VILLENA Y EL PAIS VALENCIANO
Por Sebastián García
Hace ahora exactamente un año que la editorial Destino publicó, dentro de su colección Guías de España, «El País Valenciano», de Joan Fuster. Su autor, natural de Sueca, es bien conocido en ciertos medios intelectuales de Valencia y Barcelona. Poeta, colaborador de «Levante», «Las Provincias», «La Vanguardia», «Destino» y «S erra d'Or», ensayista, ha profundizado en la interpretación de lo valenciano, dando de ello una sugestiva versión en «Nosaltres els valençians». Fuster es una de las figuras más destacadas de un grupo que pretende hallar la única justificación posible del acervo valenciano —lengua, historia, literatura, arte, tradición—en tanto en cuanto todo ello se vincule a lo catalán. Nada tiene de extraño, pues, que en él hallara la Editorial catalana el hombre adecuado para escribir la Guía del País Valenciano La prosa de Joan Fuster, fluida y elegante, tiene un carácter fundamental : una extraordinaria ironía, cuando quiere mordaz y sarcástica que utiliza para expresar su actitud crítica a ultranza. Está, ello es claro, perfectamente en su derecho de opinar y escribir como quiera. Lo discutible es si un libro que --como su mismo autor confiesa— «sólo pretende ser una invitación al viaje», sea el lugar más adecuado para arremeter agresivamente contra tópicos, instituciones, defectos o no defectos, figuras y aspectos de cualquier índole. Quizá un libro de otro carácter 'fuera más adecuado para este propósito. Precisamente lo que el turismo busca es lo típico y lo tópico.
Es obvio que lo que Fuster se ha propuesto es obrar corno un revulsivo sobre la conciencia, aletargada y plácida, de lo valenciano. La reacción ha sido curiosa, desaforada y en cierto modo lógica. El 3 de febrero «Levante» publicaba un extenso artículo —sin firma— en el que aparecían citas del «País Valenciano» elegidas entre aquéllas en que su autor mostraba la agudeza de su ingenio caustico al juzgar tajantemente diversos aspectos de la vida valenciana. Algunas de ellas, con todo, no es posible considerarlas sin el resto del contexto, hábilmente escamoteado por el anónimo articulista. Pero en general eran claramente significativas. A poco apareció otro artículo del mismo cariz en «Las Provincias» y menudearon las cartas de protesta a ambos periódicos y declaraciones enfáticas de organismos culturales. A medida que crecía la polémica —si es que puede ser llamada así ni a Fuster ni a sus partidarios se les permitió el primario derecho de réplica —el libro se vendía más y más. Pero se perdió la oportunidad de dialogar serenamente por un lado, ataques monótonos ; por otro, silencio forzoso. Quizá si el escritor de Sueca no hubiera abusado de las opiniones dogmáticas y sardónicas —o las hubiera expresado de otro modo: hay muchas maneras de decir las cosas ; para convencer no es lo mejor atacar— sería el resultado distinto. Pero de todas formas es inadmisible el proceder de sus d:- tractores y de los directores de los periódicos citados.
En el libro se habla de Villena. No vamos aquí a analizar una por una las líneas dedicadas a nuestra Ciudad ni hacerle notar, por ejemplo, que el marquesado, en el momento de su máxima extensión territorial, no sólo comprendía «media provincia de Albacete» —como escribe Fuster— sino casi toda, además de buena parte de la de Cuenca y Murcia, y otra menor, pero no despreciable, de Valencia y Alicante. Trataremos de comentar alguna de sus afirmaciones que puedan servir -de punto de partida para plantear la cuestión general de Villena y el País Valenciano.
Es curioso cómo Joan Fuster, que siente una verdadera obsesión contra los tópicos --hasta tal punto de verlos, a veces, donde no los hay— empieza por uno que no por extendido deja de serlo ¿En Villena, ciertamente, comienza la Mancha». El error es más culpable -desde el momento en que añade : «Aunque por esta banda, con el camuflaje de fertilidades, nadie lo diría». -Y sin embargo lo dice. y no contento lo repite varias veces. ¿En qué quedamos? Geográficamente, conviene recordarlo, la Mancha es una extensa zona terciaria —arcillas, margas, algunos páramos calizos— al Sur del `Tajo, al Este de los Montes de Toledo, al Norte de Sierra Morena, al Oeste de la Serranía de Cuenca y las estribaciones ibéricas levantinas, bien caracterizada por una red hidrográfica peculiar, clima continental con fuerte oscilación térmica, cultivos que se reducen a cereales —siempre con barbechos—, olivo y vid, y poderosa ganadería lanar. Se extiende por parte de las provincias de Cuenca, Toledo, Ciudad Real y Albacete. Descartadas las tres primeras queda por ver la última. En sentido estricto la llamada Mancha de Albacete no -comienza sino al Oeste de dicha ciudad o —si se quiere— de Chinchilla. No es hilar demasiado fino el considerar el debilitamiento progresivo de las condiciones geográficas típicas de la Mancha y al mismo tiempo la intensificación de los caracteres mediterráneo levantinos a lo largo de la cuña que —encajada entre las estribaciones ibéricas sudorientales y las béticas nororientales¬ conduce desde Albacete hasta Almansa. El proceso es paulatino pero evidente. Como mucho se puede aceptar --naturalmente es imposible fijar límites exactos— que entre Chinchilla y Almansa empiece la Mancha —si bien durante muchos kilómetros las condiciones sean de -transición— pero nunca en Villena ni por el clima, ni por la naturaleza de las tierras, ni por las condiciones hidrográficas, ni por la ganadería, ni por los cultivos: de las 20.820 has. de terrenos cultivables del término municipal, sólo 7.720 has. son de secano ; el resto, regadío o susceptible de riego con o sin transformación. ¿Es concebible una huerta tan extensa en zonas de la Mancha? Claro que para Fuster se trata de un «camuflaje». ¿De quién? ¿De la naturaleza? ¿Del hombre? ¿De ambos? ¿Con qué fin?
Ni siguiera es válida la vinculación que hace el autor del «País Valenciano» del vino de Villena con el de Jumilla y Yecla —que por otra parte no se encuentran en la Mancha— porque aunque es indudable la relación no la es menos la de los caldos villenenses con los de Monóvar, a los que a nadie se le ocurrirá situar «en el mana enológico de la Mancha». Si no temiéramos utilizar como argumentos dos tópicos más —el folklore y los trajes típicos— insistiríamos en que uno y otro, refiriéndonos a las danzas locales y al traje de «villenera», encajan mucho mejor entre los de la faja del interior desde Castellón hasta Almería que entre los de la Mancha Ello es perfectamente claro al considerar el evidente contraste de la movida y airosa «Jota», la «Malagueña» o el «Baile de a tres» con las lentas danzas manchegas con las que tienen muy poco que ver.
Pero vayamos al argumento decisivo —al menos para Fuster— en el que quizá se encuentre el fondo verdadero de su posición : la lengua. «En efecto, Villena y su comarca, y Orihuela y la suya, más un breve enclave intermedio, hablan castellano; Villena, bastante manchega, un castellano relativamente potable ; el resto, murciano, panocho». Primer error: sólo Villena, Sax y La Encina hablan castellano. El resto de la comarca, valenciano, como el mismo Joan Fuster —contradiciéndose— indica más adelante al subrayar con cariñosa delectación el nombre valenciano —para él catalán, claro está— de algunos de dichos lugares : así Benejama —Beneixama—, Campo de Mirra —el Campet de Mirra—, Biar. Por su insignificancia no cita a Cañada y La Zafra, pero también hablan valenciano. En cuanto al castellano que se habla en nuestra Ciudad, quizá sea bastante menos que potable. Nada tiene de extraño, por otra parte. Y de la misma manera lo que se habla por aquí se parece tanto al castellano como el valenciano de Piar al catalán, si no es mayor la diferencia todavía. «Villena no perteneció al antiguo Reino de Valencia y hace poco más de un siglo que fue incorporada a la jurisdicción administrativa de Alicante : eso explica su caso». No, nuestro caso no se explica solamente por eso. Una vez más no sirven las soluciones simplistas y tajantes a las que tan aficionado es el escritor de Sueca. Las siguientes palabras acaban de explanar su postura : «Sólo por una decisión burocrática quedó incorporada, en 1836, a la provincia de Alicante. Nosotros, respetuosos con las veleidades cartográficas de la Administración, aceptaremos a Villena como parte del País Valenciano; por lo menos a efectos de este libro». Podemos sentirnos confortados con el placet del señor Fuster, si bien sub conditione. Pero como veremos después la vinculación a Alicante no se basa únicamente en un capricho administrativo. A continuación compara a Villena con Requena y Utiel, tierras castellanas incorporadas a Valencia «Desde entonces los requenenses han realizado verdaderos esfuerzos por sentirse valencianos, y hasta cierto punto lo han conseguido». Pronto veremos nuestro gran delito: «No ocurre lo mismo con Villena se mantiene impenetrable: manchega». Fuster, constituido en supremo juez absuelve, indulgente, a Requena y Utiel por su voluntad de adaptación. Condena en cambio a Villena por haber permanecido fiel a sí misma, lo cual no consiste precisamente ni en ser ni en permanecer manchega. Porque, ¿qué significa esa impenetrabilidad? Impenetrable puede serlo una ciudad o un pueblo aislado, introvertido, económicamente, autárquico, como pueda serlo Yecla. Villena, que desde la Prehistoria nata la actualidad ha sido zona fundamental de paso entre la Meseta y Levante, entre Valencia y Murcia, y hoy nudo de comunicaciones por carretera y ferrocarril, ciudad agrícola e industrial, necesariamente no puede ser impenetrable. No lo es el carácter de sus gentes. No basta el que haya sido durante siglos frontera con el Reino de Valencia precisamente este hecho señala relaciones continuas que de estar más al interior no se hubieran producido. Su mismo castellano no es impenetrable el número de valencianismos del argot villenero es incalculable : quizá el tanto por cien sea superior al que el mismo Joan Fuster —tan aficionado siempre a las cuestiones filológicas pero que en ésta ni ha entrado— señala para el panocho. En suma, aceptaremos lo de impenetrabilidad en el sentido. de haber sabido conservar su propia personalidad, pero nada más y sin que ello indique en ningún sentido Cerrazón, distanciamiento o caso aparte.
Azorín nos conducirá a la verdadera solución. El autor del «País Valenciano» transcribe la conocida frase del maestro de Monóvar: «Villena, señoril y mundana». Pero rápidamente le enmienda la plana : «Señoril y rural, más bien». Rural, de acuerdo-. ¿Cómo dudarlo? Mas también industrial y este aspecto fundamental lo desconoce totalmente —el que Villena tienda a un equilibrio progresivo entre el campo y la fábrica : calzado, muebles, metal, clavazón. Como también desconoce la fisonomía urbana de Villena reducida a «barrios de austeras casonas dieciochescas y callejones humildes perpetuamente encalados», descripción que encaja mejor en un Diccionario Geográfico decimonónico que en una Guía fechada en el año 62. En cuanto a dichos barrios nos gustaría saber dónde se encuentran. Naturalmente que hay callejas encaladas, sobre todo cerca del Castillo. Lo curioso es que lo primero que ve -el viajero no es esto precisamente El acceso por carretera o ferrocarril muestra algo muy distinto. Y por poco que el forastero se pasee por la Ciudad puede ver —Avenida del Generalísimo, López Ferrer o José Antonio— calles amplias y edificios modernos. Claro que quizá esto no encaje en el cliché manchego. Una de dos : o Fuster no ha estado en Villena —contentándose para escribir sobre ella con cuatro fotografías, el «Madoz», varias noticias aisladas y el hecho de que hable castellano— o si
estado, ha buscado, pese a sus convicciones, lo típico, suponiendo -que lo típico en Villena sean los «callejones humildes perpetuamente encalados». Pero dejemos esto.
«Desde Villena bajamos hacia el Sur, a la comarca del Vinalopó medio es decir, a la jurisdicción de Azorín». El autor del «País Valenciano» aísla —de un modo totalmente gratuito— a Villena del Alicante del interior que Azorín describe maravillosamente en sus obras y que es perfectamente disímil de la Marina, la zona abrupta de Alcoy y las tierras bajas del Segura. Podrían. ser interminables las citas de Azorín en sentido contrario, pero nos contentaremos con ésta del Prólogo a «Las confesiones de un pequeño filósofo»: «El verdadero Ah-cante, el castizo, no es el de la parte que linda con Murcia, ni el que está cabe los aledaños de Valencia : es la parte alta, montañosa, la Que abarca los términos y jurisdicciones de Villena, Biar, Petrel, Monóvar, Pinoso». Pero esto no es sólo literatura ni analogías de paisaje. Es algo mucho más radical. Villena se encuentra inmersa de por sí en esta zona montañosa alicantina, dominio pleno de Azorín. No es la Mancha. Las relaciones más intensas no han sido con Albacete, sino con Murcia. Su peculiaridad estriba en su posición geográfica en la confluencia de cuatro provincias, su historia dilatada, en el carácter acusado de sus gentes, en los diversos aspectos, en suma, que redondean su personalidad acuñada en el transcurso de los siglos. A través de este Alicante montuoso y castizo es por donde ha de considerarse su inserción al País Valenciano. Se trata de una identidad geográfica y económica, de usos, costumbres, folklore y tradición, a la que el hecho de que Villena hable castellano no obsta en absoluto como no obsta —son los dos hechos que quizá han despistado a Joan Fuster— la anexión administrativa : la geografía se impone antes, después y por encima de las divisiones territoriales. Es absurdo darle una importancia decisiva a la lengua. Hay que desengañarse : el bilingüismo —al menos en Alicante— no separa, casi diríamos que une. Aplicar aquí esquemas que quizá sirvan en otra parte es actuar con prejuicios y desconocer la realidad. Como es igualmente utópico hablar de la «catalanidad» esencial de la provincia de Alicante —excluido, si se quiere, y habría que ver por qué causas— Alcoy —como hace Fuster. Pero ello nos llevaría a un problema fantasmagórico del «Sureste de España» que el escritor de Sueca plantea sacándolo de quicio, temeroso sin duda de perder para la «catalanidad» tierras que de por sí no se sienten tales. Ni entramos ni salimos en esta cuestión del Sureste que nos deja totalmente fríos. Ello quedaría, además, fuera de nuestro propósito actual.
Extraído de la Revista Villena de 1963
Cedida por... Avelina y Natalia García
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