llamado Nicolás de Mellinas, había pedido un solar para hacer una casa pegada al adarve por la parte de afuera, junto a la «Torre de Pedro Bueno», «en las tres partes que hay desde dicha torre hasta la primera que hay hacia la puerta de Almansa». Aunque no del todo, algo nos aclara la situación el hecho de que, por las mismas fechas, a Martín Navarro Rubio se le concede otro solar «de torre a torre en la Puerta de Almansa, desde la torre de la casa de Velasco hasta la que hay frente a la casa de Pedro Guerao», puntos difíciles de determinar en estos momentos.
Restos del muro en la plaza de Santa Bárbara (Foto M. T. Flor)
Por el Oeste, la cerca seguiría hasta la Puerta del Molino, que no puede ser otro que el de Caravaca, que estuvo hasta no hace mucho, al final de la calle de la Trinidad, una vez traspuesto el paso a nivel del ferrocarril.
El tramo siguiente es el más difícil de determinar por falta de datos. A nuestro modo de ver, seguiría por la Corredera para doblar por la calle del Maestro Caravaca hasta la calle Mayor y torcer de nuevo, por encima de la Fuente de los Chorros, hacia Santa María. Recordamos también haber visto restos de muros al derribar el que fue bar de «Perico el Cafetero», antiguo «Almudí», cuyos magníficos blasones heráldicos desaparecieron sin que nunca se supiera dónde fueron a parar; y al arrasar la para nosotros inolvidable escuela de don José Chanzá, cuyos pisos de tierra tuvimos que regar muchas veces con agua extraída de la gran balsa adjunta.
Restos del antiguo muro en la calle de Juan Chaumel (Foto Soler)
El último tramo de la cerca es, con mucho, el mejor documentado, porque son bien visibles los lienzos zigzagueantes que atraviesan los corrales de algunas viviendas de la plaza de Santa María para ascender, por la plaza de Santa Bárbara hasta enlazar con un tramo bien conservado que parte del torreón suroccidental del Castillo.
El espacio delimitado por la línea así trazada formaba lo que se llamó «lo cercado de la ciudad», en contraposición a lo que los villenenses han llamado siempre «el Rabal», que en muchos documentos se denomina «Arrabal Mayor», extendido al sur de la muralla, cuyos moradores no tuvieron acceso durante muchos años a los puestos concejiles. Todo lo situado al norte de la cerca eran ejidos y algunas plantaciones, y en muy contadas ocasiones se habla del «Arrabal de San Sebastián».
No era muy extensa, como se ve, la zona de «lo cercado», aunque se observa que, en el siglo XVI, había ya algunas viviendas «pegadas al adarve de la parte de afuera». Pero es en el siglo XVII cuando se pone de manifiesto la necesidad de la expansión. Veamos algunos ejemplos. En 1692, un vecino llamado Miguel Ros pide licencia para fabricar una casa extramuros, «junto a la última que hay a mano derecha del camino que llaman de Almansa», y lo solicita «en consideración a las pocas que hay en la ciudad sin moradores y tenerse que mudar porque ha de ceder la que habita a su dueño». Posteriormente, Juan García y Pascual de Medina tratarían también de edificar las suyas junto a la de Ros. Por las mismas fechas, otro vecino llamado Martín Navarro de Espinosa, «por no haber en la población casas bastantes de sus vecinos, lo que obliga a vivir en una misma casa dos o tres moradores», pide fabricar la suya también extramuros, «arrimada a la muralla, que ha de alindar con corrales de la de doña Juana Oliver, viuda del doctor don Jerónimo Martínez». Otro vecino, Juan de Mora y Ochoa, solicita licencia para incorporar a su casa la parte de muro que le corresponda del que se ha mandado cerrar, que era precisamente en la Puerta de Almansa. Pero las peticiones no se limitan a las inmediaciones del muro: Juan Santolín de Domene pretende hacer una casa «en el ejido que está al remate de Juan Blasco, junto a las eras», y Juan Díaz de Cerdán quiere hacerse otra «en el arrabal de San Sebastián».
Restos del muro en la calle de José Zapater (Foto Soler)
Es por todo esto por lo que don Cristóbal de Mergelina puede decir en 1668 que, por entonces, Villena estaba cercada de muros y con tres puertas antiguas, aunque algo arruinadas, y que los más de sus moradores vivían fuera de las murallas.
Durante siglos, la cerca externa y los muros de la fortaleza hicieron a la ciudad poco menos que inexpugnable. Cuando las Comunidades, al pasar por ella el Marqués de los Vélez, parte de la tropa que llevaba se le amotinó y quiso saquear la ciudad; pero el Marqués, con el resto de los soldados, se refugió en ella y «mediante la muralla que tenía y cerradas las puertas, se defendieron, que no los saquearon ni hicieron daño al dicho Marqués», dice uno de los testigos presenciales. Otro de ellos afirma que cuando pasó Palomares, capitán de los agermanados, la gente de los arrabales se metió dentro de lo cercado y pudo defenderse.
Ese valor defensivo se puso de manifiesto nuevamente durante la guerra de Sucesión, a lo largo de todo el año 1706. Sale entonces a relucir que los portillos de tapia que se hicieron a continuación de la muralla donde no los había, estaban parcialmente derruidos y había que repararlos, y que «las puertas puestas en la pared de afuera de la ciudad que va a Almansa», eran pequeñas y en ellas chocaban las galeras y las derribaban, y se dispone que una de ellas se colocara «en la pared que hay en la Losilla, salida hacia la villa de Biar», y que en la de Almansa se colocaran otras más capaces. Es muy posible que por entonces se cerrara la calle Ancha en lo que, hasta nuestros días, ha venido denominándose «El Portón».
No obstante, en un acuerdo posterior se ordena demoler todas las tapias de huertos de la calle Nueva y de la calle del Hilo, y que se cerraran todos los postigos de las casas a piedra y yeso y se atroneraran tanto las paredes de los postigos como los cuartos altos de las casas que daban al campo, lo que viene a demostrar que por allí no había muralla alguna.
Tras el advenimiento de los Borbones, la ciudad permaneció tranquila durante un siglo, sin necesidad de restaurar nuevamente sus defensas. En 1775, el cronista Vila de Hugarte dice que Villena tiene tres puertas: la de Biar, la del Molino y la de Almansa». Pero en el croquis que acompaña a su «Relación», no se ve indicio alguno de la muralla, salvo el lienzo con torreón que cierra la plaza del Mercado.
Aquellos antiguos adarves fueron desmoronándose, utilizados en parte por los vecinos para levantar sus edificaciones, y en 1811, durante la guerra de la Independencia, pudo el mariscal Suchet atacar directamente el Castillo y volar dos de sus magníficas bóvedas para forzar la rendición del regimiento de Vélez-Málaga que lo defendía.
A mediados del siglo pasado, Madoz puede decir que «antiguamente» Villena estaba fortificada con su muralla y dos castillos, ambos en ruina», lo que no es rigurosamente cierto con respecto al de la Atalaya.
Para nuestro croquis hemos utilizado un plano del siglo pasado, menos complicado que los actuales. Sin duda habría más torres en las murallas, como la de la Plaza del Mercado, pero no tenemos evidencia alguna de sus emplazamientos. Habrá que aguardar a la eventualidad de nuevas demoliciones y a que los vestigios antiguos que aparezcan no se oculten, como es costumbre, al conocimiento de los estudiosos.
El trozo de muro más próximo al Castillo (Foto M.ª T.ª Flor)
Extraído de la Revista Villena de 1988

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