SíNTESIS HISTÓRICA DE LA CIUDAD
Antigüedad - Primeros pobladores -
Evolución a través del tiempo - Villena en la actualidadLa descripción del Escudo de Villena es la siguiente: Cuartelado en Sotuer; primer Cuartel, Castillo; segundo, León de gules sobre campo de Argent; tercero, Dextrocero alado de oro empuñando una espada de Argent, sobre campo de gules; cuarto, Tres pinos hojeados de sinople y terrazados de monte; en cartela oblonga, dos peces en palo y encontrados. Timbrado el Escudo con Corona de Infante o Duque, según la fuente. En algunas versiones más modernas, este Escudo va flanqueado por ramas de palma y laurel, enlazadas por la base y surmontadas de un liste con los títulos de Muy Noble, Muy Leal y Fidesísima Ciudad.
Antigüedad - Primeros pobladores -
Evolución a través del tiempo - Villena en la actualidadLa descripción del Escudo de Villena es la siguiente: Cuartelado en Sotuer; primer Cuartel, Castillo; segundo, León de gules sobre campo de Argent; tercero, Dextrocero alado de oro empuñando una espada de Argent, sobre campo de gules; cuarto, Tres pinos hojeados de sinople y terrazados de monte; en cartela oblonga, dos peces en palo y encontrados. Timbrado el Escudo con Corona de Infante o Duque, según la fuente. En algunas versiones más modernas, este Escudo va flanqueado por ramas de palma y laurel, enlazadas por la base y surmontadas de un liste con los títulos de Muy Noble, Muy Leal y Fidesísima Ciudad.
Documentados trabajos de don José María Soler García, Delegado Local de Excavaciones Arqueológicas, tras varios años de continuos estudios e investigaciones por todos los ámbitos del territorio villenense, permiten esbozar de manera esquemática su ocupación por las diversas poblaciones prehistóricas. El proceso de la vida humana no se ha interrumpido en la Comarca de Villena desde hace, por lo menos, cuarenta mil años, y es muy posible que la ausencia de testimonios aún más remotos se debe principalmente a no haber tenido la fortuna de tropezar con otros vestigios de la antigüedad, pese al interés y desprendimiento puestos en juego.
La antigüedad de los primeros pobladores del término se remonta a la fase final del Paleolítico medio, aproximadamente entre los 50 y los 40 mil años de nuestra Era. Los vestigios de dicha ocupación humana fueron hallados en la «Cueva del Cochino» (Sierra del Morrón) y pueden considerarse catalogados como cazadores «neandertalenses», que además fueron nómadas y poco numerosos, y residieron en estos lugares hasta un avanzado momento de la época glacial y ce alejaron definitivamente, a raíz de las enormes heladas que hicieron emigrar a la caza -principal sustento primitivo- a otras zonas más templadas.
Aparecen nuevos ocupantes del suelo territorial pertenecientes a la raza de Cro-Magnón, alcanzando su máximo desarrollo entre los 20 y los 10 mil años antes de Cristo. Dichos pobladores procedían seguramente del Oriente mediterráneo y en estos «gravetienses» debemos ver a los más viejos representantes del núcleo fundamental del pueblo español.
En la «Cueva del Lagrimal», sita en los escarpes de un agreste barranco de la Sierra de Salinas, un magnífico yacimiento ha servido para mostrarnos la evolución experimentada por los cazadores montaraces, al contacto de civilizaciones superiores y al calor de nuevas necesidades. Nos hallamos ya en pleno «Mesolítico», antesala del Neolítico, abarcando desde el 8 hasta el 4 mil antes de J. C., dando paso posteriormente a la gran revolución agrícola-pastoril con la llegada de este último período prehistórico, relativamente corto, sirviendo de pieza de entronque con la Edad de los Metales, y cuya zona de separación entre ambos ofrece límites borrosos, según los puntos de vista personales de los investigadores.
La «Edad del Bronce» adquiere en el término de Villena un des¬arrollo tan extraordinario como el del Neolítico precedente. Los pobladores no habitan ya en llanuras abiertas, sienten miedo ante las incursiones de los aventureros y de los sin ley. Las cuevas, hasta este momento utilizadas como lugar de habitación, se reservan ahora casi exclusivamente para fines sepulcrales.
En la «Cueva del Lagrimal», sita en los escarpes de un agreste barranco de la Sierra de Salinas, un magnífico yacimiento ha servido para mostrarnos la evolución experimentada por los cazadores montaraces, al contacto de civilizaciones superiores y al calor de nuevas necesidades. Nos hallamos ya en pleno «Mesolítico», antesala del Neolítico, abarcando desde el 8 hasta el 4 mil antes de J. C., dando paso posteriormente a la gran revolución agrícola-pastoril con la llegada de este último período prehistórico, relativamente corto, sirviendo de pieza de entronque con la Edad de los Metales, y cuya zona de separación entre ambos ofrece límites borrosos, según los puntos de vista personales de los investigadores.
La «Edad del Bronce» adquiere en el término de Villena un des¬arrollo tan extraordinario como el del Neolítico precedente. Los pobladores no habitan ya en llanuras abiertas, sienten miedo ante las incursiones de los aventureros y de los sin ley. Las cuevas, hasta este momento utilizadas como lugar de habitación, se reservan ahora casi exclusivamente para fines sepulcrales.
En este período, y en un espacio no superior a los trescientos cincuenta kilómetros cuadrados, se localizaron cerca de una veintena de poblados, lo que supone una densidad de ocupación sólo comparable con la del gran foco metalúrgico almeriense. La erección de estos castros fortificados de la Edad del Bronce puede fijarse, sin peligro de grave error, hacia el 2.000 antes de J. C. Todavía perduraban algunos arrastrando una vida empobrecida y lánguida, cuando I os colonizadores orientales, fenicios, griegos y púnicos, arribaron a las costas mediterráneas. Parece ser -problema éste muy discutido- que del contacto de los empobrecidos agricultores y metalúr¬gicos de la Edad del Bronce con los supercivilizados colonizadores clásicos, surge en Levante y Sur de España la estupenda «cultura ibérica». No queremos aquí entrar en discusiones de tipo científico; bastará decir que tanto los «iberos» propiamente dichos como los «celtas» de la Meseta, han dejado también en el término villenense las huellas de su paso; aquéllos, en un poblado en la Sierra de San Cristóbal; éstos, en una necrópolis de incineración del Peñón del Rey, en los picachos de Cabrera.
De lo expuesto se desprende, sin lugar a dudas, que un legendario abolengo histórico, de épocas muy remotas, se atribuye a la ciudad, y ya situados en el período romano, los investigadores han pretendido identificar a Villena con varias poblaciones de aquel entonces (Adello, Arbacala, Bigerra, Túrbula, etc.), pero estas deducciones o son claramente erróneas o carecen de las razones necesarias para defenderse con probabilidades de acierto. Villena se destacó con relativa importancia en tiempo de los árabes, y su preponderancia se patentiza inequívocamente en la época de la Reconquista, año 1240, bajo los reinados de Jaime I de Aragón y Fernando de Castilla, que anhelaban dilatar sus dominios hacia los antiguos reinos de Valencia y Murcia, siendo apetecida la posesión de Villena por la estratégica e inexpugnable fortaleza de la Atalaya, desde donde poder combatir con éxito al agareno. El citado castillo fue siempre plaza fuerte y a su alrededor se extendían las murallas que circundaban la ciudad con cuatro puertas, denominadas de Alicante, de Biar, de Almansa y del Molino.
Conquistada Valencia por los caballeros de Don Jaime, intentaron dos veces apoderarse de Villena, cuyos bravos les obligaron a retirarse. Más tarde, el Comendador de Alcañiz, con los «freiles» y almogávares, se fortificaron junto a Villena. Entonces, los de la Villa enviaron emisarios a Don Jaime, diciendo que si él lo mandaba la entregarían al Comendador, «y accediendo Nos, dice el aragonés en su propia Crónica, se rindieron en seguida a los freiles». Después, estando el monarca aragonés sobre el sitio de Játiva, recibió un mensaje del infante Don Alfonso de Castilla (que también deseaba la posesión de Villena), pidiéndole una entrevis¬ta, a lo que accedió el primero, y mientras ella llegaba a verificarse, púsose de acuerdo Don Jaime con los freiles de Calatrava para que le entregasen Villena, de suerte que cuando Don Alfonso quiso apoderarse de la población, no quisieron acogerlo porque ya estaba bajo el dominio del aragonés. La entrevista se verificó a los pocos días en los campos de Almizra (Campo de Mirra), y en ella se concertó un tratado, conviniéndose, entre otras cosas, la cesión de Villena a la corona de Castilla. Tal tratado, llamado de Almizra por el lugar en que se celebraron las entrevistas, está fechado en 26 de marzo de 1244.
Fernando III el Santo donó la villa, con el castillo y toda la comarca, a su hijo el infante Don Manuel, el cual tuvo poca habilidad para captarse las simpatías de sus vasallos, pues cuando los moros del reino de Murcia se rebelaron en 1261, los de Villena alegaron, según dijeron más tarde a Don Jaime 1 de Aragón, el mal trato que les daba su señor el infante Don Manuel. Don Jaime el Conquistador vino a esta comarca en auxilio de los castellanos para sofocar la sublevación, y logró con su discreta política, mezcla de ruegos y amenazas, que los rebeldes depusieran su actitud. Vino entonces a Villena el aragonés y extendiéronse las escrituras, mediante las que los sarracenos se comprometieron a entregar la villa a Don Manuel, y Don Jaime, a obtener del infante el perdón y la promesa de mantener a los moros los tratados que les había hecho. Más tarde, cuando Don Jaime se presentó en Villena con Don Manuel, los moros no quisieron acudir a donde estaban aquéllos, negándose a cumplir el compromiso que habían adquirido con el monarca aragonés. Este no dice de qué medios se valió para resolver tales obstáculos. A Don Manuel sucedió en el señorío su hijo Don Juan Manuel, el cual respetó la propiedad de Villena, la sentencia arbitral de 1304, por la que pasó a formar parte de la corona de Aragón la porción de nuestra provincia perteneciente entonces a Castilla. Aunque la propiedad de Villena fue de Don Juan Manuel, su jurisdicción quedó reservada al rey de Aragón, mas como aquél era vasallo de Castilla, a esta corona pasó poco después Villena con su territorio, según dice Perales, «por costumbre o por negligencia, y no por derecho».
Fernando III el Santo donó la villa, con el castillo y toda la comarca, a su hijo el infante Don Manuel, el cual tuvo poca habilidad para captarse las simpatías de sus vasallos, pues cuando los moros del reino de Murcia se rebelaron en 1261, los de Villena alegaron, según dijeron más tarde a Don Jaime 1 de Aragón, el mal trato que les daba su señor el infante Don Manuel. Don Jaime el Conquistador vino a esta comarca en auxilio de los castellanos para sofocar la sublevación, y logró con su discreta política, mezcla de ruegos y amenazas, que los rebeldes depusieran su actitud. Vino entonces a Villena el aragonés y extendiéronse las escrituras, mediante las que los sarracenos se comprometieron a entregar la villa a Don Manuel, y Don Jaime, a obtener del infante el perdón y la promesa de mantener a los moros los tratados que les había hecho. Más tarde, cuando Don Jaime se presentó en Villena con Don Manuel, los moros no quisieron acudir a donde estaban aquéllos, negándose a cumplir el compromiso que habían adquirido con el monarca aragonés. Este no dice de qué medios se valió para resolver tales obstáculos. A Don Manuel sucedió en el señorío su hijo Don Juan Manuel, el cual respetó la propiedad de Villena, la sentencia arbitral de 1304, por la que pasó a formar parte de la corona de Aragón la porción de nuestra provincia perteneciente entonces a Castilla. Aunque la propiedad de Villena fue de Don Juan Manuel, su jurisdicción quedó reservada al rey de Aragón, mas como aquél era vasallo de Castilla, a esta corona pasó poco después Villena con su territorio, según dice Perales, «por costumbre o por negligencia, y no por derecho».
En guerra el aragonés Pedro IV y el castellano Pedro I, Villena fue punto de apoyo de las tropas del último, las cuales, al mando del maestre de Calatrava Don Diego García de Padilla, recorrieron y atacaron las comarcas valencianas inmediatas. Cuando Don Enrique de Trastamara, II de Castilla, concedió grandes mercedes a sus partidarios, en 1336, instituyó el mar-quesado de Villena a favor de Don Alfonso de Aragón, marquesado que Don Enrique de Aragón, nieto de Don Alfonso, pidió en vano después de haberlo confiscado dicho monarca. En guerra Juan II de Castilla con el aragonés Alfonso V (1429 a 1430) Villena fue atacada por numerosas fuerzas al mando de Juan Tolsá, las cuales llegaron a apoderarse del arrabal, pero tuvieron que renunciar a proseguir el cerco temiendo la llegada de fuerzas valencianas. En 1445 el mencionado rey Juan II concedió el marquesado de Villena al célebre Don Juan de Pacheco. En 1476 se levantó en armas el marquesado contra su señor Don Diego López Pacheco, y posteriormente el señorío fue incorporado a la corona por los Reyes Católicos. En 1525 Villena fue erigida en ciudad muy nob!e, fiel y leal en virtud de privilegio real.
En la guerra de Sucesión, Villena se pronunció en favor del rey Felipe, y en 1707 las tropas del archiduque de Austria penetraron en la población, incendiando la Casa Ayuntamiento y el Archivo municipal, que era muy rico en documentos antiguos. Consiguieron salvarse y todavía se conservan libros de acuerdos desde el año 1534 y cédulas del tiempo de Don Juan Manuel. Las tropas austríacas invadieron la iglesia parroquial de Santiago, utilizando las capillas para cuadras y derribando las imágenes y el Reservado del Santísimo Sacramento, por lo cual el Ayuntamiento celebra y costea anualmente desde entonces una función religiosa que se denomina «de desagravio».
En el año 1904, al hacerse una cbra de reparación en la Casa Consistorial, se extrajo de un hueco un ladrillo con la siguiente inscripción que literalmente reproducimos: «Se empehenemigos en el mes de abril de 1707. Se empeço a reficar esta casa Por aberla quemado los la obra dia 30 de agosto de 1711. Reinaba Felipe V que bino de Francia. Fue comisario de obras D. Xrl. de Mergelina Muñoz y D. Joseph Cervera y Gasque, mayordomo Antonio Mellado y Lillo. El maestro se Ilamava Cosme Careras.» El citado rey Don Felipe concedió a esta ciudad el título de Fidelísima, y en 1730 una feria anual en septiembre y mercado los jueves.
Al estallar la guerra de la Independencia, la población villenense fue una de las primeras de la región en responder al grito de libertad, constituyéndose seguidamente la Junta de Salvación y Defensa. Más tarde, en el último período de aquella lucha memorable, Villena figuró en las operaciones relacionadas con la famosa acción de Castalla de 1813, que fue un descalabro para los franceses, y entonces, en su retirada, el mariscal Suchet hizo volar la Torre del Homenaje.
En la guerra de Sucesión, Villena se pronunció en favor del rey Felipe, y en 1707 las tropas del archiduque de Austria penetraron en la población, incendiando la Casa Ayuntamiento y el Archivo municipal, que era muy rico en documentos antiguos. Consiguieron salvarse y todavía se conservan libros de acuerdos desde el año 1534 y cédulas del tiempo de Don Juan Manuel. Las tropas austríacas invadieron la iglesia parroquial de Santiago, utilizando las capillas para cuadras y derribando las imágenes y el Reservado del Santísimo Sacramento, por lo cual el Ayuntamiento celebra y costea anualmente desde entonces una función religiosa que se denomina «de desagravio».
En el año 1904, al hacerse una cbra de reparación en la Casa Consistorial, se extrajo de un hueco un ladrillo con la siguiente inscripción que literalmente reproducimos: «Se empehenemigos en el mes de abril de 1707. Se empeço a reficar esta casa Por aberla quemado los la obra dia 30 de agosto de 1711. Reinaba Felipe V que bino de Francia. Fue comisario de obras D. Xrl. de Mergelina Muñoz y D. Joseph Cervera y Gasque, mayordomo Antonio Mellado y Lillo. El maestro se Ilamava Cosme Careras.» El citado rey Don Felipe concedió a esta ciudad el título de Fidelísima, y en 1730 una feria anual en septiembre y mercado los jueves.
Al estallar la guerra de la Independencia, la población villenense fue una de las primeras de la región en responder al grito de libertad, constituyéndose seguidamente la Junta de Salvación y Defensa. Más tarde, en el último período de aquella lucha memorable, Villena figuró en las operaciones relacionadas con la famosa acción de Castalla de 1813, que fue un descalabro para los franceses, y entonces, en su retirada, el mariscal Suchet hizo volar la Torre del Homenaje.
Las divisiones territoriales del siglo XIX adjudicaron de nuevo esta ciudad al Reino de Valencia; Villena estaba incluida en el partido judicial de Almansa, de la provincia de Albacete, y en 1836 fue incorporada a la provincia de Alicante y erigida en cabeza de partido judicial. En 1850 la población constaba de unos dos mil vecinos; tenía un hospital, un pósito y siete escuelas; y su industria consistía en algunos telares, multitud de moli¬nos harineros y de aceite y varias fábricas de aguardientes. El 25 de mayo de 1858 fueron recibidos en Villena, como confín de la provincia, por las autoridades y comisiones de la capital, la reina Doña Isabel II y su lucido acompañamiento, que se dirigían a Alicante, donde permanecieron algunos días.
En esta rapidísima enumeración se han recorrido centenares de siglos. Y hemos hallado, en cada caso, en cada gran período, un testimo¬nio claro e indudable sin movernos de un radio de pocos kilómetros de la actual Villena, profundamente transformada en los últimos años del siglo XIX, debido al apogeo floreciente de su industria, pues lo mismo que California tuvo su fiebre del oro, por esta parte de España empezó a desencadenarse hace años la fiebre del calzado. Esta es una fiebre mucho más sana que aquélla, y, como es lógico, más duradera también.
En Villena prendió fuerte, por fortuna. Es una de las bases de su potencia económica actual. Resulta asombrosa la habilidad y perfección de los trabajadores manuales de esta comarca, que muy bien podría calificarse «de raigambre zapatera». Su actividad es tal, que de día en día adquiere más importancia por su laboriosidad, modelo de honradez y seriedad, habiendo logrado un puesto preeminente en el mundo industrial, tanto nacional como internacional.
Que el estímulo y la certera visión del desarrollo en el mundo del trabajo no decaiga en el corazón de sus moradores, buscando el bienestar y la paz común, deseando ser de verdad cada día más y mejores para poder escuchar de labios de quienes visiten la ciudad una frase parecida o igual a ésta:
«¡Ojalá muchas ciudades siguieran el ejemplo de Villena!»
En esta rapidísima enumeración se han recorrido centenares de siglos. Y hemos hallado, en cada caso, en cada gran período, un testimo¬nio claro e indudable sin movernos de un radio de pocos kilómetros de la actual Villena, profundamente transformada en los últimos años del siglo XIX, debido al apogeo floreciente de su industria, pues lo mismo que California tuvo su fiebre del oro, por esta parte de España empezó a desencadenarse hace años la fiebre del calzado. Esta es una fiebre mucho más sana que aquélla, y, como es lógico, más duradera también.
En Villena prendió fuerte, por fortuna. Es una de las bases de su potencia económica actual. Resulta asombrosa la habilidad y perfección de los trabajadores manuales de esta comarca, que muy bien podría calificarse «de raigambre zapatera». Su actividad es tal, que de día en día adquiere más importancia por su laboriosidad, modelo de honradez y seriedad, habiendo logrado un puesto preeminente en el mundo industrial, tanto nacional como internacional.
Que el estímulo y la certera visión del desarrollo en el mundo del trabajo no decaiga en el corazón de sus moradores, buscando el bienestar y la paz común, deseando ser de verdad cada día más y mejores para poder escuchar de labios de quienes visiten la ciudad una frase parecida o igual a ésta:
«¡Ojalá muchas ciudades siguieran el ejemplo de Villena!»
1 comentario:
Interesante Guía. Está extraordinariamente bien hecha.PASCUAL RIBERA HURTADO.
Publicar un comentario