14 feb 2024

1953 VILLENA Y LOS REYES CATÓLICOS

VILLENA Y LOS REYES CATÓLICOS
Por JOSÉ Mª SOLER GARCÍA
"Historia: lo que no se puede improvisar; lo que no se puede comprar; lo que no puede improvisar una familia, ni puede improvisar un pueblo; lo que un pueblo nuevo, una nación nueva, no puede comprar con todo el oro del mundo." AZORIN, «Superrealismo», cap. XL
LA VIRGEN DE LOS REYES CATÓLICOS (Anónimo español). Tabla procedente de Santo Tomás de Avila, que se coserva en el Museo del Prado

Si alguna población de España puede gloriarse de haber merecido la atención constante de los Reyes Católicos durante todo su excepcional reinado, ésta es, sin duda, la ciudad de Villena. Más de medio centenar de documentos yacentes en su Archivo Municipal e inéditos casi en su totalidad, atestiguan que el nombre de la entonces Villa martilleó en los oídos de D. Fernando y de Dª Isabel aun antes de que fueran proclamados Reyes de Castilla, y aun siguió sonando insistentemente en los de sus sucesores.
A ello contribuyeron dos causas principales, que vamos a analizar por separado de un modo sumario extractando en lo posible los datos que hemos logrado reunir y que diversas circunstancias nos han impedido sacar a la luz en el transcurso del año conmemorativo del quinto centenario de ambos príncipes. Reservamos para un trabajo más amplio la publicación de los documentos en que, principalmente, hemos basado nuestra modesta investigación.

LA GUERRA EN EL MARQUESADO
Cuando en el año de 1474, D. Fernando y Dª Isabel fueron proclamados Reyes de Castilla, se encontraron con la enemiga de una poderosa facción nobiliaria al frente de la cual se hallaba D. Diego López Pacheco, marqués de Villena por título heredado de su padre D. Juan.
Partidario decidido de la Beltraneja, a la que tenía en rehenes, no pudo D. Diego conseguir de los nuevos Monarcas el Maestrazgo de Santiago, dignidad la más alta de la época, y ello le hizo colocarse abiertamente al lado del rey de Portugal Alfonso V, quien, para afianzar sus pretendidos derechos al trono castellano, se había casado con la discutida hija de Enrique IV.
Los Reyes Católicos, que habían declarado rebelde al Marqués, ordenaron a D. Pedro Fajardo, Adelantado de Murcia, hacerle una guerra a sangre y fuego, al mismo tiempo que incitaban a los moradores en el Marquesado a que se rebelaran contra Pacheco y se entregaran a la Corona real.
Los de Villena, cuyos deseos coincidían por causas diversas con los de los Reyes, quisieron ponerlos en práctica inmediatamente, y, al no encontrar entre los prohombres comarcanos el apoyo que la empresa requería, decidieron obrar por cuenta propia.
Cierto día de principios del año 1476, a una señal convenida—cinco campanadas en la torre de la Iglesia de Santa María—se lanzaron contra los partidarios del Marqués, exterminando implacablemente a cuantos cayeron en sus manos. Los que pudieron escapar se refugiaron en el Castillo, defendido por Pedro Pacheco, deudo del Marqués.
Pronto acudió en apoyo de los sublevados el Maestresala de la Reina y Baile de Elche mosén Gaspar Fabra nombrado por doña Isabel, Capitán y Gobernador de la Villa, quien organizó rápidamente el asalto a la fortaleza. Cuando los proyectiles logaron destruir gran parte de la primera cerca y asolar algunas de sus torres, Pedro Pacheco, que no esperaba socorro de su pariente D. Diego, determinó rendirse bajo honrosas condiciones que, aceptadas por Fabra, fueron confirmadas por los Reyes en Toledo, a 20 de febrero de 1476.
La reducción de Villena a la Corona real tuvo consecuencias trascendentales para la pacificación del Marquesado, pues muchas otras villas y lugares del mismo, al saber que la cabeza del Estado, gobernada por un pariente del Marqués, había capitulado, alzaron también pendones por los Monarcas. En el breve espacio de cuatro días, perdió el Marqués más de veinte lugares de su jurisdicción, y, aunque no terminaron con ello las intrigas del ambicioso magnate, razón por la cual Dª Isabel reiteró al Adelantado de Murcia la orden de proseguir la guerra, como no marchaban bien las cosas para el Rey de Portugal, decidió Pacheco deponer su rebelde actitud y acatar sumisamente la voluntad real. En octubre de 1476, pudo ya la Reina enviar a Villena al Bachiller y Promotor Fiscal Juan López de Sangüesa para dar cuenta al Concejo de la capitulación del Marqués, a consecuencia de la cual, perdió éste el dominio directo sobre nuestra Ciudad y sobre muchos otros lugares del Marquesado, aunque la magnanimidad real le permitió conservar el honorífico título.
Con ello quedaron pacificados los territorios del importante estado villenense, aunque no el ánimo de D. Diego, quien, hasta su muerte, trató de aprovechar cuantas ocasiones favorables se le presentaron para reivindicar unos derechos de los que, en definitiva, no volvió a gozar jamás.

EL PLEITO DE LOS ALHORINES
Cuando Alfonso X el Sabio comenzó la reconquista de las tierras murcianas, hizo donación de la villa de Caudete a su fiel servidor Sancho Sánchez de Mazuelo, quien pronto la enajenó en la persona de un tal D. Gregorio cuyo apellido no consta, y en poder del cual debía hallarse la Villa cuando la invasión del reino de Murcia por Jaime II de Aragón.
En virtud de la sentencia de Torrellas, que puso fin a la guerra castellano-aragonesa, quedó Caudete por Aragón, vinculada a un caballero llamado Ato de Lisón, en cuyo linaje permaneció hasta que, en 1338, García Jofre de Lisón vendió la Villa al Monarca aragonés.
Ya muy avanzado el siglo XV, la ciudad de Onteniente rescató la Villa por tres mil florines del poder de Jaime Ferrer, a quien, contra fuero, le había sido vendida por el rey Alfonso V. Y aunque se reservó a los caudetanos el derecho de rescatarse por la misma suma para unirse de nuevo a la Corona, no hubo necesidad de tal rescate porque Onteniente, durante el reinado de Fernando V, la restituyó graciosamente.
Desde entonces, permaneció Caudete en los dominios aragoneses constituyendo lo que el antiguo mapa de Abraham Ortelio denomina «insula Valentiae in Castellae regiones, es decir, lo que la nomenclatura moderna denomina un «enclave» geográfico.
Esta situación anómala dió origen, desde muy pronto, a sangrientos disturbios, al pretender los caudetanos enlazar sus territorios con los del resto del Estada a que pertenecían, y
que ello había de producirse a costa de los de Villena, indiscutibles propietarios de la zona de separación.
Las primeras noticias del litigio se remontan al año de 1472, en cuyo mes de noviembre, D. Fernando, que todavía no había sido proclamado Rey de Castilla, ordena a los de Caudete respetar sus derechos a los de Villena mientras se sustancia el proceso encaminado a resolver las diferencias entre ambas Villas.
A pesar de la buena voluntad demostrada por los Reyes Católicos para resolver el conflicto, puesta de manifiesto en una serie de interesantes documentos firmados a lo largo de todo su reinado, fueron impotentes para conseguirlo. Los nombramientos de jueces árbitros se sucedían ininterrumpidamente, ya que los más afortunados o los más hábiles conseguían a lo sumo una frágil tregua prontamente violada por alguna de las partes.
Es de notar que los de Villena luchaban aislados contra una verdadera coalición de pueblos valencianos, pues Caudete litigó desde un principio con el apoyo de Onteniente, Mogente, Fuente la Higuera y algunas otras poblaciones de la comarca.
ISABEL LA CATÓLICA, cuadro de autor desconocido, descubierto recientemente en la ciudad de Zamora.
La zona objeto del litigio comprendía la parte occidental del valle de los Alhorines, vía natural de penetración hacia las tierras valencianas en donde tenían su asiento las poblaciones coaligadas con la de Caudete, situada, precisamente, a la salida de dicho valle.
Los altercados adquirieron particular virulencia en los años 1485, 1439, 1495 y 1501. Consta que, durante la noche del Domingo de Ramos del primero de los años citados, los de Villena efectuaron una incursión armada en el término de Onteniente, talando en él algunos bancales de trigo, hecho que se repitió en el mes de abril del mismo año. Y también ha llegado hasta nosotros la tasación pericia' de los daños causados a propietarios villenenses en los Alhorines por la coalición enemiga en la primavera de 1489. Estos daños ascendieron a siete mil sesenta y cuatro maravedíes por destrucción e incendio de casas y barracas, y a la pérdida de trescientas tres fanegas de trigo, tres de cebada y una de centeno. De la resonancia de estos disturbios habla muy elocuentemente la carta de la propia Reina que publicamos al final de este artículo y que, transcrita a la letra, dice así: «La Reyna.—Concejo, justicia, regidores, caualleros, escuderos, Oficiales e omes buenos de la villa de villena: vi vuestra petición que con vuestro procurador me enbíastes sobre las cosas contecidas entre vos otros e los de Hontínente me escreuistes. E sobrello yo mando yr a lo remediar al licenciado Lope Sánchez del Castillo con mis cartas e poderes, el qual es tal persona que mirará mi seruício e el bien desa villa. Y de mi parte vos fablará sobrello. Por ende, yo vos mando que le deys fe e creencia. De la cibdad de Jahén a x días de junio anno de Ixxxjx annos. Yo la Reyna».
Durante los primeros meses del año 1495, el asunto se agravó de tal manera que motivó otra extensa carta de los Reyes por la que ordenaban a Ruy Gómez de Ayala, Gobernador del Marquesado, y a Francés Luys Boo, Gobernador de Játiva, que, «ante todas cosas, fagaís derramar e derraméis toda e qualquíer gente de cavallo e de pie que por las dichas villas e por cada una de ellas esté ayuntada e asonada...» Como se ve por este párrafo, lo que había comenzado en simple cuestión de límites amenazaba convertirse en una verdadera guerra fronteriza.
Del nulo resultado de tales órdenes da idea una nueva carta real fechada en Córdoba el 14 de junio de 1501 por la que, en respuesta a una información del entonces Gobernador del Marquesado Juan Pérez de Barradas, le ordenan prender a los culpables de lo sucedido entre Villena y Onteniente y ponerlos a buen recaudo hasta que se ,sustancie el proceso que le mandan incoar.
Es decir, que ya casi al final del reinado de. Dª Isabel, seguían las cosas en el mismo estado, si no más enconadas; que en 1472, dos años antes de su elevación al Trono.
Lamentamos no poder ser más extensos en el relato de estas incidencias. Baste decir, por ahora, que el litigio se prolongó hasta bien entrado el reinado de Felipe IV, pues de 1623 es la Carta Ejecutoria del pleito en favor de Villena. Tuvo, pues, el sangriento conflicto más de siglo y medio de duración.

MERCEDES, PRIVILEGIOS Y EXENCIONES REALES A NUESTRA CIUDAD
Tampoco podemos hacer aquí sino una simple enumeración de algunos de ellos, que es como sigue:
En marzo de 1476, cedieron a Villena la propiedad de las Salinas del Agostíllo, sitas en su término. El 22 de agosto del mismo año, otorgaron carta de perdón general por los crímenes y robos cometidos durante el alzamiento. El 20 de febrero de 1477, confirmaron a los villenenses sus privilegios, buenos usos y mercedes y los acogieron bajo su amparo y seguro. El 23 de diciembre del mismo año, volvieron a confirmar estas dos últimas concesiones. El 12 de octubre de 1479, declaró D. Fernando exentos del pago de derechos a los vecinos de Villena y de varias Villas del Marquesado por haber recibido grandes males y daños durante las guerras pasadas. El 30 de mayo de 1480, se declara de nuevo a los villenenses exentos del pago de derechos en los puertos de Yecla, Almansa y Chinchilla. El 26 dé octubre de 1480; se extiende en Medina del Campo la carta de Privilegio y Confirmación General, cuyo facsímil, debido a la benedictina pluma de nuestro buen amigo Ricardo García Marco, publicamos en este mismo número. Y el 13 de enero de 1483, una provisión firmada en Madrid autoriza a que los vecinos de Yecla, Sax y Villena puedan ir con sus carros por el antiguo camino real sin pasar por Chinchilla ni Montealegre contra su voluntad.

VISITA PERSONAL DE LOS REYES A VILLENA
La mayor merced, sin embargo, que los ínclitos Monarcas podían otorgar a nuestra Ciudad era la de su propia y personal presencia, y ésta le fué también generosamente concedida. Era natural que sintieran deseos de conocer la población que, desde un principio, tantos sinsabores y satisfacciones les produjo. No aguardaban para ello sino una ocasión propicia y ésta se presentó en la primavera de 1488, cuando se trasladaron a Orihuela para continuar en ella las Cortes iniciadas en Valencia.
El día 19 de abril de dicho año, se presentaron los Reyes ante la Puerta de Almansa de nuestra Ciudad, acompañados del Gran Cardenal de España don Pedro de Mendoza; de don Enrique. Enríquez, tío y Mayordomo Mayor del Rey, y de don Rodrigo de Ulloa, Contador Mayor de Castilla.
Ante un misal sostenido por el Bachiller Francisco Gyll de Alicante, vecino de la ciudad de Murcia, y en presencia de los Regidores y vecinos de la Villa, juraron los egregios visitantes mantener todos sus fuero, privilegios, usos y buenas costumbres; confirmar las capitulaciones otorgadas en su nombre por Gaspar Fabra en 1476, y acceder a que la Villa no fuera ya nunca enajenada de la Corona Real ni dada en señorío alguno.
El escribano y notario público Pero Romana, a petición del Concejo y Oficiales de la Villa, sacó testimonio en pública forma del solemne acto, del cual hemos extractado los datos que anteceden, desconocidos, o silenciados por los cronistas de la época.
De no haber error en la datación de un documento transcrito por el historiador lorquino fray Pedro Morote, los Reyes Católicos pasaron de nuevo por nuestra Ciudad en el mes de agosto del citado año 1488, pues en ella firmaron la concesión a Lorca de los lugares de Huércal y Oyera el día 2 de dicho mes.

CONCESION DEL TÍTULO DE CIUDAD
Los eminentes servicios prestados por Villena a los Reyes Católicos merecieron también el reconocimiento de su nieto Carlos I, quien el 25 de febrero, desde Madrid, expidió un documento por el que se elevaba a la Villa a la dignidad de Ciudad, honor que fué confirmado por el propio D. Carlos y su madre Dª Juana la Loca, desde Toledo, en 6 de noviembre del mismo año.
Facsímil de la Carta de Privilegio y Confirmación General extendida en Medina del Campo el 26 de Octubre de 1480. (Copia del original por Ricardo García Marco)
Para valorar la importancia de esta concesión hemos de hacer notar que muchas de las poblaciones que hoy ostentan el título lo obtuvieron en fechas bastantes posteriores, y que algunas de las más importantes en la actualidad, y entre ellas la capital de la Nación, no han pasado, jerárquicamente del villazgo.
EPILOGO
Forzoso es terminar sin dejar más que esbozada la relación de unos hechos merecedores de más extensa glosa. Hagamos nuestras las magníficas frases de Figueras Pacheco, patriarca de la Historia provincial: "Cuando los buenos tiempos sólo son pretéritos, quien los evoca es desgraciado. Más cuando el presente sigue sonriendo, la grandeza de ayer no entristece a nadie."
Extraído de la Revista Villena de 1953

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