EL TESORO DE VILLENA Y SU SIGNIFICADO HISTÓRICO
por JUAN MALUQUER DE MOTES catedrático de la Universidad de Barcelona
La Arqueología es Historia. Cada nuevo dato que obtienen los arqueólogos se enlaza a otros datos para constituir las verdaderas fuentes en las que se basa nuestro conocimiento de la historia antigua. Gracias a la minuciosa labor del arqueólogo, podemos formarnos una idea bastante exacta de lo que fueron las comunidades humanas que nos precedieron en suelo hispánico. Pero para que los datos obtenidos sean utilizables, es necesaria una intensa labor de estudio, de comparación de depuración, en suma, de reelaboración, hasta que adquieren la forma precisa. En esa labor do elaboración no puede despreciarse ningún dato por insignificante que pueda parecer. Una piedra labrada, un fragmento cerámico, pueden adquirir en un momento dado categoría de primer orden para la elaboración histórica.
Sucede a menudo que los investigadores poseen multitud de datos bien observados y sin embargo es difícil aprovecharlos por falta del necesario nexo que permita su relación, su conexión Algunas veces, un pequeño dato insignificante permite rápidamente enlazar todo un conjunto que desde hacía tiempo aguardaba el elemento cristalizador que era necesario para obtener una correcta interpretación del conjunto. En otros casos, la extraordinaria riqueza o novedad de un dato, obliga a replantear todas las visiones provisionales que parecían relativamente estables.
El hallazgo del maravilloso tesoro de Villena puede decirse que ha producido un impacto extra, ordinario en la investigación prehistórica española.
Sin mencionar siquiera su valor intrínseco, ni si, quiera su interés para la historia del arte español, podemos afirmar que su aparición constituye el elemento que nos faltaba, la prueba definitiva que viene a confirmarnos lo que medio siglo de investigaciones había elaborado lentamente, es decir, que nos permite la visión correcta de lo que fueron nuestras sociedades prehistóricas.
PROBLEMAS E INTERROGANTES QUE PLANTEA.
Como es natural, el tesoro en sí mismo plantea numerosos problemas e interrogantes, pero lo más importante es que viene a constituir el aglutinante que permitirá interpretar en último término toda una larga etapa del desarrollo humano de esas tierras, con lo que se llena un importante capítulo, el de nuestra Edad del Bronce, que sólo conocíamos de un modo muy fragmentario. Para darse cuenta de ello basta visitar el Museo de Villena. Ante los riquísimos materiales que llenan sus vitrinas, gracias a la acción intensa y sin desmayos de SOLER GARCIA, el arqueólogo tiene la sensación de hallarse ante un mundo expectante que estuviera aguardando algo para cristalizar rápidamente en una vivencia histórica, y ese algo, como la varilla mágica de un hada, ha venido a ser el tesoro de Villena.
El tesoro nos plantea numerosos interrogantes, pero, a nuestro parecer, es menos importante lo que nos esconde que lo que nos muestra. Veamos rápidamente lo que nos esconde, es decir, qué es el tesoro en sí. Ye nuestro buen amigo SOLER lo ha planteado con todo rigor. ¿Se trata del tesoro de un orfebre? ¿Acaso es un tesoro real? ¿Por qué apareció en aquella forma? ¿Fue escondido por su propio dueño o es el fruto de un botín, del saqueo de una tumba, de un sacrilegio? Todos estos interrogantes ciertamente apasionan y preocupan, pero mucho menos que la existencia real del tesoro.
El análisis minucioso de las piezas que lo integran parece dar la impresión de que se trata de piezas «nuevas», es decir, que no se observa en ellas el desgaste natural provocado por el uso, y en algunos brazaletes incluso parece faltar lo que en términos modernos llamaríamos el acabado de las piezas. Por otra parte, algunas de ellas, como las que indudablemente formarían parte de :n cetro de madera (?), fueron desmontadas con prisas y con desprecio de su belleza intrínseca, para guardar solamente el oro.
Si el acabado de algunas piezas parece sugerir el escondrijo de un orfebre, los elementos del cetro lo desmentirían. Un orfebre es siempre un artista, y con o sin prisas, desmontaría las piezas, no las cortaría. Es evidente que no se trata de un lote de objetos para ser reelaborado, puesto que el cuidado puesto en la ordenación de las piezas dentro de la vasija indica que se pretendía que no se deformaran, constituyendo el caso del cetro una excepción. Tampoco existen lingotes de metal ni piezas fragmentadas que indicara su pertenencia a un joyero, al contrario de lo que sucede con el «tesorillo» del Cabezo Redondo, de no menor importancia que el propio «tesoro».
EL CONJUNTO, OBRA PROBABLE DE UN TALLER REAL.
Todo el conjunto del tesoro, como ha demostrado SOLER GARCIA, muestra una gran uniformidad, es decir, pertenece a un momento cronológico uniforme, y éste es un dato muy importante. En los escondrijos de orfebre se amontonan por lo general objetos ya amortizados, oro recuperado con destino al crisol, pero aquí no sucede nada de ello. Pero, incluso en el caso de que se tratara de la labor de un orfebre, ¿es admisible que en la sociedad de nuestra Edad del Bronce existiera un orfebre que trabajara por su cuenta? Creemos que no. Todo lo que sabemos de las sociedades de la Edad del Bronce en el mundo antiguo, tanto en Oriente como en Grecia y el Egeo, nos indica que la actividad de los orfebres estaba estrechamente vinculada a verdaderos talleres reales o talleres de un templo. El orfebre no es un artesano independiente, sino un elemento al servicio de una estructura política o religiosa definida, de una realeza, de un caudillaje, el cual, aparte del uso personal que puede hacer de las joyas, es el verdadero dispensador de riqueza, que distribuye a sus súbditos para premiar fidelidades y servicios.
Con gran probabilidad, habrá que atribuir el tesoro de Villena a un taller real, a menos que pudiera corresponder al taller de un templo. Pero, ¡sabemos tan poco de lo que pudieron ser los culto de la Edad del Bronce en territorio español!
El uso de oro, plata, hierro (?), ámbar, es decir, de cierta variedad de materiales, abona la idea de su procedencia de un taller real. La misma repetición de tipos y técnicas parece responder a una producción «encargada». Es decir, que tenemos la impresión de hallarnos ante las obras de un grupo de artesanos al servicio de un régulo, o sea, obra de un taller real.
Puede tratarse del botín de un monarca, de un templo, y menos claro que pudiera responder al saqueo de una tumba real, aunque no puede descartarse por completo. De ser el producto del saqueo de una rica tumba, extrañaría el que no aparecieran armas o diademas, según fuera la de un rey o una reina, pero como en el escondrijo sólo se guardó el oro y la plata, tal idea queda como posibilidad. En realidad, las piezas que hemos supuesto pertenecientes a un rico cetro, igual hubieran podido ser adorno y guarnición de armas, espadas o puñales. Todas estas cuestiones quedan entre los interrogantes que contribuyen a aumentar el misterio del tesoro.
EL TESORO EN EL MARCO VILLENENSE DE LA EDAD DEL BRONCE.
Hay sin embargo un hecho trascendente, y es la propia realidad de la existencia de un conjunto de tal categoría en el marco villenense. Veamos ahora cuál es precisamente ese marco.
La adopción de la técnica metalúrgica en Occidente fue debida, sin duda, al impacto cultural que ejercieron unos pequeños grupos exóticos, procedentes del Mediterráneo oriental, entre nuestra población neolítica. Nuestra tierra era rica en oro, plata y cobre, y el solo conocimiento de la técnica de su laboreo produjo el milagro: la aparición de la riquísima cultura del Eneolítico y Bronce inicial, que si es orientalizante por su estímulo, es plenamente nuestra por su elaboración y desarrollo.
Conocida la metalurgia en occidente, el desarrollo cultural hispánico no se interrumpe cuan-do, a comienzos del segundo milenio, cesan las relaciones con el Egeo. Por el contrario, ahora aparece la original cultura del «Vaso campaniforme», en la que el oro español juega por primera vez un papel primordial. El momento es de la máxima importancia, porque en el seno de las sociedades de Occidente comienza un proceso de individualización del poder que abocará a la aparición de las primeras jerarquías, que serán embrión de las formas monárquicas posteriores.
Una de las consecuencias más trascendentes es la adopción de la vida en poblado. Sus consecuencias son múltiples. Por un lado, el obligado sedentarismo constituye un proceso de individualización. Por otra parte, la relación entre los distintos núcleos lleva a señalar evidentes diferencias, marcándose una clara dualidad entre los grupos costeros y los del interior. Los poblados de la costa, con una economía más abierta y variada, evolucionarán muy pronto hasta constituir los primeros núcleos urbanos. En ellos, la población se organiza rápidamente, aparece la división del trabajo y, en último término, aparece la sociedad estratificada que posibilita su transformación en ciudades.
Los grupos del interior, con una base preferentemente ganadera, se orientan hacia la aparición de pequeñas unidades señoriales, económicamente autárquicas. En la costa, la economía es rica, agrícola, ganadera, industrial y comercial, y con ella inaugura la verdadera vida urbana con la cultura del Argar.
LA VIDA URBANA EN LA CULTURA DEL ARGAR. SU TRASCENDENCIA PARA EL DESARROLLO DE LA CIVILIZACION ESPAÑOLA.
La cultura del Argar es paralela al desarrollo de la gran civilización aquea en Grecia, con la que tiene numerosos puntos de contacto. La mayor parte de los investigadores ven en el Argar la presencia de un elemento exótico de origen anatólico, pero en realidad, esta cultura se halla estrechamente vinculada a una evolución propiamente indígena de un área marginal, la del Sudeste, del desarrollo de la gran cultura metalúrgica occidental. Los elementos exóticos y sus contactos con el Egeo pueden ser explicados sin necesidad de recurrir a una nueva colonización mediterránea. Para nosotros, el Argar representa la superación de la etapa pre urbana y la instauración del verdadero régimen de ciudad. Que este proceso tuviera lugar primeramente entre los poblados litorales y que contribuyera a ello algún elemento exótico es un hecho lógico y normal. La navegación marítima había facilitado las relaciones e intercambios entre los distintos poblados.
Esta aparición de vida urbana en el Sudeste es de gran trascendencia en el desarrollo de la civilización española. Uno de sus estímulos más constantes es la búsqueda de la riqueza minera, cobre, oro y plata, cuya abundancia en nuestro suelo permite amplios intercambios y origina la acumulación de riquezas, lo que también contribuye a la diferenciación entre los diversos grupos.
Las diferencias entre las zonas litorales y las del interior se acentúan. El desarrollo urbano presupone la constante relación comercial entre los distintos núcleos, pero también exige la utilización de los recursos mineros del interior. La presencia le una vida urbana organizada también sirve de estímulo, aunque defensivo, entre las poblaciones interiores, favoreciendo la concentración del poder en las tribus, que aparecerán regidas por jefes poderosos. Grupos señoriales internos y ciudades costeras tienen una evolución paralela, pero independiente. Frente a la economía abierta de éstas, que provocará una rápida elevación del nivel de vida medio, los grupos señoriales de base ganadera, con una economía cerrada autárquica, obtienen posibilidades de acumular riquezas precisamente por controlar los distritos mineros, pero esta riqueza se obtiene en beneficio exclusivo de las jefaturas, mientras la masa de la población se mantiene en un bajo nivel económico.
Ambas estructuras sociales tienden a desarrollos inversos. En las ciudades, la riqueza privada da origen a la aparición de grupos oligárticos y a la diferenciación en clases sociales. Entre los pueblos del interior, las luchas entre los distintos grupos contribuyen a robustecer la autoridad de los príncipes, que adquiere cada vez un poder mayor y tienden a acrecentar sus dominios a expensas de sus vecinos. Al concepto de régulo se añade el de un territorio propio, y pronto destacará la residencia real frente a los restantes poblados, controlados dirigidos, por lo que nace un tipo «distinto» de ciudad, cuya verdadera función será la de capitalidad de un territorio económicamente unitario.
Este proceso es lógicamente más avanzado que el desarrollo inicial de la cultura del Argar, cuya decadencia se manifiesta al finalizar el segundo milenio. A partir del siglo XII antes de J.C., el colapso de las relaciones marítimas entre ambos extremos del Mediterráneo, provoca la decadencia de los núcleos urbanos costeros, mientras la economía señorial y autárquica de los grupos interiores, no sólo se halla inalterada, sino en óptimas condiciones para iniciar un proceso de expansión, incluso a costa de aquellas ciudades costeras. Entramos ahora en un agitado período -le luchas entre los distintos régulos, cuyo poder aumenta a favor de los más poderosos, en un proceso de unificación que habrá de abocar con el tiempo a la normalización de la legendaria monarquía tartésica.
EL REGULO DEL CABEZO REDONDO. LA COMARCA DE VILLENA, FUNDAMENTAL PARA EL ESTUDIO DE LA EDAD DEL BRONCE.
Estos régulos que hacen profesión de la lucha y la aventura pueden paralelizarse con los reyes de la epopeya homérica. Dominan sobre territorios en los que existen numerosos poblados. Crean sus pequeñas cortes en las que se agrupan los «amigos y compañeros de armas». Grupos de artesanos trabajan para el príncipe y crean maravillas que contribuyen a dar un brillo, de refinamiento v bárbaro esplendor a esas cortes. El rey premiará con joyas las gestas y fidelidades de sus amigos. Nace una sociedad «caballeresca» que habrá de continuarse hasta la época ibérica histórica. El tesoro de Villena encaja admirablemente en este mundo autárquico señorial que se desarrolla al fines del segundo milenio en tierras villenenses.
Muchos años de labor fecunda y apasionada realizada por JOSE M. SOLER GARCIA nos ofrecen el panorama en que se desenvuelve esa sociedad. Numerosos poblados, en buena parte contemporáneos, se distribuyen por el término de nuestra ciudad: Puntal de los Carniceros, Las Peñicas, el Peñón de la Zorra, Los Pedruscales, el Cerrico de la Escoba, el Cabezo de la Casa del Molinico, La Crehueta, etc. Entre ellos, destaca el Cabezo Redondo, que, como muy bien puntualiza SOLER GARCIA, constituye una verdadera ciudad, una indudable capitalidad, que reproduce todas las condiciones para haber sido la verdadera residencia de un régulo. ¿Pertenecería el tesoro de Villena al rey del Cabezo Redondo? ¿Sería, por el contrario, el botín de una victoriosa campaña contra un régulo vecino? Si por ahora es prematuro poder responder a esa cuestión con seguridad de acertar, es indudable que la riqueza arqueológica del término de Villena merece un estudio y una intensificación, como ninguna otra zona de la Península, puesto que, por el momento, constituye la mejor área para obtener la visión del panorama histórico de una de las etapas más —apasionantes y desconocidas, como es la Edad del Bronce de nuestro Levante, cuya solución representa la clave necesaria para poder interpretar debidamente el desarrollo de la magnífica cultura ibérica de la etapa posterior.
Extraído de la Revista Villena de 1965
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