El Tano - TIPOS POPULARES
Durante dos penosas y aun por varios conceptos terribles décadas del siglo ya pasado, las de los años 30 y 40, los niños que conocieron al «Tano» huían de él, entre medrosos y divertidos, y se burlaban de su aspecto con risas y voces, aunque siempre a prudente distancia. Era deforme, casi repulsivo, pero inofensivo en realidad. Andaba cojeando, con el cuerpo ligeramente inclinado, como encogido; tenía unas manos sin dedos, con solo el pulgar separado de una masa informe, y se dice que en los pies tampoco se advertían los dedos. Apenas sabía hablar; mascullaba unas pocas palabras, las indispensables que había aprendido y que pronunciaba trabajosamente. Era un deficiente físico y psíquico que hubo de arrastrar la desgracia que sus padres, trabajadores que apenas ganaban lo indispensable para subvenir a las más perentorias necesidades de la familia, no supieron o no pudieron paliar.
Durante dos penosas y aun por varios conceptos terribles décadas del siglo ya pasado, las de los años 30 y 40, los niños que conocieron al «Tano» huían de él, entre medrosos y divertidos, y se burlaban de su aspecto con risas y voces, aunque siempre a prudente distancia. Era deforme, casi repulsivo, pero inofensivo en realidad. Andaba cojeando, con el cuerpo ligeramente inclinado, como encogido; tenía unas manos sin dedos, con solo el pulgar separado de una masa informe, y se dice que en los pies tampoco se advertían los dedos. Apenas sabía hablar; mascullaba unas pocas palabras, las indispensables que había aprendido y que pronunciaba trabajosamente. Era un deficiente físico y psíquico que hubo de arrastrar la desgracia que sus padres, trabajadores que apenas ganaban lo indispensable para subvenir a las más perentorias necesidades de la familia, no supieron o no pudieron paliar.
Nació el «Tano» el 25 de marzo de 1924, y se llamó Joaquín Pardo Bailén. Era hijo de Santiago Pardo Bailén y Josefa Bailén García, que vivían en la tercera Manzana, al final de la calle de la Rambla, la que se inicia a pocos metros de la plaza de Santa María. Heredó de su padre el apodo de «Tano», por el que todos le conocíamos, y en su casa le denominahan con el hipocorístico apelativo de «Chimo». Era frecuente, cuando ya tuvo algunos años, verlo callejear por las calles de la ciudad extendiendo la mano, un muñón informe, pero limpio, solicitando una limosna, hábito que adquirió contra la voluntad de sus padres, cuya humildad no impedía que lo atendieran y lo alimentaran con verdadero afecto, acrecentado por la desgracia.
Ya adulto, acostumbraba a subir a los trenes de cercanías a implorar la caridad de los viajeros, y los revisores condescendían con él permitiendo su presencia. Tales viajes llevaron a que, en ocasiones, faltara algunos días de su casa, y cierta vez se dilató la ausencia varios meses, con la natural alarma de sus padres. Se dijo después que había estado encarcelado en Valencia.
Ya adulto, acostumbraba a subir a los trenes de cercanías a implorar la caridad de los viajeros, y los revisores condescendían con él permitiendo su presencia. Tales viajes llevaron a que, en ocasiones, faltara algunos días de su casa, y cierta vez se dilató la ausencia varios meses, con la natural alarma de sus padres. Se dijo después que había estado encarcelado en Valencia.
Se referían en la población algunas contingencias e inesperadas situaciones a que daba lugar con su irreflexiva conducta, pues no era consciente de sus actos. Se sabe que en cierta ocasión entró, sin que advirtieran su presencia, en el domicilio del matrimonio formado por D. Juan Selva Mergelina y doña Florentina García Cervera, ambos de las más linajudas familias villenenses. Llegó hasta la habitación del matrimonio y se acostó en la cama, donde lo encontraron dormido las sirvientas de la casa. Sueño que no interrumpió D. Juan Selva cuando aquéllas, alarmadas, le dieron cuenta de la situación, pues ordenó que cuando se despertara, le dieran de comer y le acompañaran hasta la puerta.
En la primavera del año 1946, al ser quemada la falla plantada en la plazoleta que se abre al final de la calle de la Rambla, fue indultada la cabeza de el «Tano» por voluntad expresa del creador de la falla, el artista villenense Pepe Cortés.
En los últimos años vienen descubriéndose patologías y síndromes que hasta hace poco tiempo permanecían sin aislar ni clasificar. Consultada sobre este caso concreto una especialista de APADIS, la Asociación villenense para la atención del discapacitado psíquico, nos dice que cabe pensar que «el Tano», por las características que presentaba, podría estar afectado por el síndrome de Cornelia de Lang, nombre de la descubridora de esta afección. Diremos, por último, que «el Tano» murió, inesperadamente, el 4 de septiembre de 1952. Son muchos los villenenses que recuerdan todavía su desgarbada figura, su rostro repelente. A mí, no obstante, me parece entrever, al rememorar su expresión, que había en ella un reflejo de ingenua y bondadosa inocencia.Texto extraído del libro... De Villena y los villeneros. 2002
Alfredo Rojas y Vicente Prats.
En la primavera del año 1946, al ser quemada la falla plantada en la plazoleta que se abre al final de la calle de la Rambla, fue indultada la cabeza de el «Tano» por voluntad expresa del creador de la falla, el artista villenense Pepe Cortés.
En los últimos años vienen descubriéndose patologías y síndromes que hasta hace poco tiempo permanecían sin aislar ni clasificar. Consultada sobre este caso concreto una especialista de APADIS, la Asociación villenense para la atención del discapacitado psíquico, nos dice que cabe pensar que «el Tano», por las características que presentaba, podría estar afectado por el síndrome de Cornelia de Lang, nombre de la descubridora de esta afección. Diremos, por último, que «el Tano» murió, inesperadamente, el 4 de septiembre de 1952. Son muchos los villenenses que recuerdan todavía su desgarbada figura, su rostro repelente. A mí, no obstante, me parece entrever, al rememorar su expresión, que había en ella un reflejo de ingenua y bondadosa inocencia.Texto extraído del libro... De Villena y los villeneros. 2002
Alfredo Rojas y Vicente Prats.
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