El boom de la Fiesta en los últimos tiempos ha
tenido una doble proyección: tanto en el aspecto interno de cada población con
el aumento considerable de festeros, lo que comúnmente se denomina
«masificación», como en su ámbito geográfico con una fuerte proliferación, lo
que se llama su expansión. Ambos fenómenos que no son más que síntomas de su
fortaleza, producto de su vitalidad, no dejan de plantear problemas de los que
nos interesan ahora tan sólo los de su masificación.
A partir del segundo tercio del siglo XX se
acentúa lo masivo en la Fiesta. Causas. En primer lugar indudablemente está el
factor demográfico, el crecimiento de la población, que si ha duplicado el
número de habitantes parece lógico un tal aumento proporcional de festeros.
Sin embargo, en general, y especialmente en las poblaciones
de mayor vitalidad .económica, la principal causa ha sido la elevación del
nivel de vida actual en relación al primer tercio del siglo.
La fiesta de alguna forma supone un costo. La
fiesta es cara. Supone un gasto extra en la realización de lo que la Fiesta
conlleva: traje, equipo festero, ágapes, relación social, etc... que sólo se
puede soportar si ese nivel económico se ha elevado suficientemente. En épocas
de economía de subsistencia, como en el primer tercio del siglo, el factor
económico indudablemente ponía un freno a la manifestación de la voluntad de
ser festero, aunque los verdaderamente interesados hacían asequible el costo
redistribuyéndolo semanalmente durante el año en forma de montepío festero.
Indudablemente hacía falta una vocación, una voluntad permanente para cumplir
la función festera.
En otro orden de cosas también puede haber
influido, el seguir una corriente, lo que llamaríamos ahora la «movida» hacia
la actuación festera, porque eso está bien visto en el ambiente social local.
Y por supuesto la presencia de la mujer, allí
donde se da, se inició a partir de la década de los sesenta que suele duplicar,
más, el número de festeros, especialmente en las poblaciones de reciente
incorporación a la realización de las Fiesta donde la presencia de la mujer ha
servido para consolidarla más rápidamente. Sin embargo ese factor no cuenta en
Fiestas centenarias y ya muy masificadas, como las de Alcoy, Villena, Onteniente,
donde la mujer «no sale», todavía, pero donde agudizará el problema el día que
eso ocurriere.
Más que las causas importan los problemas que la masificación
suscita: en cuanto a la estructura de los actos, a su música, a la economía de
la Fiesta, etc. pero el espacio disponible nos permite solo abordar el primero.
La estructura individualista clásica suele ser
una escuadra de 10 a 12 con su cabo, y unas hileras laterales antes y después
de la banda de música con los restantes festeros, y espaciados entre sí. Eso
llenaba la calle y el lucimiento personal.
Esa estructura ahora chirría y se tambalea. Al
tener los núcleos festeros más de 100 personas —«individuos»— se ha tenido que
ir buscando remedios para poder darles «un puesto» a cada uno sin romper el
esquema: desfilar dos escuadras con la banda en vez de una que era lo
tradicional; «partir la escuadra», es decir un relevo de los miembros de la
misma a mitad del trayecto para poder duplicar el número de festeros que puedan
acceder a ese codiciado «puesto» de la formación; hacer desfilar en batallón de
4 en fondo, o más, detrás de la banda a todos los excedentes humanos del
esquema clásico, etc... En las procesiones pasaba algo parecido, para ganar
tiempo y espacio.
La Fiesta en sus orígenes tiene una estructura en
sus actos más individualistas, especialmente en sus desfiles. Como los grupos
festeros eran pequeños, de 25 a 50 personas, aunque los grupos fueran muchos,
el exhibicionismo individual estaba asegurado, por eso los festeros desfilaban
espaciados para ser vistos individualmente.
Todas esas cortapisas producen resistencias en el
festero, que al partir de la base de que pecha con el mayor gasto de la Fiesta,
quiere también tener su mayor lucimiento personal. Y la consecuencia lógica es
que algunos núcleos festeros cierran sus puertas u obstaculizan el ingreso de
nuevos «individuos», medida que va contra la esencia misma de la Fiesta que es
su raíz popular. Evidentemente algo habrá que hacerse en esas estructuras
individualizadas.
Todo desfile tiene sus límites inexorables de
tiempo y espacio que en realidad se interrelaciona, desfilar en un tiempo y en
un marco determinado, y a ellos se debe acoplar el factor humano de la Fiesta
por muy numeroso que sea.
El espectador puede aguantar bien 3 horas sentado
—de pie mucho menos— y debe ser de muy buena calidad lo que le den para
aguantar bien más. Después de ese tiempo le parece todo monótono e insulso y no
digamos si en algún momento el desfile pierde ilación y continuidad —se corta
en el argot festero— eso ya es inaguantable y se traduce en una profunda
crítica de la Fiesta donde ocurre. El festero aguanta mucho, pero también tiene
unos límites razonables de tiempo y espacio para su actuar.
Donde la Fiesta está altamente «masificada» por
el contingente nutrido de festeros hace tiempo que la forma de desfilar tuvo
que resolverse haciéndola más masiva. Hacer desfilar, por ejemplo 5.000
festeros en escuadras de 10 a 15, supondría de 400 a 500 escuadras y un
centenar de bandas de música, pues sabido es que una banda pueda acompasar
adecuadamente a 4 o 5 escuadras, pues si la banda no se oye bien el festero pierde
su ritmo apropiado; además eso supondría un coste colosal. Población hay sin
embargo que se aproxima a esta estructura.
La forma normal utilizada para hacer desfilar en
un sólo acto una ingente masa festera no es otra que una formación de 10 o más
en línea de frente por un fondo también de 10 o más, lo que llamaríamos un batallón.
Lo que se pierde en vistosidad individualista —ver al individuo— se gana en vistosidad
de conjunto —ver al grupo— vistosidad que también cuenta.
Sin embargo la cantidad hace desmerecer casi
siempre la calidad de lo que desfila, especialmente porque el control sobre el
grupo es difícil. Un cabo puede dominar una escuadra mejor que un batallón,
entre otras razones porque la escuadra está a la vista directa y total del
público, y por tanto se autodisciplina para no ser vilipendiada. En cambio los
que desfilan en grupo, y especialmente los que van inmersos en el centro al
final del mismo se creen que no son vistos, o que pueden pasar desapercibidos
en el anonimato del grupo; actúan como si la calle fuera suya, sin tener en
cuenta que el público es factor esencial.
El festero-espectador en la Fiesta cuenta tanto
como el festero-actor, si no hubiera quien mirar tampoco habría quien
desfilara, por lo que el espectador se merece el más elemental respeto de quien
des-fila. Nada hay más deprimente que el desorden en una masa humana que
desfila, aunque sólo sea debida a la euforia producto del ambiente nada más.
La relación cantidad-control-calidad, se puede
conseguir con la adecuada ordenación, que si se obtiene se logra un elevado
nivel de lucimiento —calidad— que es lo que la Fiesta demanda. Es posible, es
deseable y por tanto es realizable.
Alguna solución hay que dar a la masificación de
los actos festeros, y de hecho las poblaciones se las ingenian: escuadras,
batallones, o mixtos son los desfiles que se ven por ahí.
Lo que sería inadecuado es restringir la
participación festera, no sólo en cuanto a los actos, sino en cuanto a la posibilidad
de ser festeros —a que eso fuera un coto cerrado— porque como hemos dicho va
contra la raíz popular de la Fiesta.
José Luis Mansanet Ribes.
Extraído de la Revista Día 4 que fuera de 1987
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