El otro «DÍA 4 QUE FUERA» Un Pasodoble
LA LETRA por Pedro Hernández Hurtado
Érase una vez, cuando los moros nuevos de nuestra mocedad y algo más, pero en la intensa plenitud de esos años memorables en los que todo es alegre y todo parece fácil, cantábamos en las Retretas coplas y madrigales improvisados y reíamos igual que ahora ríen, igual que siempre ríen, todos los festeros que son, la alegría de esos días incandescentes que se respiran con ansia solo preocupada porque pasan muy de prisa.
Tenía la Comparsa entonces un Cabo de Gastadores, además del primero y clásico «Planchao», algo mayor que nosotros, pero con el garbo y la gracia consustancial a la tradición festera de su familia que ya había dado Cabos brillantísimos a la Comparsa, cuya tradición se continúa hoy con igual valía. Era Paco Valor que, cuando nos veía, como más jóvenes, más alborozados avivarlo a él, siempre, como cachazudo, nos repetía lo que según él era vieja sentencia inventada por los antiguos y decía: «Día 4 que fuera... y lo pasao, pasao.» Y este dicho lo repetía constantemente como final de cualquier charla o amistosa discusión.
Mi amigo Alberto Pardo —que entonces tocaba con más asiduidad que ahora su virtuoso violín— me dijo, al oírle a Valor, por enésima vez, esa cantinela que ya a todos nos hacía gracia y también constantemente decíamos: «Agrégale letra y yo intentaré ponerle música». Aquello no pasaba de ser una broma pero, en fin, ¡quién nos detenía entonces!. Allá fueron enseguida los diez versos centrados a la alegría jaranera de nuestro luminoso traje de raso y oro y al piropo vivo a nuestra mujer en Fiestas: ¡Nena, guapa está hoy!. Para que más, si en ello se sintetiza todo el esplendor, toda la alegría y todo el sabor del traje, de su aire y la arrogante de su desfile.
Y lo cantamos una tarde de domingo unos matrimonios jóvenes, son sus hijos que, hoy tan altos, entonces apenas llegaban al teclado del piano que, en la misma casa de Paco Valor su esposa, Antonia Azorín, estrenaba la partitura de Alberto Pardo. Y allí lo cantamos, lo ensayamos y lo aprendimos. Desde entonces, hace tan vez —hablo de memoria— como 34/35 años, que allá sería por el 1952/53, su vigor se hace himno y bandera en la inmensidad de esta Comparsa ahora tan extensa, que lo canta y lo disfruta como bien suyo es y lo enaltece, sobre todo de manera impresionante desde hace unos años, en ese final lúdico y emotivo con el que remata su galano desfile por los nuevos Capitanes y Alféreces la tarde del día 9, rodeando desde sus aceras, en maravilloso caracol, la Plaza de Santiago, tan alegres, tan frescos y marciales cual el día 5, cantando y haciendo realidad y dando indubitable testimonio del sentido de lo que dice esa letra que, sobre la música feliz de Alberto, se dimensiona a todos los festeros en general porque es de todos su primer verso, ese que dijeron dicen y dirán con anhelo los festeros de todos los tiempos!
«¡Día 4 que fuera... y lo pasao, pasao!».
El otro «DIA 4 QUE FUERA» Un Pasodoble
LA MÚSICA por Alberto Pardo Caturla
El día cinco que ya ha «llegao»... Así dice una de las frases de la letra de este pasodoble. Y ese día, en La Losilla, al filo de las cuatro de la tarde, se produce la explosión de júbilo más fantástica que se pueda imaginar. Los mil y mil colores de los atuendos de los festeros, la hulla inagotable, el sonar de las músicas, las amplias risas y carcajadas... todo se une para dar comienzo al primer acto de fiestas con las comparsas uniformadas: La Entrada.
Empieza el pasodoble al que hacen referencia estas líneas, con una llamada de las trompetas. Ahí tenemos a los cabos de gastadores tratando de poner en orden a sus súbditos: «Venga, no nos entretengamos», «Los más altos delante». Y aquellas trompetas son contestadas por el resto de la banda con unas notas indecisas. Son los festeros que se van incorporando a sus puestos correspondientes. Otra llamada de trompetas: «Vamos, esas cabezas bien altas»; «Venga, coger el paso». Y de nuevo otras notas indecisas que acaban por encontrar el tono. Las escuadras inician un balanceo al ritmo de la música. El cabo se coloca en un extremo de la fila, recorriéndola en toda su longitud, para ponerla bien derecha, hasta llegar al otro extremo, da media vuelta, sonríe a sus huestes y avanza con un paso, mitad marcial y mitad bullanguero, hacia adelante y al centro, unos diez o doce metros. Gira sobre sus talones enfrentándose a toda la Comparsa. En la mano derecha la gumía y en la izquierda, un enorme puro. Las dos manos se yerguen ceremoniosamente hasta quedar por encima de la cabeza y, con un leve movimiento de ésta, se pone en marcha todo el aparato hasta llegar a su altura para avanzar todos por igual. El pasodoble, un tanto dubitativo, lanza el primer tema y la Comparsa (que todavía no se ha afianzado) va cubriendo la calle Nueva, poco a poco. Allá va el cabo de gastadores delante dé varias escuadras y otro cabo con otras escuadras, y una banda de música y nuevos cabos con nuevas escuadras y nuevas músicas, y siguen escuadras infantiles y escuadras especiales, con más bandas musicales y, finalmente, la carroza. La calle Nueva ha quedado totalmente invadida. El pasodoble ha tomado alguna más fuerza y medida que los festeros se van afianzando.
Ya se encuentra el primer cabo pisando la Corredera. Una calle que parece hecha a propósito para este desfile. Si fuera más ancha, haría bailar a las Comparsas y, si más estrecha, las atenazaría. Una calzada de dimensiones justas. Aquí se estremecen los cuerpos de todos los festeros, que vuelven a quedar quietos mientras el cabo, en otro avance, sonríe a las niñas que llenan los balcones, acaricia a los peques que se sientan en la orilla de la aceras y saludan a los mayores, y torna a enfrentarse a sus tropas ordenándoles irrumpir esta Corredera con paso vibrante, enérgico.
En este momento los trombones se llevan la melodía del segundo tema, también vibrantes y enérgicos. La calzada parece pequeña para albergar a tanto gentío. Las escuadras van caracoleando, unas; marciales, otras; jocosas, las más. Y la Corredera también se totalmente invadida. Se llega a la Puerta de Almansa tras el suave repecho y, torciendo hacia la izquierda, vista a la calle Ancha. Se ha cubierto más de la mitad de la carrera y ahora, en la gran recta hasta los Salesianos, el cansancio va aflojando las fuerzas. Ahora acude el tema final que no es un trío, como clásicamente se denomina en estas composiciones, sino una canción. La que nos pide que ojalá volviera el día cuatro. Un tinte de nostalgia tiñe el final de esta Entrada que solamente se ve reanimado, momentáneamente, ante la inminente presencia de nuestra Patrona, que está al caer. Con ello también ha caído la primera ilusión. Como ocurrirá en los demás días, cada uno con su acto especiar y relevante. Las ilusiones que, al fundirse con la realidad, se van volatilizando: La Cabalgata... La Ofrenda... la Procesión... La Despedida.... ay! la Despedida. Se nos va nuestra Madre hasta el próximo año a su casa que es de todos los villenenses.
Y en la tarde del último día, los Moros Nuevos, queriendo alargar lo ya irreversible, se llegan hasta la Plaza de Santiago para dejar las Fiestas, con el «Día 4 que fuera...» y a esperar. En realidad, solo quedan trescientos sesenta días para empezar de nuevo.
Extraído de la Revista Villena de 1987
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