Madre no hay más que una y come la mía ninguna.
Siendo Ella joven, en apariencia normal, die vida al Autor de la Vida. Por lo
demás, ya desde niña, cantaba mejor que un Arcángel y cuando se entrenaba para
modista hizo un muñeco de trapo con ojos de algún pescado de Genesaret, se lo
ponía en su almohada y soñaba que Dios se hacía pequeño, tan pequeño coma su
muñeco, le vestía y le calzaba, le daba un beso y... era Ella la que dormía en
la paz de su Señor.
Cuando concibió a mi hermano mayor, respetó su
ser como al Señor, protegió su vida inocente y mil vidas hubiera dado entes de
hacerle algún daño. Por él sufrió destierro y persecución. Mi hermano le quiere
tanto que dio su vida per Ella, y, ahora, los dos la dan por mí. Gracias a mi
Madre y a mi hermano soy feliz y conmigo mis hermanos. Desde siempre los hijos
de mi Madre tratan de enaltecerla y se empeñan en hacerle propaganda, según
ellos entienden, en fulgor de escaparate, pero Ella, recogiendo los ojos en el
pudor de su modestia, penetra en el misterio de cada alma de la que se sabe Madre.
Nuestra Madre es la Morena más guapa del mundo,
hechizo de quien se precie mujer, humilde como violeta y tan tesoro en sí, que,
sin tener casa alguna, nos cobija a todos y a todos nos enriquece, careciendo
de lo que el mundo tiene. A todos nos da su aliento y esperanza, protección,
alivio y consuelo.
Sólo una vez al año cede la Madre al ímpetu de
sus hijos festeros, que viniendo de todas partes a expresarle su cariño, se
unen como una piña: moros-cristianos - pobres - ricos - obreros - patronos -
gitanos y payos; todos la enjoyan y la sacan al paseo para proclamar sus virtudes,
las virtudes de la Madre. Es Su Onomástica y nadie debe impedir que los hijos
le expresen su amor en tracas y vestidos, penitencias, romerías y rosarios,
oraciones, ofrendas, joyas, flores y cantos. Ella no los necesita, somos
nosotros quienes le necesitamos para cumplir las promesas, para desahogar la
alegría o el llanto, para mirarnos en sus ojos misericordiosos en cuyo espejo
nos vemos manchados. Si alguien se atreve a besar a Esta Madre con el alma
indiferente o en pecado, o no es de Villena o no es cristiano, sería un beso
maldito, de los que hacen daño.
Con el Santo de la Madre, Villena celebra la
fiesta más fiesta del año. El padre ya tiene lucido el piso, el Ama tiene los
trajes planchados, un buen relleno prepara la abuela y en la casa rebosa de
ilusión el niño que ha estrenado Comparsa, junto a la joven coqueta que luce
sus galas. En la Iglesia la Ofrenda y las flores ambientan la imagen Santa. En
la noche que precede al Santo, alguien vigila y no de la misma forma la monja
Trinitaria y el miembro de la Comparsa; lo que sí es cierto que todos los
villeneros porfían en llegar pronto a la casa donde está la Virgen por felicitarla.
Será el fiel sacristán quien antes de romper el alba despierta y felicita el
primero a la Madre con su plegaria; luego despertará el Eufrasio ya dentro del
templo al abrirse la puerta sobre la que recostado soñaba, dirá «buenas noches»
a la Virgen y empalmará con la Diana, que ya suena en la plaza. Al salir el sol
las calles son ríos de devoción que desembocan en el templo, donde niños,
jóvenes y ancianos, con un gozo contenido o en explosión de alegre llanto,
fijan los ojos en la Imagen, le ofrendan el corazón, le brindan un beso
lanzándolo con la mano para que llegue mejor, mientras otros murmuran sus
cuitas y el que puede le tira del manto del que parece fluye su gracia y
virtudes. Las almas, durante el año, fríos o indiferentes, mirando a su
Morenica sienten un dardo de amor que remueve sus entrañas en las que revive la
fe y un grito unánime surge del fondo del corazón: «FELICIDADES, MADRE». «Muchas
felicidades».
Ojalá que en este día de su Santo y para siempre,
le hiciéramos el regalo de vivir hermanados en la fe, de mirar juntos a le
Alto, donde Ella vive, para descubrir al Invisible en quien también nosotros
creemos y esperamos, porque Ella es la Puerta bendita del cielo, tras la que
vive Dios, nuestro Creador y Padre.
«VIVA NUESTRA PATRONA LA VIRGEN MORENA».
ARSENIO IRIGOYEN
Párroco de Santiago
Extraído de la Revista Villena de 1981
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