NUESTRA SEÑORA DE LAS NIEVES UN ANTIGUO CULTO OLVIDADO... Por JOSE M.ª SOLER GARCÍA
Cuéntase que, hacia la mitad del siglo IV, con Liberio como papa y Constancio como emperador, un noble patricio romano llamado Juan, casado y sin hijos, resolvió dejar por heredera de todos sus bienes a la Virgen, rogándole se dignase manifestarle en qué cosa de su agrado debería emplearlos. Durante la noche del 5 de agosto del año 352, se apareció en sueños la Virgen a los dos esposos por separado para decirles que era su voluntad levantar un templo en el monte Esquilino, y que el plano de la construcción lo encontrarían señalado en el monte con trazos de nieve. El Papa, que había tenido un sueño similar, pudo comprobar aquel prodigio en una visita procesional al lugar del milagro acompañado de todo el pueblo.
Allí se levantó la que habría de ser basílica de Santa María la Mayor de Roma, uno de los primeros templos de la cristiandad, cuya advocación se mezcló después con las de Virgen Blanca o Virgen de las Nieves, y a esta basílica dirigió el papa San Gregorio otra procesión general para implorar el cese de la epidemia de peste que asolaba a toda Italia. Es de recordar a este respecto que, con motivo de la peste que se declaró en Alicante en 1648, se sacaron en rogativa la Santa Faz y una pequeña imagen de la Virgen de las Nieves que se veneraba desde muy antiguo en San Nicolás, la cual comenzó a ser invocada como Virgen del Remedio cuando cesó el contagio. Señalemos que esta última se representa con el Niño en el regazo del lado derecho, al igual que Nuestra Señora de las Virtudes, mientras que la Patrona de Monóvar, que es también la Virgen del Remedio o de los Remedios, no lleva Niño alguno. Tampoco lo lleva la Virgen de las Nieves que se venera en Aspe y en el Hondón, en contraposición a muchas otras del mismo título, como la de Chinchilla, por ejemplo, o la epónima Santa María la Mayor de Roma, que llevan el Niño en el lado izquierdo.
Probable imagen de Nuestra Señora de las Nieves
(siglo XVIII?). (Foto Soler)
En España, la devoción mariana se intensificó con la Reconquista, y fueron muchas las mezquitas o sinagogas que, al caer en poder de los cristianos, se colocaron bajo la advocación de Santa María. Tal debió ser el caso de nuestra iglesia del «Rabal», que ya estaba fundada en 1340.
Pero la ilustre familia de los Manueles, señores de Villena y dueños de su fortaleza, tenía dentro de ella una capilla dedicada a Nuestra Señora de las Nieves, a la que probablemente no tendrían acceso todos los vecinos, quienes se verían obligados a trasponer las murallas de la villa para cumplir sus deberes religiosos en Santa María, y ésta pudo ser una de las causas que impulsaran a levantar intramuros el primitivo templo de Santiago, que ya existía a mediados del siglo XIV y fue ampliado a finales del XV por Sancho de Medina.
Más que ermita, la de Nuestra Señora de las Nieves debió de ser una verdadera iglesia, y así la llaman los redactores de la «Relación» de 1575 cuando dicen que el castillo «tiene dentro una iglesia de Nuestra Señora».
La situación de esta iglesia o ermita no hemos podido determinarla con certeza. Pudo estar emplazada en el ángulo nordeste del patio de armas, en cuyo muro septentrional se conservan unas viejas hornacinas reutilizadas después como alacenas. Pero también pudo existir una especie de altar sobre la plataforma del aljibe adosado al muro sur, delante de la puerta de la torre, el cual presenta a sus espaldas unos espacios rectangulares carentes de mampostería en los que pudieron estar encajados unos retablos de madera. Abona la suposición el hecho de que este espacio debió estar cubierto, según parece indicar una ranura inclinada que se observa en la argamasa de la torre, quizá para encajar la techumbre.
Bajo las dos advocaciones de Nuestra Señora del Castillo o de las Nieves, la existencia de esta ermita está documentada desde el siglo XIV hasta el primer tercio del siglo XIX. Los testimonios son numerosos.
CASTILLO DE LA ATALAYA.
Hornacinas en el muro Norte. (Foto Soler)
Para el siglo XV, tenemos el de Don Diego Comontes, obispo que era en 1458, quien, en su «Fundamentum Eclesiae» de Cartagena, habla de Santa María del Castillo como dependencia del archivicariato de Villena.
Para el XVI, aparte de la «Relación» de 1575, hay una provisión real de 1581' en la que se pide información sobre las cofradías que había en la ciudad, a lo que se responde que eran las del Santísimo Sacramento, San Juan, San Sebastián, Santa Quiteria y la de Nuestra Señora, sin más aditamento, lo que pudiera hacer dudosa su atribución, pero cuatro años después, en 1585, el Ayuntamiento ordena librar cuatro reales a cada uno de los mayordomos de las cofradías de San Roque, San Gil, la Concepción, San Juan y Nuestra Señora de las Nieves, para pagar a los hombres que habían llevado todas aquellas imágenes en la procesión de marzo al santuario de las Virtudes, «conforme a él costumbre», según se dice en lenguaje popular.
Tenemos que recodar aquí que la milagrosa aparición de la Virgen de las Virtudes se produjo en 1474, cuando la devoción a la de las Nieves tenía en Villena más de un siglo de existencia, y ya hemos visto que tanto en Roma como en Alicante era considerada como abogada contra la peste. En 1585, ambas imágenes conviven en la devoción popular, pero vemos a la de las Nieves como subordinada, asistiendo en procesión para festejar a la de las Virtudes en su santuario.
En el siglo XVII se documentan reparaciones en su ermita: una, en 1605, cuando se le dan tres pinos a Diego Bañón «para la obra de Nuestra Señora del Castillo», y otra, en 1624, con otros diez pinos que solicitó Pedro Zaplana «para la obra del Castillo y ermita de Nuestra Señora de las Nieves». Aún perduraba, como se ve, la antigua vacilación en el nombre de la imagen. En la visita pastoral realizada por don Bernardino García Campero el 18 de abril de 1684, ordenó hacer inventario de todos los bienes y alhajas de las ermitas existentes en la ciudad y su distrito, con el fin de que estuvieran debidamente cuidadas, y nombró intendentes para la de Nuestra Señora de las Nieves a Ginés Dañón y a don Pedro Cervera.
CASTILLO DE LA ATALAYA
Ranura inclinada en la pared de la torre. (Foto Soler)
Durante el siglo XVIII, no sólo perdura la devoción a esta imagen, sino que se intensifica. En 1776, por ejemplo, se gastan ciento ochenta y cuatro reales y catorce maravedís en rogativas de agua, misas de gozos en el convento de las trinitarias y' en la «procesión que se ha hecho en bajar a Nuestra Señora de las Nieves de la ermita del Castillo a dicho convento». En 1730, se acuerda que, para continuar las rogativas, «se baje del Real Castillo de esta ciudad a Nuestra Señora de las Nieves a la iglesia del convento de religiosas de la Santísima Trinidad». Digamos, de pasada, que es la primera vez que se le da el título de «Real» a nuestra fortaleza, consecuencia, sin duda, del triunfo de Felipe V en la Guerra de Sucesión. El mismo acuerdo se repite en mayo de 1732. El capellán villenense VILA DE HU¬GARTE, al mencionar en 1780 las quince ermitas pertenecientes a la feligresía de Santiago, cita una vez más a la de Nuestra Señora de las Nieves dentro de la fortaleza del Castillo. Por otra parte, se conserva en el Santuario la corona que, en 1713, regaló don Pedro Lucas Piñero, secretario del Obispo, a la Virgen de las Virtudes. En 1745, es decir, treinta y dos años después de este regalo, se le pasan en cuenta a Pedro Ossa, depositario de los Haberes Reales, mil setecientos reales de vellón que pagó a Vicente Gálvez, maestro platero de la ciudad de Murcia, por «una corona y rostrillo para Nuestra Señora de las Nieves y corona para el Niño», hasta tanto se cobrara lo que diferentes vecinos de la ciudad tenían ofrecido para dichas coronas. Parece como si aquel regalo del secretario del Obispo hubiese espoleado la emulación de los devotos a la antigua Virgen del Catillo. El dato es también importante porque, a falta de representaciones plásticas de aquella imagen, de las que no conocemos ninguna hasta el momento, podemos asegurar que la Virgen de las Nieves iba acompañada del Niño, lo que contradice la versión que ha llegado hasta nosotros de la Patrona de Aspe y de Hondón de las Nieves como antes dijimos.
Entre las ordenanzas de la ciudad, había una que prevenía corridas de toros, con ganado y pastos del término, para los días en que se celebraba la fiesta de Nuestra Señora de las Nieves. Con los ingresos de aquellas corridas' se pagaban los gastos de la cofradía. Pues bien: el 12 de julio de 1757, el Ayuntamiento nos sorprende con la decisión de que lo obtenido en las tres corridas de aquel año se cediera, una vez deducidos los gastos, para las funciones religiosas y para hacer un vestido a Nuestra Señora de las Virtudes a su regreso al santuario.
Puede que esta medida fuera excepcional, aunque sabemos que, en 1784, don Cristóbal Rodríguez de Navarra, en nombre de su hijo ausente, don Pedro Matías, al que llama «clavario de la cofradía de la gran Reina de los Ángeles María Santísima de las Nieves, Patrona más antigua de esta Ciudad», pide que se le autorice para la celebración de las tres corridas, lo que se le concede con la facultad de arrendar la plaza a quien más diere por ella, invirtiendo su importe «en la función que se hace en obsequio de aquella imagen, a cuyo favor se halla cedido por la Ciudad». El hecho de que se recuerde al Ayuntamiento tal cesión y el largo y pomposo título que se le da a la Virgen de las Nieves, a la que se considera expresamente como «Patrona más antigua de la Ciudad», parece como la reivindicación de unos derechos y un reproche a la decisión tomada en 1757. Esta reivindicación partía de un personaje linajudo e influyente como don Pedro Matías Rodríguez de Navarra, que ostentaba el cargo de Alguacil Mayor Perpetuo de la Ciudad, uno de los oficios concejiles de preeminencia.
CASTILLO DE LA ATALAYA
Vaciados en la mampostería del muro Sur (Foto Soler)
Pero la Virgen de las Virtudes iba alcanzando cada vez mayor predicamento, lo que se refleja en la actuación de los Ayuntamientos de finales del siglo XVIII. Así vemos que, en 20 de agosto de 1795, se reincide en aquella decisión de 1757, al acordar que el importe líquido de la corrida de vacas, que ascendió a mil quinientos treinta y ocho maravedís y medio, se invirtiese en obsequio de Nuestra Señora de las Virtudes, pero que se diese a la cofradía de las Nieves aquella porción que los comisarios estimasen necesaria «para ayuda a la antigua función que acostumbran hacer». Y aún podemos considerar generosa tal decisión si la comparamos con la de 1799, último año del siglo, en que se acuerda que, del producto del arrendamiento de la plaza en las cuatro corridas de aquel año, se entregaran al clavario de la cofradía «cien reales de limosna y únicamente por el presente año».
La suerte estaba echada. En 1801, comienzos del siglo XIX, don Pedro Fernández de Palencia y amigos solicitaron el producto de la plaza en las cuatro corridas «para la función de Nuestra Señora de las Nieves», a lo que el Ayuntamiento contestó que, una vez visto lo que las corridas produjeran, se declararía lo más conveniente. Y ya no volvemos a encontrar más datos sobre esta cuestión. En 1805, todavía se celebraron las corridas de vacas desde el 24 al 27 del mes de agosto.
El presbítero don SALVADOR AVELLAN dejó escrito que la Virgen de las Nieves permaneció en el Castillo hasta el primer tercio del siglo XIX, y que luego se veneró en la iglesia de Santiago. Allí estuvo, en efecto, hasta 1936. Algunos recuerdan una pequeña imagen colocada en el primer altar, a la izquierda, conforme se entra al templo por la plaza de Santiago.
Hoy no es difícil comprobar que el antiquísimo culto a la Virgen de las Nieves ha desaparecido de la memoria de los villenenses. Para explicarnos este hecho, realmente anómalo, hemos llegado a pensar si no influiría en su gestación la circunstancia de que la Virgen de las Nieves fuese adoptada como Patrona por la ciudad de Chinchilla, porque es sabido que aquella población le disputó a Villena sus preeminencias como «cabeza del Marquesado» en el primer tercio del siglo XVI. No sería la primera vez que se documentaran hechos similares. Recordemos que los caudetanos repudiaron a los santos Abdón y Senén porque les habían sido impuestos durante la dominación villenense a que estuvieron sometidos después de la Guerra de Sucesión.
Extraído de la Revista Villena de 1982
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