VILLENA Y TARREGA
Se ha conmemorado en toda España el primer centenario del nacimiento del genial guitarrista y compositor villarrealense Francisco Tárrega Eixea. Villena no puede sentirse ajena a tal acontecimiento porque el «príncipe de la guitarra» le mostró siempre una especial predilección y porque en ella pasaba meses enteros acogido a la prócer hospitalidad del farmacéutico D. Manuel García Estasio. Son muchos aún los que recuerdan su venerable presencia, y de ellos hemos recogido las anécdotas que, a modo de homenaje al excepcional músico, publicamos a continuación.
Autógrafo de Tárrega firmado en Villena
En cierta ocasión, según contaba él mismo, tuvo que salir a escondidas de un determinado pueblecillo para protegerse de las iras de sus cazurros vecinos, quienes se llamaron a engaño porque, antes del concierto, les habían asegurado que el maestro «hacía hablar a la guitarra», cosa que, naturalmente, no se produjo.
Horas y horas dedicaba el ilustre guitarrista en casa de D. Manuel García al estudio de algún pasaje difícil. Cierta mañana sorprendieron los dueños de la casa una curiosa escena: en lugar de sus cotidianos ejercicios, tocaba Tárrega unos aires populares para que bailasen las sirvientas, a cuyos ruegos no había sabido resistirse.
A D. Francisco le gustaba mucho la ensalada aderezada con abundancia de aceite y vinagre. Algunas veces, cuando la tentación era superior al freno de sus exquisitos modales, exclamaba: «Ustedes me perdonarán esta confianza. Con permiso, D. Fulano; con permiso, D.ª Mengana». Y se bebía el caldo.
En cierta ocasión había sacado ya el billete para el ferrocarril que había de conducirle a Barcelona. Al despedirse, una de las niñas de la casa, que sentía por el maestro casi veneración, se le echó al cuello exclamando llorosa: «¡Yo no quiero que se vaya!» Tárrega miró a la madre enternecido y dijo: «¡Qué le vamos a hacer! Me iré otro día.» Y dejó perder el billete.
Uno de los ratos más angustiosos de su vida lo pasó en cierta casa de campo donde se vio obligado a pernoctar. El tremendo perrazo guardián de la finca se introdujo en su habitación y se agazapó a los pies de la cama en actitud amenazadora. El maestro, encogido y aterrorizado, no se atrevía ni a respirar, y eso fue lo que le salvó. El suplicio duró hasta que, al amanecer, el animal fue recogido por su dueño, quien no ocultó su extrañeza de que el incidente hubiera alcanzado final tan satisfactorio. J. M. S.
Extraído de la Revista Villena de 1953
Cedido por... Avelina y Natalia García
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