LAS ENERGÍAS DE LA JUVENTUD Y SU RENDIMIENTO
POR RAFAEL PONT MESEGUER
Delegado Comarcal del Frente de Juventudes
HABLAR de la juventud en general es meterse en un tema de insospechadas posibilidades. Hablar de una faceta de la juventud es lo que puede acortar algo lo limitado de este artículo y a ello vamos a ceñirnos Las energías de la juventud y su rendimiento. Algo que está en el ánimo de muchos, pero a lo que se presta, generalmente, muy poca atención. Cuando el joven sale del ámbito maternal, en que por su corta edad se ve precisado a aceptar, encuentra ante su vista horizontes ilimitados, nuevos, que le encantan y subyugan y hacen que encuentre la vida hermosa y llena de esperanzas. Las espinas del dolor, del desengaño, no han sido clavadas en su tierna carne, y esparce a manos llenas la alegría, la ilusión y su afán de vivir intensamente el ambiente en que desenvuelve su existencia. Es natural, que, si la educación recibida de sus padres o tutores ha sido ejemplar, católica, conserve en sus actos el aroma de estos buenos principios y camine más seguro en sus primeros años. De los 10 a los 20 años es una edad peligrosa. Necesita una atención preferente y una dirección cuidadosa y seleccionada, que oriente sus pasos por el camino de un porvenir saludable, y encauce sus acciones por la senda de la honradez, de la justicia, del bien. He aquí la gran tarea de sus educadores, entre los que están en primer lugar los padres. El joven que llega a entusiasmarse por una idea grande, sana, monopoliza su actividad, su pensamiento hacia ello, y bajo una influencia benéfica y orientadora, ofrece el mayor servicio a la humanidad. Es una potencia de grandes energías en acción constante, que, bien aprovechada, rinde hasta un máximo de todavía ignorada limitación.
Es de vital importancia la educación del joven, pero de una educación que no se descuide hasta su mayoría de edad, y, en algunos casos, aun después de ella. Hay que imprimir en el joven un estilo de vida recio, austero, capaz de no amilanarse ante las dificultades. Un modo de ser que se manifieste constantemente al exterior como el sello que lo distinga de los demás por su sobriedad, alegría, cortesía, veracidad, firmeza. Pero hay que inculcarle este estilo, para que sea norte y guía de todas sus acciones, en lo particular y en lo público, en su vida privada y en la social. Observemos a un joven con esta educación; su manera infantil de reaccionar en defensa del camarada más débil, objeto de las burlas de sus compañeros; su repugnancia por la mentira; más tarde, el trato afable y el tono cortés y respetuoso con sus tutores y maestros, con sus padres; la obediencia hacia sus superiores; la cortesía con los ancianos, con el sexo débil; cuando va llegando a la mayoría de edad, la firmeza en sus decisiones, la fortaleza con que sostiene éstas, patrimonio único de las almas forjadas en el yunque de una disciplina y de una educación esmerada. Pongamos en la balanza de nuestra observación a otro de los muchos que, por desgracia aún se ven por nuestras calles; débil para rechazar la voz insidiosa del mal amigo que propone o dice algo obsceno; audaz para cometer una «gamberrada», siendo uno de los que, colectivamente, molestan al vecindario a altas horas de la noche; inconstante en sus decisiones, y al que la palabra trabajo o estudio es algo que no entra en su vocabulario. Al joven debe entrenársele desde corta edad, intelectual y corporalmente; un escritor tendrá mayor soltura cuanto más tiempo dedique a su literatura; un púgil estará más ágil en el ring al llevar una disciplina rígida y constante. El régimen disciplinario y continuado de un niño de 10 a 14 años sólo se observará y dará fruto cuando pase de esta edad, pero es algo que merece la pena, preocupación y desvelo. La familia es célula primaria de la sociedad. El joven es un fruto de ella; si no se cuida y se endereza, llegará a su mayoría de edad con una educación que puede incluso torcer el grandioso destino que Dios ha impuesto a ésta. La familia es como nuestra pequeña Patria. Según sean las familias así será la Patria, y necesitamos—en el ánimo de todos está —, que los individuos que la constituyan tengan el vigor, la energía y la salud física y espiritual necesaria. Preocupémonos, pues, de educar y formar a la juventud, que ella se encargará de darnos a nosotros la mayor recompensa: unos hombres sanos y fuertes, capaces de las empresas más arduas y difíciles, y, en definitiva, la satisfacción legítima del mejor deber cumplido.
¡¡ARRIBA ESPAÑA!!
Extraído de la Revista Villena de 1956
Cedido por... Avelina y Natalia García
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