PARA "VILLENA JOVEN" - PRELUDIO
El día 2 de abril, a la edad de 80 años, ha fallecido en Madrid nuestro paisano Quintín Esquembre, compositor, concertista de guitarra y violoncello titular de la Banda Municipal de la capital de España. En homenaje a la memoria del músico desaparecido, un sobrino y un discípulo nos ofrecen sus personales recuerdos del maestro, y nuestra revista se honra en reproducir una bella composición que Quintín Esquembre escribió expresamente para el número extraordinario de «Villena Joven», semanario que se publicó en Villena durante el año 1928.
En recuerdo de Quintín Esquembre
por José SERRANO MARTINEZ
Todo conocimiento es un recordar. Esto suena a sentencia antigua, y efectivamente, así es. A fin de cuentas, nada es más actual que los clásicos, ya que no hacemos otra cosa sino comentarlos y repetirlos.
Cuando en nuestra niñez algún maestro nos enseña cosas, pasado el tiempo recordamos una cantidad mayor o menor de ellas y, si el ambiente ha sido favorable, recordamos también cariñosamente al maestro. Nada hay peor que olvidar; sólo olvida el que no es fiel, el que pretende enterrar sus propias cosas. La memoria es una esperanza que resucita, y conviene tenerla siempre jugosa, fresca, a mano de vida.
La memoria y el recuerdo son los que me hacen hablar ahora de Quintín Esquembre, personaje central de este modesto trabajo, y lo hago por considerarlo indicado, ya que se da la circunstancia de que soy el único discípulo que ha tenido de este pueblo, que es el suyo y el mío.
Ni que decir tiene que me produce un inmenso placer escribir sobre Quintín y recordarle a él, a su guitarra, a aquella época en que, de su sabia mano, intentaba abrirme paso por entre las difíciles técnicas de ese colosal instrumento.
Pienso muchas veces que he tenido bastante suerte por la oportunidad de haber convivido con tan gran músico. Si tuviera que definirlo de algún modo, diría sin dudarlo que era todo guitarra. Hasta que pudo hacerlo, estudiaba más de ocho horas todos los días. Se recreaba con ella como un sibarita, y su ansia perfección era insaciable.
Como resultado de este enorme empleo de tiempo, además de conseguir un completo virtuosismo, ha dejado muchas transcripciones magistrales y ha compuesto obras de gran valor instrumental.
Por otra parte, ha tenido la satisfacción de preparar a excelentes guitarristas, que han adquirido fama dentro y fuera de nuestro país. Ha vivido también el prolongado éxito de un pasodoble logradísimo, que todos los villenenses consideramos como nuestro.
Como se ve, su vivir ha dejado huella, y ésta quizás sea su mejor recompensa.
Muchos se preguntarán: ¿Cómo es que tan gran concertista no ha pasado a la posteridad y disfrutado de gran fama? ¿Le faltaron oportunidades? ¿Carecía de amigos? ¿No gustaba su estilo?
A estas y a otras preguntas puedo responder que Quintín ha tenido oportunidades, clase y amigos suficientes para lograr sonoros triunfos, La causa no fue otra que su gran timidez.
Todas las tentativas de sus numerosos amigos para presentarle en el gran mundo fracasaron a causa de este complejo. Una de sus mayores oportunidades, en la que estuve presente, fue en 1945 y en el concierto-presentación celebrado en casa da unos amigos, con asistencia del Cónsul de Inglaterra y del Agregado Cultural de aquel país, para celebrar contratos de elevada importancia artística y económica, en larga gira por el Reino Unido. Sin entrar en detalles de aquella velada, sólo diré que hubo más nervios que virtuosismo, y que no se firmaron los contratos.
Sólo unos pocos hemos disfrutado de su arte personalísimo, y en mi caso concreto, para alcanzar esta suerte, tuve que esperar pacientemente a que se acostumbrara a mi modesta presencia. Una vez conseguido esto, ya todo cambió, y, a partir de entonces, las clases acababan siempre en una deliciosa audición.
Mucho hizo él por mí: me inculcó el amor a la guitarra y a la buena música, que no es poco. ¡Qué menos podía yo hacer que airear en esta ocasión su recuerdo!
Por todo lo que te debo, ¡gracias, Maestro!
A QUINTÍN ESQUEMBRE
Por Francisco Poveda Esquembre
La patria chica de los hombres, que quiere a todos sus hijos por igual, se siente en ocasiones orgullosa de dar a luz la individualidad que la honra y ensalza por todos los rincones del mundo, y a su vez, como buena madre, se considera obligada a ensalzar en los momentos oportunos la memoria de aquél que la ensalzó.
Villena, que ha dado muchos hijos ilustres, siente ahora el deber, mezclado con el pesar que su reciente fallecimiento le produce, de hablar de Quintín Esquembre, creador de «La Entrada».
Este pasodoble, así titulado por estar concebido para nuestras Fiestas, ha dado la vuelta al mundo. No una, sino mil veces, ha contado el autor el porqué del título, y sin variar ni una coma en su narración, decía:
«En mi pueblo se celebran, en honor de nuestra Virgen, María de las Virtudes, unas tradicionales fiestas de «moros y cristianos» en el mes de septiembre. El día 5, el pueblo entero sale a sus afueras para ver llegar a su Virgen cuando es traída del Santuario. A tal efecto, las «comparsas» de los bandos «moro» y «cristiano» desfilan por las principales calles, llenas de alegría y colorido, al son de vibrantes pasodobles. El desfile o «La Entrada». que así lo llamamos, es encabezado por la Banda Municipal del pueblo. Mi buen amigo Francisco Bravo, director de ella por aquel entonces, reorganizó, con un buen puñado de gente joven, la Banda Municipal de Villena, y en un escrito me dijo: Quintín, hazme un pasodoble bonito y que no sea difícil, para que lo puedan tocar con facilidad los chicos. Traté de atenderle, y como todo lo que se hace con amor y sencillez es bonito, así nació esta obrita».
En tropel confuso acuden a mi mente un sinfín de anécdotas de mi tío que mi torpe pluma no podrá reflejar como mi corazón quisiera. Desde muy niño, no tuvo más juguete que una guitarra. y desde muy niño también, el pudor de la timidez se alió en él con la sabiduría. Fue discípulo de Tárrega y, a la vez, maestro de sus amigos. Allá por el año 1895, era ya conocido y querido en Villena como músico y ejecutante. Los altos vuelos de su pasión musical le llevan a Madrid e ingresa en el Real Conservatorio de Música, de donde sale profesor de violoncello. En todos los cursos obtiene la nota máxima, pero un año alcanza sólo un «notable», lo que le hace considerarse como ofendido. Se resiente de verse injustamente calificado y a punto está de echarlo todo a rodar, pero el buen sentido familiar con-
sigue calmarle, decidiéndose entonces una visita a Chapí en demanda de consejo... Si para un español decir Chapí es bastante, para un villenero. decir Chapí es decirlo todo. El consejo de este ilustre paisano deja las aguas tan en su cauce que Quintín repite el curso y obtiene la nota máxima, al tiempo que el gran maestro Villa necesitaba cubrir una plaza de violoncello en la Banda Municipal de Madrid. Al pedir opinión en el Conservatorio le dicen: «Sin dudarlo, llévate a Esquembre».
Su guitarra de juguete, transformada ya en instrumento de profesional, no ha dejado un sólo día de estar en sus manos. Como concertista y compositor de obras para guitarra alcanza verdadera fama, pero en su interior continúan mezcla das la timidez con la sabiduría.
Recuerdo que un día le pregunté, con toda candidez, puesto que de tauromaquia no entiendo, por qué a cierto pasodoble lo tituló «Barajas». Barajas, hijo, —me respondió— era un torero, quizás más malo que bueno, pero unos amigos me pidieron que le hiciese un pasodoble, y creo que les contenté».
En 1934 ó 1935, estrenó en Barcelona, con gran éxito de crítica y de público, su zarzuela «Si vas a Calatayud». Me han contado una anécdota. La noche del estreno, el público reclamaba con sus aplausos la presencia de los autores. Quintín, más tímido que nunca, salió a saludar, y un pariente le advirtió: «¡Pero hombre, Quintín, que has salido al escenario con los zapatos llenos de polvo!». El maestro le contestó: «¡Cómo se nota, Antonio que eres zapatero!».
Durante los últimos años, me presentaba a sus amistades como el sobrino predilecto, aunque no creo, en realidad, haber hecho nada para merecer tal distinción. Me hablaba de que había leído mucho a Ramón y Cajal.
Cierto día, al verle con la guitarra en las manos, le dije que si tocaba «La Entrada», la cantaba yo. No pudo negarse, aun tomándolo a broma, pero cuando escuchó aquello de
¡Villena!
Puedes ostentar orgullo
por tener en suelo tuyo
la mujer más noble y bella...
se emocionó y me hizo repetir lleno del mayor entusiasmo. A la pregunta obligada de quién había sido el autor de la letra, hube de confesarle una ignorancia que en estos momentos persiste aún. Si esta sencilla relación llega a manos del autor de aquella letra o a las de alguno de sus allegados, que acepte con cariño el póstumo reconocimiento de Quintín Esquembre a su ignorado colaborador.
A los ochenta años, ha muerto en Madrid este hombre modesto, recto, tímido y cordial, que consagró la vida al arte musical. Hace más de setenta que salió de esta Ciudad pero, con más espacio y tiempo, me sería fácil demostrar que siempre anidó en su mente el recuerdo de sus amigos y de «su querida Villena».
Extraído de la Revista Villena de 1965
No hay comentarios:
Publicar un comentario