A LA CAZA DEL TEMA Por Alfredo Rojas
El literato en agraz, las blancas cuartillas delante de sí, la pluma desmayadamente sostenida por los dedos irresolutos, busca inspiración en el techo, tan blanco como las cuartillas; aunque ambos, techo y papel, lo estén mucho menos que el mismo misterioso receptáculo donde la inspiración se aloja.
La labor es urgente. No más tarde de esta misma semana, ha de entregar la colaboración para la Revista. Hace más de un mes que le rogaron en tal sentido; diez días se cumplieron ya de una insistencia en la que lo cortés no quitaba a lo apremiante. El tiempo —le decían— se echaba encima; el impresor protestaba Y todavía tenía que preparar una ilustración con la que vestir la página. Si al menos, y para irla buscando, les adelantaba el tema...
¡El tema! Para él lo quisiera. ¿De qué hablar? Todo estaba ya dicho. ¿El Castillo? Ya era un lugar común. ¿La Virgen? Religiosos y seglares habían agotado ya sus endechas ; eruditos, habían buceado en su historia ; estudiosos, en las mil particularidades que le concernían. Además, era muy gran señora para tan menguada pluma. ¿Y las comparsas? Tampoco. Lo bueno ya estaba dicho; lo malo, mejor era «no meneallo».
¿Qué hacer, entonces? Algo local. Sí: algo sobre Villena, que «cayera» simpático. Destacar circunstancias concernientes a la ciudad, a nadie parecería mal; tendría un potencial defensor de su trabajo en cada lector indígena. Pasaría revista mental al pueblo.
Las Cruces... La Losilla... Las Cuevas no estaba mal. Este año podía ser tema. Como las habían suprimido... Pero no creía que diera mucho jugo aquello. Porque no iba a componer una crónica con números y estadísticas. Lo suyo era lo puramente literario; y no iba él a hacer literatura con un fenómeno social. El Paseo, bueno, el Paseo, este año, no. !Decididamente, no. El barrio aquél de detrás del Ayuntamiento, prometía. Callejas retorcidas, empedradas ; una casa con un ancho portal y un escudo sobre el dintel; el castillo, sobre el cielo azul ; o recortándose sobre el fondo oscuro de la noche; o «dorado por los últimos rayos de sol en la tarde otoñal...».
Pero todo puro y barato lirismo. Hojarasca. Y de tema, de enjundia, de molla, ¿qué? Para hacer cuatro frases no valía la pena. El caso era que todos los años le pasaba lo mismo. Y luego, aunque él sería el último en decirlo —pero el primero en pensarlo, perillán— le quedaba el trabajo muy potable. El año anterior, sin ir más lejos, no estuvo mal. El maldito gerundio, hombre. Un gerundio, allí, que no se sabía a quién endosarlo; si al sujeto, al complemento... y no se dio cuenta de ello hasta después de impreso. Ni él ni nadie. Y no digamos el impresor, que apenas si sabían todos ellos algo más que el precio del papel. Del idioma, «in albis».
Al grano. Mejor sería volver a las fiestas. Al fin y al cabo, era lo apropiado y lo más lógico. Tal vez en las revistas de otros años... En el programa de actos, justo. Allí había ternas de sobra. Veamos... la diana. Tan bonita ; en aquel marco de la mañana limpia, fresca. Un poco cursi esto de la mañana limpia. Ya no se llevaban estas cosas. La guerrilla, la embajada, no bastaban. La Entrada: cualquiera se metía con ella. Desde Hornero hasta hoy, el que lo intentara haría el ridículo. Y si no, a ver quién le hincaba el diente; todos le daban de lado. Era mucha Entrada aquélla, para describirla. Lo mismo que la llegada de la Virgen. y si dejaba todo esto, podía tomar el camino de censurar alguna cosa, que no todo era perfecto. Pero censurar, en la Revista... Lo escrito, escrito queda. Mala cosa. Mientras, ahí estaba el Alcalde, el Párroco, el presidente de esto y de lo otro. A hablar cada uno de lo suyo, sin más problemas. Pero él, ¿qué hacía?
Veamos en el blok. Lo llevaba siempre encima y allí anotaba muchas cosas que se le ocurrían. Tipos... ya está hecho. Una frase: «Partir es morir un poco». La primera vez que la leyó, opinó de ella que era una exquisitez. Ahora le parecía una tontería, y, además, la conocían ya hasta los alumnos de bachillerato. Bueno, y maldito si tenía que ver con el asunto. Un título: «Nostalgia del ausente». Era tema, pero muy lacrimoso. Y ahora, las tendencias literarias no iban por ahí.
Vaya ; tenía la noche torcida. ¿Se le habría acabado la inspiración? Dichosas musas: bien hurañas le resultaban, para, una vez, de tarde en tarde, Que las llamaba. Diferencia de aquéllas que asistían a los escritores de fama : todos los días a su lado, solicitas, obedientes a la menor indicación, elegantes en la sintaxis, siempre sugiriendo bellas y desconcertantes originalidades, ágiles en los largos parlamentos, graciosas en el diálogo, vaciando continuamente el inacabable cuerno de la abundancia. ¿Qué «petardos» le habían asignado a él en el Parnaso? En fin; mejor sería dejarlo para el día siguiente. Tentado estaba de escribir todo lo que estaba pensando; ponerle arriba «a la caza del tema» y a ver qué pasaba.
Extraído de la Revista Villena de 1963
No hay comentarios:
Publicar un comentario