Los «Marruecos» a principios de siglo
De todos es sabido el fin que persiguen y el cometido que desempeñan las comparsas que se integran en el marco de nuestras fiestas. Sin embarco, junto a la actividad festera que constituye su intrínseca función, hay un trasfondo menos conocido que atañe a lo que pudiéramos llamar vida privada de cada una de ellas.
Las comparsas desarrollan una actividad, soterrada, con períodos de mayor o menor intensidad, durante todo el año, aunque solamente trascienda públicamente su función durante los cinco famosos días de septiembre. Formadas por una comunidad de hombres que sienten un afán común, potenciado inicialmente por un impulso sociable, constituyen una manifestación natural. De aquí que, aparte de los actos oficiales para los cuales han sido creadas, proliferen también dentro de ellas actos privados, de diversa índole, y que la efectiva hermandad que existe entre sus asociados se ponga de manifiesto en múltiples circunstancias, dando lugar, en fin, a manifestaciones de todo tipo.
Buen ejemplo de ello son los «Marruecos». Alguna de las actividades de esta comparsa y de su vida interior trascienden, como es natural, a los curiosos conciudadanos. Hoy vamos a referirnos a un factor interior, en esta agrupación festera, que a primera vista resulta banal e intrascendente: la existencia de un libro que afecta a la organización y administración de la comparsa. Pero la intrascendencia de esta faceta cobra visos distintos si añadimos que tal documento data de 1903.
Muchas y curiosas consecuencias pueden extraerse del examen de todos los datos que tan valioso testigo de !a actividad de los «Marruecos» guarda entre sus páginas. Vamos a limitarnos, sin embargo, dejando para posterior ocasión y más autorizada pluma el propósito de realizar un detenido y enjundioso trabajo, a airear unas cuantas cifras y datos, que será curioso contrastar con otras similares correspondientes a los tiempos que nos ha tocado vivir. Saque el lector las consecuencias que estime convenientes.
En 1903 componen la comparsa 28 individuos, que pagan una cuota anual de nueve pesetas. Este ingreso, junto a otros de menor importancia y la subvención municipal de cien pesetas, sufraga los gastos de los «Marruecos». Las entradas, que llegan a 404,90, sirven para hacer frente a los gastos, que en las fiestas de dicho año fueron de 402,15 pesetas, 2,75 es el remanente que quedó para 1904.
Anotemos datos: Entre pequeños gastos, como el de «dos varas y media» de cinta, destaca el que supone pagar a la banda de música, que cuesta, como cifra total para los cinco días de fiesta 250 pesetas. A ella se añade 36 pesetas más, importe de los viajes en carro de los músicos.
Destaquemos para los investigadores locales que una misa, a principios de siglo, cuesta tres pesetas, pero si la misa es de campaña, el precio se ve sorprendentemente reducido hasta 0,50.
Después, ya bien entrado el siglo, la comparsa organiza una comida en Las Virtudes, a la que invitan a la banda de música. El festín, al que concurrieron unas treinta y cinco personas, costó cuarenta y cuatro pesetas. Dos patos, dos pollos y diez kilos de carne valieron 17 pesetas; en arroz y aceite, en cantidad que no se determina, se gastaron 7,60. Una importante partida fue el vino; dos arrobas, cuyo importe fue de 12 pesetas. Cincuenta kilos de melones costaron 6,25, y en leña, «zafrán» y pimientos, la inversión fue de 1,30.
Las juntas no debían ser muy protocolarias; en ellas se consumían patatas y vino, y las salidas por tales conceptos son muy frecuentes. Hay unas fiestas, las de 1907, tras las cuales el superávit es de importancia: 40 pesetas. Se acuerda repartirlas: «Sin contar G..., por no tener derecho», corresponde a cada uno 1,45 pesetas. Aún sobran 0,85... que se gastan. Hasta el año siguiente no hará falta cajero.
En 1913 «se pagan a 'la Rulla', por acostarse en la posada siete músicos una noche» 5 pesetas. «Espelmas» -velas- para las «farolas» es un gasto repetido anualmente, como asimismo la compra de ¿bombas». Raro es el año que no hay una partida «para arreglar el cañón», que no debería estar en muy buenas condiciones de uso. Hay una salida fija: pagar al corneta y al «tamborero», los cuales han desaparecido ya de nuestras fiestas. Y junto a las prosaicas pero curiosas cifras, se mezclan páginas con la relación de los festeros de cada año, las directivas, los capitanes, y, a curiosos acuerdos, la expresión de situaciones que marcan hitos en la historia de la comparsa.
No pocos datos útiles para la historia de las fiestas, de la ciudad y de sus habitantes podría extraer de tan curiosa fuente un observador perspicaz. Pero, además de ello, trasciende de todos estos datos la humanidad palpitante de nuestros predecesores, y son un testimonio más para afianzar la certeza de que nuestras fiestas, lejos de ser un añadido a la personalidad de la ciudad y de sus habitantes, constituyen con ellos una amalgama inseparable.
ROJAS
Extraído de la Revista Centenario Bando Marroquí 1866-1966
Cedido por... Francisco Marco Hernández
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