YO SOY DE VILLENA
LUIS RAMÍREZ DE ARELLANO
"II Premio de Novela ATENEO MARÍTIMO" 1979 de Valencia, con su obra INÚTIL VELATORIO
Me solicitan muy amablemente una colaboración para, entre otros, sin duda de mayor mérito que yo, figurar como firmante en este anual de VILLENA. Pero muy difícil se me plantea la petición de que el tema trate sobre Villena, siendo que, aunque nacido en ella, de ella me sacaron a los cuatro años de edad y todavía —no desisto— no he vuelto.
No puedo, por tanto, más que —permitídmelo— hablar algo de mí, pero no de mi humilde persona, sino de los frágiles recuerdos —lógicos en una mente de, como mucho, cuatro años—que mi espíritu tiene de mis primeros pasos y de todo lo escuchado en boca de mis mayores —padres y hermanos— sobre este tiempo en que mi familia y yo, a juzgar por la sonrisa y el gesto feliz con que vi que me lo contaron mientras la vida me iba creciendo, sin duda, fuimos dichosos. Son cosas, curiosidades, anécdotas, personajes; todo suelto en mi mente sin ninguna lógica cronología y que me atañe, que me rodeó un tiempo y que aun me envuelve, que es mío y de los míos, pero tan, tan de Villana que, por fuerza, contándoos esos guardados recuerdos del corazón, el tema, el principalísimo tema, olerá a Villena por cada letra.
Sé que nací en Villena. Algo tan prosaico como los miles —millones parecen— de formularios, solicitudes y fichas que en la vida hay que cumplimentar, me lo ha recordado siempre al llegar a aquello de: «nacido en...». Pero mejor y más cierto lo sé por decirlo mi padre, destinado entonces en este pueblo como flamante director de una sucursal bancaria. He escrito «pueblo», ¿encontraría yo ahora el tal pueblo, comido, perdido, o quién sabe, amorosamente entregado en el cemento y asfalto de la ciudad que es hoy? También sé, mi padre lo asegura, que fue en el octubre de 1944; y que ocurrió, como era de ley en aquel ayer, en la casa y cama de mis padres, en esa calle de Isabel la Católica que mis con nacidos, más galantes, más rumbosos, apearon de su pomposo adjetivo y la hicieron más amable; si cabe, más señora: la calle de Doña Isabel. Y, cómo no, sé de Luz, la comadrona, quien tal vez sostuvo mi cabeza por primera vez. «Guapetona mujer», le oí un día a mi padre, y así la veo en mi memoria: sin rostro fijo, pero guapa. Lo dijo mi padre, y su buen gusto demostrado está al casar con mi madre.
Ahora ya, todo se mezcla en mi cabeza: Las dos 'principales iglesias, 'la de Santiago y la de Santa María, con sus tan nombradas torres por mis mayores y absolutamente ausentes, qué pena en el archivo de mi cerebro. Me cuentan que fui bautizado en la de Santiago, y pienso, por lo escuchado, que no podía escapar la celebración del acontecimiento de ocurrir, por fuerza, en alguna de las dos. El castillo, que perteneciera a los Pachecos y fuera sede del 'muy poderoso Marquesado de Villena. El Paseo; la Corredera; la calle Mayor, está abarrotada de comercios, entre ellos, la muy escuchada en cien anécdotas, platería de Esquembre.
Cuantas cosas quisiera por mí solo escribir de Villena, la muy Noble, muy Leal y Fidelísima. Pero todo me viene de amables tertulias con mis padres. Y qué distintas las cosas escuchadas de mi hermano mayor, quien vivió en Villena, me dice, cuatro de los mejores años de su juventud. Y me cuenta, sonriente y con añoranza en los ojos, los muy buenos amigos que allí dejó, lejos en la distancia, pero que todavía 'hoy mantiene, cercanos en las cartas y en el alma: Cheroni, su íntimo junto con Postigo y Paquito Ferriz, el Rojo; su amistad con los entonces componentes de la comparsa de los Piratas, con su Lupo y, después, su Lupico, la comparsa del follón y la algarabía,
los «gamberros»; qué de juergas a medias contadas; el porqué del para mí y durante años, famoso misterio que contenía la calle del Reloj, subiendo al castillo, desvelado cuando a sus ojos fui hombre. Ese amor y entusiasmo que derrama cuando habla de sus tiempos en Villena, de su pasar por el colegio de los Salesianos. Y aquel día, ya muy lejano, cuando me cortó: «Que no, que tú eres villenero. Eso de villenense queda para los de la Real Academia. Tantas y tantas cosas escuchadas, muy principalmente, de mis padres y 'hermano mayor que se han ido sumando a ese algo misterioso que hace al hombre sentirse muy orgulloso y amar sin razón —al fin y al cabo, profunda sinrazón del buen amor—la tierra donde nació, el pueblo que acogió amable sus primeros pasos.
Sin embargo, no todo lo que en mí hay de Villena es contado. Hay dos vivencias que, sin entenderlo yo, pues lo más cuatro años tenía, están grabadas en mi memoria. Están como deshilachadas en el recuerdo, pero que en lo principal, en el nudo, jamás se han borrado de mí. Una es la figura del Tano, el tonto, con su cegado ojo en la parte posterior de su cabeza. Qué viva su presencia andando por aquella ajardinada calle, y mis hermanas corriendo, agarrándome fuerte de la mano. «¡Que viene el Tano, que viene el Tano!». Y ahora, creo, que el hombre, el pobre tonto, ni iba ni venía, simplemente andaba, paseaba. Pero a mí me hacía correr con el ánimo encogido: El otro recuerdo es el gran susto, el tremendo sobresalto que cierto día —por Navidades debía de ser -- me dio un hombre, toda su cara tiznada de negro, con largos ropajes de brillantes colores —ahora comprendo que disfrazado de rey Baltasar— al presentarse en mi casa portando un enorme traga bolas como regalo. La sorpresa, la visita, debió prepararla mi padre, pero lo bien cierto es que cuando yo, cogido a las faldas de mi madre, acudí con ella para abrir la puerta, vi ante mí aquella tremenda y espantosa figura negra —me pareció altísimo—con el horrible monstruo de enorme boca abierta que sostenía entre sus manos, me entró tal pasmo que tiré a correr como un loco y hallé refugio bajo la mesa camilla, amparado y oculto por sus faldones, de donde no consiguieron sacarme hasta que estuve bien seguro de que aquel extraño ser oscuro había desaparecido. Y el buen trabajo que les costó a mis padres el que yo aceptara el dichoso traga bolas.
Y esto, y más, muchas más cosas, son para mí Villena; para este natural desnaturalizado que todavía no conoce su cuna, pero que la ama. Y este amor, este no olvidarme jamás de «mi pueblo», lo noto en cómo digo: «Yo soy de Villana». A veces, recalco: «sí, hombre, de la tierra del buen vino, del bien acabado calzado... ¡de donde Chapí!». Y si noto desinformadas caras, todavía añado: «Chapí, el maestro Chapí, el de la zarzuela; ese, ese es de Villena, como yo».
LUIS RAMIREZ DE ARELLANO Junio 1981.
Extraído de la Revista Villena de 1981
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