SEÑAS DE IDENTIDAD
Estudiantes. Blanco y negro. Siglo y medio de fiesta a las espaldas. Tradición. Indisolubilidad con el mes de septiembre y con la Morenica. Muchos festeros, muchas épocas y no menos anécdotas.
Decir estudiantes es decir cena de la Sardina, día 7, plaza de Santiago, atardecer con aroma a aceite y ambiente de retreta, hervidero humano.
Decir estudiantes es ver una masa compacta donde la ausencia de color incrementa la belleza visual.
Decir estudiantes es decir campechanía e ingenio, ironía y buen humor, en dianas y retretas.
Decir estudiantes es ver un bloque impecable en la tarde del día 8 en la procesión de la Patrona.
Decir estudiantes es decir Troya, desde los albores de los años 50, como parte consustancial de la fiesta. Recorramos brevemente su historial y sus orígenes...
Era la comparsa de Estudiantes a principios de siglo muy distinta a la que conocemos hoy. Extremadamente distinta. La componían personas de muy bajo estrato social, muchos de los cuales mendigaban a las puertas de la iglesia y en otros lugares, obligados por su penuria y agobiados por no tener nada que llevarse a la boca. Llega 1925 y Chimo Pérez, uno de los grandes acaudalados del momento, junto a otros, proponen a estos «humildes viejos del lugar» un trato. Si dejan salir con ellos en su comparsa a los «jóvenes señoritos», estos corren con todos los gastos, y, además de no hacerles pagar ningún tipo de cuota, les proporcionan un traje nuevo a cada uno, logrando una uniformidad inexistente hasta entonces. A los mayores se les abre una gran ocasión y no dudan en aceptar. Así nace el embrión de la futura comparsa de estudiantes.
«El tío Blanco», el «tío Gato», o el «tío Mandil», no tenían medios. «Señorito, ¿me da usted para comprar los almuerzos?», decían al manejero de turno, y ellos se encargaban de todos estos trapicheos. A la hora de beber, nunca pagaban la ronda. Pero, no obstante, el efecto surgido entre estas personas, habitantes de las cuevas en algunos casos, y los jóvenes mecenas, no se contuvo, y las relaciones entre ambos grupos, festeros en demasía, cada cual según sus posibilidades, no podían ser más cordiales. A medida que fueron falleciendo, se comprobó su amor por la comparsa, al coincidir en haber advertido a sus familias de la satisfacción que les produciría saber que sus retos reposarían vestidos con el traje completo de estudiantes.
Pasaron los años y se consolidó el afamado trato de «señoritos» al referirse a la comparsa, formada en buena parte por socios de esta condición. Fama que no conduciría más que a unos penosísimos años, de muy triste recuerdo, que hicieron pasar muy malos ratos a algunos presidentes y madrinas de los estudiantes, materialmente apedreados en algunos actos públicos.
En 1958 «La Troya» sita en el solar de la calle Luciano López Ferrer, nº 4 era cerrada a partir de la madrugada del 7 de septiembre, horas después de la retreta.
Las pintadas, insultos y abucheos que todas las madrinas desde entonces tuvieron que pasar en la plaza de Toros y en el Teatro Chapí no parecen formar parte de una historia tan cercana. Fotografías de la tribuna presidencial del desfile de entrega de bandas del año 1958 son guardadas muy celosamente, al aparecer en ellas muchos de los abucheadores, hoy vivos y activos en menesteres públicos.
En suma, un lastre que durante una década afectó muy duramente a una comparsa que siempre se ha caracterizado por su jovialidad y ausencia de tensiones.
Comparsa de Estudiantes. Antonio Sempere
Extraído de la Revista Día 4 que fuera de 1987
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