Brochazo
Son las siete de la tarde del día cinco. Las comparsas han llegado á las afueras de San Sebastián, marciales, animosas, luciendo la policromía de sus trajes vistosos y alegres. Una multitud, ingente y abigarrada, llena por completo la ancha plazoleta inmediata á la desmantelada Ermita, esperando la llegada de la Virgen. Hay allí viejos que salieron en sus mocedades en alguna comparsa y que ahora añoran, con el corazón entristecido por la proximidad de la muerte que ya barruntan, aquellos tiempos, en que marchando garbosos en la Escuadra de gastadores, hacían una seña á gentil muchacha, que hoy es también arrugada anciana, encorvada y encanecida por el peso implacable de los años; hay allí opulentos ricos y harapientos galloferos; hay allí mujeres hermosas á cuyos ojos se asoma la emoción, graciosas figulinas que dentro de poco arrojarán por sus labios, rojos como la sangre, un torrente de súplicas y oraciones.
De vez en vez se oyen los estampidos de los arcabuces al ser probados.
En todos los corazones hay el mismo sentimiento y la misma idea en todas las inteligencias: eI honrar y venerar á la Virgen de las Virtudes, á la que ofrendan los amores todos de sus almas villenenses y cristianas.
Fórmanse grupos en los que se comentan las presentes fiestas y en los que se habla del sitio por donde está ya la Imagen.
En la lejanía, destacando vigorosa sobre la naciente oscuridad, se vé, como ojo misterioso que desde lejos nos avizorase, la luz viva de alguna hoguera. Son las demostraciones de la religiosidad y del amor á la Virgen de los que están en el campo, de los labriegos que por atenderá las labores no pudieron venir al pueblo á presenciar las fiestas, de algún pastor que, desde la abrupta sierra, quiere asociarse á los festejos encendiendo esa hoguera corno prueba de sus acendrados sentimientos.
De repente se oyen por todas partes vivas y aplausos entusiastas. Las músicas echan al espacio las notas vibrantes de la Marcha Real. Las salvas de arcabucería de las comparsas atruenan los oídos. Las gentes caen de rodillas. Es que entra la Virgen en su pueblo, escoltada por cientos de personas que la aclaman y bendicen.
Y en lo alto, en la inmensidad azul, brillan las estrellas corno no brillaron jamás, como si fueran las luminarias que enciende el cielo para tributar homenaje á un pueblo que trabaja y que ahora hace un descanso en el duro batallar por la existencia celebrando estas fiestas que alegran y tonifican.
Fernández Moscoso
Extraído de la Revista Villena Joven de 1915. Especial Fiestas
Cedido por… Trini Pastor Domene
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