CRÓNICA DESDE MI ANTIGUA CAPITAL Y SUS TIERRAS CERCANAS
Recuerdo que la primavera se tornó en otoño bruscamente, porque nunca te pensé tan bella, ciudad lejos del mar. Y quise, alrededor de tus murallas, abrazarte en un coito arquitectónico por esa necesidad-impulso que me trae tu frío de ciudad-oasis cerca del desierto. Todo esto es la nostalgia ahogada hacia una arquitectura perdida, ahora encontrada, que hoy escucho y huelo en esta tierra que me viene sorprendiendo pareciéndose tantas veces a la mía, pero mucho más vieja. Y esa torre como atalaya... ese alminar punzante sobre las palmeras, sobre las casas y sobre lo más importante: sobre la vida misma de cada uno; clavándose en el cielo como algodón, tiernamente, mientras el tiempo da la impresión de dibujar dilatados paréntesis, olvidándose.
Grabado... Luis Torroba
El primer canto del almuédano, como el de los gallos, despierta al sol, lo levanta por el horizonte. La maquinaria del zoco, ese estómago urbano con tanta hambre, comienza a extender sus olores cambiantes desde la más nimia y delicada fragancia de la más diminuta especia hasta el hedor más repugnante de las pieles trabajándose. El zoco es un río de impresiones y de gente ¡Cuánta gente!, es la vida exterior que se constata en la fricción sin fruición de los cuerpos, es el contacto sólido, distante, convencional e inevitable en el espacio reducido de una estrecha y sinuosa calle, es el trueque de los poros y el desorden ordenado de múltiples y variadas actividades, es el movimiento del universo reducido a los cánones más mínimos, la fuerza motriz de este mundo urbano por donde desfilan rigurosas formas encarceladas, metidas en espaciosas telas. Y a pesar de la extrema agitación, del interminable movimiento, ese hombre que vende huevos duros, ese niño que me pide con bondad al estiló mesié, esa niña azul y famélica con el niño cargado a la espalda, todos los viejos en cuclillas que pujan por las alfombras con los comerciantes, incluso aquellos jóvenes muchachos cogidos del brazo recordándome idilios de taifas, todos me parecen momificados, estancados ,y eternizados en el tiempo, como este vaso de té y de menta con florecillas de azahar que me elevo a la boca. Quizá todos ellos estuvieron ya aquí cuando cerca, en Agmat, cárcel de reyes, se quejaba el destronado Abd Allah, rey de Granada, escribiendo sus memorias al mismo tiempo que al-Mutamid de Sevilla, se destrozaba viendo morir a Rumaykiyya para luego morirse él con mucha pena; sí, con mucha pena añorando, desde su cautiverio lejos del Guadalquivir, el paso libre de las perdices. Posiblemente, si les preguntara, también me contarían sobre Ibn Tufayl y Averroes, aquellos filósofos que desde la península vinieron aquí a morirse, y de muchos otros de los que apenas supimos, porque en verdad parece que siempre, por los siglos de los siglos, estuvieron aquí tal como hoy están, tal como hoy los veo: vivos y a la vez muertos, todos juntos.
Pero no, no es tragedia la vida, sólo tránsito, sólo teatro. Desde el intelectual del azar que se sienta con los cálamos y tintas bajo el paraguas, diseñando futuros individuales sobre los viejos legajos, hasta el encantador de serpientes que da de comer a un escorpión su nariz, pasando por los contadores de historias y por los expositores de dientes y muelas destrozadas, como por los vendedores de elixires de la fuerza y polvos mágicos para el dolor, pasando por el hombre más fuerte del mundo hasta por el asador de aromas condimentados y por los monótonos músicos y danzantes bereberes, pasando por este universo que se abre en la plaza-valle donde el zoco desemboca, podemos intuir esa constante, esa búsqueda obsesiva por lo que es uno, por lo único; cada uno representando su papel espera ese trozo de paraíso prometido después de esta vida, vida que es tantas veces una guerra santa, muy santa y muy dura, durísima; todo porque no hay más Dios que Dios, ni más profeta que su profeta.
Y ahora al final, pienso qué difícil es amar cuando se tiene hambre como es difícil decir amor cuando se tiene miedo a enamorarse. Desde mi antigua capital, Marrakech, y sus tierras cercanas por la noche, ahora que los perfumes son distintos a los de hace un instante como los de hace un instante fueron distintos a sus anteriores, quiero desvanecerme en esta luz que se me abre para llegar en un paseo a contemplaros. Escribiendo.
MATEO MARCO
Extraído de la Revista Villena de 1985
3 comentarios:
Por justicia al artista, el bello grabado que acompaña este viejo artículo fue obra del pintor Luis Torroba.
ok... añadado... siempre está bien aportar más datos.
Con Luis Torroba y otras personas tuvimos la suerte de compartir un maravilloso viaje por Marruecos.
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