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Historia de una batuta
Autor: Francisco Hernández Marín
Cronista de la Sociedad Musical Ruperto Chapí
Mis primeros días en la Sociedad. Voy a la sede, alzo la vista, y entonces la vi. Un escalofrío me recorre el cuerpo, ¡una batuta!. Mi alegría se vuelve inmediatamente en confusión. “¡Vaya, una batuta solitaria!. Una batuta sin una mano que sea su dueña se convierte en un simple `palo´ pensé.
Sigo con mis cábalas. Y al cabo de un tiempo, empiezo a oír, tras la puerta que da paso a la sala de ensayos, una melodía. Alguien abre la puerta, y en un resquicio, lo único que mis ojos ven, es ¡una batuta!, que se mueve de forma rítmica, marcial, muy marcadamente. Alguien cierra la puerta.
El tiempo avanza. Se vuelve a abrir la puerta. Esta vez no veo sólo la batuta, ella está enganchada a una mano. Están envueltas en una especie de baile insinuante y acompasado, que provoca las notas alegóricas, casi sensuales, que suenan en ese momento. Se vuelve a cerrar la puerta.
Pasa la tarde, y se abre la puerta de par en par. Esta es mi oportunidad. Veo la batuta, la mano, y tras ellas al verdadero dueño de las dos, la persona que las dirige. La batuta y la mano se mueven de forma rápida, alegre, casi compulsivamente. El dueño de ellas mueve su cuerpo rítmicamente.
Los músicos terminan el ensayo. Y la vuelvo a ver, -¡una batuta solitaria!-. Me voy con la esperanza de que, en un tiempo no muy largo, vea la batuta en una nueva danza al son de nuestra música para Moros y Cristianos.
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