30 ene 2022

1972 LA CALLE ANCHA

LA CALLE ANCHA - Por Elisa Valero Maluenda
No cabe duda de que la calle Ancha ha ganado mucho. Pero también ha perdido. Donde ahora vemos Bancos, almacenes, tiendas, se asentaban, hace sólo unos años y según nuestro habla, «las bicicletas de Miguele», «la correchería de Jeromico», «la herrería», «la casa de los carros» y tantos otros portales que le daban cierta personalidad y que suponían, sobre todo para los chiquillos, un mundo de exploración y hasta de encantamiento.
Comprende un largo tramo de esa columna vertebral, la carretera, que, al igual que en otras muchas ciudades, divide y estira la arquitectura urbana. Mucho más si se tiene en cuenta el peculiar enclavamiento de Villena, limitado por el monte San Cristóbal y la estación de ferrocarril, que le obliga a crecer como una ristra de longanizas. Por esto, mientras y aunque el desvío de la general se realice, la Avenida de José Antonio seguirá formando parte, junto con la del Generalísimo, de lo que se puede llamar el centro. Ambas avenidas, o mejor dicho, los vecinos de éstas, siempre se han disputado el renombre de centro urbano, la categoría de una señalización con ese letrero. Y por supuesto lo que significa: mayor precio de los solares, mejor situación para el alto comercio, etcétera, etcétera. Sea como fuere, en las dos .—también en muchas otras— hemos visto el florecimiento del progreso económico de nuestra ciudad.
«Mi calle ya no es mi calle
que es la calle de cualquiera»
Parte de las aceras, hoy hasta floreadas, escaseaban de todo menos de un rastrillo para separarlas del adoquín. Esto ofrecía enormes posibilidades para la chiquillería que las baldosas y la urbanización vinieron a relegar
Recuerdo cómo nos divertíamos sobre la tierra. Las aventuras que representaban las zanjas cuando nuestro excelentísimo Ayuntamiento ordenaba sacar o meter cosas del suelo. La pandilla de la calle Ancha, nacida casi en su totalidad en los años de la postguerra, era dueña y señora de la calle. Enrique y Loli Domene, los hermanos Pelero. Finita Ortín, Mari Loli Pardo, Juanito Pi, el hijo de Agustín, Tere y Pepa Marco, los hijos de Inocencio, mi hermana María Cristina y yo formábamos la médula de aquella pandilla a la que se agregaban el resto de la vecindad hasta sumar una treintena de ñacos. Fueron unos años de juegos callejeros continuos, tanto que, en las noches de verano, nos daban la cena «entre-el-pan» para no perder tiempo. Hacíamos barrabasadas como poner botes de agua en las ventanas, atados a un hilo y éste bajo una piedra, a lo ancho del paso. La iluminación de la calle no tenía ni tubos fluorescentes ni faroles. Esperábamos escondidos a que alguien pasara, que tropezaba sin remedio, y se calara. Nos pasábamos tardes enteras jugando a la comba, a la maya, a paró, al caracol. El tránsito, mucho menos denso que ahora, no estorbaba. Podíamos hacer carreras o medir a zancadas la anchura de la calle tranquilamente. Sin embargo, todos nos sentíamos orgullosos de vivir allí, como si se tratara del ombligo del mundo.
Por aquel entonces, durante muchos años, la calle Ancha sirvió de lazo de unión, inapreciable, para los que empezamos a mirar allí. Se prestaba a todas nuestras ocurrencias, incluso servía de escenario para sainetes imaginados. Nuestros padres se confiaban en la anchura de la calle y permitían que pasáramos más tiempo fuera que dentro de casa. Apostaría cualquier cosa a que ninguno de la pandilla ha podido olvidar aquellos años. Les invito a responderme desde aquí.
En fin, la calle Ancha ha sufrido en las dos últimas décadas un gran cambio —lógico por demás — . Tiene otra cara, más pulida, más señorita, como después de haberle practicado la cirugía estética. Quizás ahora esté más guapa; no lo niego. Pero, yo no podía perder la ocasión de rendirle un homenaje, por cuánto como supuso, a aquella Mi querida calle Ancha con la que siempre estaré en deuda.
Madrid, 1972
Extraído de la Revista Villena de 1972

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