“Breve historia de la Plaza Mayor” Por José María SOLER GARCÍA
Puntos neurálgicos de la población a lo largo de toda su historia han sido la plaza de Santiago, aun antes de construirse el templo actual, y la Plaza Mayor, Pública, Vieja, de Abastos, del Mercado, de la Constitución o de Calvo Sotelo, que de todas estas formas se ha llamado oficial o popularmente, y de la que vamos a ocuparnos en este artículo.
SIGLOS XIV-XV
La más antigua noticia de esta plaza que ha llegado a nuestro conocimiento se remonta al siglo XIV, cuando los oficiales y «hombres buenos» de Villena, como se llamaba a los que pertenecían al estado llano de la población, el 12 de marzo de 1386, se juntaron «en la torre de la plaza de la Fuente» según lo tenían de uso y de costumbre, para nombrar los procuradores que, en nombre de la entonces villa, debían prestar homenaje en la sucesión del primer marqués de Villena, D. Alfonso de Aragón.
La plaza no era entonces, ni con mucho, lo que ahora es. Constituía un espacio abierto en el que había una fuente de pretil circular con un solo caño, al pie de la muralla que bajaba del Castillo por la plaza de Santa Bárbara a la de Santa María, para torcer hacia la calle Mayor y callejón del Cojo. En esa muralla, sobre la fuente actual, había una torre que aún subsistía en el siglo XVIII y que es, probablemente, la que se cita en el documento que hemos comentado.
Esa torre continuó siendo el punto de reunión del Concejo durante todo el sigilo XV. La vemos citada en 1403 y en 1484, cuando se habla de la cámara y torre de en somo (lo más alto) de la puerta de la Villa», igual que en 1485 y 1489. En este último año se habla ya del «rincón de la plaza junto con la torre de las Cigüeñas», nombre que se hace frecuente en 1491, aunque en algunas ocasiones se mencione simplemente «la cámara y torre del Concejo». En uno de los documentos de este último año se especifica que el Ayuntamiento se ha reunido «en la plaza pública de la dicha villa, en el rincón de la torre de las Cigüeñas», denominación que ya no vemos repetirse, aunque la torre subsistía, como dijimos, a mediados del siglo XVIII.
La más antigua noticia de esta plaza que ha llegado a nuestro conocimiento se remonta al siglo XIV, cuando los oficiales y «hombres buenos» de Villena, como se llamaba a los que pertenecían al estado llano de la población, el 12 de marzo de 1386, se juntaron «en la torre de la plaza de la Fuente» según lo tenían de uso y de costumbre, para nombrar los procuradores que, en nombre de la entonces villa, debían prestar homenaje en la sucesión del primer marqués de Villena, D. Alfonso de Aragón.
La plaza no era entonces, ni con mucho, lo que ahora es. Constituía un espacio abierto en el que había una fuente de pretil circular con un solo caño, al pie de la muralla que bajaba del Castillo por la plaza de Santa Bárbara a la de Santa María, para torcer hacia la calle Mayor y callejón del Cojo. En esa muralla, sobre la fuente actual, había una torre que aún subsistía en el siglo XVIII y que es, probablemente, la que se cita en el documento que hemos comentado.
Esa torre continuó siendo el punto de reunión del Concejo durante todo el sigilo XV. La vemos citada en 1403 y en 1484, cuando se habla de la cámara y torre de en somo (lo más alto) de la puerta de la Villa», igual que en 1485 y 1489. En este último año se habla ya del «rincón de la plaza junto con la torre de las Cigüeñas», nombre que se hace frecuente en 1491, aunque en algunas ocasiones se mencione simplemente «la cámara y torre del Concejo». En uno de los documentos de este último año se especifica que el Ayuntamiento se ha reunido «en la plaza pública de la dicha villa, en el rincón de la torre de las Cigüeñas», denominación que ya no vemos repetirse, aunque la torre subsistía, como dijimos, a mediados del siglo XVIII.
La Plaza Mayor en 1969 (Foto: Soler)
SIGLOS XVI-XVII: EL ALMUDI Y LAS CASAS DEL TESORERO
En 1560, el Ayuntamiento decide edificar el Almudí, que era la casa pública destinada al acopio del trigo del Pósito, antigua institución que ha ejercido un importante papel en la historia económica de la población y que merece un estudio amplio y pormenorizado. El lugar elegido fue el que siglos más tarde estaría ocupado por el bar de «El Cafetero» y la escuela de don José Chanzá. Las obras comenzaron a mediados de marzo de aquel año y se terminaron a finales de agosto, adosadas a un antiguo muro y asomadas a la fuente, hoy totalmente seca, que hemos conocido los que tuvimos la fortuna de asistir a la citada escuela. En la fachada recayente a la Corredera, se hizo una portada de piedra blanca de canteras locales, sobre cuyas pilastras descansaba un marco con el blasón de los Reyes Católicos flanqueado por motivos florales y el conocido símbolo del yugo y de las flechas, escudo que desapareció en septiembre de 1952, cuando el bar se amplió hasta el borde de la calle.
El maestro de la obra se llamaba Francisco Rodríguez, que era forastero, pues consta que se hospedaba en casa de un tal Martín de Ganga, vecino de la población. Cobró por su trabajo 4.386 maravedís, mientras que el cantero que labró el escudo, llamado Antón López, sólo percibió 2.907. Es de señalar que algunos de los obreros cobraban un suplemento por tener que trabajar dentro del agua.
Con la edificación del Almudí, quedó prácticamente cerrado todo el lado norte de la plaza hasta la llamada «Torre del Reloj», que taponaba la calle de este nombre y daba paso, por debajo de un arco, desde la calle Mayor a la de Santa María, que debía de tener un acusado desnivel. Entre el Ayuntamiento y el Almudí estarían las cárceles, en cuya reparación se habían gastado 7.910 maravedís entre 1548 y 1550.
Es curioso el acuerdo que se tomó el 29 de junio de 1570 de celebrar cabildos ordinarios los lunes y jueves de cada semana. «De hoy en adelante —se dice en el acta de la sesión—, se den quince golpes para llamar a Ayuntamiento a la campana del reloj público de esta ciudad, y se ponga una soga en ella y venga la soga a la escalera de este Ayuntamiento, y hecho el señal, todos los señores oficiales acudan a los dichos ayuntamientos (...)».
En 1558 se hallaban ya construidas, en la plaza de Santiago, las llamadas «Casas del Tesorero», como durante mucho tiempo fue conocido el actual Palacio Municipal, edificado en un principio por Pedro de Medina para mansión de los beneficiados magistrales del templo. Pero como la iglesia no se hallaba sobrada de medios y la sala del Ayuntamiento de la Plaza Pública «era muy corta y estrecha, antigua y muy destruida, destrozada y sin ningún abrigo y secreto», y lo mismo sucedía con la cárcel a ella incorporada, que era también «muy flaca y estrecha y de poca guarda», ambos cabildos, el eclesiástico y el seglar, se pusieron de acuerdo para la compraventa de aquellas lujosas casas de la plaza de Santiago. En ellas podría establecerse el salón de sesiones, una cárcel fuerte y buena, «así para caballeros y gente principal como para la gente común y plebeya», pues no regía por entonces el principio de igualdad ante la ley.
Archivo, «donde estaban las escrituras y privilegios que esta ciudad tiene, que son muchos y de mucha importancia»; unos grandes y fuertes almacenes para el trigo del Pósito, y, además, aposentos para cuando los señores Gobernador y Alcalde Mayor quisieren venir a esta ciudad. Después de muchos tanteos, conversaciones y discusiones, a veces acaloradas, y de la pertinente autorización real, el 19 de junio de 1576 se firmó la escritura, aunque la compra no se llevó a cabo porque el Ayuntamiento no pudo hacer frente a los pagos estipulados.
Quince años más tarde, en 1591, se trató de nuevo con el Cabildo de Santiago, pero con propósitos más limitados, pues sólo se le pedían unos aposentos de las citadas «Casas del Tesorero» para que se pudiera recoger en ellos el trigo del Pósito. En 1611, ya se libraron al Cabildo eclesiástico cien reales en concepto de alquiler anual por aquellos aposentos, cuyo importe empleaba la iglesia en reparar el edificio.
Pero los tiempos eran ya otros, y en 1610 resurge de nuevo la idea de comprar las famosas casas, y esta vez por treinta mil reales, y tras la consabida autorización real, se firmó la escritura el 17 de diciembre de 1625, y se acordó designar a un mandadero del Ayuntamiento, llamado Diego Hernández, para que residiera en él y cuidara del edificio hasta que otra cosa se decidiera.
Y lo que se decidió, por fin, el 8 de julio de 1627, fue trasladar a ellas el Archivo y celebrar allí los ayuntamientos, con la condición de que cada Regidor hiciera llevar una silla hasta que la ciudad tuviera medios cómodos para hacerlas. Se acordó también quitar de la fachada el escudo de Pedro de Medina y sustituirlo por las armas reales y una placa conmemorativa, que es la que aún se conserva a la izquierda de la fachada. El escudo real debió de desaparecer a raíz del incendio provocado por los ingleses durante la guerra de Sucesión.
Lo último que se trasladó al nuevo edificio fueron las cárceles, lo que se hizo en marzo de 1631 por iniciativa del Corregidor, don Juan de Vega y Almorox. Se acordó también utilizar el viejo Almudí, que estaba cerrado, para escuela pública de niños, después de taponada la ventana que daba a la fuente de la Villa.
Al trasladarse el Ayuntamiento, las cárceles y el Pósito a las «Casas del Tesorero», la plaza de Santiago se convirtió en el centro político y administrativo de la ciudad, facilitando así que la antigua Plaza Mayor asumiese el papel de centro comercial.
En 1560, el Ayuntamiento decide edificar el Almudí, que era la casa pública destinada al acopio del trigo del Pósito, antigua institución que ha ejercido un importante papel en la historia económica de la población y que merece un estudio amplio y pormenorizado. El lugar elegido fue el que siglos más tarde estaría ocupado por el bar de «El Cafetero» y la escuela de don José Chanzá. Las obras comenzaron a mediados de marzo de aquel año y se terminaron a finales de agosto, adosadas a un antiguo muro y asomadas a la fuente, hoy totalmente seca, que hemos conocido los que tuvimos la fortuna de asistir a la citada escuela. En la fachada recayente a la Corredera, se hizo una portada de piedra blanca de canteras locales, sobre cuyas pilastras descansaba un marco con el blasón de los Reyes Católicos flanqueado por motivos florales y el conocido símbolo del yugo y de las flechas, escudo que desapareció en septiembre de 1952, cuando el bar se amplió hasta el borde de la calle.
El maestro de la obra se llamaba Francisco Rodríguez, que era forastero, pues consta que se hospedaba en casa de un tal Martín de Ganga, vecino de la población. Cobró por su trabajo 4.386 maravedís, mientras que el cantero que labró el escudo, llamado Antón López, sólo percibió 2.907. Es de señalar que algunos de los obreros cobraban un suplemento por tener que trabajar dentro del agua.
Con la edificación del Almudí, quedó prácticamente cerrado todo el lado norte de la plaza hasta la llamada «Torre del Reloj», que taponaba la calle de este nombre y daba paso, por debajo de un arco, desde la calle Mayor a la de Santa María, que debía de tener un acusado desnivel. Entre el Ayuntamiento y el Almudí estarían las cárceles, en cuya reparación se habían gastado 7.910 maravedís entre 1548 y 1550.
Es curioso el acuerdo que se tomó el 29 de junio de 1570 de celebrar cabildos ordinarios los lunes y jueves de cada semana. «De hoy en adelante —se dice en el acta de la sesión—, se den quince golpes para llamar a Ayuntamiento a la campana del reloj público de esta ciudad, y se ponga una soga en ella y venga la soga a la escalera de este Ayuntamiento, y hecho el señal, todos los señores oficiales acudan a los dichos ayuntamientos (...)».
En 1558 se hallaban ya construidas, en la plaza de Santiago, las llamadas «Casas del Tesorero», como durante mucho tiempo fue conocido el actual Palacio Municipal, edificado en un principio por Pedro de Medina para mansión de los beneficiados magistrales del templo. Pero como la iglesia no se hallaba sobrada de medios y la sala del Ayuntamiento de la Plaza Pública «era muy corta y estrecha, antigua y muy destruida, destrozada y sin ningún abrigo y secreto», y lo mismo sucedía con la cárcel a ella incorporada, que era también «muy flaca y estrecha y de poca guarda», ambos cabildos, el eclesiástico y el seglar, se pusieron de acuerdo para la compraventa de aquellas lujosas casas de la plaza de Santiago. En ellas podría establecerse el salón de sesiones, una cárcel fuerte y buena, «así para caballeros y gente principal como para la gente común y plebeya», pues no regía por entonces el principio de igualdad ante la ley.
Archivo, «donde estaban las escrituras y privilegios que esta ciudad tiene, que son muchos y de mucha importancia»; unos grandes y fuertes almacenes para el trigo del Pósito, y, además, aposentos para cuando los señores Gobernador y Alcalde Mayor quisieren venir a esta ciudad. Después de muchos tanteos, conversaciones y discusiones, a veces acaloradas, y de la pertinente autorización real, el 19 de junio de 1576 se firmó la escritura, aunque la compra no se llevó a cabo porque el Ayuntamiento no pudo hacer frente a los pagos estipulados.
Quince años más tarde, en 1591, se trató de nuevo con el Cabildo de Santiago, pero con propósitos más limitados, pues sólo se le pedían unos aposentos de las citadas «Casas del Tesorero» para que se pudiera recoger en ellos el trigo del Pósito. En 1611, ya se libraron al Cabildo eclesiástico cien reales en concepto de alquiler anual por aquellos aposentos, cuyo importe empleaba la iglesia en reparar el edificio.
Pero los tiempos eran ya otros, y en 1610 resurge de nuevo la idea de comprar las famosas casas, y esta vez por treinta mil reales, y tras la consabida autorización real, se firmó la escritura el 17 de diciembre de 1625, y se acordó designar a un mandadero del Ayuntamiento, llamado Diego Hernández, para que residiera en él y cuidara del edificio hasta que otra cosa se decidiera.
Y lo que se decidió, por fin, el 8 de julio de 1627, fue trasladar a ellas el Archivo y celebrar allí los ayuntamientos, con la condición de que cada Regidor hiciera llevar una silla hasta que la ciudad tuviera medios cómodos para hacerlas. Se acordó también quitar de la fachada el escudo de Pedro de Medina y sustituirlo por las armas reales y una placa conmemorativa, que es la que aún se conserva a la izquierda de la fachada. El escudo real debió de desaparecer a raíz del incendio provocado por los ingleses durante la guerra de Sucesión.
Lo último que se trasladó al nuevo edificio fueron las cárceles, lo que se hizo en marzo de 1631 por iniciativa del Corregidor, don Juan de Vega y Almorox. Se acordó también utilizar el viejo Almudí, que estaba cerrado, para escuela pública de niños, después de taponada la ventana que daba a la fuente de la Villa.
Al trasladarse el Ayuntamiento, las cárceles y el Pósito a las «Casas del Tesorero», la plaza de Santiago se convirtió en el centro político y administrativo de la ciudad, facilitando así que la antigua Plaza Mayor asumiese el papel de centro comercial.
Antigua fachada y escudo de la casa Almudí (Foto Archivo)
SIGLO XVIII: LA PLAZA SE ENSANCHA Y URBANIZA
En 1712, se lleva a efecto una reforma que sería trascendental. En medio de la plaza había unas casas propiedad de don Pedro Miño, que se compraron para demolerlas y ensanchar la plaza, a fin de celebrar en ella la próxima feria.
En la sesión de 6 de octubre de aquel año, se acordó formar un arco grande que diera entrada a la plaza en el mismo lugar en donde estuvo otro arco al que llamaban la «Puerta del Sol», que aún puede verse en el conocido grabado de Palomino, editado en 1778, pero con apuntes seguramente tomados muchos años antes, puesto que no se ven en él las reformas que estamos comentando y que ya estaban finalizadas en la fecha de la edición. Aquel arco quedaría, según el proyecto, en el testero de entrada a la plaza, que se completaría con un lienzo de pared en el que se abrirían tres arcos simétricos a los que ya existían al otro lado de la entrada. Hasta hace sólo unos meses, todos hemos conocido esa misma disposición.
La plaza se cerraría en escuadra por el lado sur, según estaba el de la lonja de enfrente, comprando para ello a don Alonso Miño la mitad del portal de un mesón que allí poseía, el aposento bajo de dicho mesón y las tres habitaciones de arriba, así como dos pedazos de solar a uno y otro lado del mesón, hasta llegar a una casa que servía de tienda y que se hallaba frontera a la fuente llamada «del Caño», que también figura en aquel antiguo grabado. Don Alonso se comprometió a vender todo aquello por cuatro mil reales de vellón, cediendo a la ciudad el uso de las ventanas del primer piso para que pudiera beneficiarse de ellas «en cualquier fiesta o función grave que se ejecute en la dicha plaza, como toros de muerte u otra semejante», aunque reservándose, para él y su familia, la ventana que correspondiera con la puerta principal y la habitación que habría de hacerse sobre los seis arcos que se abrirían en el nuevo rincón de la plaza, y, aunque se pensó que el otro rincón que había de quedar entre el mesón y la tienda no podía por menos de afectar a la regularidad y belleza de la plaza, no se suprimió el edificio que aún existe entre dicho rincón y la escalera de la fuente, que no estaba construida por aquellas fechas. Y ello, a pesar de las facilidades que ofrecía don Alonso Miño, dueño de aquellos edificios.
En 1712, se lleva a efecto una reforma que sería trascendental. En medio de la plaza había unas casas propiedad de don Pedro Miño, que se compraron para demolerlas y ensanchar la plaza, a fin de celebrar en ella la próxima feria.
En la sesión de 6 de octubre de aquel año, se acordó formar un arco grande que diera entrada a la plaza en el mismo lugar en donde estuvo otro arco al que llamaban la «Puerta del Sol», que aún puede verse en el conocido grabado de Palomino, editado en 1778, pero con apuntes seguramente tomados muchos años antes, puesto que no se ven en él las reformas que estamos comentando y que ya estaban finalizadas en la fecha de la edición. Aquel arco quedaría, según el proyecto, en el testero de entrada a la plaza, que se completaría con un lienzo de pared en el que se abrirían tres arcos simétricos a los que ya existían al otro lado de la entrada. Hasta hace sólo unos meses, todos hemos conocido esa misma disposición.
La plaza se cerraría en escuadra por el lado sur, según estaba el de la lonja de enfrente, comprando para ello a don Alonso Miño la mitad del portal de un mesón que allí poseía, el aposento bajo de dicho mesón y las tres habitaciones de arriba, así como dos pedazos de solar a uno y otro lado del mesón, hasta llegar a una casa que servía de tienda y que se hallaba frontera a la fuente llamada «del Caño», que también figura en aquel antiguo grabado. Don Alonso se comprometió a vender todo aquello por cuatro mil reales de vellón, cediendo a la ciudad el uso de las ventanas del primer piso para que pudiera beneficiarse de ellas «en cualquier fiesta o función grave que se ejecute en la dicha plaza, como toros de muerte u otra semejante», aunque reservándose, para él y su familia, la ventana que correspondiera con la puerta principal y la habitación que habría de hacerse sobre los seis arcos que se abrirían en el nuevo rincón de la plaza, y, aunque se pensó que el otro rincón que había de quedar entre el mesón y la tienda no podía por menos de afectar a la regularidad y belleza de la plaza, no se suprimió el edificio que aún existe entre dicho rincón y la escalera de la fuente, que no estaba construida por aquellas fechas. Y ello, a pesar de las facilidades que ofrecía don Alonso Miño, dueño de aquellos edificios.
La Fuente de Los Chorros a mediados de este siglo (Foto Palao)
SIGLO XIX: LA «FUENTE DE LOS CHORROS». — EPISODIO DE LA «NIÑA REPUBLICANA»
La fuente de la plaza ha pasado también por diversas vicisitudes. Ya hemos dicho que, en tiempos antiguos, sólo hubo un pilón con un solo chorro rodeado de murete de sillería. Pero en 1850 el alcalde constitucional, don Juan Ramón García, encargó los planos de una nueva fuente pública al arquitecto don Francisco Morell y Gómez, cuyos honorarios fueron tasados por la Academia de Nobles Artes de San Carlos en mil doscientos reales. Los planos se recibieron a principios de 1851, pero fue el 22 de marzo de 1852 cuando el nuevo alcalde, don Trinidad de Mergelina, sometió el asunto al Ayuntamiento, que decidió sacar las obras a pública subasta, rematada en don Pedro Laforgue por la suma de 13.740 reales. No conocemos aquellos planos, pero la obra, en lo fundamental, no sería muy diferente de la que ha llegado hasta nuestros días, con las modificaciones que se hicieron durante la primera República. Lo que es seguro es que la fuente de Morell se hallaba ya terminada en diciembre de 1852, porque fue entonces cuando el contratista reclamó 3.688 reales por exceso en el coste de los materiales y «por mudar la fuente del terreno que debía ocupar», a instancias del Ayuntamiento. El alumbramiento de esta fuente coincidió con el de Ruperto Chapí, acaecido en la casa del rincón el 24 de marzo de 1851. Muchas veces tuvo que beber el futuro maestro el agua de aquellos chorros.
Una de las más importantes reformas de la plaza se produjo en el corto tiempo que duró la primera. República española. Desde julio de 1873 hasta febrero de 1874, durante las alcaldías de Casimiro Martínez, primer alcalde republicano, y de José Navarro Galiana, que le sucedió, se abrieron o reconstruyeron todos los puestos de la lonja; se levantaron los tenderetes o puestos fijos del mercado; se construyeron las escalinatas de la fuente; se colocaron los grifos o mascarones de los caños; se abrió la hornacina para colocar en ella una estatua de la República, y, entre otras muchas cosas se rellenó la calle de encima de la fuente, lo que originó protestas de algunos de sus moradores porque la elevación de la superficie de la calle les ocasionaba considerables perjuicios. Los tenderetes fueron desmontados cuando se construyó el nuevo Mercado en 1957.
No tardó en producirse un hecho miles de veces repetido, «mutatis mutandis», a lo largo de la historia en toda la nación.
Un personaje popular en su época José Navarro Navarro, conocido por «el tío Araña», se presentó una madrugada en la fuente e hizo añicos con un hacha a la «Niña Republicana», que así llamaban a la estatua recién colocada en la hornacina. Como buen «tradicionalista» que era, alegaba que lo que allí debía estar era la imagen de la Virgen de las Virtudes. El mencionado personaje, que había pretendido cantar fuera de su gallinero, fue apuñalado y muerto en la plazuela de la calle de Zarralamala por un grupo de sajeños capitaneados por un jaquetón apodado «El Epifanio». Nos ha contado todo esto, y algunas cosas más que no reproducimos, otro personaje bien conocido de los villenenses actuales: Juan Martínez, nieto del protagonista y apodado también «El Araña», como su abuelo.
La fuente de la plaza ha pasado también por diversas vicisitudes. Ya hemos dicho que, en tiempos antiguos, sólo hubo un pilón con un solo chorro rodeado de murete de sillería. Pero en 1850 el alcalde constitucional, don Juan Ramón García, encargó los planos de una nueva fuente pública al arquitecto don Francisco Morell y Gómez, cuyos honorarios fueron tasados por la Academia de Nobles Artes de San Carlos en mil doscientos reales. Los planos se recibieron a principios de 1851, pero fue el 22 de marzo de 1852 cuando el nuevo alcalde, don Trinidad de Mergelina, sometió el asunto al Ayuntamiento, que decidió sacar las obras a pública subasta, rematada en don Pedro Laforgue por la suma de 13.740 reales. No conocemos aquellos planos, pero la obra, en lo fundamental, no sería muy diferente de la que ha llegado hasta nuestros días, con las modificaciones que se hicieron durante la primera República. Lo que es seguro es que la fuente de Morell se hallaba ya terminada en diciembre de 1852, porque fue entonces cuando el contratista reclamó 3.688 reales por exceso en el coste de los materiales y «por mudar la fuente del terreno que debía ocupar», a instancias del Ayuntamiento. El alumbramiento de esta fuente coincidió con el de Ruperto Chapí, acaecido en la casa del rincón el 24 de marzo de 1851. Muchas veces tuvo que beber el futuro maestro el agua de aquellos chorros.
Una de las más importantes reformas de la plaza se produjo en el corto tiempo que duró la primera. República española. Desde julio de 1873 hasta febrero de 1874, durante las alcaldías de Casimiro Martínez, primer alcalde republicano, y de José Navarro Galiana, que le sucedió, se abrieron o reconstruyeron todos los puestos de la lonja; se levantaron los tenderetes o puestos fijos del mercado; se construyeron las escalinatas de la fuente; se colocaron los grifos o mascarones de los caños; se abrió la hornacina para colocar en ella una estatua de la República, y, entre otras muchas cosas se rellenó la calle de encima de la fuente, lo que originó protestas de algunos de sus moradores porque la elevación de la superficie de la calle les ocasionaba considerables perjuicios. Los tenderetes fueron desmontados cuando se construyó el nuevo Mercado en 1957.
No tardó en producirse un hecho miles de veces repetido, «mutatis mutandis», a lo largo de la historia en toda la nación.
Un personaje popular en su época José Navarro Navarro, conocido por «el tío Araña», se presentó una madrugada en la fuente e hizo añicos con un hacha a la «Niña Republicana», que así llamaban a la estatua recién colocada en la hornacina. Como buen «tradicionalista» que era, alegaba que lo que allí debía estar era la imagen de la Virgen de las Virtudes. El mencionado personaje, que había pretendido cantar fuera de su gallinero, fue apuñalado y muerto en la plazuela de la calle de Zarralamala por un grupo de sajeños capitaneados por un jaquetón apodado «El Epifanio». Nos ha contado todo esto, y algunas cosas más que no reproducimos, otro personaje bien conocido de los villenenses actuales: Juan Martínez, nieto del protagonista y apodado también «El Araña», como su abuelo.
Últimos momentos de la escuela de D. José Chanzá (Foto Soler)
LA «TORRE DEL OREJÓN»
En estrecha relación con la plaza ha estado siempre la «Torre del Reloj», o «del Orejón», de la que no vamos a ocuparnos aquí porque ya lo hizo con su habitual precisión y acopio de datos nuestro buen amigo Vicente Prats, en el número 23 de esta misma revista. Recordemos tan sólo que hubo intentos de declararla ruinosa desde 1872, con informes contradictorios de diversos arquitectos. Triunfaron, por fin, los demoledores y la torre ya había desaparecido en octubre de 1888. Desde nuestra perspectiva, tenemos que lamentar la pérdida de uno de los monumentos más notables y populares de la ciudad, como lo lamentaron también muchos de sus contemporáneos.
En estrecha relación con la plaza ha estado siempre la «Torre del Reloj», o «del Orejón», de la que no vamos a ocuparnos aquí porque ya lo hizo con su habitual precisión y acopio de datos nuestro buen amigo Vicente Prats, en el número 23 de esta misma revista. Recordemos tan sólo que hubo intentos de declararla ruinosa desde 1872, con informes contradictorios de diversos arquitectos. Triunfaron, por fin, los demoledores y la torre ya había desaparecido en octubre de 1888. Desde nuestra perspectiva, tenemos que lamentar la pérdida de uno de los monumentos más notables y populares de la ciudad, como lo lamentaron también muchos de sus contemporáneos.
Derribo de la "Puerta del Sol" (Foto Soler)
SITUACIÓN ACTUAL
Por Resolución de la Dirección General del Patrimonio fechada el 26 de septiembre de 1977, se acordó tener por incoado expediente de declaración de conjunto histórico-artístico en favor de la entonces llamada plaza de Calvo Sotelo, pese a lo cual fue la propia Dirección General la que, inexplicablemente, dio su aprobación a un proyecto de edificio, con ciertas restricciones, que iba a afectar al ángulo noroeste de la plaza y a la contigua calle del Maestro Caravaca. En virtud de esa autorización, a mediados de agosto de ese mismo año, se hizo desaparecer lo que quedaba del antiguo Almudí, la escuela de don José Chanzá y el arco de la «Puerta del Sol». Unos meses antes, se había rellenado de cemento la «Fuente de los Chorros» y se habían hecho desaparecer las verjas que la circundaban.
El Ayuntamiento actual tiene decidido empeño en que todo esto se remedie, y ha encargado ya un plan especial de urbanización para este histórico recinto. Confiemos en que pronto pueda recobrar su antigua prestancia, que no podrá ser ya la que tuvo en sus mejores tiempos, agobiado como está por las moles urbanísticas que lo cercan por todos sus costados.
Extraído de la Revista Villena de 1980
Por Resolución de la Dirección General del Patrimonio fechada el 26 de septiembre de 1977, se acordó tener por incoado expediente de declaración de conjunto histórico-artístico en favor de la entonces llamada plaza de Calvo Sotelo, pese a lo cual fue la propia Dirección General la que, inexplicablemente, dio su aprobación a un proyecto de edificio, con ciertas restricciones, que iba a afectar al ángulo noroeste de la plaza y a la contigua calle del Maestro Caravaca. En virtud de esa autorización, a mediados de agosto de ese mismo año, se hizo desaparecer lo que quedaba del antiguo Almudí, la escuela de don José Chanzá y el arco de la «Puerta del Sol». Unos meses antes, se había rellenado de cemento la «Fuente de los Chorros» y se habían hecho desaparecer las verjas que la circundaban.
El Ayuntamiento actual tiene decidido empeño en que todo esto se remedie, y ha encargado ya un plan especial de urbanización para este histórico recinto. Confiemos en que pronto pueda recobrar su antigua prestancia, que no podrá ser ya la que tuvo en sus mejores tiempos, agobiado como está por las moles urbanísticas que lo cercan por todos sus costados.
Extraído de la Revista Villena de 1980
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