¡GLORIA A LAS VIEJAS!
Ancianas venerables
que ostentáis en el rostro las huellas perdurables
de radiante belleza que antaño deslumbró; las
que estáis ya tocando de la vida al ocaso y el
sendero del mundo recorréis paso a paso
añorando una dicha que para siempre huyó.
A vosotras las viejas
que rezáis un rosario de suspiros y quejas
que brota en vuestro pecho cual himno de dolor;
rendido ante vosotras os hace pleitesía
y una flor delicada, la flor de su poesía,
coloca en vuestras manos este humilde cantor.
Ancianas, mis amigas,
que cargadas de años, de penas y fatigas veis
se acorta el camino que os falta recorrer; no os
asuste lo oscuro de la cercana noche, que tras de
las tinieblas, con brillante broche, lucirá un
sol espléndido que no ha de atardecer.
Cuántas veces, ¡oh viejas!
oísteis ruborosas al píe de vuestras rejas
las fervientes promesas de un constante querer...
ya no escucháis el eco del idilio encantado,
ya nadie se detiene, sí pasa a vuestro lado,
ya no sois más que sombra de un venturoso ayer.
Sois las marchitas flores
que impregnaron el mundo de fragantes olores
que al sentido llevaban aroma embriagador;
hoy el tallo está mustio, las hojas se secaron,
esencias y perfumes los vientos disiparon y los
vistosos pétalos perdieron su color.
Vuestros ojos un día
lanzaban fulgurantes destellos de alegría
que el alma iluminaban, besándola al mirar;
hoy miran tras el velo de una densa neblina
de lágrimas cuajadas, y en ellos se adivina
el sello inconfundible del amargo pesar.
Vuestro rostro curtido
es el que en otro tiempo se viera embellecido
con colores de rosa y tintes de arrebol; hoy
está ya cenceño, rugoso y demacrado porque
en la piel sedosa sus huellas han dejado los
besos inclementes de la escarcha y el sol.
Esas temblantes manos
que torpemente alisan vuestros cabellos canos,
ganaron afanosas el mísero jornal;
ellas han amasado sabroso pan casero y en
las mañanas crudas y heladas de Febrero la
cizaña arrancaron del naciente trigal.
Son manos sabedoras
de la aguja y del hilo con que en las altas
horas de interminable noche cosían sin cesar;
manos acariciantes del hijo venturoso,
confortador alivio del fatigado esposo,
magnolias perfumadas que aroman el hogar.
Circunda vuestras frentes
cual halo luminoso de tonos esplendentes
una diadema augusta de regia majestad; y
ante su excelso brillo la humanidad rendida
venera a las que fueron las fuentes de la vida
ciñendo la corona de la maternidad.
Que vosotras, ancianas,
habéis sido en el mundo las fecundas fontanas
que del río de la vida henchisteis el caudal;
habéis dado a la patria el más rico tesoro, un
tesoro de sangre que vale más que el oro, un
tesoro de hijos que la han hecho inmortal.
Sois madres, y este nombre
poema de ternuras, es siempre para el hombre
el panal que destila las mieles del amor; que es
la madre en el mundo un pedazo de cielo, es la
flor más hermosa que brota en este suelo, es la
fuente que cura las llagas del dolor.
No os extrañe, por tanto,
que llegue a vuestro oído el eco de este canto,
estrofa de cariños que del pecho brotó;
¿será extraño que cante mí canción más galana, si
tengo yo una madre que también es anciana y el
canto de mi lira mi madre lo inspiró?
Gaspar Archent
Extraído del periódico Villena Joven de 1928
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