SOBRE EL CERRO DE SAN CRISTÓBAL
Según se desprende de crónicas antañonas, Villena era un inmenso bosque. Los alrededores de esta ciudad se encontraban llenos de arbolado que la hermoseaban y daban un aspecto idílico, casi paradisíaco. En aquéllas se llega a decir que las damas del Marquesado podían recrearse con el juego de la caza mayor contemplada desde las mismas almenas del castillo que corona nuestra ciudad.
Todo esto viene a mi mente cuando contemplo el cerro de San Cristóbal, incrustado en la población como hacha que la partiera en dos, y advierto la incipiente gestación que, de las nuevas plantaciones, van haciendo esos aspirantes a pinos.
Foto... Soli
De aquel bosque inmenso, de aquel follaje rico, no quedó nada. absolutamente nada, a nuestras últimas generaciones. La voraz industrialización fue talando en forma desordenada y brutal cuanto de riqueza a ultranza podía suponer la posesión del arbolado. Y así;, año tras año, con las lluvias, las erosiones, ese cerro que tanta bendición de la naturaleza prodigaba, fue quedándose calvo. Sin raíces que pudieran sujetar la tierra, sin troncos que aguantasen los acosos atmosféricos, dejó correr su corteza terrestre y mostrarnos, en toda su desnudez, el plegamento que originó el montículo.
Hace más de treinta años se hizo el primer replanteo en serio en la falda misma de este cerro. Quizá se pensara entonces que, al menos, había que salvar esa parte alta de la ciudad que estaba siendo amenazada, como única solución para impedir el total destrozo de los elementos. Quizá influyera en aquella decisión sanear nuestra población, cuya industrialización comenzaba a pisar fuerte. Quizá se considerase que esa era la forma de que Villena tuviera un pulmón donde respirar, dentro de sus propios límites. Es igual. Los tres considerandos anteriores son válidos. Cada uno de ellos, de por sí, son suficientes para reconocer lo acertado de la gestión. Aunque en aquella época se pensara que siendo una obra que había de producir sus frutos tan largamente, no mereciera la pena de ponerla en práctica. La realidad es que, si entonces no se hubiese hecho nada, no tendríamos nada ahora. Y aunque la densidad pluviométrica en nuestra comarca es de un índice casi inapreciable (por cuya causa todavía se retrasan más estos crecimientos), los resultados no dejan lugar a ninguna duda.
Animados con este resultado, y en el deseo de completar la repoblación forestal en nuestro término, hace muy pocos años se llevó a cabo una campaña todavía de mayor envergadura, teniendo en cuenta las dificultades que suponía y el empeño que había que poner en la tarea. El cerro se despojó, como dijimos, de su vestidura térrea como jirones, y entre estos jirones algo quedó. Muy poco, es cierto, mas había que aprovecharlo. Y a ello se fue. Donde hubiese densidad terrestre, por muy escasa que fuera, por muy poca profundidad que tuviese, había que plantar nuevos árboles. De esta forma se llegó hasta la cima del cerro. Y hoy, aunque muchos de ellos no pasaron de una esperanza, podernos considerar como realidad esos tallos que se otean desde cualquiera de las calles que van a parar a los pies del montículo.
Este cerro que ya comienza a revestirse de verde, que vuelve a lucir, aunque en escasa cantidad, nuestras plantaciones, nos pide más: Que vuelvan a replantarse aquellos árboles que tuvieron vida efímera; que no cesemos, todos los años, de reponer las pérdidas que se ocasionen. El se encargará de devolvernos, con creces, el trabajo que se invierta en su adecentamiento. Sería una verdadera pena que nos despreocupásemos del beneficio que reportaría esta labor y no pudiera brindarnos la naturaleza el encanto de este cerro con traje nuevo.
Villena, Junio de 1964.
Alberto Pardo
Extraído de la Revista Villena de 1964
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