HISTORIA DE UN SUEÑO FESTERO HECHO REALIDAD
Érase una vez, en un pueblo levantino llamado Villena, un grupo de niñas que nacieron entre 1965 y 1968, que a medida que fueron creciendo, comprobaron que en sus fiestas patronales no tenían cabida como miembros activos, ya que este papel les quedaba reservado únicamente a los varones de dicha población, que a lo largo de aquellos años se integraron en sus fiestas de moros y cristianos en un número oscilante entre los cuatro mil. La cosa venía de muy atrás, y todas ellas pensaron, ardiendo en deseos de participar en sus fiestas con todas las de la ley, que ese momento no llegaría nunca. Pesaban muchos años de tradición. Concretamente siglo y medio de desfiles masculinos. Pero prolongado a lo que será una práctica habitual, en la Cabalgata de 1987, un grupo formado por 14 jóvenes integradas en la comparsa de Moros Nazaríes, codo con codo, hombro con hombro, a ritmo de marcha mora, recorrieron la Avenida de la Constitución y la Corredera entre el fervor de su público. De lo que aconteció esa noche distinta trata este comentario.
Era la primera vez que, como escuadra (sólo faltó un gran detalle: la ausencia de cabo, que la «ley» impidió), unas villeneses, a cara descubierta, iban a realizar con todos los honores uno de los desfiles estelares de las fiestas de moros y cristianos de la ciudad.
Les faltaba Corredera. Temblaban. No sabían cómo iba a reaccionar la gente. A pesar de la buena predisposición aparente, había que esperar el momento de la verdad. Que podía ser imprevisible.
Les faltaba Corredera. Temblaban. No sabían cómo iba a reaccionar la gente. A pesar de la buena predisposición aparente, había que esperar el momento de la verdad. Que podía ser imprevisible.
Los aplausos y los bravos se multiplicaron cada tramo de recorrido. La escuadra avanzaba y se crecía. Había lágrimas en los ojos. Ya las había habido antes de la salida, mientras los preparativos, en la antesala del maquillaje. Fue muy fuerte, entre ellas, verse listas para el desfile. Las últimas en ser maquilladas no podían siquiera ver a las demás, porque el llanto era general, y el contagio contraproducente. Si en el orden- emocional estas lágrimas no se podían evaluar, en el meramente práctico molestaban las tareas de maquillaje de un modo sustancioso. Por lo que había que cortarlas, por difícil que fuese la tarea.
En el momento previo al desfile, apareció en escena Leonor Serrano, asesora del diseño y la confección del traje, que al año siguiente sería nombrada concejala de fiestas, para brindar con champagne por lo que pudiera dar de sí la noche. La suerte estaba echada...
Durante el desfile, entre ellas, tenían que cogerse para no caerse. No iban enganchadas en vano. Las fuerzas flaqueaban por momentos con la emoción. Una emoción que por mucho que se sienta en ocasiones venideras solamente habrá sido sentida así en esa ocasión tan especial. Una noche en la que un grupo de jóvenes festeras demostraron, a modo de reto, que se puede desfilar tal cual, y se puede lucir un determinado traje acorde con la idiosincrasia de nuestras fiestas.
Finalizado el itinerario, los socios varones de la comparsa se abrieron a ambos lados de la calle, y ellas pasaron por el centro de la calzada ahogadas en lágrimas. Minutos antes, al pasar por delante de la tribuna oficial de autoridades, el público unánimemente se puso en pie al paso de las nazaríes, derrochando aplausos y vítores. Y muchas carnes de gallina. Y muchas satisfacciones ante un esfuerzo ímprobo, que en muchas ocasiones estuvo a punto de ser vencido por las dificultades y zancadillas, a lo largo de los meses previos a septiembre.
En las dianas, en la plaza de Santiago, de tú a tú, en las salidas, festeros y festeras de la comparsa de Nazaríes sé unían y saludaban provocando una auténtica fusión festera en primicia. Las demás hembras eran relegadas detrás de la banda de música. Ellas por prudencia y el ambiente reinante, lo hicieron como un nazarí más.
Recordemos que son mujeres que nacieron en un contexto que les era totalmente adverso y debían cambiar. Habían nacido con unas tradiciones que se presuponían intocables, con un modo de hacer muy concreto en el que quedaban al margen. Por ello se puede calificar de sueño lo que han conseguido. Y así lo han vivido y lo están viviendo en estos tiempos de cambio. Como algo que no parece real. Que ha costado tanto que parece increíble.
A la hora del desfile, sus cuerpos recibieron unas corrientes que nunca habían experimentado, sumiéndose en una nube de emociones y alegrías. Sólo volver la mente hacia ellos les hace poner de nuevo los pelos de punta.
La noche del día 6 de septiembre de 1987, estas jóvenes no cenaron, sus bocadillos no se abrieron. Los estómagos sólo estaban para tilas. Sólo había nudos en las gargantas. No en vano muchos chascos previos presagiaban que volviese a darse otro palo de ciego.
En definitiva, y aunque para alguien no le parezca, en esta ocasión se ha dado una lección en seriedad y coherencia, con unos ingredientes básicos: mucho esfuerzo parejo a una gran ilusión. Ahora les toca a otras. Ese primer momento irrepetible será descorchado por muchas villeneras más. Y después, igual que ocurre en el caso de los hombres, por más que se hayan vestido treinta años seguidos, ese cosquilleo al volver a sacar el traje del armario, seguirá presente.
Ahora es el momento de decir, para los festeros como siempre, y para las festeras por vez primera, ¡Día 4 que fuera, y el día 5 en la Losilla! A nuestras hijas y nietas probablemente les resulte pintoresco pensar que sus madres no pudieron desfilar por mucho empeño e ilusión que hubiesen puesto. Ellas lo superarán pronto.
Nosotros, este año las convocamos por primera vez en un llamamiento imprevisible para muchos, pero completamente real y cierto: ¡Festeros/as: el día 5 a las 4 en la Losilla!.
ANTONIO SEMPERE
Cronista de la J.C.F. de Moros y Cristianos de Villena
Extraído de la Revista Día 4 que fuera de 1988
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